Fui acercándome cada vez más y más al suelo, igual que si estuviese contemplando la escena a cámara lenta. No sé ni cómo pero, entre tanto, me dio tiempo a pensar en qué me pasaría al impactar contra el suelo. ¿Se me quebrarían los huesos en el acto? Nunca me había roto nada, aunque siempre me había preguntado cómo me las había arreglado para escapar de ese rito de paso. Tal vez el karma se disponía a saldar cuentas conmigo por todas las veces que había escrito bromas poco apropiadas en las escayolas de mis amigas. (¡Eh, que en el momento a todo el mundo le había parecido divertido, incluso a los que lo llevaban! O eso creo).
En cualquier caso, me preocupaba menos el dolor de las extremidades rotas que no ser capaz de salir de allí con vida…, ni yo ni nadie. De todas formas, ya me enfrentaría con eso llegado el momento. Quizá pudiese convencer al resto para que saliesen y aquello no se convirtiese en una auténtica masacre. Por desgracia, a tenor de la conversación que acababa de tener con Asher, sabía que, si yo iba a ser un daño colateral, él también.
Aquella idea casi me revolvió la barriga…, o tal vez fuese el hecho de estar cayendo más rápido y que mis entrañas pareciesen subidas en una montaña rusa; en resumidas cuentas, que no me encontraba en mi mejor momento.
Segundos antes de espachurrarme contra el suelo del salón apreté los ojos con fuerza. La cosa iba a ponerse muy fea y no tenía ningunas ganas de asistir al espectáculo, de modo que sucumbí al miedo y cerré los ojos. Justo cuando esperaba sentir que el suelo venía a mi encuentro para dejarme fuera de juego, ocurrió algo de lo más extraño.
Mi cuerpo empezó a ralentizarse y resistirse a la gravedad como si estuviese atada a una cuerda de puenting invisible. Y entonces me vi surcando el espacio hacia los lados, con los brazos y las piernas como nadando mientras intentaba controlar de algún modo el vuelo. Fue en ese momento cuando abrí los ojos, aunque no porque creyera que ya me había librado del universo de dolor que me esperaba, sino porque no tenía ni idea de lo que iba a pasar. Lo que vi no tenía ningún sentido.
El tipo de la gabardina de cuero seguía allí, pero, en vez de tenerlo a mis pies, lo vi siguiéndome en mi planeo por la habitación. Nadie lo había placado, estaba intacto y sin oposición. Y de hecho seguía con aquella sonrisa inquietante en la cara… como si estuviese pasándoselo en grande…
—¡Movimentox capitale! —gritó alguien con una voz apenas audible por encima del caos reinante.
Al cabo de unos momentos mi cuerpo impactó contra los cojines del sofá con un sonoro umff. Aunque aterrizar allí fue mucho mejor que pegármela contra el suelo (o la pared), me quedé igualmente sin aire y me costó un minuto tener una dosis saludable de oxígeno en los pulmones. Cuando recuperé el aliento, salté del sofá y adopté una postura defensiva. Tenía que agradecerle a alguien que hubiese movido el sofá medio metro hacia atrás para amortiguar mi caída, pero no había tiempo para eso. El tipo de la gabardina seguía avanzando hacia mí sin dejar de sonreír, lo que no resultaba muy tranquilizador.
Justo cuando levantaba la mano para volver a atacarme, murmuré las palabras para conseguir un hechizo burbuja, que envuelve al que lo hace en la seguridad impenetrable de un campo de energía circular. Sentí que la fuerza del hechizo de mi adversario impactaba contra mi burbuja, que por suerte no se inmutó.
Por fin el de la gabardina torció levemente el gesto, aunque no por ello abandonó la sonrisa pegada a su cara.
—Sabía que darías la talla como rival —me dijo, y el sonido ambiente se disipó en el fondo como si solo estuviésemos nosotros dos—. Llevo mucho tiempo esperándote. Todos los demás estaban tan acabados, y fueron tan fáciles de derrotar y tan… predecibles. Necesitaba un reto, así que me vienes de perlas.
—¿Te crees que eres la primera persona que me dice algo así, que le supongo un reto? —le dije con mucha más seguridad de la que sentía. En ese momento estaba empleando toda mi concentración en mantener intacta la burbuja que me rodeaba.
—Guapa a la par que divertida, una combinación muy poderosa… —me respondió con una sonrisa socarrona y maliciosa, que habría quedado que ni pintada en una película de miedo—. Creo que no nos han presentado oficialmente: soy Samuel, el líder de este aquelarre. Y tú eres Hadley.
