Capitulo 21

Entramos en la cabaña en silencio, aunque no porque no tuviésemos ganas de hablar sino, más que nada, por no saber bien qué decir. Llevaba todo el camino de regreso (cuando no estaba ocupada flipando con lo comprensivo que se había mostrado Asher) preguntándome si las cosas seguirían tirantes a mi vuelta; porque, por un lado, la última vez que había estado allí me habían echado, pero, por otro, mi aquelarre había ido a buscarme y aquello tenía que significar algo. Como habíamos vuelto en coches separados, no había podido tantear a los demás para ver qué pensaban de mi regreso.

Lo único que sabía de momento era que, por extraño que pareciese, me sentía muy bien allí.

Al ser tarde, sobre las dos de la mañana, esperaba encontrarme con la casa en silencio y todos sus habitantes dormidos, pero nada más entrar en el salón vi que casi todos seguían levantados y posiblemente no se habían movido del sitio desde que los demás se habían ido. Algunos hojeaban revistas o tenían libros abiertos delante, aunque también los había sentados sin más, mirando al vacío. En cuanto entramos todas las cabezas se volvieron hacia nosotros.

Allá vamos.

Estaba intentando decidir qué decirles —si les pediría perdón por lo que había pasado, o bien les diría que si tenían algún problema con mi vuelta que se fuesen buscando otro escondite—, pero resultó que no hubo necesidad. Casi al instante, me embistieron por un lado y el cuerpo se sacudió por la fuerza del impacto. Cuando me recuperé de la conmoción, miré hacia abajo y vi que mi atacante era Penelope, una chica de trece años a la que tenía asociada con los caballos porque siempre llevaba el collar de un poni. Apenas habíamos intercambiado saludos y, la verdad, siendo sincera, no le había dedicado nunca muchos pensamientos; se podría decir que pertenecía al banquillo de nuestro aquelarre y rara vez se la veía o se la oía. En ese momento, sin embargo, tenía a la chica enganchada a mis piernas, con los brazos alrededor de la cintura en una llave de una fuerza que me sorprendió viniendo de una persona tan pequeña.

—Por favor, no vuelvas a irte —murmuró con una vocecilla que solo yo oí. Me estaba suplicando con tal emoción que casi me partió el corazón.

Alcé la vista y vi miradas parecidas en las caras del resto del aquelarre: estaban contentos de verme de vuelta, no parecían enfadados ni con ganas de discutir conmigo. Las sonrisas de sus caras iban del alivio al entusiasmo pasando por la alegría.

En ese momento lo supe: la guerra fría había acabado. No habría resentimiento y pasaríamos página. Qué narices, ya la habíamos pasado en cierto modo… Estaban contentos de verme volver, y yo igual.

—Prometo que no volveré a irme —dije mirando a Penelope, que lloraba ya a lágrima viva—. Estáis aquí atrapados conmigo, os guste o no.

Sentí una palmadita en la espalda y me volví para ver algo que no me esperaba: mis ojos se clavaron en Peter, que había aparecido de la nada. Todavía tenía hematomas y seguramente tardaría unas semanas en recuperarse del todo, pero estaba esbozando su típica sonrisilla bobalicona y se movía con bastante soltura. Me abalancé sobre él y le di un abrazo enorme, con tanta fuerza que soltó un chillido de dolor. Sabía que estaba abochornándolo pero me daba igual, estaba tan contenta de verlo que era incapaz de preocuparme por eso.

Cuando por fin lo solté, se hizo a un lado y entonces pude ver a Jasmine, que estaba justo detrás de él.

—¡Jazzy! —chillé, y me dispuse a abrazarla.

Mi amiga fue más rápida, sin embargo, y alzó las manos para advertirme de que parara antes de lanzarme sobre ella. Pero al verla sonreír supe que ella estaba igual de contenta de verme que yo a ella.

—¿Qué hacéis aquí? ¿Cuándo os han dado el alta? —les pregunté tras una pausa para recomponerme.

Jasmine hizo un gesto, como quitándole importancia al asunto.

—Estamos bien. ¿Te creías que una pequeña rencilla iba a dejarnos para el arrastre? Somos demasiado duros para eso. ¿Has visto qué músculos? —Subió una de las mangas de Peter y dejó a la vista un brazo escuálido.

No pude evitar reírme.

—Sí, de lo más impresionante. No, pero, en serio, ¿seguro que estáis bien? A lo mejor no tendríais que haber dejado el hospital tan pronto, por eso de estar allí más vigilados…

—Gracias, mami, pero creo que estamos bien —me respondió Jasmine medio en broma—. No habría aguantado ni un minuto más tumbada allí. Era como una prisión, aunque más limpia.

