Antes de poder recuperarme de la conmoción de ver volatilizarse media pared, aparecieron un par de botas entre la bruma de polvo y partículas de madera. Cuando la explosión sacudió el cobertizo, me precipité al suelo y me quedé sin escapatoria, pues la pared que había quedado de pie era justo la que tenía detrás. Además, no podía dejar allí a Asher, indefenso como estaba con las manos atadas. No tenía intención de volver a perderlo. Samuel era también enemigo suyo.
Me quedé allí sin más, demasiado conmocionada para moverme. Poco a poco el polvo se fue asentando y dejó entrever el cuerpo de un hombre, así como otro par de botas. Al cabo de unos segundos el espacio quedó invadido por un hombre de aspecto desaliñado y dos chicas, los tres con cara de malas pulgas y de querer molerme a palos.
—Hadley, suéltame —me susurró Asher—. No puedo ayudarte con esto en las muñecas.
No tuve tiempo de decidir si era buena idea soltarlo porque se me abalanzó la primera chica. Rodé unos cuantos palmos, me puse en pie y adopté una postura de defensa.
—Había pensado en hacer reformas, pero desde luego no era esto lo que tenía en mente —le dije contemplando la estructura que habían destrozado.
La chica me dedicó una mirada entre confundida y molesta. Se veía que los muchachos de Sammy no tenían muy desarrollado el humor. Lo mismo daba: yo también sabía ponerme seria.
—¿A qué esperas? Ven a por mí —le dije indicándole con el dedo que avanzara.
No necesitó más estímulos. La chica de mallas negras y zapatillas azules vino corriendo hacia mí y alzó una pierna para pegarme en el costado.
Al verla venir, la agarré de la pierna y utilicé su propio impulso para lanzarla contra la pared del fondo, donde aterrizó con un golpe seco y se quedó en el suelo tirada y cogiéndose la espalda por donde se había golpeado.
Contenta de haberme desembarazado de una, me volví hacia los otros dos, que no se habían molestado en moverse del sitio. La otra chica parecía menos segura de sí misma después de ver cómo me había deshecho de su amiga. Cambió el peso de pie, meditando quizá si debía atacar o de lo contrario era mejor retirarse. Al final miró de reojo a su compañero, como preguntándole «¿qué hacemos?».
Su colega no se mostró tan vacilante y me dedicó una sonrisa malvada, como si planeara alguna trastada o estuviese pensando algo sucio sobre mí. En cualquier caso, aquella mirada lasciva me incomodaba, aunque me aseguré de no hacérselo ver.
—¿A quién le toca ahora? —pregunté, sabiendo la respuesta pero con la esperanza de ir aligerando la cosa.
La bestia parda que tenía enfrente se limitó a gruñir por toda respuesta. Acto seguido levantó las manos para preparar un hechizo.
—¡Perplexelectrocutum! —gritó señalándome.
Intenté apartarme a tiempo pero sentí que el zumbido del hechizo me impactaba en el gemelo cuando corría hacia la derecha. Sentí una descarga eléctrica, parecida a la de los cacharros esos de broma para dar la mano a la gente; una sacudida mínima, que no basta para hacerte verdadero daño pero sí para que pegues un grito. Sin embargo, aquella me recorrió todo el cuerpo, desde las piernas, la barriga y los brazos hasta las yemas de los dedos. Imaginé que se limitaría a salirme por las manos, igual que la descarga de un rayo, y empezaba a preguntarme para qué se había molestado en mandarme un hechizo tan débil, cuando de repente se me juntaron las manos a la altura de las muñecas y se quedaron soldadas.
Al mirar hacia abajo comprobé con horror que no podía despegarlas, pero no tenía unas esposas como Asher; mis manos estaban atadas por una fuerza invisible. Parecía que me hubiesen implantado unos imanes minúsculos en las muñecas y estuviesen obligadas a permanecer juntas por campos de atracción comunes. Intenté separarlas pero no se movieron ni un ápice.