Me dejó tan sorprendida oír mi nombre en su boca que a punto estuve de soltar el hechizo.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunté sin poder evitarlo, aunque al instante deseé no haberlo hecho; lo último que quería era que creyese que había causado algún efecto en mí.
—Ay, querida, saber quién es quién en este mundo se ha convertido en parte de mi trabajo. Llevo bastante tiempo observándote. No sé si sabrás que toda persona con inclinaciones mágicas deja una especie de huella, como una tarjeta de visita encantada, si me permites la expresión —dijo Samuel señalando al mismo tiempo a su alrededor—. El poder que tú tienes atraviesa a gritos las fronteras estatales. Llevo varios años siguiendo tu trabajo.
—Alguna gente llamaría a eso «acosar» —le contesté.
A pesar de que los demás seguían peleando, no apartamos la atención el uno del otro, aunque no me resultaba fácil, pues veía que a mis amigos les estaba costando lo suyo mantenerse en pie, mientras que yo seguía allí en mi burbuja protectora, sana y salva.
De momento.
—¿Ves qué graciosa eres? ¿Sabes lo que te digo?: que no me vendría nada mal alguien como tú en mi grupo. ¿Por qué no te unes a nosotros? Seríamos imparables.
—Soy animadora, ya pertenezco a un equipo, pero muchas gracias. Y para serte sincera, no eres exactamente mi tipo, por eso de ser malo, ya sabes…
Entornó los ojos y avanzó unos pasos hacia mí. Sin quererlo, retrocedí otros tantos, llevada por la necesidad imperiosa de alejarme de él lo más posible. Al ver mi reacción se paró en seco, se llevó la mano a la cara y se rascó mientras pensaba su próximo movimiento.
—Algo me dice que acabarás cambiando de parecer —repuso con los ojos más negros que unos minutos antes. Lo rodeaba un aura de oscuridad, como si se estuviese fraguando una tormenta en su interior—. Bridget lo hizo, o al menos al final. Tú también lo harás.
A pesar de seguir protegida por mi hechizo sus palabras me sentaron como una bofetada. ¿Samuel? ¿Bridget? ¿Podía ser cierto? ¿Acaso aquel brujo pirado con gabardina podía ser de verdad el afamado Samuel Parris? Era imposible, porque de ser cierto debía de tener más de… ¡trescientos años! Aquel hombre no aparentaba más de cuarenta, no podía ser. O eso o había envejecido muy, muy bien. Y si era así, a partir de ahora mi misión sería averiguar cómo embotellar el secreto y hacerme rica y famosa con mi propia línea de cuidados dermatológicos.
Sin embargo, en esos momentos tenía cosas más importantes de que preocuparme que de tratamientos para la piel. Como, por ejemplo, de sacar a todos mis amigos de la casa sin tener que pasar de nuevo por el hospital. Y para ello debía poner fin a aquel cara a cara extraño con un brujo que posiblemente era zombi, ¡y cuanto antes…!
—Qué curioso, yo había oído que al final Bridget se desentendió de ti. —No le confesé por qué lo sabía, me limité a afirmarlo sin más—. Por cierto, hablando de traidores, ¿qué se siente cuando vendes a tu propio aquelarre? No sé, a mí me daría miedo que, después de eso, cualquier aquelarre que formase no se fiara de mí o acabase haciéndome lo mismo. Por suerte yo no tengo que preocuparme por esas cosas.
Se quedó callado un momento; daba la impresión de estar procesando lo que le había dicho, y me lo imaginé mordiéndose por dentro los carrillos para no lanzárseme al cuello. Me estaba arriesgando bastante al hablarle así; aunque no sabía si era quien decía ser, lo cierto era que tenía un ejército propio y no parecía querer detenerlos hasta que no hubiésemos desaparecido.
Tenía que salir de allí ya.
Intenté escrutar la habitación sin dejar entrever mis intenciones, cosa que no era muy difícil teniendo en cuenta el caos reinante. Seguramente pareció que me aseguraba de que todo el mundo estaba bien, cuando en realidad intentaba idear un plan.
Y al cabo de unos segundos supe lo que tenía que hacer.
