Catalejos para ver de cerca
Las mirillas de las puertas son seres encantadores. Redonditas, puestas en el centro… Parecen los ombligos de las puertas. Lo que no se entiende es por qué las mirillas tienen ese cristal tan gordo. ¡Si con él se ve fatal! Es evidente que se vería mucho mejor si no hubiera nada. La cuestión es que la mirilla es para ver si vienen ladrones, y si quitásemos el cristal, al asomarnos el ladrón podría meternos un dedo en el ojo, dar un salto y colarse por el hueco de la mirilla. El cristal es gordo por seguridad.
La mirilla es un gran invento milenario. Mucha gente se pregunta qué se inventó antes, la mirilla o la puerta. La respuesta es sorprendente: las mirillas se inventaron mucho antes que las puertas. De hecho, en la Prehistoria las cuevas no tenían puerta, eran sólo una gran mirilla. En esa época difícil, vivir sin puerta tenía el problema de que podía entrar un mamut y comerte. La gente decía:
—¡No pasa nada, que son herbívoros!
—Sí, pues como venga uno y nos coma las plantas de los pies, tenemos un disgusto.
Y pusieron puertas… sin mirillas. Por eso, después de la Prehistoria vino esa época oscura de castillos con princesas y puertas sin mirillas en la que se escribieron casi todos los cuentos infantiles. La mayoría dé los cuentos funcionan porque en esa época no había mirillas en las puertas. El cuento de los siete cabritillos:
—¿Quién es?
—Soy vuestra mamá.
—Asoma la patita por debajo de la puerta…
El lobo se reboza la pata con harina y los cabritillos, ingenuos, toman como verdad absoluta una mera apariencia. El lobo los engaña y se los zampa. Si los cabritillos hubiesen puesto una mirilla, se iba el cuento a tomar por saco. Y si hubiera mirilla en el cuento de Caperucita, a la abuela no se la come el lobo. Antes los lobos llamaban a las puertas:
—¿Quién es?
—Correo comercial.
—Pase.
Y se zampaban a la gente. Las mirillas han hecho mucho daño a los lobos, por eso ahora están en peligro de extinción y la Sociedad Protectora de Animales quiere prohibir las mirillas.
En el cuento de Cenicienta, lo mismo. Después del baile, Cenicienta llega a casa a las doce y un minuto, con harapos y los pelos más revueltos que un nido de estorninos. En ese momento llama a la puerta el Príncipe con el zapatito. ¿Os creéis que si la Cenicienta supiera que es el Príncipe le iba a abrir con esas pintas? Mi madre, si está en bata, no abre a mis amigos, como para abrirle la puerta a un príncipe vestida con un saco de patatas…
La época en la que no había mirillas fue muy fructífera para el arte. De hecho, hoy en día hay artistas, como Ana Belén y Víctor Manuel, que hacen como si las mirillas no existieran:
—¡Tan, tan!
—¿Quién es?
—Abre la muralla.
Pones una mirilla y se acaba el problema. Y casi no hay que cambiar la canción:
—¡Tan, tan!
—¿Quién es?
—Abre la mirilla.
Una puerta con mirilla parece que está silbando, y como dice el poeta: «Una puerta que silba no puede estar demasiado triste».