Mi rival de las botas se carcajeó con una risa maligna. Lo único que podía hacer era pararme a pensar, rastrear en mi cabeza en busca de algún hechizo aprendido que me sirviera para liberarme. De repente, sin embargo, me vi arrastrada por el suelo, como si tuviese una cuerda enganchada al lazo que me ataba las muñecas. Sin dejar de forcejear en todo el rato, contemplé desamparada cómo me acercaba cada vez más a él. No quería ni pensar en lo que podía hacerme cuando me pusiese encima las manos… o las botas.
Por fin rememoré algo que nos había dicho Jackson en una clase. Al instante dejé de pelear y le permití que me arrastrase por todo el suelo. Por la sonrisa que se le dibujó en la cara al matón supe que creía que me había rendido.
Cuando estuve tan cerca de él que habría podido tocarme con la mano, tiré de la cuerda mágica y me lancé contra él con toda la fuerza que pude. Como no se lo esperaba, al chocar, perdió el equilibrio, se cayó hacia atrás y se dio un buen porrazo contra el suelo.
En cuanto se desplomó, se me liberaron las muñecas, tal y como había sospechado. Hacía años nos habían enseñado que un hechizo solo funciona mientras quien lo haya conjurado esté concentrado en su poder. Por lo general, si logras distraer bastante a tu rival, su mente desbarra y suelta el hechizo, lo que puede darte un tiempo muy valioso para escapar.
Hasta ese momento no había comprobado lo útil que podía ser esa lección. Gracias a Dios que ese día presté atención, me dije, y por una vez agradecí las clases de Jackson.
Aturdido por lo que acababa de pasar, el tipo se quedó mirándome desde el suelo, donde estaba tirado. Lo saludé con la mano y le dediqué mi propia sonrisa diabólica. Acto seguido, antes de que pudiera recuperarse, le pegué una patada en la cabeza para asegurarme de dejarlo fuera de combate durante al menos media hora.
La chica que tenía ante mí se quedó paralizada al ver que era la única superviviente. Primero miró a su amiga, que estaba hecha un ocho detrás de mí, y luego al matón, tirado e inconsciente a medio metro. Casi podía ver el engranaje de su pensamiento: «¿Echo a correr y me arriesgo a sufrir la ira del líder de mi aquelarre, o me quedo para que probablemente esta chica me dé para el pelo?».
Al parecer la decisión no le costó tanto: al cabo de unos segundos salió corriendo por el agujero que había en la pared.
—Buena elección —le dije mientras la veía desaparecer. Me disponía a seguirla cuando oí cierto movimiento y alguien que se aclaraba la garganta.
—¡Hadley! Quítame esto para que pueda ayudarte —me pidió Asher con las manos en alto para mostrarme las esposas, que seguían atenazándole las muñecas.
Me detuve y me paré a considerar lo que estaba pidiéndome. Creía a pies juntillas la historia que me había contado, y a esas alturas costaba negar que existía un vínculo muy fuerte entre nosotros. Me había convencido de que nunca había querido hacerme daño, de que, de no ser porque lo había obligado Samuel, jamás lo habría hecho.
Pero estaba el fastidioso asunto de su hermana apresada por nuestro enemigo común… Y si lo pusiesen en la tesitura de elegir salvarla a ella y obedecer a Samuel, a saber qué haría Asher… Además, dadas las circunstancias, ¿podía realmente culparlo por escogerla a ella? Al fin y al cabo, era su familia, y nosotros solo nos conocíamos desde hacía una semana.
Hermana ganaba a novia nueva, por lo menos en nuestro caso…
Del mismo modo, los Cleri eran ahora mi familia y la seguridad de cada uno de sus miembros se había convertido en mi prioridad. Con todo, me costaba ignorar que por fin había tenido la oportunidad de encontrar el amor. Así que corrí hacia Asher, le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso largo y cálido que, de no haber estado en plena guerra, bien podría haber dado pie a algo más tórrido…
Cuando me aparté, siguió con los ojos cerrados unos instantes antes de quedarse mirando mi cara como en un ensueño. Alargué la mano para acariciarle la mejilla y sentir la perfecta suavidad de su piel. Lo besé una vez más antes de apartarme y mirarlo a los ojos:
—Yo también te quiero, Asher —le dije con la esperanza de que notase que lo decía en serio.
