Capitulo 19

Rodé hacia un lado cuando un hombre mayor con una melena feísima y perilla me lanzó un hechizo. La alfombra se hundió a menos de medio metro de mi cara y se me desencajaron los ojos al imaginarme lo que podría haber pasado si el hechizo me hubiese dado a mí y no al suelo. Intenté apartar la idea de la cabeza… Las cicatrices no me quedan precisamente bien.

Volví a rodar, alejándome más del sofá, y me colé bajo una mesa de cristal mientras uno de los malos atravesaba corriendo la estancia y pegaba un salto en el aire. Sabía cuál era su objetivo: si daba en el blanco, yo saldría bastante mal parada. Me quedé quieta solo unos segundos más, mientras el corazón me latía a cien por hora y todo mi interior me gritaba que me moviese, pero ignoré las señales y me obligué a mantenerme inmóvil.

Por fin, justo antes de que las pesadas botas negras de mi enemigo impactaran contra el cristal, me aparté y no recibí el golpe letal por centésimas de segundo. Me llovieron esquirlas por todas partes, pero, en lugar de cubrirme, le pegué una patada con toda mi fuerza en un lado de la cabeza. Como no se podía mover porque estaba encajado en el marco de la mesa, el tipo se cayó de lado y aterrizó con un gran estruendo. Al ver que no se levantaba di por hecho que la capa de cristal del suelo había podido con él.

Me volví hacia Asher, que seguía de cara al suelo a un par de metros.

—¡Asher, Asher, levanta! —le grité.

No pensaba preguntarle si estaba bien porque no habría podido soportar una respuesta negativa. Además, en tal caso, no sería capaz ni de hablar. Pero necesitaba que se levantase. Aunque solo fuera para que pudiese escapar de allí sano y salvo…

Ay, Dios… ¡No se movía! Me disponía a chillarle de nuevo cuando me impactó un intenso dolor en la parte baja de la espalda que me subió por la columna hasta estallar y nublarme la mente segundos después. Estaba acostumbrada al dolor (del tipo «animadora») pero aquello era distinto. Aquello era D-O-L-O-R, en mayúsculas. Sin pensarlo dos veces, me giré en redondo para mirar a los ojos de mi atacante. Al ver frente a mí a una chica de mi edad, parpadeé sorprendida.

—Me han dicho que te crees bastante especial —me soltó.

Tenía el pelo tan rubio como yo moreno, pero con tan solo un vistazo me percaté de que no se parecía en nada a Glinda, la Bruja Buena, por muy guapa que fuese. De haber ido a mi mismo instituto, habría sido una buena competencia, pero no la había visto en mi vida, por lo que deduje que no era de por allí. Todo un detalle, pues mi ciudad no necesitaba dos hembras alfa.

Ignoré su comentario, más que nada porque la gente que tiene la autoestima tan alta no tiene por qué convencer a los demás de que son la caña: lo son y punto.

—Qué raro, a mí no me han hablado de ti —le dije, y me llevé las manos, con mi manicura perfecta, a las caderas y adelanté una pierna, como posando para una foto.

Aquello pareció sentarle mal y empezó entonces a avanzar lentamente hacia mí. Supe que debía llevarme las manos a la cara para protegerme en caso de ataque, pero no iba a darle la satisfacción de pensar que me preocupaba lo que hiciera. Por supuesto, yo nunca me había peleado con nadie así, ni siquiera de pequeña en el patio del colegio. Pero ¡ni en sueños iba a hacérselo saber!

Esperé a ver si me atacaba con un hechizo o con los puños, y agaché ligeramente las piernas preparándome para lo que viniese. Cuando estuvo a distancia de pegada, levantó el brazo y supe que íbamos a arreglar aquello al estilo civil.

Pues nada, sin magia…

Mis manos bloqueaban su puño cada vez que me lanzaba un golpe. La rubita estaba poniendo toda la carne en el asador en cada puñetazo, así que imaginé que no tardaría mucho en cansarse y me quedé a la defensiva, dejándola que se volviera loca. En cuanto vi que le subía y le bajaba el pecho y la respiración se le hacía más trabajosa, cambié el chip y me puse a la ofensiva.

Pegué con rapidez y fuerza, pero la diferencia entre las dos era que yo sabía dónde golpearla para que acabase en el suelo. Tres impactos certeros y Rubita se vio fuera de juego, tirada en el suelo junto a su compinche, aunque solo inconsciente, no muerta.

