El fuego y los extintores

¡Hagan fuego, señores!

Uno de los grandes descubrimientos del ser humano fue el fuego. Lo curioso es que, desde aquel primer fueguecillo, el hombre no ha parado de inventar cosas para apagarlo.

Es normal, imaginad en plena época de los cromañones, que todos estaban cubiertos de pelo, lo peligroso que sería encender un fuego. Te salta una chispa al pecho lobo y te prendes entero. En esa época, por las noches, de vez en cuando se veía a lo lejos un cromañón corriendo envuelto en llamas. Los niños preguntaban:

—¿Qué es eso, padre?

—Ehhh… Nada, una estrella fugaz, ¡pide un deseo!

Y el niño deseaba que nunca le pasara eso a él.

En esa época fue cuando se inventaron las primeras maneras de apagar el fuego, que, por cierto, eran bastante básicas, como rodar. Eso es muy primario, ¿no? Además, dependerá de por dónde ruedes. Si ruedas por encima de paja, o de charcos de gasolina, o de cristales rotos, la cosa no va a mejorar.

Pensad en esa época, con los cromañones quemándoseles el pelo cada dos por tres, corriendo por la Prehistoria… Imaginaos el olor cómo sería. Los fósiles de la época huelen todos a pollo quemado.

Entonces fue cuando se inventaron los primeros detectores de incendios. El primer detector de incendios es un padre que dice: «¿No os huele a quemado?». Los padres huelen los fuegos enseguida y lo dicen como alarmados, pero sin tratar de alarmar: «A mí me huele un poco a quemado». Si alguien enciende una cerilla, «¿No os huele a quemado?»; si alguien se hace unas tostadas, «¿No os huele un poco a quemado?». Los detectores de humos se hacen con narices de padre.

A los hombres nos gusta saber cómo va el tema de los incendios. Cuando pasa un camión de bomberos por la calle, los hombres lo seguimos con los ojos y miramos a lo lejos como si se fuera a ver el humo en el horizonte, preocupados, como diciendo: «Ya os lo decía yo que olía a quemado».

El fuego es misterioso. ¿Es sólido, líquido o gaseoso? No es ninguna de las tres. El ser humano, en cambio, es las tres. Es sólido porque es sólido, tú tocas a un señor y es sólido. Es líquido también, tú le pinchas con un sacacorchos o le haces un agujero, y sale líquido. Y también es gaseoso, pues, si cenas fabada, te vuelves un poco gaseoso. Pero del fuego sólo sabemos lo peligroso que es si te acercas a él, sobre todo después de comer fabada.

Como el fuego es peligroso, ha habido que inventar formas mejores de apagarlo. El extintor, por ejemplo, que es un objeto rojo de metal con forma de gigantesca salchicha de cóctel, que está atado a la pared con un cinturón de castidad y con un cartelito pequeñito que dice «extintor». Que yo pienso, «alguien que no sea capaz de ver el extintor, ¿cómo va a ver el cartelito?». Pero bueno…

Los extintores están en las salas de los cines, las discotecas, los hospitales… En los taxis los hay pequeñitos, como de juguete. En los aeropuertos hay unos muy grandes, como con rueda. El extintor siempre está ahí, vigilando, pero nadie le hace caso. Nadie le pregunta qué tal ni le felicita el año. Solamente tiene un amigo que viene y le hace una visita el día de su cumpleaños. Además, se lo tatúa en el cuerpo, como diciendo: «No digas que no venimos a verte, mira, 18-junio-2004, 18-junio-2005, 18-junio-2006».

Los extintores tienen un montón de letras en el cuerpo que nadie ha leído jamás. ¿A qué esperamos? ¿Al día del incendio? ¿Os imagináis? Todo el mundo corriendo con los brazos en alto, con el pelo encendido y tú: «Espera, vamos a leer esto: Recargar después de su uso aunque la descarga sea parcial. Vale, ¿quién se encarga?». Y el extintor: «Sois unos desgraciados, no venís nunca a visitarme, ojalá se os queme todo». Esa etiqueta del extintor es como el mapa de desalojo que hay en las habitaciones de los hoteles, es imposible de entender.

También están las mangueras, guardadas en un armarito de cristal que pone: «Romper en caso de incendio». ¡Hala! ¡Al cachondeo! ¡Fuego y cristales por el suelo! Pero, bueno, ¿tanta prisa hay? Yo no sé lo que se puede tardar en abrir la puerta de esa especie de armarito de cuarto de baño, lo que está claro es que es mucho menos tiempo del que vas a tardar en desenrollar toda esa manguera.

En los incendios puedes romperlo todo. Luego ya lo limpian los helicópteros de agua que salen del techo. Entre las alarmas de incendio, el polvo blanco de los extintores, el agua y los bomberos, al final un incendio parece la fiesta de la espuma de Ibiza.

Todo esto se arreglaría si no se hubiera inventado el fuego. Ya lo dijo Teo en su libro Teo va al zoo: «Inventar es fácil, lo difícil es desinventar».