Me sonrió de esa manera tan típica suya, con los labios torcidos y como víctima de un flechazo. A punto estuvo de partirme el corazón. Sin embargo, cuando me levanté lentamente y di un paso hacia atrás, vi que la sonrisa se tornaba un gesto de confusión.
—Te quiero, pero será más seguro para los dos que no te suelte todavía —le expliqué con toda la pena de mi corazón—. Ojalá lo entiendas, Asher, y si salimos con vida de esto y sigues sintiendo lo mismo, espero que encontremos una forma de resarcirnos el uno al otro.
Acto seguido, antes de cambiar de parecer, salté por el hueco de la pared hacia la oscuridad de la noche.
Había estado tan distraída con mi peleílla en el cobertizo que no me había dado cuenta de lo que sucedía fuera. En cuanto puse un pie en el césped, el panorama me dejó boquiabierta: había gente corriendo despavorida por doquier. Algunos de mis amigos eran perseguidos por el enemigo mientras que en otros casos eran ellos los que perseguían. Volaban las centellas, al igual que los puños. Me quedé un momento parada, incapaz de dar crédito a lo que veían mis ojos.
Aunque sabía que las cosas se pondrían feas cuando nos enfrentásemos cara a cara con Samuel y su aquelarre, no estaba preparada para el caos en el que estábamos envueltos. Había gente llorando de rabia, de dolor y miedo y, pasado un rato, me vi incapaz de distinguir entre una cosa y otra.
Una oleada de energía me pasó a varios centímetros de la cara y estalló contra la pared que tenía a la izquierda. Al volver de golpe a la realidad me vi corriendo hacia el meollo de la batalla sin pensar siquiera lo que estaba haciendo. No había tiempo para decidir si era lo más inteligente o lo más adecuado, corrí sin más con el claro convencimiento de que tenía que ir a ayudar.
Me abrí camino entre el gentío mientras intentaba ver qué hacer. Costaba saber quién necesitaba ayuda y quién se las estaba apañando por su cuenta, de modo que intenté analizar cada situación según la iba viendo.
Primero pasé al lado de Jasmine y comprobé en el acto que lo tenía todo bajo control: la mujer que había intentado encajarle un hechizo empezaba a flaquear mientras Jazzy esquivaba fácilmente todas sus embestidas. Mi amiga tenía una sonrisilla en la cara que me era muy familiar: sabía lo que se hacía y la chica mala no estaba a su altura. Segundos después Jasmine gritó las palabras del hechizo que nos había enseñado al resto y dejó escapar un chillido de satisfacción cuando una maceta estalló y cayó en la cabeza de la parricista a la que se enfrentaba.
Cruzamos la mirada por un instante, pero enseguida seguimos nuestro camino, preparadas para encarar al siguiente brujo que nos saliese al paso. Pisé una pala cuando corría hacia el jardín y el mango me cayó en la mano; la calibré un poco en el aire y sentí su robustez.
Un tipo vino corriendo hacia mí con los brazos alzados, amenazante. No titubeé cuando blandí la pala y lo noqueé con ella; lo siguieron dos más pero esa vez no me molesté en aminorar la marcha para desarmarlos a ellos también. Atajé por una especie de cenador que habían construido mis padres hacía años, levanté la pala por encima de la cabeza y la coloqué entre las vigas, creando así una barra en la que me columpié y fui cogiendo velocidad hasta que le di en toda la barriga a una chica que intentó interponerse en mi camino. Salté de la barra, aterricé de pie sin problemas y me quedé mirando cómo la chica tropezaba y caía hacia atrás.
Mi época de animadora no solo me había enseñado a levantar el ánimo del público.
La mujer era mayor que yo, como de la edad de mis padres, y en cierto modo se me hacía raro pegarle igual que al resto. Cuando hizo ademán de levantar la mano, vociferé un hechizo de sueño que la dejó roncando en el suelo.
