Capitulo 26

Siempre había puesto cara de incredulidad al oír aquella frase en boca de alguna chica, pero en esos momentos comprendí perfectamente a qué se referían cuando afirmaban que habían sentido que se les rompía el corazón; porque tuve esa misma sensación cuando vi que la bola de luz le daba a Asher en todo el pecho. Fue un dolor profundo, igual que ningún otro que hubiese sentido antes, y distinto al que experimenté cuando perdí a mi madre, que fue más parecido a la desesperación. Si no hubiese sabido que era imposible que un corazón se partiese físicamente en dos, habría apostado a que era eso lo que me sucedía.

No me había sentido más traicionada en mi vida, por nada ni nadie. En mi cabeza se dispararon docenas de pensamientos distintos, a cual peor. ¿Cómo era posible? Entonces, ¿nuestro romance solo había sido parte de los malignos planes de los parricistas de derrocar a los Cleri? ¿Me odiaría toda mi gente por haber sido yo misma la que lo había introducido en nuestro mundo seguro? ¿Cómo había sido tan tonta de enamorarme de un extraño cuando sabía desde el principio que había algo sospechoso en la forma que tenía de aparecer dondequiera que iba? Y por último, ¿cómo narices iba a seguir con mi vida después de saber que el único chico al que había querido jugaba para el equipo de los malos?

Por mucho que me costara admitirlo, eso era lo que había pasado. Ya no podía negar mis sentimientos por aquel moreno tan guapo, con los ojos más magnéticos que había visto en mi vida: todo apuntaba a que era amor. ¿Podría realmente ignorarlo? Y por mucho que lograse borrar mis sentimientos, ¿sería capaz de volver a confiar de corazón a otro tío?

Confiar… una palabra muy pequeña para todo el poder y capacidad de dolor que podía entrañar… Asher había cogido mi confianza y la había pisoteado. Estaba claro que, por muchos sentimientos que me inspirase, él no sentía lo mismo por mí. De lo contrario no me habría engatusado para hacerme creer que le importaba, cuando en realidad pensaba entregarme a los parricistas.

Fue entonces cuando lo comprendí: alguien así no merecía ni mi piedad ni mi amor.

Asher era un traidor y en modo alguno podría reparar ese daño. Y no pensaba dejar que mis sentimientos pusieran en peligro a mi aquelarre durante más tiempo. Debía pensar en el futuro de mis verdaderos amigos y hacer lo que fuese necesario; incluso si eso implicaba deshacerme del chico al que quería. Entorné los ojos y lo fulminé con la mirada mientras tomaba mi decisión.

Asher miró hacia abajo, donde seguía la luz, y luego hacia mí. Ignorando la locura que se había desatado a nuestro alrededor, no apartó ni por un momento la mirada de mi cara. Se le había quedado la boca ligeramente abierta, como si quisiese decir algo pero estuviese tan aturdido que no pudiese; y tal vez fuese cierto: era la primera vez que hacía aquel hechizo, de modo que, por lo que sabía, podía haberle dejado sin aire del impacto.

Por primera vez desde que lo conocí me pareció culpable. Lejos quedaba la confianza chulesca y la sonrisita sexi y sobrada que había acabado asociando con él. En esos momentos semejaba más bien un cervatillo ante los faros de un coche, que no sabe en qué sentido correr para que no lo atropellen. Me sentí tentada de decirle que no podría escapar de mi ira, pero había mucho jaleo alrededor y todavía no confiaba en que no me temblase la voz.

La agitación que se produjo a mi derecha me llamó la atención a tiempo para ver cómo Jasmine y Peter capturaban a Emory, que empezó a forcejear fieramente, pero estaba bien sujeta. Nunca había visto tan enfadada a Jasmine como en aquellos instantes; me alegré de no ser yo la que estaba en el extremo receptor de esa confrontación.

—¡Soltadme!

