—Pensé que la lealtad para con su familia sería suficiente para hacerle ver el camino correcto —siguió Samuel sin dejar de mirarme fijamente—, pero ya se sabe que a veces tratar con niños puede resultar problemático. También me costó la misma vida convencer a mi propia sobrina para que contase aquella historia sobre Bridget, hace ya tantos años. Tuve que imbuirla con un hechizo de presión para conseguirlo. De todos modos, creía que resultaría más fácil que te dejases engañar por el chico; al fin y al cabo, no había ningún vínculo cuando te lo envié.
Samuel señaló a Asher, que seguía hecho un guiñapo en el suelo. Quise correr hacia él para asegurarme de que estaba bien, pero sabía que en cuanto pusiese el pie fuera del porche se desencadenarían los demonios. No me moví del sitio, e intenté concentrarme en lo que decía Samuel. Era evidente que lo que me había contado Asher era cierto, había entrado en mi vida con falsas pretensiones y se había visto entre dos aguas: o traicionarme a mí, o perder lo que le quedaba de familia. No le envidiaba la elección, la verdad.
—Pero con esta de aquí no me hizo falta —dijo señalando al otro lado, de donde de repente apareció Emory entre las sombras. Lucía una enorme sonrisa en la cara y se contoneaba como si acabasen de nombrarla Miss América—. No, me ha sorprendido incluso a mí. Solo tuve que darle el empujón necesario para que me hiciese sentir orgulloso. Ay, y qué maravilla lo de tus charlas con ella sobre tus difuntos… ¡Qué inspirador! Ven aquí, querida —le dijo a Emory, y le hizo una reverencia.
Tuve que apretar los dientes e ignorar mi cabeza, que me decía que acabase con aquella farsante. Samuel tenía razón: la mentira de Emory había sido mucho peor que todo lo que había podido hacer Asher, aunque solo fuese porque sus padres y ella habían sido miembros de los Cleri desde que yo tenía uso de razón; nos habíamos criado juntas, habíamos entrenado codo con codo e incluso habíamos ido a cenas familiares. Que hubiese fijado sus miras en destruirnos voluntariamente era de una deslealtad imperdonable.
—Gracias, reverendo Samuel —le dijo Emory poniéndose a su lado. Lejos quedaba la inocencia que había reservado para los Cleri mientras convivió bajo nuestro techo. La sonrisa que esbozaba en esos momentos era tan diabólica que encajaba a la perfección con el conjunto siniestro que la rodeaba. La Emory de las florecillas parecía haber pasado a mejor vida—. Es un honor servirlo.
—¿Por qué?
Yo misma me quedé pasmada cuando se me escapó la pregunta de los labios sin poder hacer nada por detenerla. No quería que creyesen que me importaba ni lo más remotamente su respuesta, pero sabía que el resto también se lo estaba preguntando; después de todo lo que habíamos pasado, merecíamos una respuesta. Dejé que la pregunta quedase suspendida en el frío aire de la noche.
Emory alzó la vista buscando la aprobación de Samuel. Cuando este asintió, se volvió hacia mí con gesto desdeñoso.
—¿Que por qué? ¿De verdad me lo preguntas? Vale, a ver qué tal te suena: los Cleri estaban en un punto muerto, Hadley…, y, sí, he dicho «muerto». Mucho poder pero nadie lo usaba. Nuestros mayores nos obligaban a mantener nuestra magia en secreto, reprimida. Eso no es forma de vivir para una bruja.
—No nos decían que no usásemos la magia, solo nos enseñaban las formas correctas de emplearla. No podemos utilizar nuestros poderes en beneficio propio. No va así, y es fácil entender por qué: no es nuestro fin ni nuestra forma de vivir, es como siempre hemos hecho las cosas —repuse.
—Pues yo creo que ya es hora de hacerlas de otra manera. Estaba harta de ser débil, de modo que, cuando el reverendo Parris vino y me ofreció más, supe que debía hacerlo, que era mi destino.
—¿Tu destino era ser una traidora? Porque eso es lo que eres. Has vendido a tu propio aquelarre, a los que te querían…
—¿Que me querían? Venga, ¿me tomas el pelo? Hadley, la única persona que te importa en este mundo eres tú. Y no hacía falta ni fingir la reprimenda de una madre muerta para decirte lo egoísta que eres. ¿Por qué crees que fue tan fácil conseguir que todos quisieran echarte de la casa? No tuve más que inventar unas cuantas palabras de los padres de Sascha para que se mostrase dispuesta a echarte a patadas.
Miré de reojo a Sascha, que se había unido a nuestro triángulo al lado de Fallon. Mi amiga nos estaba mirando por turnos a Emory y a mí, nerviosa, sin saber qué decir.
