¡Ojo con los oculistas!
El problema de los ojos es que están muy mal vistos. No sabemos nada de la Oftalmología. ¿Es una carrera de Ciencias o de Letras? Parece de Ciencias, pero luego se pasan el día viendo letras: «¿Ésta qué letra es? ¿Y ésta? ¿Y ésta?».
Los oftalmólogos te sientan en un sillón y con un Cinexín te proyectan una sopa de letras que no tiene ningún sentido: RNZD, una E al revés… Me pregunto, ¿esa sopa de letras es igual en todas las ópticas del mundo? Porque si te la estudias, se cagan:
—¿Ve usted estas letras?
—Sí, RNZD, QUTP, ZNDE, La Salle, Illinois, USA, y el símbolo del copyright.
En todos los paneles pone debajo: La Salle, Illinois, USA, ©. Se ve que los fabrican allí. Me imagino la Gran Feria Anual de Letras de Óptico:
—¿Cuál es la novedad de este año?
—No hay gran cosa, han conseguido poner la E al derecho.
Hay una cosa que me escama mucho de los oculistas, que tengan un póster que pone «El ojo» donde se ve el ojo con sus partes, sus nervios, sus venas y los nombres de todo… ¿Qué pasa, que no se lo saben? ¿Van a abrirte el ojo con una cuchilla y necesitan una chuleta? Es como si el ministro de Economía tuviera las tablas de multiplicar en la pared de su despacho.
Los ojos, tal y como los entendemos hoy, marcan el ritmo de nuestra nación. No hay más que ver la cantidad de expresiones y frases hechas que hay: «Andarse con ojo», «A ojo de buen cubero», «Ojo avizor», «Donde pongo el ojo pongo la bala», «Echar un ojo»… Estas expresiones muchas veces generan malentendidos:
—He dejado a los niños jugando al ping-pong, échales un ojo.
—¿Qué pasa? ¿Que no tienen pelota?
De todas las expresiones oculares, la más curiosa es «¡Ojo, mancha!» u «¡Ojo, pinta!». El cartel de «¡Ojo, mancha!» siempre está sobre un banco recién pintado. Digo yo que si el cartel está recién pintado también debería tener un cartel de «¡Ojo, mancha!», y ese otro, y otro, y otro… Cuando pones el último ya está seco el banco.
El cartel de «¡Ojo, mancha!» da tanto miedo que nadie se atreve a acercarse. El banco ya está seco, pero nadie se sienta. La intemperie deteriora el banco, pero mientras siga el cartel de «¡Ojo, pinta!» no se acerca ni Dios. Hay veces que tienen que pintar el banco otra vez y no se acerca ni el pintor.
El cartel de «¡Ojo, pinta!» acojona más que la calavera con dos rayos. La gente se apoya en una cabina de alta tensión:
—Oye, cuidado, que te puedes electrocutar.
—¡Qué va! Esto es orientativo.
Pones un cartel de «¡Ojo, mancha!» y ya no se acerca nadie. En las cajetillas de tabaco, en lugar de «Fumar mata», deberían poner «¡Ojo, mancha!».
Tan pequeños son los ojos que no pueden ni mirarse a sí mismos. Y tan poco se puede decir de ellos que os aviso que voy a ir terminando. Ojo, acabo.