Cuando una media hora después de dejar a Asher bajé por fin, me encontré con que estaban todos despiertos y practicando ya los hechizos que habíamos aprendido el día anterior. Me llenó de orgullo ver que no tendría que convencer más a los Cleri para entrenar porque ellos mismos ansiaban mejorar.
Al entrar en la cocina, no pude evitar que mis ojos se fijaran primero en Asher, que estaba cerca del fregadero desayunando un cuenco de cereales. Cuando me vio, me dedicó una gran sonrisa, con un hilillo de leche bajándole por la barbilla. Me fui directa a él y me apoyé en la encimera, con una cadera un poco más salida que la otra, y alcé la vista hacia él.
—Yo creía que los cereales eran cosa de críos —le dije señalando la caja que tenía al lado.
—Esos es lo que quieren que creamos; en realidad son para todos los públicos.
—Tú eres un poco fullero, me parece a mí —repuse enarcando las cejas.
Hizo una pausa antes de meterse más comida en la boca, pero fue tan breve que ni me habría fijado si no hubiese estado mirándolo.
—¿Por qué dices eso? —me preguntó otra vez con la boca llena.
—Bueno, por el plan tuyo de anoche, eso de hacer como quien no quiere la cosa. Bastante sospechoso. Seguro que sabías que si venías a mi cuarto te dejaría quedarte.
Sonrió y replicó:
—No sé de qué hablas, yo solo pasaba por allí; tú fuiste la que me invitó a entrar.
—¡Serás mentiroso! —exclamé fingiendo asombro. La verdad es que lo habría dejado entrar, tanto si me lo hubiese pedido directamente como si hubiese intentado camelarme.
—Por mí puedes seguir actuando como si el jurado no hubiese llegado a un veredicto sobre mí, pero sé que te vuelvo loca.
—Y eres muy modesto, por lo que veo.
—Realista, más bien.
—Ajá.
—Hadley, ¿hoy vamos a ver cosas nuevas o repasaremos lo de ayer?
Al volverme vi a Emory y Peter justo en el umbral de la puerta que daba a la calle. No me había dado cuenta de que los demás estaban ya todos fuera y Asher y yo éramos los únicos que quedábamos en la cocina.
—Repasaremos algunas cosas pero he pensado que hoy vamos a centrarnos en el combate cuerpo a cuerpo —respondí todavía mirando a Asher.
—Guay —dijo Peter, que hizo crujir sus nudillos; luego miró hacia atrás, como nervioso, se acercó un paso más y me susurró—: Oye, Had, a lo mejor quieres echar un vistazo fuera antes de empezar.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —le pregunté, pues no me gustaba el tono en que lo había dicho.
Me apresuré a salir por la puerta de atrás sin esperar a los demás. Escruté el jardín en busca de cualquier cosa fuera de lo normal o de algún peligro potencial. Vi ambas cosas cuando mis ojos aterrizaron en un corrillo que se había formado a la derecha: en el centro estaba Fallon.
Empezó a hervirme la sangre nada más verlo allí charlar animadamente con el grupo.
—Un detalle por su parte dejarse ver —gruñí para mis adentros.
Atravesé el césped con paso decidido mientras pensaba qué decirle, porque tenía ganas de chillarle, de gritarle que desapareciera, y de interrogarle sobre dónde se había metido o, al menos, insultarlo por todos los fastidios que me había causado últimamente. El grupo, sin embargo, estaba en una fase tan buena (por fin nos habíamos convertido en un aquelarre auténtico, y no solo en un puñado de huérfanos) que pensé dos veces hacer algo que pudiera hacernos retroceder. Necesitábamos estar totalmente unidos si queríamos ganar la lucha contra los parricistas.
«Calma, mantén la calma…», repetí para mis adentros conforme me acercaba al grupo.
Me plantifiqué una sonrisa en la cara, me llevé los brazos a la espalda para evitar parecer a la defensiva y luego me abrí camino entre el grupo para llegar hasta mi amigo-enemigo. Antes de empezar a hablar, me imaginé a Fallon como lo que era: un chaval que últimamente había tenido que lidiar con muchas fatalidades y que estaba intentando buscar su lugar en el aquelarre.