—El médico solo nos ha dicho que nos lo tomemos con calma un par de días y nos ha recetado unos cuantos de estos. —Peter agitó un frasco que deduje que eran analgésicos.

—Oye, que no son todos para ti —replicó Jasmine, que le quitó de las manos el frasco y se lo metió en el bolsillo. Se le notaba que todavía le dolía la cabeza porque se movía mucho más lentamente de lo habitual en ella. Peter no hizo ningún esfuerzo por recuperar el objeto robado.

—¿Y Jinx? —Me dolió preguntar, pero la cuestión me rondaba la cabeza desde que había visto a mis otros dos amigos en casa.

—Sigue en el hospital, pero los médicos han logrado detener la hemorragia, e incluso se ha despertado un rato. La tienen enganchada a un montón de monitores y la están medicando para que duerma todo el día, así que las enfermeras nos dijeron que podíamos irnos a casa.

—¿Se pondrá bien? —pregunté esperanzada.

—Eso dicen —respondió Jasmine encogiéndose de hombros. Estaba haciéndose la dura pero sabía que le afectaba tanto como a mí que Jinx estuviese herida.

Por primera vez sentí que respiraba por fin; aunque siempre había tenido la esperanza de que Jinx se recuperaría, e incluso había confiado en la vieja técnica de la negación para superar las pasadas veinticuatro horas, una parte de mí no había dejado de esperar las malas noticias. Con la crisis más apremiante superada, me vino otro pensamiento a la cabeza.

—Un momento. ¿Cómo habéis venido hasta aquí?

—Fallon ha venido con otros mayores a recogernos al hospital —me explicó Peter, medio agradecido, medio molesto.

Aquella noticia me sorprendió: ¿desde cuándo Fallon hacía algo movido por la bondad de su corazón? O al menos sin ningún motivo maligno encubierto… ¿Sería que esperaba que se uniesen a la fiesta de «Odiamos tanto a Hadley»? Desde luego, si era así, estaba claro que el tiro le había salido por la culata, dado el recibimiento de hacía unos minutos.

—¿En serio? ¿Fallon?

Jasmine asintió.

—Fue decirle que queríamos volver y al cabo de una hora nos estaba recogiendo.

—Bueno, me parece todo un detalle por su parte. —Alucinada todavía por su forma de actuar, miré a mi alrededor en busca de mi enemigo. Al no verlo, medio esperé que saltase de la nada y me apuñalase por la espalda.

—No está —me explicó Peter—. Nos ha dicho que tenía que hacer una cosa, así que nos ha dejado aquí y se ha ido.

Me pareció un poco raro que los hubiese acercado hasta aquí y luego hubiese desaparecido sin más, pero me abstuve de decir nada. No había necesidad de preocupar a los demás con teorías conspirativas, por mucho que a mí me pareciesen bastante válidas.

Ni en broma: lo único que quería en esos momentos era recrearme en que estaba de nuevo en casa, con mi aquelarre (o con la mayor parte, al menos) y en que las cosas habían vuelto a la normalidad. Era hora de olvidarme de Fallon y de lo que podía estar haciendo en esos momentos. Tenía mejores cosas en las que pensar.

—¿Quién es ese? —preguntó Peter con cierta desconfianza. Nunca le había oído hablar así y me quedé bastante impresionada.

—Sí, eso, ¿quién es el buenorro? —preguntó Jasmine con cautela, señalando como por detrás de mi hombro derecho.

Al volverme para seguir su mirada, vi a Asher algo apartado de mí intentando fundirse con el fondo para dejarme un tiempo con mis amigos. Aunque me había dado algo de espacio, reparé en que tampoco se había retirado lo suficiente como para no estar a mi lado en cuestión de segundos. Parecía que estaba manteniendo su promesa de no perderme de vista.

Fui hasta Asher y le puse una mano protectora en el brazo, un gesto que no pasó desapercibido para el resto. Podía buenamente haber puesto un letrero fluorescente que dijese «Es de los buenos, y es mío», porque todo el mundo pareció relajar el gesto.

—Gente, este es Asher. Asher, estos son los Cleri.

Lo saludaron con variaciones de «holas» así como con sonrisas tímidas. Los chicos se limitaron a gruñir y alejarse, probablemente en un desplante al ver que otro macho invadía su territorio (y, para colmo, uno tan guapo como Asher). A mí, en cambio, no me preocupó; ya se llevarían bien cuando se diesen cuenta de que no constituía ninguna amenaza, cosa que, con suerte, pasaría antes que después.