Volví en redondo la cabeza al oír aquel exabrupto de Asher. Fallon había imitado a Jasmine y a Peter, y él y algunos de sus acólitos habían rodeado a Asher y lo habían agarrado con fuerza. Mientras observaba la escena, incapaz aún de moverme por la conmoción, forcejearon con él hasta hacerle clavar las rodillas en el suelo. Una nueva punzada de dolor me atravesó las entrañas al ver que aquel era un gesto que debía representar amor y compromiso y que ya nunca formaría parte de nuestro futuro.

—¡Hadley! Hadley, mírame —me suplicó Asher con unos ojos rebosantes de franqueza—. Tú me conoces. Yo nunca quise hacer nada de esto, créeme.

—Pues la verdad es que no, Asher; no te conozco —repuse, y el dolor salió en forma de odio. Me dirigí entonces al resto de los miembros del aquelarre, los que no me habían traicionado, y les dije—: Que no se mueva.

Bajé los escalones del porche y atravesé el jardín hasta donde habían reunido, codo con codo, a Emory y Asher, ambos bien sujetos por el resto. Cuando por fin estuve frente a frente, me negué a mirar a Asher a la cara, pues temía que al hacerlo no pudiese evitar dar rienda suelta a mis emociones. Decidí concentrarme en Emory.

Aquella chica que tenía enfrente no se parecía en nada a la que había ido conociendo en las últimas semanas. No quedaba ni rastro de sus maneras tranquilas, silenciosas y agradables: aunque seguía llevando sus ropas floridas y parecía acabar de salir de la iglesia, se le había transformado la cara en un rictus rígido y feo, con los labios petrificados en un gruñido permanente y los ojos negrísimos, el blanco apenas visible. Era increíble que no hubiese visto antes la maldad que albergaba en su interior.

—¿Por qué estás aquí y qué es lo que quieres? —le pregunté sin el más mínimo asomo de bondad en mis palabras.

Esbozó una sonrisa petulante y se negó a responder.

—Vale, segundo intento —dije con la paciencia ya flaqueándome—. ¿Qué coño haces aquí y qué es lo que quieres?

En aquella ocasión imprimí el máximo poder de persuasión en la pregunta e hice acopio de toda mi voluntad para obligarla a responder. Al parecer, la fuerza de mis emociones potenció el hechizo, pues a Emory le temblaron los labios poco antes de empezar a hablar.

—¿Qué crees que estoy haciendo? —espetó—. Me ha enviado mi líder para recabar información sobre los Cleri.

—¿Quién te ha enviado? ¿Samuel? ¿Por qué esa fijación con nosotros? ¡No representamos ninguna amenaza para vosotros!

Emory resopló.

—¿Ninguna amenaza? ¿Me tomas el pelo? Anda, dime que no hablas en serio —replicó sacudiendo la cabeza—. ¿Quieres saber por qué le importáis tanto al reverendo Parris tú y tus amiguitos?

—Pues sí, quiero —le dije, y puse los brazos en jarras.

—Porque sois los únicos que importáis.

Todos nos miramos confundidos, preguntándonos adónde pretendía llegar con todo aquello: ¿quería desconcertarnos para que nos olvidásemos de lo que estábamos haciendo? Al cabo de unos segundos Emory se aburrió y siguió con sus refunfuños:

—¿Cómo puedes tener tan poca idea de todo? De verdad, qué coraje me da ver tanto talento desperdiciado en gente como tú —despotricó—. Si yo tuviera siquiera una gota del poder que tienes…

—¡Pero si puedes comunicarte con los muertos! ¿Qué más poder quieres? —le preguntó Jasmine con incredulidad.

—Yo no veo muertos, so palurda —repuso Emory—. Se llama «mentir», míralo en el diccionario.

Jasmine hizo ademán de abalanzarse sobre Emory pero la retuve interponiendo mi brazo. Mi amiga retrocedió, sin dejar de respirar con fuerza por toda la rabia contenida. No podía permitir que la dejase inconsciente hasta que no lograse sonsacarle cuáles eran los planes de los parricistas.