Además, con todos ya reunidos en la cabaña, me resultaría más fácil llevar a la práctica mi plan para averiguar quién era el traidor. Cuanto antes supiese en quién no podía confiar, mejor. Entre tanto, tenía que actuar como si no pensase que todo el mundo era sospechoso.
—Y los tíos esos venían hacia mí y, cuando rodé hacia un lado, los detuve con un hechizo impresionante. Pero luego el otro me tiró una bola de fuego que me quemó mi camisa favorita, aunque conseguí apagarla y dejarlo frito con un hechizo de sueño. Después salí por patas, y supe que tenía que volver con vosotros, chicos. Más que nada por si necesitabais mi ayuda…
Me resistí a la tentación de poner los ojos en blanco.
—¡Hombre, Fallon! —exclamé intentando sonar todo lo natural que podía en aquellas circunstancias.
Si lo hubiese abrazado se hubiese olido algo, de modo que mantuve la distancia pero le dediqué una gran sonrisa de bienvenida. Al parecer aquello fue suficiente para disparar sus alarmas, porque casi al instante cruzó los brazos sobre el pecho y entornó los ojos.
—Hadley —dijo despacio, casi con desconfianza, sin asomo alguno de bondad o amistad, solo desafío y enfado. Su reacción me dejó un tanto descolocada, pues al fin y al cabo había sido él quien había puesto a todo el mundo en mi contra; a tenor de su comportamiento, cualquiera habría dicho que había sido justo al revés.
—¡Me alegro de que hayas vuelto! —le dije con mucha energía, sintonizando con mi animadora interior y haciendo lo posible por interpretar el papel. Aunque no fuese del todo verdad, sabía que era lo que debía decir.
—¿Gracias? —me respondió todavía visiblemente confuso, sin saber a qué venía mi actuación de niña buena.
—Te has perdido unos hechizos alucinantes estos días —seguí.
—¡Y tanto! Ayer aprendimos un hechizo para hacer estallar cosas y nos pusimos a explotar globos de agua. ¡Fue la bomba! —dijo un chico más pequeño mirando hacia el fondo del corro.
—Eso parece —repuso Fallon sin dejar de fulminarme con la mirada. Con el ceño fruncido, cambió el peso del cuerpo de un pie a otro—. ¿No vas a preguntarme dónde he estado? —La respuesta sonó a desafío, o tal vez fue solo producto de su asombro; no habría sabido decirlo.
—¿Por qué? Ni que fuera tu… —estaba a punto de decir «madre» pero reculé justo a tiempo— canguro. Seguro que tenías una buena razón para ir donde has ido. Venga todo el mundo, ¡vamos a empezar! Primero repasaremos lo de ayer y esta tarde veremos cosas nuevas.
Dejé a Fallon boquiabierto mientras me daba media vuelta y me iba sin discutir. Seguro que pensaba que le recriminaría por haberme querido echar, o cuando menos usaría con él la típica actitud cortante que solía reservar para hablarle. Que no hubiese reaccionado de ninguna forma debía de haberlo descolocado de medio a medio.
Si no hubiese sido porque estaba ya pensando en la siguiente fase de mi plan, me habría tomado unos momentos para reírme de la cara que se le había quedado. En lugar de eso, hice una foto mental y la almacené para un momento futuro en que necesitase animarme.
Recité en voz alta uno de los hechizos que ya habíamos aprendido y me fui hacia el porche, desde donde contemplé cómo todo el mundo se separaba en grupos y se ponía a entrenar. Incluso Fallon, a pesar de que seguía aturdido, se les unió, y varios de sus acólitos lo rodearon y le enseñaron el hechizo de Jasmine de hacer estallar cosas. Por increíble que parezca, solo le llevó un cuarto de hora aprender lo que al resto le había costado una hora perfeccionar.
