Los caballitos de mar

Peces teleósteos diseñados por Lladró

Todos los animales de la Creación pueden hacer películas de ésas en las que un bicho invade el mundo. Avispas asesinas, hormigas carnívoras, ovejas zombis, calamares gigantes que arrastran al hombre a la muerte, gorilas que se suben a los rascacielos… Cualquier animal, si le da bien la radiación, puede aterrorizar a la raza humana. Todos menos uno: el caballito de mar. ¿Os imagináis un caballito de mar asolando las ciudades?

¿Qué ruido hace un caballito de mar? Un caballo normal relincha. Pero ¿un caballo de mar? Con esa boca, como no haga pompas de jabón… Ese animal está diseñado a mala idea. Yo creo que no lo diseñó Dios. Es una idea más bien de Lladró. Un Dios bondadoso no le hace esa faena a una criatura suya: ni brazos, ni piernas… nada. Si se quiere rascar, ¿qué hace? Los ves nadando y parece que van diciendo: «Mátenme, por favor, mátenme. La espalda me pica desde el día que nací y aún no he podido rascarme».

Si el caballito va nadando y se le mete un trozo de plancton en el ojo, ¡no se lo puede quitar! Así van, los pobres, con esos ojos, que parece que están haciendo la ruta del bacalao. Las madres de los caballitos, preocupadas: «Hijo, tú tomas drogas, ¿verdad?». En lugar de ojos de caballito parece que tienen ojos de buey.

Ay, los ojos de buey… Los de los barcos… Qué concepto tan amable y a la vez tan repugnante. Si os paráis a pensarlo, «un barco lleno de ojos de buey» puede ser una cosa muy bonita o muy asquerosa.

Una de las cosas más decepcionantes de los caballitos de mar es que no se parecen a un caballo. El mar ha hecho peces que sí se parecen a las cosas: un pez martillo, un pez sierra… Todo lo que sea tema carpintería el mar lo domina. Pero el caballito de mar no, por Dios. Me imagino a los tíos que vieron uno por primera vez:

—Oye, que acabo de descubrir un animal de quince centímetros de largo, caparazón osificado, cabeza tubular carente de dientes, y ninguna extremidad…

—¿Seguro que no es un caballo?

Se parecen más a un saxofón, lo que pasa es que no vas a decir: «Mira, un saxofón marino». Queda raro.

¿Sabéis qué es lo que más pena me da de los caballitos de mar? Verlos. Nadan haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse derechos. Van como bicicletas. Deben de tener los abdominales más duros que la tapa de una alcantarilla. Tienen cara de ir diciendo: «Ya verás, pega, dame aquí en el estómago, ya verás, que no me duele». Y el otro caballito: «¿Cómo? Si no tengo brazos…».

Las moscas gigantes, los canguros carnívoros, las tarántulas asesinas… todas esas alimañas ponzoñosas podrían destruir la raza humana… pero no lo hacen, pues son obra de Dios.

Pero ¿y si Lladró fuese el Anticristo? Quién sabe si un día se levantarán de las tinieblas todos los seres creados por Lladró, los caballitos de mar, las bailarinas rodeadas de cisnecillos, los pajarillos que tiran de carrozas de florecillas, las mariposas que liban néctar en el hociquito de un ciervecillo… y todas esas criaturas de Satán saldrán del averno, vendrán a vernos, y eso será el fin del mundo. Lo pone en la Biblia.

Así que a llevarse bien con los caballitos de mar, que, si no, cuando destruyan la raza humana, no van a tener piedad.