Los trofeos

Donde la belleza pierde su nombre

Normalmente me refiero a los pequeños objetos con amor, pero en este capítulo voy a escribir desde la inquina. Existen unos pequeños objetos a los que se les trata con más respeto del que se merecen: los trofeos.

Hay varios tipos de trofeos y eso ya no lo soporto. Están los qué tienen forma de objetos de menaje del hogar: copas, bandejas, ensaladeras, vasos, platos de cerámica… Luego están los trofeos antropomórficos, los que tienen forma de señor haciendo cosas: señor en bici, señor tirando unos dardos, señor dándole una patada a un balón…

Tanto los unos como los otros tan sólo han de tener una cualidad, ser feos. Ya lo dice la palabra, «trofeo». Tro: que viene de «troll» y que en el idioma gnomo significa «feo», y «feo» que quiere decir «feísimo». Trofeo: feo feísimo.

Los feos, normalmente, desarrollamos la faceta de ser simpáticos, pero los trofeos no, son unos cretinos. Un tío termina la maratón, acaba de correr cuarenta kilómetros y le dan una copa vacía. ¡Ponle un Isostar, un caldito de pollo, cualquier cosa! Es como decirle: «Te has ganado la copa. Corre otros cuarenta kilómetros y a lo mejor te echamos un chorrito de algo». El pobre atleta se asoma a la copa vacía y lo único que ve es una tuerca. Hay gente que ha llegado a beberse la tuerca. Los que ganan la Liga o la Copa del Rey se han bebido la tuerca fijo, pero siempre levantan la copa y se les desmendruja toda. Esos trofeos debe de fabricarlos el mismo que hace la corona de Miss España.

Nunca se sabe qué trofeos pueden gustar y qué trofeos no. Por ejemplo, en el Festival Erótico de Barcelona, el premio más valorado es el de consolación.

Cuando veo los trofeos, siempre pienso en el hombre del buril, el que tiene que grabar los nombres de actores en la plaquita del Oscar. Ese tío sabe quién ha ganado el Oscar antes que nadie. Me lo imagino hablando con el jurado: «Tíos, no se los deis a gente con nombres largos, que para el lunes no llego». Eso explica que nunca le den el Oscar a Arnold Schwarzenegger, Macaulay Culkin o Montxo Armendáriz. Por culpa del hombre del buril, la Academia prefiere premiar a gente con nombres cortos, como Sean Penn, Paul Muni, Burl Ives, Ed Begley, Patty Duke, Gig Young, John Mills, Joel Grey, Lee Grant, Joe Pesci, Helen Hunt, Judi Dench, Halle Berry Cher… Si no, ¿¡cómo se explica que Tom Hanks haya ganado dos!?

Los trofeos pueden estar en varios sitios, ninguno de ellos muy digno, la verdad. Cuando tienes doce años lo tienes en la estantería de la habitación, te hace ilusión y se lo enseñas a la gente: «Mira, soy tercer premio de carreras de sacos del Parque de Santa Margarita. Quizá el año que viene me presente a las nacionales y, ¿quién sabe?, tal vez al Mundial».

Con el paso del tiempo lo sigues guardando en la habitación, pero escondido en lo alto de un armario porque te da vergüenza. Cuando te vas de casa tu madre, lo vuelve a sacar y lo pone a la vista para que la gente lo vea: «Pues sí. Luisito fue campeón de carreras de sacos… Podía haberse presentado al Nacional, pero al final se hizo guionista. Fíjate, a lo mejor ahora tendríamos un campeón en la familia…».

Otro sitio donde pueden estar los trofeos es la vitrina del colegio. En todos los colegios hay una vitrina llena hasta arriba de premios que han ganado otros. Un colegio es como un gigantesco imán de trofeos. A lo mejor, por eso no le dieron el Oscar a Macaulay Culkin. Dijeron: «Para que se lo quede el colegio, pasamos».

El trofeo más intrigante que existe es el que sale dibujado en los tetrabriks de Pascual, que es como una señora con una letra ce en la cabeza. También lo tienen las aguas minerales y las patatas fritas. En las bolsas de patatuelas se ven varios trofeos dibujados y pone: «Premio a la Calidad, Düsseldorf, 1979». Yo un día quiero ir a la entrega de esos premios.

—En esta nonagésima Gala de Calidad Alimenticia los nominados al mejor Piscolabis Salado son: Tostapán, S. L. por Friquitos al jamón, Industrias Fritosán, S. A. por Fritosanitos Bacon Más Sabor, y Fritos Crepitata por Crujicrec Balún, la patata que hace glóbos.

A la salida, los comentarios: «Este año ha venido Fritosán con el quico blando y ha arrasado…».

Al fin y al cabo, los trofeos son un recuerdo. Cuando mi padre se fue del banco le dieron una especie de bandejita de plata de recuerdo… para que no se le olvidara.

Eso no lo entiendo, ¿qué tipo de memoria tiene una persona que necesita que le apunten en una plaquita lo que ha hecho durante cuarenta años? ¿Creen que se le va a olvidar? No me imagino yo a mi padre… «Oye, ¿dónde estuve yo estos últimos cuarenta años?».

Ahora entiendo por qué son feos los trofeos. Son feos porque son para inmortalizar algo y todos sabemos que la belleza es efímera. Por eso los trofeos tienen que ser espantosos, como el holocausto, o Chernobyl o todas esas cosas horribles que jamás se nos olvidarán.