«Parece que alguien ha estado practicando».
Empecé a darle vueltas a la cabeza, preguntándome cómo había conseguido mejorar tanto. Quizá sí que tendría que haberlo presionado para que me contara dónde se había metido en el último par de días. Al menos así habría sabido a qué enfrentarme. En cualquier caso, tampoco creo que me hubiese contado la verdad; era poco probable que diese un paso al frente y dijese: «Sí, estuve con mis colegas los parricistas. Te suenan, ¿no? Pues nada, les he estado contando todos los secretos que tenemos y se los he servido en bandeja. ¡Sorpresa: yo soy el traidor!».
Sííí, claro… Quienquiera que estuviese planeando vendernos al enemigo no iba a admitirlo por voluntad propia…, al menos hasta que nuestros rivales no estuviesen de camino para acabar con nosotros de una vez por todas. No, iba a tener que sonsacárselo yo.
Y gracias a mi nuevo libro de conjuros familiar sabía cómo desenmascarar al agente doble. Al igual que sabía que, en cuanto lo hiciese, sería difícil volver al entreno, de modo que decidí darles unas horas para que repasasen los hechizos aprendidos.
Mientras tanto me puse cómoda y empecé a examinar uno por uno a cada miembro del grupo para dilucidar si era posible que el traidor no fuese Fallon. Por supuesto, en cuanto empecé a considerar los posibles sospechosos no tardé en invocar a la conspiradora que llevaba dentro y acabé viéndolos a todos como traidores en potencia.
Jasmine siempre había sido un poco impetuosa y «ligera de magia». Era cierto que la habían noqueado en el centro comercial, lo sabía, pero supuse que también habría podido fingirlo todo si hubiese querido. Con todo ese negro en su guardarropa, tenía la palabra «oscuridad» escrita en la frente.
Y Sascha también tenía papeletas para ser el topo. Vamos, por favor, no se puede ser taaan feliz y agradable todo el tiempo (aparte de mí, claro), por no decir que había sido ella quien había liderado la revuelta contra mí antes de que Fallon se subiese al carro y me echaran de la casa. Aunque hasta la fecha no la había considerado una amenaza, eso mismo la convertía en la enemiga perfecta.
Después de mucho pensar, me convencí de que todos los miembros de mi aquelarre podían ser el supuesto judas. Pero era una sensación horrible no poder confiar en nadie, no era forma de ir por la vida.
Había llegado la hora de llegar al fondo de todo aquel entuerto. Pronto no tendría que preocuparme sobre en quién confiar y en quién no.
Sabía las palabras que tenía que recitar. Antes de bajar del cuarto me había aprendido el conjuro de memoria. Ni en broma pensaba enseñar mi libro de conjuros familiar al resto de los Cleri con un lunático al acecho, dispuesto a entregarnos en cualquier momento. De eso nada; ese secretito me lo guardaba para mí…, al menos hasta que me deshiciera del embustero con patas.
—¡Eh, gente, rápido! ¿Podéis venir aquí todos? Tengo que contaros una cosa. —Repasé el jardín para asegurarme de que todo el mundo estaba atendiendo. Ese día no había apartado a las brujas de talentos especiales para que perfeccionasen sus hechizos y hasta Asher andaba por allí, descansando detrás de mí en una silla.
En cuanto todo el mundo estuvo en el césped frente a mí, se quedaron mirándome como a la espera de instrucciones. Respiré hondo y les sonreí para infundirles confianza. Era el momento de la verdad: me disponía a fastidiarle los planes a alguien y a dejar perplejo al resto del aquelarre, pero era mi deber. Se había acabado lo de dejarnos vapulear por los malos.
Era la hora de poner toda la carne en el asador y demostrarles a los parricistas lo serios que podían ponerse los Cleri.
—¿Vamos a aprender un hechizo nuevo? —preguntó esperanzando Peter.