Sí, vale, Samuel contaba con todo un escuadrón de brujos, pero tal vez pudiese utilizar su superioridad numérica contra él. Tomé la decisión en una fracción de segundo sin ni siquiera tener claro si funcionaría o no, y musité varias palabras; acto seguido lancé mi campo de fuerza reforzado contra el gregario de Samuel que tenía más cerca. Tal y como había esperado, la bola cogió velocidad, lo succionó y siguió engullendo al resto al tiempo que se convertía en una enorme órbita de tipos malos que se precipitaba de cabeza hacia el líder de la pandilla.
Samuel esquivó en el último momento la bola de bolos humana tirándose detrás de un sillón volcado, pero poco importó. Aquella distracción nos dejó tiempo de sobra para escabullirnos y salir por la puerta de la calle sin más daños o heridos.
Fui la última en salir y, al hacerlo, lancé tras de mí un hechizo de fango que hizo que la acera se volviese una especie de mezcla pringosa de brea donde se quedaría pegado todo aquel que nos siguiese. Aunque acabaran por zafarse (bien porque el pegote se desprendiese, bien porque el atrapado fuese avispado y decidiese quitarse los zapatos), para entonces estaríamos muy lejos.
—¡A los coches! —grité mientras pasaba revista al grupo para asegurarme de que estábamos todos. Emory y otros cuantos acarreaban a Sascha, que seguía un poco mareada, pero aparte de eso parecían estar todos, incluido nuestro nuevo fichaje, ni que decir tiene.
—¡Asher, por aquí!
Le indiqué mi coche y lo abrí antes de que llegase al asiento del copiloto. Salté al interior y lo arranqué con unas cuantas palabras bien escogidas (con todo el jaleo me había dejado las llaves en la casa), hundí el pie en el acelerador y el coche salió impulsado hacia delante y derrapó en nuestra huida. Con un vistazo por el retrovisor vimos que los otros tres coches venían justo detrás. Fui mirando hacia atrás cada dos por tres para asegurarme de no perderlos de vista.
Una vez estuvimos bastante lejos de la casa, me permití levantar el pie del acelerador y confiar en que, por el momento, no nos seguía nadie. Conduje la comitiva por un laberinto de carreteras secundarias para asegurarme aún más, pero al cabo de un rato me convencí de que todo iba bien.
De momento.
—¿Qué leches ha sido eso? —me preguntó Asher, que me miraba con los ojos desencajados mientras yo meditaba qué paso dar a continuación. Me dispuse a contestarle pero me cortó—: Y no me vengas con historias de bandas de magos. Magos o no, eso de ahí ha sido magia. Y tú y los tuyos estabais haciendo hechizos de verdad, no de esos de hacer aparecer una tarta de la nada o adivinar una carta. Eso ha sido una batalla, y de las que cuesta salir con vida. ¿Qué haces tú en medio de una guerra, si puede saberse?
Se me disparó la mente en busca de una explicación que sonase menos loca que la verdad, pero no se me ocurrió nada más cuerdo. Además, estaba harta de mentirle a Asher, me sentía mal. Al fin y al cabo, si pretendía empezar una relación con él, no quería basarla en una sarta de mentiras. Aunque, después de lo que había visto él, dudaba mucho que me creyese. Era mejor ir con la verdad por delante y enfrentarse luego a las consecuencias, incluso si eso suponía que Asher no quisiese saber nada de mí ni de mi locura de vida.
Ojalá todo aquello no lo espantase para siempre…
La barriga se me retorció varias veces mientras me preparaba para hacer lo que sabía que debía hacer:
—Asher, soy bruja —le dije con toda la parsimonia posible, como si así pudiese hacerle asimilar mejor el mensaje—. Provengo de un largo linaje de brujas: mi madre hacía magia, mi abuela también… Hasta donde sé todas las mujeres de mi árbol genealógico han tenido cierta habilidad para hacer hechizos.
No mencioné el hecho de que mi tataratatarabuela fue la primera bruja en ser ejecutada en los juicios y hubiese sido posiblemente la más poderosa de todos los tiempos. No me parecía importante para la historia y tampoco quería abrumarlo con demasiada información de golpe. Esas cosas se hablan al menos en una quinta cita.