Pisé su cuerpo inmóvil y fui hacia la parte trasera de la casa. El ruido era ensordecedor; entre las explosiones, los gritos y los estrépitos, cualquiera habría dicho que era la Primera Guerra Mundial… Y en cierto modo, no habría ido muy desencaminada en lo que a violencia se refiere. Gracias a Dios que les había insistido a los Cleri para que se aplicaran con el combate mano a mano, porque otro viaje al hospital habría sido demasiado.
Mis ojos recalaron en Peter nada más doblar la esquina. El tipo que le había dado la paliza en la última pelea se las había arreglado para volver a enfrentarse con el más pequeño. Esa vez, sin embargo, era Peter quien tenía arrinconado al musculitos. Me disponía a preguntarle si iba todo bien cuando decidí cerrar la boca para ver cómo se desenvolvía.
Justo cuando el chico estaba a punto de abalanzarse sobre él, Pete arremetió con un hechizo de paralización. La fuerza hizo que se le tensara el cuerpo y se le abrieran los ojos del asombro. El otro no se esperaba un movimiento así de un chico que hacía solo una semana apenas era un puntito en su radar. Fallon, que también se dirigía a ayudar a Peter, redujo la marcha al ver volar el hechizo. Le hice un gesto negativo para indicarle que se mantuviera al margen. Me hizo caso y ambos nos quedamos a la espera de ver cuál sería el siguiente paso del benjamín del grupo.
Incapaz ya de moverse pero aún con los ojos desencajados, el matón de Samuel se quedó mirando cómo Peter avanzaba hacia él tan campante y se paraba cerca para mirarlo a la cara. Acto seguido, sin titubear, cogió impulso con el brazo y le pegó un puñetazo en la boca.
—He pensado que a lo mejor querías que te lo devolviera —dijo Peter mientras un hilo de sangre caía por la cara del tipo y le chorreaba hasta los zapatos.
Satisfecho con su actuación, Pete se volvió y nos vio por primera vez. En cuestión de segundos el descaro con el que había actuado se disipó y levantó el pulgar. Era el mismo Peter de siempre.
Acto seguido salimos corriendo cada uno por su lado e inspeccionamos los daños a nuestro alrededor.
—Tenemos que reunirlos a todos, no es bueno que nos separemos —dije mientras intentaba localizar a todos los miembros del aquelarre que pude.
Con un repaso rápido constaté que, aunque muchos se las habían ingeniado para seguir en pie, había unos cuantos que claramente no estaban preparados para la batalla. Corrí hacia una chica inconsciente en el suelo, a pocos metros de mí, la cogí, me la cargué al hombro y la llevé hasta el porche.
Peter y Fallon estaban haciendo lo mismo, recogiendo a los caídos y llevándolos a lo que habíamos designado como base.
—¡Cleris, replegaos! —grité con la esperanza de que me oyesen en medio del fragor de la batalla.
Sobre el terreno había ya más parricistas de los que había imaginado; al parecer no habíamos logrado desarmar a tantos como habíamos planeado. Todavía había más de varias docenas de hombres y mujeres corriendo por doquier y atacando a mi gente, tanto con magia como con pura fuerza bruta. Aunque todavía resistíamos, sabía que no duraríamos mucho si seguían cogiéndonos de uno en uno.
Era hora de reagruparnos y utilizar la fuerza conjunta del aquelarre para acabar con aquella historia de una vez por todas.
Fui lanzando hechizos contra el gentío mientras nuestros enemigos intentaban seguirnos hasta el porche. Habíamos conseguido reencantar la casa para que los parricistas no pudiesen entrar. Dejamos a los heridos en la cocina y plantamos el campo delante de las puertas.
Cuando tuve a mi aquelarre reunido en el porche empecé a comprender con exactitud a qué nos enfrentábamos. Los parricistas venían en oleadas; algunos estaban heridos y visiblemente descontentos al respecto, mientras que a otros parecía quedarles todavía bastante energía. El odio y la ira saltaban a la vista, y me pregunté cómo habían llegado a ese punto. ¿Qué hacía que una persona odiase tanto a otra como para querer verla muerta? ¿Tan atractiva era la promesa de poder que hacía que la gente estuviese dispuesta a todo?
