Puentes de tela bajo los que pasan ríos de cuero
Existen unos pequeños seres a los que no se les reconoce su mérito: las trabillas del pantalón que sirven para sujetar el cinturón. Porque al pantalón lo sujeta el cinturón y al cinturón lo sujetan las trabillas, pero a las trabillas, ¿quién las sujeta? ¡Nadie! Van agarradas con uñas y dientes pasando miedos y peligros.
Las trabillas que aguantan nuestros pantalones son superhéroes textiles, sin ellas la raza humana se extinguiría durante la infancia, pues iríamos con las nalgas al aire y se nos acatarraría el culo. Si eso pasara nos moquearía el ano, los toboganes serían mucho más resbaladizos y moriríamos a muy corta edad en accidentes de columpios.
Las trabillas de los pantalones tienen un trabajo muy duro. Sobre todo, las de los punkis, que les pasan por debajo un cinturón de pinchos. Nunca entenderé por qué los punkis llevan esos cinturones. ¿Es para hacerse los chulitos? «Uuuh, somos punkis, llevamos pinchos porque somos peligrosos». ¡Poneos los pinchos para adentro, a ver si hay huevos!
Las trabillas sí que son valientes. A veces se rompen y quedan colgando en plan Harold Lloyd o Indiana Jones. Otras veces el dueño del pantalón se agacha en cuclillas, el pantalón baja, el culo asoma y la pobre trabilla de atrás, la de en medio, se asoma a un abismo profundo y oscuro. Es como asomarse al Cañón del Colorado y ver un amanecer con dos soles.
Con la moda de bajar la cintura de los pantalones, los «pantalones con escote» se ven cada vez más. En los pantalones de las chicas pronto habrá que poner trabillas en la goma de las bragas. Eso rompería la Primera Regla de las Trabillas: Las trabillas nunca se ponen en prendas con elástico de goma. No las hay en los chándals, en los bañadores o en los preservativos. Nunca verás trabillas en un esquijama, y es una pena, porque esos pijamas de goma flácida en la cintura están pidiendo trabillitas para poner un cinturón. Si llevásemos un pijama con cinturón pareceríamos superhéroes.
A las trabillas les encanta su trabajo. Van agarradas al pantalón, guiando al cinturón y viendo el paisaje. Cuando nos ponemos el cinturón con prisa, a veces dejamos una trabilla por dentro. Esa pobre lo pasa mal, no ve nada, y las otras tienen que ir contándoselo todo:
—¿Por dónde vamos ahora?
—Ahora estamos llegando a la Plaza Mayor, estamos junto al mimo de la gabardina que hace que se lo lleva el viento.
Las trabillitas de la gabardina están desbordadas de trabajo, son pocas y tienen que retener a un cinturón muy listo. El cinturón de gabardina tiene cabeza grande y siempre está pensando planes de fuga. En las cafeterías, en los taxis, en la calle… se les ve intentando escapar, pero siempre hay alguien que los encuentra y los deja encima de un buzón o un semáforo.
Otras trabillas que no dan abasto son las de las batas. Ésas pasan de todo. Sólo son dos, tienen que gestionar todo el cinturón y dicen: «Yo paso». El cinturón termina viviendo en el bolsillo de la bata, porque las trabillas ya están jubiladas. La trabilla de bata es un poco pesada. A veces se alía con las manillas de las puertas para no dejarte salir de una habitación. Te engancha como diciendo: «Quédate un ratito más, quédate un ratito más».
Cuándo se rompen, ¿qué hacemos? ¿Dónde se compran los repuestos de trabillas? Las trabillas son como el amor verdadero, no se pueden ni comprar ni vender, y por eso he querido hacerles este homenaje.