—Pensé que así confiarías todos en mí —prosiguió—, y que al deciros que había un traidor en el grupo empezaríais a desconfiar los unos de los otros. Esperaba que os socavarais entre vosotros y nos facilitaseis la labor. Pero por lo que se ve, ¡confiáis en cualquiera! —Al decirlo miró de reojo a Asher, que, al verla, empezó a sacudir la cabeza con vehemencia. Por mi parte, me limité a ignorarlo.

—¿Qué quieres decir con que somos los únicos que importamos? —la interrogué.

Seguía forzando la voluntad de Emory y sabía que iba a empezar a contarme cosas en contra de su voluntad. Me estaba viniendo muy bien ese poder. Aunque no me revelase todos sus secretos, me contaría lo suficiente para que mereciera la pena ejercer mi poder sobre ella. Al fin y al cabo, con que me enterase siquiera de lo más mínimo sobre el plan de los parricistas, nos veríamos en mejor posición de la que estábamos.

—Toda esa gente, todos tus familiares…; nos libramos de ellos porque tenían poder. Un poder que Samuel y los demás ansiábamos. Por alguna razón que ignoro, a los Cleri nunca les ha importado la influencia que podían ejercer en el gran esquema de las cosas; lo único que os ha interesado siempre ha sido el amor, la bondad y vivir vuestras vidas insulsas y aburridas. Nunca os ha importado ser el mejor aquelarre del mundo (cosa que podríais haber sido)… Os habéis contentado con ser ordinarios y simples. Y como no os merecéis las habilidades mágicas que os dieron, nos dijimos: «¿Por qué no cogerlas?».

—¿Asesinando a nuestros padres? —pregunté con una voz que era más bien un susurro. Lo último que quería era llorar delante de aquella embustera, pero al oír la ligereza con la que habían decidido acabar con nuestras familias me dieron ganas de gritar y ensañarme a puñetazos con alguien.

Emory se encogió de hombros. No había remordimiento en su mirada; es más, se veía claramente que creía a pie juntillas que el fin justificaba los medios. ¿Cómo se podía ser tan insensible? Era increíble. A fin de cuentas habían matado a nuestros padres, no a ningún don nadie.

A los nuestros… Lo que quería decir que sus padres también debían de haber estado en la reunión del almacén. ¿Por qué entonces se mostraba tan arrogante al respecto?

—¿Cómo pudisteis hacer algo así con vuestros padres dentro? ¿No te importa nadie más que tu misma?

—Samuel dio el soplo a mis padres con tiempo de sobra —admitió, y se rio por lo bajo—. Ese día no entraron en el almacén, se quedaron conmigo fuera viendo cómo ardía todo.

Esa vez fui yo la que me abalancé sobre ella, pero Fallon me siguió y me retuvo a distancia suficiente para que no le saltase los ojos a Emory.

—¡Suéltame, Fallon! —chillé, intentando llegar hasta ella.

Pero no me soltó porque sabía que era capaz de matarla, y eso desencadenaría la guerra antes de lo previsto. Además, me ganaría el molesto sobrenombre de asesina, cosa muy poco sexi. Tomé el control de mi respiración y me obligué a relajarme un poco, todavía sujeta por Fallon.

Sin apartar los ojos de Emory, me dirigí a Fallon:

—SUEL-TA.

Aunque no era mi intención convencerlo para que hiciera lo que yo quería, apenas las palabras salieron de mi boca su agarre perdió fuerza; sin embargo, no se apartó del todo de mí y decidió mantenerse cerca por si tenía que volver a intervenir. Para entonces, no obstante, yo había logrado controlar mis emociones y, aunque seguía furiosa, había abandonado la idea de estrangular a alguien.

Di una gran zancada y me puse tan cerca de Emory que sentí su aliento en la cara. Bajo la oscuridad vi asomar el miedo en sus ojos. Aquello me habría arrancado una sonrisa si no hubiese sido por lo triste que estaba.