En las últimas semanas el más pequeño del grupo había ido mejorando cada vez más en el dominio de los hechizos. A lo mejor no haber tenido la presión de Fallon sobre él le había permitido concentrarse y dar rienda suelta a todo su potencial; o quizás hubiese dado con la fórmula de un brebaje de magia negra y estaba con un subidón de brujería.
Pronto nos enteraríamos de cuál era la verdadera razón.
—No exactamente —repuse—. En realidad quiero hablaros de una cosa. Desde que los parricistas aparecieron en el pueblo, nos han tenido corriendo de aquí para allá. Y hemos hecho un gran trabajo entrenándonos para el día de la batalla. Cuando vinimos aquí os conté que la cabaña era una especie de refugio, un lugar seguro para escondernos hasta que estuviésemos preparados. Y aunque en su momento yo también creía que era así, me he dado cuenta de que el enemigo se ha infiltrado entre nosotros.
La gente ahogó varios gritos y empecé a escrutar cada cara en busca de culpabilidad o vergüenza, de algo que delatase claramente al agente doble. Lo único que vi, sin embargo, fue miedo y confusión reales mientras miraban a su alrededor como si los parricistas estuviesen a punto de salir de sus escondrijos en cualquier momento.
Al parecer iba a tener que ejecutar el hechizo, no me quedaba más remedio. Tampoco era un problema: desde que lo había encontrado estaba deseando ver cómo funcionaba.
—Hay un traidor entre nosotros, alguien que planea entregarnos a los parricistas. Esa persona ha estado actuando como un compañero más, cuando en realidad es enemigo nuestro. Ha llegado la hora de mandarla de vuelta a su verdadero aquelarre.
—¿Cómo?, ¿quién?
—¿Lo dices en serio?
—Pienso matar a quien sea —amenazó Jasmine con un gruñido que sonó de lo más auténtico.
—No estoy segura de quién es, pero vamos a averiguarlo gracias a un conjuro que he encontrado.
Una vez más empezaron todos a mirarse entre sí, recelosos de repente de la persona que tenían al lado. Chicas que eran amigas desde hacía años se apartaron unas de otras, mientras que quienes no conocían a su vecino fruncieron el ceño como si ya supieran quién era el culpable. Los entendía, yo sentía lo mismo. Por suerte no tendrían que esperar tanto como yo para saber quién era el malo de la película.
Me aclaré la garganta y me concentré en los versos que llevaba horas esperando declamar:
Nunca se sabe quién es amigo o rival;
pregúntaselo directamente y no te lo dirá.
No cierres los ojos a la verdad,
o por la espalda el cuchillo recibirás.
Cuando el sol ilumine la oscuridad,
al traidor y sus mentiras atraparás.
En cuanto empecé a recitar el conjuro supe que iba a funcionar; el poder que noté surgir de todo mi cuerpo a punto estuvo de impedirme seguir. Me pareció que una corriente eléctrica me recorría las venas. Pero no era una sensación peligrosa, era simplemente… distinta. Proseguí, pues, recitando una palabra tras otra hasta terminar el hechizo.
Cuando llegué al último verso, empecé a irradiar luz por las manos, como un fuego encendido en cada palma, aunque no sentía calor ni había llamas, solo luz. Me empezaron a temblar los brazos por la fuerza del conjuro, que estaba colmándome por dentro, cada vez más y más hasta el punto de que creí que iba a estallar de tanta fuerza.
Justo cuando pensaba que no podría aguantar más, la magia me salió disparada de las manos y surcó el aire a mi alrededor. Me quedé mirando cómo las dos estelas de luz zigzagueaban por el grupo que tenía delante, como serpientes que se doblaban y se curvaban mientras buscaban a su víctima. La gente echó a correr por miedo a que los rayos los lastimaran. Sin embargo, yo sabía perfectamente qué era lo que buscaban.
Se me aceleró el corazón entre la intensidad del hechizo y la angustia por saber qué pasaría. Después la pesadez de estómago se convirtió en náuseas en cuanto vi con los ojos desencajados que la primera bola mágica impactaba en Asher y la segunda en Emory.