Epilogo

Corría en plena noche como alma que lleva el diablo, mientras las ramas me golpeaban en la cara y en los brazos en mi carrera contrarreloj. No tenía tiempo que perder. Oí un crujido y agucé el oído, pues no sabía si el ruido lo había hecho yo o algo que acechaba en la oscuridad. En cualquier caso no estaba asustada; ya había aprendido que las cosas que pueden surgir en la noche son una nadería comparadas con el Mal en mayúscula. Y a ese ya lo había vencido.

Al menos de momento.

Entorné los ojos para escudriñar la espesura sin dejar de esquivar árboles camino de mi meta. Sabía que, si aminoraba la marcha, aunque solo fuese un poco, no conseguiría llegar a tiempo. La cosa se ponía fea.

—Venga, venga —me susurré, dándome ánimos a mí misma para proseguir e intentar ver lo que me esperaba más adelante.

Cuando atisbé un resplandor a poca distancia, reduje el paso para que no me oyesen llegar. A hurtadillas, escogí los pasos con cuidado, procurando no hacer ruido, y oteé el claro entre unas cuantas ramas.

Allí estaban: un grupo de al menos siete cuerpos reunidos en torno a un fuego crepitante, cada uno con la cabeza cubierta por una capucha. La luz arrojaba sombras por todo el claro y hacía que el lugar pareciera repleto de espíritus. Hablaban en voz baja, y tuve que prestar atención para enterarme de qué decían, esperándome lo peor.

Conforme pasaba el tiempo me convencí de que tenía que actuar, de modo que sin más titubeos atravesé los arbustos de un salto y aterricé en una posición de combate a solo un metro del grupo. Algunas figuras pegaron un brinco y se volvieron rápidamente para quedarse mirándome con cara de asombro, mientras que los demás pusieron cara de asesino en serie y desearon torturarme.

—Vale, Had, lo de saltar y asustarnos a todos fue divertido las primeras cien veces, pero ya está muy visto —me dijo Jasmine cruzándose de brazos sobre el pecho—. Has tenido suerte de que no te haya petrificado con un hechizo de paralización, y créeme, no te habría gustado.

—Anda, venga, chicos —dije incorporándome y poniendo los brazos en jarras—, lo hago por vuestro bien. Tenéis que estar siempre en guardia, yo lo único que pretendo es prepararos…

—¿Prepararnos para qué? —preguntó Fallon, que se retiró la capucha de la cara y se echó hacia atrás hasta quedarse apoyado en los codos. Parecía molesto (cosa bastante habitual, en cualquier caso), pero desde que habíamos peleado contra los parricistas yo había sentido que habíamos superado nuestras diferencias, o al menos que nos habíamos tomado un respiro en eso de torturarnos el uno al otro—. Samuel ya no está. Te lo cargaste como si fuese un mosquito y tú un matamoscas eléctrico. Está frito y rebozado.

—Eso es lo que creemos, pero no lo sabemos seguro. Por eso debemos seguir reuniéndonos, para no bajar la guardia por si le da por volver.

Repasé todo el corro con la mirada hasta que vi a Asher y le dediqué una sonrisa rápida. Él me la devolvió y me señaló un sitio a su lado. Mientras recorría la distancia que nos separaba noté las mismas mariposas en el estómago que sentía siempre que nuestros ojos se encontraban. Me encantaba la idea de emocionarme cada vez que lo veía, por mucho que llevásemos ya un tiempo saliendo.

Una vez a su lado, me senté y me cogió de la mano. Miré hacia abajo, a nuestros dedos entrelazados, y sentí calor en mi piel; tal vez fuese por la fogata, pero lo dudaba bastante.

—Buenas.

—Buenas —le respondí con una sonrisa tímida.

—¿De veras crees que va a volver? —me preguntó Jinx interrumpiendo nuestro pequeño momento íntimo.

Me obligué a volver la cabeza y fijarme en ella.

Jinx había salido por fin del hospital hacía unas semanas, aunque se veía a la legua que aún le llevaría un tiempo recuperarse del todo. De hecho, nada más sacar el tema de Samuel y los parricistas, se había llevado inconscientemente la mano a la parte del abdomen donde había recibido los puntos. No era ninguna coincidencia, eso estaba claro. Aunque mejoraba día a día, todos sabíamos que estaba costándole más que al resto lidiar con las secuelas de la batalla. Me sentía mal por ella, y en parte también había sido por eso por lo que había insistido en que nos viésemos con regularidad.

—No lo sé, Jinx —dije en voz baja—. Espero que no, pero por eso estamos haciendo todo esto: para asegurarnos de que no vuelva nunca.

Todo el mundo se quedó callado mientras mis palabras se quedaban suspendidas en el aire y pensábamos en todas las cosas que no queríamos decir en voz alta. Por fin Sascha carraspeó y dijo encogiéndose de hombros:

—Eh, por lo menos ahora puedes hacer magia con nosotros. En realidad la primera vez te lo perdiste casi todo.

—Qué me vas a contar a mí —respondió Jinx con una media sonrisa—. No puedo creerme que me lo perdiera todo… Tuvo que ser la caña, una auténtica locura.

Sonreí al recordar a todos nuestros familiares detrás de nosotros cuando vencimos a Samuel. La escena fue bastante épica y, aunque no quise admitirlo delante de Jinx, no me la había podido quitar de la cabeza desde entonces.

—No eres la única que se lo perdió —le recordó Asher, con cierto retintín de envidia en la voz.