—Hadley, perdona de verdad por lo de antes. No era mi intención que las cosas fuesen tan lejos —me dijo Sascha—. Puedes estar al mando…; de hecho, debes estarlo. Eres la única que tiene idea de lo que hace. Además, ya has oído lo que ha dicho el colgado de antes, que eres la más poderosa de todos.

Atravesé la habitación y me arrodillé junto a ella, pues se le notaba en la voz que continuaba bastante débil. Aunque ya se había incorporado un poco, tenía la cara pálida y parecía agotada. Toda la rabia que podía haber acumulado contra ella se había esfumado en el momento en que había utilizado su magia para salvarme en el salón de mi casa. Antes de que ella apareciese al rescate, había visto claramente mi fin. Por lo que a mí respectaba, si no hubiese sido por ella no habría vuelto a mi lugar.

—No tienes que disculparte, Sascha —le dije poniendo mis manos en las suyas como ella había hecho poco antes conmigo—, porque tenías razón: las cosas tienen que cambiar.

Repasé con la mirada a todos los de la habitación. En el viaje de vuelta había tenido bastante tiempo para pensar y había caído en una cosa. Ahora que tenía la atención de todo el mundo, supe que era el momento ideal para hacerles saber lo que estaba pensando. Tenía la esperanza de que viesen las cosas igual que yo…

—Tengo buenas y malas noticias —les dije mientras me levantaba e iba hacia el centro de la habitación para verlos a todos mejor—. Las malas son que nuestros peores temores se han hecho realidad: los parricistas han vuelto y quieren sangre. Es más, no sé muy bien cómo es posible, pero creo que me ha atacado Samuel Parris en persona.

Algunos ahogaron un grito al tiempo que crecían los murmullos a mi alrededor.

—Aparte de ser viejos, son fuertes, muy fuertes. Y utilizan hechizos de los que ni siquiera hemos oído hablar —les conté, recordando cómo me habían succionado la energía poco antes—. Saben dónde vivimos, y son conscientes de que hemos huido despavoridos. Y si seguimos permitiendo que nos tiendan emboscadas, acabarán con todos y cada uno de nosotros. —Había estado recorriendo la estancia de arriba abajo mientras hablaba, pero en ese momento me volví y fui mirando a los ojos de cada uno—. Pero nosotros también somos fuertes —proseguí creyendo cada sílaba—, y esta noche me he dado cuenta de una cosa, chicos: quieren nuestro poder. Pensadlo un momento: no nos estarían buscando si no fuese así. Tal vez no nos lo parece porque no tenemos mucha experiencia usando nuestra magia en el mundo exterior, pero es verdad. Como ha dicho Sascha, el propio Samuel lo ha afirmado esta noche: nos quiere ver muertos porque somos una amenaza.

—Ya, pero ¿no te ha usado antes como una muñeca de trapo para limpiar el techo contigo? Por no hablar de que nos dieron para el pelo en el centro comercial —intervino Sascha. Al darse cuenta de que acababa de decirlo en voz alta, se puso tensa—. Me refiero a que, vale, yo siempre estoy buscando bronca, pero no estoy segura de que todos estén preparados.

Emory dio un paso adelante.

—Creo que lo que le preocupa a Jasmine es saber cómo vamos a enfrentarnos a los parricistas, porque está claro que hemos intentado entrenarnos y no ha sido suficiente. Estamos dispuestos a hacer lo que haga falta, Hadley; creo que eso ya lo sabes. Pero necesitamos algo más… tenemos que ser muchos más —dijo con su característica voz sosegada.

Los demás se quedaron esperando mi reacción. Se los veía nerviosos, y lo cierto era que yo también lo estaba, para qué negarlo. Lo que les estaba pidiendo no solo era peligroso, resultaba aterrador. Necesitaba que depositasen toda su fe en mí y en lo que iba a decir, pero no podía darles ninguna garantía de que no acabase todo en un nuevo derramamiento de sangre. Sin embargo, lo sentía en los huesos: juntos nos bastaríamos.

—Teníais toda la razón, debería haberos incluido en la toma de decisiones. Al fin y al cabo, todos estáis exponiendo vuestras vidas y todos tendríais que poder opinar al respecto.

Los vi intercambiar miradas entre sí, sorprendidos de que hubiese tocado un tema tan delicado.

—Y sí, vamos a poner en peligro nuestras vidas. Ojalá no fuese así, pero es lo que hay. No es justo que los parricistas nos quieran muertos aunque nunca les hayamos hecho nada. Es un asco que el resto de chicos de nuestra edad estén por ahí preocupándose por quién será su acompañante en el baile de invierno y nosotros estemos aquí escondidos, angustiados por si seguiremos con vida para entonces. Hablando en plata: esto es una mierda.