—Lo siento, Hadley. Creía que esa información venía de mis padres —me dijo en un hilo de voz—. Yo no quería…
—No te preocupes por eso, Sascha —la interrumpí—. Emory nos engañó a todos con sus embustes, a mí incluida. No tienes por qué disculparte.
El sonido de unos aplausos retumbó por el jardín. Los ojos se me dispararon hacia Samuel, que estaba aplaudiendo con gran dramatismo.
—¡Bravo! ¡Un espectáculo estupendo! Pero me gustaría señalar que, aunque siempre nos habéis criticado por nuestras ansias de poder, vosotros habéis existido conforme a esos mismos principios desde hace mucho. No tenéis reparos en hacer lo que sea por salir adelante y pasar por encima de cualquiera a la hora de conseguir lo que queréis. Mi querida niña, no eres distinta a mí en ese aspecto: disfrutas del poder que tienes sobre los demás, te embriaga. No hay nada mejor que saber que dominas a los de tu alrededor. Con solo hablar de eso me estremezco de la emoción.
Un ligero escalofrío le recorrió el cuerpo mientras se lo imaginaba. Aquella visión me dio arcadas, pero me contuve. Me tragué la bilis y di un paso hacia él, en un movimiento que hizo que Samuel enarcara las cejas. Carraspeé antes de hablarle:
—Yo no me parezco a ti en nada —le dije con una voz fuerte y firme—. Aunque tienes razón en una cosa: sí que soy poderosa. Puede que incluso más que tú. Pero yo nunca intentaría conseguir ese poder a expensas de los que me rodean. Mira, Sammy, la razón por la que nunca has logrado vencer del todo a mi linaje es porque siempre nos hemos centrado en hacer el bien común. Ninguno de nosotros es más importante que los demás y, si somos más fuertes que cualquier ejército que puedas reunir, es por nuestro trabajo juntos. Así que te sugiero que os larguéis de mi casa ahora mismo u os vais a enterar de lo que es bueno.
Cuando terminé, todo se sumió en un tenso silencio. Los parricistas empezaron a mirarse entre sí y algunos hasta osaron escrutar a Samuel, a la espera de órdenes. Los Cleri me rodeaban y Peter se había posicionado al lado de Jasmine, completando nuestro triángulo de poder. Sabía que acababa de retar a los parricistas pero no tenía ni idea de qué pasaría a continuación. Una parte de mí deseaba que retrocedieran para no tener que poner en peligro una vez más a los míos, aunque eso no pasaba de ser un pensamiento ilusorio.
Al final, después de una larga pausa en la que el silencio empezaba a incomodar, Samuel dio un paso adelante y anunció:
—¡A luchar se ha dicho!
Como si hubiese dado un viejo grito de guerra, toda la muchedumbre de parricistas vino hacia nosotros al unísono. La visión fue más aterradora que cualquier cosa que hubiese vivido en mi vida; por mucho que no blandiesen armas o las agitasen por encima de sus cabezas, ni amenazaran con cortarnos en pedacitos, en realidad la escena era peor que todo eso: ellos mismos eran las armas. Cuando lo único que te separa de tu enemigo es tu imaginación, son muchísimas las posibilidades que se abren.
Por suerte nos habíamos preparado para ese preciso momento.
—¡Ahora! —chillé.
Con una sincronización perfecta todos los miembros de los Cleri nos dimos las manos para formar una cadena de brujescentes unidos y declamamos el hechizo que habíamos aprendido poco antes.
—¡Parsimonia frenatibus!
En cuanto resonó, todos los que corrían momentos antes se pararon en seco. Bueno, más que detenerse, se ralentizaron, como a cámara lenta. No pude evitar sonreír al comprobar que el hechizo funcionaba y que habíamos ganado unos minutos para preparar la siguiente fase del plan.
—Muy bien, chicos, no tenemos mucho tiempo antes de que deje de funcionar. ¿Lo tenéis controlado? —les pregunté, y giré la cabeza a ambos lados para mirarlos a todos a los ojos. No quería dejarlos solos pero sabía que yo era la única que podía llevar a cabo la siguiente fase del plan y los necesitaba para mantener a los parricistas a raya.
—Estamos bien. Haz tu parte —me dijo Fallon con una sonrisa en los labios—, está todo controlado.
—¿Seguro?
—Es pan comido —me contestó, y a continuación dio un paso adelante y los demás hicieron otro tanto.
Paralizada por querer quedarme para ayudarlos, pero a la vez sabiendo que debía irme si quería que tuviésemos alguna posibilidad de ganar, le dediqué a mi aquelarre una última mirada para infundirle confianza. Después corrí hacia el interior de la casa.