No se acordaba de casi nada de lo que había pasado después de que el cobertizo saltara por los aires. Creo que se debía en parte a la fuerza del hechizo de Samuel; parece que la implosión le había revuelto los recuerdos o algo por el estilo. Pero mejor para él, porque la experiencia de estar a punto de morir podía resultar un tanto traumática.

—Eso es porque alguien estaba muy ocupado haciéndose el héroe… —intervine, y me incliné hacia él para besarlo en la mejilla delante de todos.

Su ceño fruncido se distendió en una sonrisita de bobalicón y se echó sobre mí, hombro con hombro. Vi que Fallon alzaba la vista al cielo pero decidí ignorarlo.

La verdad es que las cosas entre Asher y yo habían ido estupendamente desde que habíamos sacado del armario nuestra relación. Habíamos tomado por costumbre pasar casi todo nuestro tiempo libre juntos, lo cual nos venía muy bien porque, en cierto modo, todavía teníamos que conocernos el uno al otro. Había empezado a perdonarlo por mentirme, y él había optado por ignorar el hecho de que lo hubiese dejado atado mientras Samuel nos atacaba. Una vez que fuimos honestos el uno con el otro, las cosas entre nosotros tomaron buen rumbo.

—Qué bonito, pero… me aburro —soltó Jasmine con su poco tacto habitual—. Cambiemos de tema: ¿qué os parece que nuestras familias intenten mandarnos por ahí en verano? ¿Alguien ha averiguado adónde piensan despacharnos?

—Ni idea —repuso Sascha mientras se miraba las uñas—. Pero dudo mucho de que sea a un campamento de modelos, como a mí me gustaría. Llevo años queriendo ir: he nacido para la pasarela.

—Para mí entre hacer la calle y hacer la pasarela no hay gran diferencia —murmuró Jasmine, que le dedicó a Sascha una gran sonrisa para hacerle ver que estaba bromeando.

—Eres des-ter-ni-llan-te. Me alegro de que la paliza que te dieron no te afectase al humor.

—Sí, quedó intacto —replicó la otra con una sonrisa malévola.

—Mi padre no ha soltado prenda —las interrumpí para zanjar la discusión—. Pero ahora que ha terminado el instituto, supongo que no tardarán mucho en contárnoslo, ¿no? De todas formas yo no le daría muchas vueltas al asunto, seguro que nos lo pasaremos en grande.

Siempre y cuando todos fuésemos al mismo sitio.

Cuando regresamos a nuestras casas tras la batalla con Samuel nuestro grupo se separó por primera vez en varias semanas. Algunos solo habíamos perdido a parte de nuestra familia y pudimos volver a nuestra propia casa, mientras que otros como Peter tuvieron que irse a vivir con parientes cercanos. Aunque aún estábamos adaptándonos a nuestras nuevas situaciones vitales, seguíamos sintiéndonos más seguros cuando estábamos todos juntos. Es lo que tiene vencer a un aquelarre diabólico entre todos…

Pero luego, hacía unas dos semanas, los adultos habían empezado a sugerir que iban a mandarnos a algún sitio en verano, una propuesta que a la mayoría no nos convenció. Y no solo porque acabábamos de retomar la normalidad, sino porque las sorpresas habían dejado de entusiasmarnos. Al menos pensaban mandarnos a todos juntos, aunque no teníamos ni idea de adónde sería ni qué haríamos allí. Yo esperaba que, para variar, fuese un sitio con corriente eléctrica: no me gusta ir por ahí prescindiendo de lujos.

—No puedo creerme que os vayáis todos y yo tenga que quedarme para ir a clases de recuperación —se quejó Peter.

—No es culpa nuestra que no seas tan listo como los demás —le respondió Fallon, siempre tan mordaz.

Fruncí el ceño; era cierto que Pete era el único que no había logrado recuperar el ritmo de clase cuando por fin volvimos a los estudios. Sus profesores habían decidido que era mejor que repitiera que pasar de curso con unas notas tan bajas en el expediente; a sus tíos les pareció bien y lo apuntaron a clases de verano. Aun así, no era razón para reírse de él.

—Calla ya, Fallon —intervine. Después, volviéndome hacia Peter, lo miré con lástima y añadí—: Peter, seguro que te lo pasas tú mejor aquí que nosotros dondequiera que vayamos.

—Sí, claro… —masculló lastimero.

—Todo va a salir bien —le dije intentando convencernos a ambos de que era verdad. Miré la hora en el móvil—. Se está haciendo tarde, ¿por qué no vamos empezando?

Nos fuimos levantando y formamos un círculo. A algunos se los veía cansados, aburridos incluso. Llevábamos haciendo lo mismo todas las semanas desde que habíamos vuelto a la ciudad. Nos reuníamos en plena noche, cuando los adultos creían que estábamos metidos en la cama.

Hechizos de ubicación, de ceguera, de detección de malas intenciones, etc. Conjurábamos prácticamente todo aquello que pudiera darnos pistas sobre si Samuel seguía con vida y no había dicho aún su última palabra. Hasta la fecha, sin embargo, no habíamos encontrado nada, pero eso no quería decir que fuésemos a parar. ¡Ni en sueños pensaba dejar que nada ni nadie nos sorprendiese! De eso nada: la próxima vez estaríamos preparados, no importaba de dónde viniese el mal.

—Vale. Juntad las manos y repetid conmigo —ordené a los miembros de mi aquelarre, a los que miré con un destello de magia en los ojos antes de empezar con el primer encantamiento.