—Eh, Hadley, ¿esto es una charla para levantar la moral o un festival de autocompasión? —preguntó Jasmine siempre con su toque de humor.

Hice lo posible por no poner los ojos en blanco y seguí.

—Esto es una mierda… pero no ha acabado.

Hubo un par de risitas nerviosas pero pronto se disiparon.

—Entre ayer y hoy he visto algo impresionante que me ha hecho darme cuenta de que estábamos menospreciando nuestra capacidad para hacer frente a los parricistas.

—A lo mejor tendrían que haberte ingresado a ti también en el hospital cuando fuimos los demás —comentó Peter—. Cualquiera diría que tienes amnesia o algo por el estilo…

—No, hablo en serio. Escuchadme un momento —repuse, tan sorprendida como contenta de volver a oír a Peter bromear. A continuación dirigí mi atención hacia Sascha y añadí—: Sé que esta noche has hecho algo especial, un hechizo que nunca hemos practicado.

Sascha me miró con los ojos desencajados, como si la hubiesen pillado con las manos en la masa.

—Y o falté el día que Jackson nos lo explicó, o lo has aprendido por tu cuenta.

—Hum, no sé; me vino un buen día, así sin más —me explicó con cara de indefensión—. Mira, Hadley, lo siento. Sé que no debemos…

—¿Por qué te disculpas? —la interrumpí—. De no haber seguido tus instintos y haber hecho ese vudú, no creo que estuviese aquí contándolo. Te debo la vida. Ni se te ocurra disculparte por usar el poder que te ha sido dado. A ninguno de vosotros.

Vi que le cambiaba la cara y que empezaba a mostrar cierto acaloramiento por la atención repentina. Con todo, supe que se sentía más halagada por el cumplido que cortada. Le volvió el color a las mejillas y recobró la viveza en los rasgos.

—Y creo que la mayoría ya sabemos que Emory tiene un don extraordinario —me volví para mirar a mi amiga más reciente—. Nunca había conocido a nadie con unas habilidades como las tuyas. Comunicarse con los difuntos… ¿tienes idea de lo especial que es eso? ¿Sois conscientes de lo especiales que sois todos?

Repasé la habitación con la vista y me di cuenta de que empezaba a quererlos a todos y cada uno por separado. Eran mis amigos, mis almas gemelas, y mi familia. Esperaba ver el miedo instalado en sus caras, pero en lugar de eso vi algo completamente distinto, algo que al principio me costó descifrar pero que por fin comprendí: se trataba de orgullo.

—Es probable que os estéis preguntando por qué sufrimos tantas bajas en el centro comercial. ¿Cómo podríamos nosotros luchar contra los parricistas y ganar? ¿Qué tenemos de diferente para salir victoriosos? Pues bien, la respuesta es vosotros mismos; vosotros y vuestros dones particulares son lo que nos mantendrá con vida, y lo que nos diferencia de ellos. Y por eso vamos a acabar con ellos de una vez por todas.

»A partir de ya, vamos a enseñarnos los unos a los otros todo lo que sabemos. Cada hechizo que hemos creado, por mucho que creáis que no es relevante; todo puede ayudarnos a ganar a nuestros enemigos. Y de aquellos que cuentan con poderes que no pueden enseñarse queremos que perfeccionen la técnica y los utilicen llegado el momento. Por supuesto, todo esto significa más entrenamiento y mucha práctica, y no solo en magia. Tenemos que convertirnos en expertos en el combate cuerpo a cuerpo porque ya hemos aprendido por las malas que nuestros enemigos no se limitan a pelear con hechizos. —Miré a Peter—. Tenemos que aprender a luchar, y no voy a mentiros: será duro, durísimo, y tal vez me odiéis antes de que termine todo esto. Pero no me importa, porque eso será lo que impedirá que acabemos como nuestros padres. Y si tenéis que gritarme y hablar de mí a mis espaldas, que así sea. No pienso decepcionaros nunca más. Vamos a ganar.

Cuando por fin terminé mi discurso improvisado miré a todos los que me rodeaban. Tenían los ojos abiertos y ninguno había perdido detalle durante los últimos cinco minutos; habían estado pendientes de hasta la más mínima palabra y, sin necesidad de preguntar, supe que los había convencido. Lo sentía en el corazón: estaban preparados para hacer lo que había que hacer.

—No sé si nos estarán observando o siguiendo, pero creo que debemos asumir que los parricistas van a venir a por nosotros. Y no sé vosotros, pero yo estoy harta de esperar a que nos encuentren. Si quieren guerra, la van a tener.