—No te atrevas a volver a hablar así de mi familia o del resto de los Cleri. Eran mejores brujos de lo que jamás seréis vosotros y los parricistas arderán por lo que les hicieron. Pero ahora mismo, mientras sigas viva, vas a conocer un dolor como nunca antes lo has vivido —dije con mucha parsimonia.

Me adelanté un centímetro más y nuestras narices casi se tocaron, en una clara invasión de su espacio. Poco me importaba si se sentía incómoda o no porque tenía intención de hacerle desear no haberse infiltrado nunca en mi aquelarre.

—En una cosa sí tienes razón —le dije en un hilo de voz susurrante. Aunque sabía que el resto estaba con la oreja pegada para enterarse, quería que aquello solo lo oyese ella—. Soy más poderosa de lo que puedas imaginar, y me has tocado la moral. Los parricistas pueden venir a por nosotros las veces que quieran, y podéis herirnos, o pararnos un poco los pies, pero entiéndeme cuando te digo que ganaremos nosotros.

No esperé una respuesta; su cara pálida y su mandíbula desencajada me bastaban para saber que había conseguido lo que quería. Se habían acabado los jueguecitos, era hora de que los parricistas supiesen que íbamos a por ellos.

Me dirigí hacia la casa, donde esperaba poder meditar sobre lo sucedido, pero no fui muy lejos.

—¡Hadley, espera! Yo no soy como ella, yo no tuve nada que ver con lo que les pasó a tus padres. Yo ni siquiera quería hacer nada de esto. ¡Hadley!

En ese momento Asher se precipitó hacia mí con las manos extendidas, implorante. Los demás se apresuraron a agarrarlo y a apartarlo.

Con el revuelo alguien chocó con Peter y Jasmine y esa mínima colisión bastó para que soltasen a Emory. Al ver que las manos que la retenían por los brazos se aflojaban, se zafó y echó a correr hacia la cerca trasera. La saltó y recobró la libertad.

—¡Cogedla! —chillé, aunque sabía que nadie lograría atraparla ya.

No me equivocaba: en cuestión de quince segundos había desaparecido.

Sayonara, zorra —dijo Jasmine todavía con la vista perdida en la dirección por la que Emory se había ido.

Con ella se fue la mejor oportunidad para saber más sobre los planes de los parricistas, pero no todo estaba perdido: teníamos a Asher. Por muy herida y enfadada que estuviese con él, no tenía intención de dejarle ir sin que nos diese hasta el último dato que tuviese.

—Atadlo en aquel cobertizo de allí —les dije a los chicos que tenían sujeto a Asher—. Sonsacadle todo lo que sepa sobre los planes de los parricistas. Si no canta, lo matáis.

No lo decía en serio, y ni en sueños los demás liquidarían a otro chico de su edad si no era en defensa propia, pero Asher no tenía por qué saberlo. Y estaba demasiado enfadada con él para que me importase. Además, no le vendría nada mal un poco de sufrimiento al muy judas… Se iba a enterar de lo que era sentirse traicionado.

—¿Cómo? —alcanzó a decir Asher con los ojos como platos—. ¿Estás de broma? Hadley, no soy quien tú crees que soy. Soy…

Mordazflix sertikin —dije lanzando las palabras del hechizo de enmudecimiento a mi ex.

Estaba harta de oír sus embustes.

En cuanto dejaron a Asher bien inmovilizado en mi vieja caseta de juegos, los congregué a todos para una reunión. Una vez nos habíamos deshecho de los enemigos —o al menos de dos—, podíamos volver a los entrenamientos…, y esa vez más en serio que nunca. Mientras unos cuantos de los mayores vigilaban a Asher e intentaban hacerle responder preguntas sobre los parricistas, reuní a los más fuertes del aquelarre y nos pusimos a estudiar detenidamente el libro de conjuros. No podía aprendérmelos todos yo sola; además, ahora que sabía que podía confiar en ellos, estaba dispuesta a compartir aquellos conocimientos.