—Tienes razón; ha sido una batalla, una entre el bien y el mal. Los que has visto allí son los malos, malos malísimos. Llevan siglos persiguiendo a otros aquelarres y eliminando a todos aquellos que supongan una amenaza para su ascenso al poder. Y ahora nos ha tocado a nosotros. Toda esa gente que me ha ayudado antes son los miembros de mi aquelarre, los Cleri. Hace unas semanas los parricistas (los malos) atacaron a nuestros padres durante un cónclave del aquelarre y le prendieron fuego al sitio donde estaban reunidos, con todos allí dentro. —Me atreví a mirar a Asher pero no dijo nada—. Después de eso, pusimos tierra de por medio y nos escondimos en el único sitio que creíamos seguro. Y desde entonces hemos estado entrenando. Escondidos y entrenando, intentando perfeccionar todos los hechizos que nos enseñó nuestro profesor de magia. Pero no ha bastado. Cuando fuimos a la ciudad y te vi en el centro comercial, los parricistas nos encontraron y mandaron a tres de mis amigos al hospital. Ni siquiera sé si una de ellas saldrá de esta.
Me estaba descargando con él, soltando toda la angustia y la pena que había estado acumulando en mi interior para que los demás no las viesen. Se me atragantaron las palabras cuando me acordé de Jinx y de sus heridas, pero proseguí, pues no podía hacer otra cosa.
—Y luego todos se enfadaron conmigo porque había habido heridos, aunque lo más probable es que hubiesen muerto todos si yo no les hubiese obligado a entrenar. Pero ¿se les pasó por la cabeza agradecérmelo? No, se limitaron a escuchar a ese friki de Fallon y decidieron que no querían que yo siguiese al mando. Como no es mi estilo quedarme donde no me quieren, decidí volver a casa, y entonces me acordé del partido y de cuánto echaba de menos animar, y mi antigua vida, y no me paré a pensar en las consecuencias de volver sin más. Y sí, fue una mala idea… Aunque en realidad estuvo bien porque te encontré, pero esa escena de carnicería que acabas de ver en mi casa no ha sido muy positiva que digamos.
»Y ahora no tengo otro sitio adonde ir que la cabaña de la que salí corriendo antes porque de momento es el único sitio donde los parricistas no han conseguido encontrarnos. Para colmo, te he metido en todo mi lío de brujería ¡y he puesto tu vida en peligro! Asher, eres la última persona a la que querría hacerle daño y no estoy segura de si debería quedarme a tu lado, pero tampoco sé si es seguro para ti que vuelvas al mundo exterior por tu cuenta. La verdad es que no sé qué hacer.
Lo miré de soslayo una vez más, temiéndome que me llamase psicópata y saltase del vehículo en marcha con tal de escapar de mí. Su culo, sin embargo, siguió pegado al asiento y su cara permaneció bastante neutral, dos reacciones que no me esperaba. Aguardé con paciencia a que dijese algo, hasta que por fin carraspeó y rompió aquel silencio incómodo.
—Así que eres bruja… —me dijo como el que dice: «Así que tienes diecisiete años», o «Así que eres pelirroja». Fue un comentario tan inocente como el que más, y con su respuesta sentí algo indescriptible en el corazón: no le importaba que fuese bruja, o que hiciese magia… que fuese distinta. Acababa de contarle mi gran secreto y no había puesto pies en polvorosa. Que se lo tomase tan bien me dejó atónita, jamás lo habría esperado—. ¿Así que eres la prima de Harry Potter? Y el grupo ese de los parricistas son como tu Voldemort o algo por el estilo, ¿no?
Se me escapó una risilla nerviosa al oírle decir aquello. Aunque había sido una pregunta de friki, y tenía la sensación de que no hablaba del todo en serio, agradecí el gesto; pero en realidad lo que más me alegraba era que siguiese hablándome después de la bomba que le había lanzado.
—Bueno, quiero pensar que estoy un poco más buena que Harry —le dije siguiéndole la gracia.
—Entonces, ¿adónde vamos ahora? —me preguntó recostándose en el asiento, más seguro ya que unos minutos antes.
—¿Eso es todo? ¿Quieres seguir conmigo sabiendo que nos están buscando y todo ese rollo? —le pregunté tan sorprendida como contenta—. No soy la persona con la que estarías más seguro precisamente… Parece que últimamente me persiguen los problemas.
—Sí, los problemas parecen lo tuyo —me dijo sonriendo—, pero en realidad, como has dicho antes, ya me han visto y ahí fuera no estaré más seguro que contigo. Además, confío en ti para que me protejas, y la verdad es que tampoco estoy preparado para que nos separemos.
Aquello me hizo sonrojarme y di gracias de que el interior del coche estuviese oscuro. Retiré la mano del volante, le cogí la suya y entrelacé nuestros dedos.
—Yo tampoco —reconocí.