Ahí fue cuando me di cuenta del daño que había hecho a lo largo de los años Samuel Parris, y no solo a nuestro aquelarre, sino también a los miembros del suyo. Era un lavado de cerebro de lo más terrible y tenía que parar… y la única forma de hacerlo era acabar con él.
Si de ellos aún había por docenas, de los nuestros apenas quedábamos nueve en pie. Por muy talentosos que fuésemos y muy preparados que estuviésemos, el balance no era nada positivo.
—¿Estamos todos? —pregunté en voz alta sin mirar hacia atrás. Los parricistas estaban ya plantándose en fila frente a nosotros, aunque sin atreverse a entrar en nuestro territorio. Sabía que aquello no duraría mucho, de modo que teníamos que hacer algo para evitar que nos aplastasen.
—Sí —me confirmó Fallon, y al notar su presencia a mi lado, por extraño que parezca, me sentí reconfortada.
Antes de poder reflexionar al respecto, surgió de la nada una voz estruendosa que retumbó en la noche.
—Bueno, bueno, bueno… Por fin volvemos a vernos, y a las puertas de un nuevo comienzo.
Las palabras de Samuel Parris retumbaron por el jardín y vi cómo su forma espectral se dibujaba por detrás de toda su gente, que se fue abriendo en dos hileras conforme su líder avanzaba lentamente hacia nosotros, sus ojos negros clavados en los míos. Pese al nudo que tenía en el estómago, seguí manteniéndome bien erguida, con las manos firmemente apoyadas en las caderas y las piernas algo separadas. ¡En la vida dejaría entrever el efecto que me provocaba!
—¿Qué tonterías estás diciendo? —preguntó Jasmine, que apareció de repente a mi otro lado, convirtiéndose así en la tercera punta de un triángulo de cuerpos.
En mi interior deseé que se callara, pero no se lo dije en voz alta. Samuel irradiaba una energía que me llegaba a oleadas, como las réplicas de un terremoto y, si bien no me dolía, me desestabilizaba y me intimidaba de un modo al que no estaba acostumbrada.
—¿Permites a tus inferiores que hablen por ti? —respondió con un asomo de provocación en la voz.
No me quedaba más remedio que contestarle, pues se había dirigido a mí.
—A mi amiga no le gusta nada que le digan lo que tiene que hacer —contesté sin sarcasmo.
—Pero tú eres su líder, la que gobierna su aquelarre. Dejar que tus subordinados se pasen de la raya y olviden que estás al mando será tu perdición.
—Ah, ¿sí? En mi mundo yo no controlo a nadie: se llama «libre albedrío», y tengo entendido que todos lo tenemos. Si fuera tú, yo me preocuparía por mi propio aquelarre. Algo me dice que están un poco hartos de ir detrás de ti todo el rato. Ándate con ojo o te clavarán un hechizo por la espalda.
—No osarían enfrentarse a mí —respondió sacudiéndose mi comentario como si fuese un disparate—. Y aunque así fuera, los mandaría a la tumba en un visto y no visto.
Al oírlo algunos de los que lo rodeaban pusieron cara de preocupación.
—Por lo menos yo sé lo que tengo que hacer con los que deciden desobedecerme —dijo alzando un dedo amenazador.
Cuando todos nos volvimos hacia donde apuntaba, vimos que había una figura flotando a un lado del jardín, con las manos por encima de la cabeza y las piernas colgando de forma extraña, como si estuviesen rotas. Cuando el cuerpo llegó a nuestra altura, tuve que contenerme para no chillar.
Arrastrado por el aire apareció Asher, que estaba inconsciente y pálido, salvo por los moratones y los cardenales que estaban saliéndole por la cara y los brazos. Al instante deseé haberle quitado las esposas y haberle insistido para que se largase de allí.
—Me parece que alguien no tomó la decisión adecuada…
Y con esas, Samuel soltó el cuerpo de Asher a más de metro y medio del suelo.