De modo que, después de enseñarles algunas nociones básicas de combate cuerpo a cuerpo y movimientos defensivos (a bloquear, a dar patadas y a zafarse de llaves), los dejé entrenando, mientras Jasmine, Fallon, Peter, Sascha y yo practicábamos y memorizábamos todos los hechizos que podíamos. Aunque muchos no nos serían de utilidad en aquel caso en particular, había algunos que seguro que necesitaríamos. Y si éramos capaces de hacerlos, les sacaríamos ventaja a los parricistas.

—Qué largos son los conjuros estos… —se quejó Sascha.

Nos habíamos juntado en el cuarto de mis padres, porque, aparte de ser el más grande después del salón, desde allí podía controlar lo que hacían los demás. Le asigné a cada uno un sitio de la habitación para que practicaran. Sascha estaba en un rincón, con la cabeza echada hacia delante y la espalda contra la silla. Tenía las piernas apoyadas en el respaldo de otra silla pero llevaba falda y se le estaba subiendo por los muslos: yo no era la única que se había fijado en que estaba peligrosamente cerca del exhibicionismo delante de todos.

—No sé si lo sabrás, pero en otros tiempos las conversaciones eran más largas que un tweet —le respondió secamente Jasmine, que se había lanzado a la cama en cuanto había entrado y se había puesto cómoda entre los almohadones.

Peter, por su parte, había logrado hacerse un hueco en una esquina del colchón, asegurándose de no traspasar el espacio personal de Jasmine, que tampoco parecía preocupada al respecto. Porque, venga, ¿quién sería capaz de echar a Peter de la cama? Habría sido igual que hacer que un cachorrillo durmiera en el suelo.

—Ja, ja —replicó Sascha, que al cabo le sacó la lengua—. Lo que me pregunto es por qué no van más al grano.

—Pues yo creo que en realidad tiene sentido. —Estaba sentada en el poyete de la ventana, desde donde podía seguir el entrenamiento del resto. En ese momento centré mi atención en el cuarto—. Cuanto más concretos son los hechizos, más potentes resultan. No sabría cómo describirlo pero cuando he hecho antes el hechizo he notado un manantial de poder como nunca antes había sentido. Ha sido como acceder a algo antiguo…

—Bueno, sí, viejos son; eso es seguro —intervino Fallon con un resoplido mientras hojeaba al azar el libro.

Me puse de los nervios: había estado a punto de rasgar una página. Seguía extrañándome que no hubiese sido él quien nos había vendido a los Cleri y, aunque por lógica sabía que no trabajaba para el enemigo, todavía no me fiaba del todo; por desgracia tampoco tenía más alternativa dadas las circunstancias.

—Cuando decía «antiguo», no me refería a anticuado. Más bien ha sido como… una magia que se hubiese ido concentrando con el tiempo y que estuviese lista para ser desatada de nuevo. Estos hechizos son mucho más intensos que todos los que nos han enseñado. Y no sé por qué ni cómo, pero estoy convencida de que nos ayudarán a vencer al reverendo Parris cuando lo tengamos delante.

—¿Y eso cuándo va a ser?

Aquella pregunta me había estado rondando la cabeza desde hacía horas, o, para ser más precisa, desde que se había escapado Emory, que sabía exactamente dónde estábamos escondidos. La cabaña había dejado de ser un sitio seguro, de modo que no quedaba mucho tiempo antes de que vinieran a buscarnos.

Y yo estaba harta de que nos atacasen. La próxima vez que nos enfrentásemos a los parricistas estaríamos preparados y lo haríamos según nuestros términos.

—Mañana —respondí. Había calculado el tiempo aproximado que le llevaría a Emory llegar hasta donde estaba Samuel y lo había sumado a lo que tardarían en volver hasta la cabaña todos juntos. Y aunque era antes de lo que me habría gustado, tendríamos que estar preparados—. La guerra empezará mañana al anochecer.