Pero no habría de separarme por mucho tiempo. Atravesé corriendo la cocina, esquivando la mesa por los pelos, y luego doblé la esquina y subí por las escaleras. Entré a trompicones en el cuarto de mis padres, me detuve ante la ventana y la abrí rápidamente. Trepé entonces al tejado y desde allí avisté a la multitud congregada en el césped, con la esperanza de verlos donde los había dejado. Suspiré aliviada al comprobar que era así y fui avanzando por las tejas de madera hasta que me detuve en el borde, justo a espaldas de mi aquelarre.
Desde allí arriba tenía una mejor perspectiva del panorama al que nos enfrentábamos…, y no era una visión agradable precisamente. Mi única esperanza era que, después de lo que me disponía a hacer, las apuestas dejasen de estar en nuestra contra. De hecho, contaba bastante con que fuese así, más que nada porque era la única idea que nos quedaba…
Mientras me preparaba para lo que estaba por venir, vi que empezaba a debilitarse el hechizo que mis amigos estaban conjurando. Les temblaban las manos y algunos parricistas se movían algo más rápido. Todavía no habían cogido velocidad, pero era cuestión de segundos. Tenía que actuar rápidamente si quería conseguirlo.
Cerré los ojos y me concentré en el último hechizo. Con una calma en mi interior que llevaba mucho tiempo sin experimentar, empecé a recitar los versos:
La sangre es más espesa que el agua,
que los lazos que ha atado nadie los deshaga.
Dejad que el poder que pasó en cadena
recorra ahora todas nuestras venas.
Lo mío es tuyo, lo tuyo es mío,
que la vida recobre lo que la muerte cercenó.
Invocamos a nuestra familia secular
para que al Mal nos ayude a doblegar.
La oleada de energía que sentía desplegarse en mi interior empezó a echar chispas mientras recitaba las palabras. Aquel hechizo era el último que había en el libro, el que había visto escribir a Christian en mi sueño. Cuando lo encontré, supe que era la respuesta a cómo vencer a los parricistas de una vez por todas.
Con una sensación de quemazón cada vez mayor en mi interior bajé lentamente la vista hacia mis manos, medio esperando verlas en llamas. En lugar de eso vi el anillo de Christian (que di por hecho que antes había pertenecido a Bridget): resplandecía con un rojo intenso y parecía irradiar ondas de energía. Tenía el cuerpo tan cargado de vibraciones que pensé que podía llegar a explotar. Por suerte el universo me tenía reservado otro destino.
De pronto sentí que la energía abandonaba mi cuerpo a sacudidas; me salió por manos, costados, cabeza; se derramó de mí por todos los sitios posibles. Pero no me dolía, más bien era una sensación agradable, como si soltase una presión acumulada en mi interior desde hacía mucho. Me quedé mirando cómo las explosiones de energía se convertían en rayos de luz y estos a su vez iban componiendo formas. Ante mis ojos empezaron a parecer cada vez más humanas, con contornos definidos de manos, piernas y cabezas como el resto de nosotros. Aunque en un principio costaba distinguir los rasgos faciales, se fueron perfilando poco a poco.
En cuanto los últimos hilachos de luz surgieron de mi cuerpo, a punto estuve de perder el equilibrio, pero, justo cuando me balanceaba peligrosamente en el borde del tejado, algo tiró de mí y me estabilizó.
Al buscar una respuesta detrás de mí, casi chillé de la conmoción: allí mismo, tan cerca que podía tocarla, estaba mi madre.
—¿Mami? —pregunté con un hilo de voz, incapaz de creer lo que veían mis ojos.
Y lo cierto era que ni siquiera tenía claro qué estaba viendo. Se trataba de mi madre, hasta ahí llegaba, pero estaba como borrosa por los bordes y al mirarla me dolían los ojos, como cuando observas fijamente una bombilla. Tenía la sensación de que si alargaba la mano para rozarle la piel solo tocaría aire, de modo que me contuve porque prefería creer que estaba allí conmigo y no era producto de mi imaginación.
—Hola, bonita —me contestó, y esas simples palabras me llenaron de alegría.
El sonido de su voz despertó en mí sensaciones que no me había permitido tener desde hacía mucho. Quise abrazarla, llorar, pero sabía que no era el momento; sentía la magia que fluía a mis pies y sabía que los parricistas estaban a punto de liberarse del hechizo de ralentización.
—Te echo de menos. —Una tontería, lo sé; con la de cosas que podía haberle dicho, solo me salió eso…
—Yo también te echo de menos, mi niña —me dijo ladeando un poco la cabeza con pena—. Pero estoy tan orgullosa de ti…
Sonreí al tiempo que una lágrima me rodaba por la mejilla.
