El azúcar

Un millón de cuadrúpedos no pueden equivocarse

Un ser que nos ayuda a pasar los tragos más amargos de nuestra vida es el azúcar. El azúcar es la caspa de los ángeles, la sal de la vida, la cocaína de los niños…

Cuando somos niños nos encanta el azúcar. Por eso tenemos la sensación de que la infancia es un momento dulce y tierno. Sin embargo, hay unos señores a quienes esto no les parece nada bien: los dentistas. Todo el día están: «El azúcar es malo para los dientes, el azúcar es malo para los dientes…». Si de verdad fuera malo… no lo dirían. Se lo callarían. No van a tirar piedras contra su propio tejado. Es como cuando un taxista te dice: «Pues le llevo por aquí, que es más largo pero se tarda menos». Pero, claro, como los niños se lo creen todo…

Imaginad la gracia que les tiene que hacer a los empresarios del azúcar que los dentistas digan eso. Los pobres no pueden defenderse. Tendrían que inventar algo en plan: «Niños, si os laváis mucho los dientes, se os cierra el culo y explotáis».

El azúcar tiene varias formas de expresión. Está el terrón de azúcar, o azucarillo. Es parecido a una caja de zapatos de gorrión. Siempre me ha fascinado lo bien envuelto que está. Yo intento envolverle a mi madre un perfume por Navidad y me queda con forma de balón de fútbol. El terrón de azúcar se lo puedes poner al gorrión en el árbol de Navidad directamente.

El terroncito es un azucarillo díscolo porque lo echas al café y hay que revolver bastante para que se deshaga, mientras que el azucarillo de sobrecito ya viene disuelto. El sobrecillo de azúcar es bastante común, pero ahora se está estilizando, con esta dictadura del culto al cuerpo ya viene con forma de tubito. Son una nueva raza de azucarillos… tan reciente e incipiente que todavía no tengo ningún chiste.

El azúcar también puede venir en paquete de kilo. Eso es un error, ese envase de papel no es digno para el blanco y azucarado azúcar. Vas al supermercado, al estante del azúcar, coges un paquete de kilo y siempre pierde alguno. Suele haber uno malherido, desangrándose y dejando el estante del supermercado como la alfombrilla del coche después de un día de playa. Con el azúcar que queda en el estante al final del día podrían llenar varios paquetes… De hecho, ¿cómo os creéis que se hace el azúcar moreno?

Hay un complot para acabar con el azúcar. Están metidos los dentistas y los fabricantes de alimentos, que ahora lo hacen todo sin azúcar. Coca-Cola sin azúcar, yogur sin azúcar, chicle sin azúcar… Incluso los de Zumo-sol hacen zumo sin azúcar añadido. Eso ya es el colmo. Si se lo vas a quitar, ¿para qué se lo añades?

Los detractores del azúcar han inventado la sacarina. Si lo que no mata engorda, por definición la sacarina no puede ser buena. Contaré una anécdota real como la vida misma. En Estados Unidos tienen dos tipos de sacarina.

Una, en sobrecito rosa, y otra, en sobrecito azul. Yo pregunté cuál era la diferencia, y me dijeron que ninguna.

—Si no hay diferencia, ¿por qué una va en un sobre azul y otra en un sobre rosa?

—Bueno, la única diferencia es que la rosa se disuelve al momento y la azul hace grumos.

—¿Y por qué hay gente que elige la azul si la rosa se disuelve mejor?

—Porque la azul es cancerígena.

Claro, es lo mismo. La azul tarda más en disolverse, pero te mata antes. Es decir, el tiempo que ahorras sin tener que revolver el café te lo quita de vida. Y con la rosa, vives más tiempo, pero lo pierdes delante de una taza dándole vueltas a una cucharilla de café. Los americanos tenían razón, es lo mismo.

Por eso es importante saber en qué queremos gastar nuestro tiempo y cuándo decidimos crecer. Yo tengo en casa un reloj de arena de azúcar y cuando le doy la vuelta pasan los mejores ratos de mi vida.