—He intentado con todas mis fuerzas hacer lo que me dijiste.
Ahora le tocó a ella sonreír.
—Y lo has hecho. Ahora solo has de terminarlo.
—No sé si tendremos la fuerza suficiente —repuse, y me mordí el labio.
—Si estuvieses sola, no. Pero con la ayuda de todos nosotros mandarás a Samuel adonde hace mucho que tendría que estar.
—¿De todos vosotros?
Sentí entonces como si se me encendiese una bombilla en la cabeza. Miré hacia los Cleri y vi que, junto a cada uno de sus miembros, estaban sus padres, pero no quietos como al principio, sino irradiando un amor más luminoso aún hacia sus hijos. Y yo no era la única que podía verlos: Fallon, Jasmine, Sascha, Peter y los demás habían abandonado el hechizo de ralentización y se habían quedado mirando a sus seres queridos, a los que creían que jamás volverían a ver. Parecían igual de sorprendidos que yo pero ninguno abandonó su puesto.
Fue entonces cuando el hechizo que retenía a los parricistas perdió toda la fuerza y se abalanzaron todos a una sobre nosotros. En cuanto vieron la multitud que se había formado en los Cleri se pararon en seco, con la confusión dibujada en sus caras. Se quedaron mirando las figuras que escoltaban a cada miembro y alzaron la vista hacia el tejado, donde yo seguía encaramada. Se les desencajaron los ojos cuando miraron justo detrás de mí. Miré de reojo hacia atrás y vi que a mi madre y a mí se nos habían unido otras doce figuras que irradiaban luz; cada una iba vestida con ropa de una época distinta. Y entonces reconocí dos caras entre el grupo: las de Bridget y Christian.
—Hemos venido todos por ti, cariño —me dijo mi madre como leyéndome la mente.
Tal vez era así, pero me daba igual. Lo más importante era que tenía a todos mis parientes a mi lado, dispuestos a acabar con el enemigo que nos había perseguido durante siglos.
Cuando mi madre alargó la mano, se la cogí y le tendí la que tenía libre a Bridget. La corriente de electricidad que fluyó por nuestros cuerpos fue alucinante, aunque sabía bien lo que tenía que hacer con ella.
A mis pies todos nos imitaron, y aquel gesto pareció asustar a los parricistas, a quienes vi retroceder un paso con cada vez menos interés por atacarnos. La cara de Samuel había pasado de la suficiencia al enfado nada más ver quiénes se habían unido a nuestra lucha.
—¡No! —chilló perdiendo la compostura por primera vez desde que lo conocía—. ¡Os maté! ¡Os maté a todos!
—¿Es que no has oído nunca hablar de cosas que vuelven para morderte en el…? —empecé a preguntar.
Pero apenas me surgió la frase, la boca de Samuel me lanzó un hechizo con un alarido.
—¡Hadley!
Justo cuando me disponía a escudarme para recibir el impacto del hechizo de Samuel, una figura se lanzó delante de mí y encajó toda la fuerza del impacto.
—Hazlo ya. —Las palabras de Bridget llegaron hasta mis oídos y supe que tenía que hacerle caso.
—¡Exterminus departo! —grité con toda mi fuerza.
La energía salió entonces de mí para dirigirse directamente a Samuel. Cuando el hechizo le impactó en todo el pecho se produjo una explosión que pareció más bien una traca de fuegos artificiales. Las centellas surcaron el aire y dejaron paso luego a otras partículas que empezaron a caer a nuestro alrededor como lluvia. Alargué la mano para ver de qué se trataba.
Ceniza.
Me estremecí al pensar lo que significaba aquello pero me obligué a escrutar la oscuridad de la noche para comprobar si era posible. ¿Podía haber terminado de verdad? Escudriñé la penumbra y me di cuenta de que era cierto: Samuel había desaparecido y en su lugar había un círculo renegrido en el suelo.
Cuando los parricistas llegaron a esa misma conclusión, empezaron a huir por el jardín y a correr lo más lejos posible. Pensé en lanzarles otros cuantos hechizos de paralización, pero me pareció que no estaría bien atacarlos por la espalda. En lugar de eso me volví hacia mi madre para mostrarle mi sorpresa por lo ocurrido.
Pero ya no estaba.
Miré como loca a mi alrededor pero habían desaparecido todos; al parecer se habían desvanecido justo en el mismo momento que Samuel. Volvía a estar sola, sin nadie a mi lado para cuidarme.
Pero no era así: todavía había alguien tirado a mis pies; alguien que había saltado delante de mí para salvarme del hechizo de Samuel.
Y ese alguien era Asher.