—Supongo que sí que soy tan buena como dicen —le dije mirando hacia el suelo.

Dos patadas giratorias más y me deshice de otros dos tíos. Uno consiguió encajarme un par de golpes, pero yo tenía la adrenalina tan disparada que ni me enteré. Los matones venían contra mí uno detrás de otro en una nube de furia y yo iba alternando entre combate cuerpo a cuerpo y hechizos, haciendo todo lo posible por mantenerlos a raya. Cuando lancé a una mujer contra el sofá con uno de mis hechizos, miré por encima de mi hombro derecho y vi que seguía apareciendo gente por la cocina.

—¡Venga ya, hombre! ¿Cuántos sois? Sabéis que eso de mil contra una no es muy justo que digamos.

—¿Qué leches está pasando?

Asher estaba vivo y bastante confundido por lo que veía a su alrededor. Como para no estarlo… Lo había noqueado una fuerza cuya existencia ni siquiera conocía y se había despertado en medio de brujos que estaban haciendo hechizos y destrozándome la casa. Al ver los cuerpos yacientes a su alrededor, se le abrieron los ojos como platos e intentó ponerse en pie. Al parecer el golpe que había recibido también le había afectado a las piernas.

—¿Qué está pasando, Hadley? —me repitió, esa vez mirándome fijamente a los ojos.

¿Qué se suponía que debía decirle para que no saliera corriendo por la puerta o no acabasen matándonos a los dos? Viendo el número de enemigos que estaba cercándonos, no podía pararme a explicarle lo que ocurría y a la vez intentar defendernos a ambos. Tenía que inventarme una excusa rápida para que no siguiese con las preguntas.

—Magos cabreados —le respondí antes de girarme justo a tiempo para esquivar un puñetazo y lanzar otro. La nariz de mi atacante estalló en una lluvia de sangre y sentí que se me quebraba la mano con la fuerza del impacto. Grité de dolor y me aparecieron dos lagrimones en los ojos.

—¿Han venido a la ciudad para un congreso? —me preguntó Asher consiguiendo por fin levantarse, aunque seguía todo tembloroso.

—Algo así —le contesté, y lancé una silla hacia la puerta para intentar bloquearles el paso a los malos.

Me centré en el hechizo y vi que la gente empezaba a amontonarse contra la barrera.

—Esto es de locos… Hadley, ¿eres… eres de una banda?

Había cierto titubeo y un mínimo tono de miedo en su voz. Estupendo: le daba miedo al tío que me gustaba (o eso creía). A los tíos no les gusta salir con tías que los atemorizan.

—No estoy en ninguna banda, te lo juro —le dije concentrada aún en mantener a todo el mundo a raya. El hechizo se estaba debilitando, al igual que yo. Llevábamos peleando casi diez minutos y empezaba a quedarme sin batería. No tenía muy claro cuánto más iba a poder aguantar—. Asher, sal de aquí. Ve a buscar ayuda.

Medió un silencio de un minuto (sin contar los chillidos provenientes de la cocina), hasta el punto de que empecé a creer que Asher se había ido. Pero en ese momento lo sentí a mi lado, cuando me tocó y me dijo:

—No pienso dejarte aquí sola.

¡Seguía gustándole! Un poco más y me derrito al oírle decir eso, pero sabía que no debía bajar la guardia; de lo contrario, ambos estaríamos en grandes apuros. No, él tenía que irse para que yo pudiera encargarme por mi cuenta de aquel feo asunto. No pensaba dejar que nadie más que me importase acabase en el hospital… o muerto.

—¿Confías en mí? —le pregunté.

Tras una pausa me contestó:

—Sí.

Lancé una ráfaga de energía hacia la cocina y confié en que durase lo suficiente para permitirme hacer lo que tenía pensado. Me volví hacia él, me arrojé en sus brazos y lo besé largo y tendido. Nuestra conexión era febril, y habría sido aún más intensa de no estar en peligro nuestras vidas. Lo cierto era que estaba un poco preocupada porque podía ser el último beso que compartíamos, la última vez que estábamos tan juntos. Pasé más tiempo del previsto demostrándole a Asher lo mucho que deseaba que las cosas dejasen de ser así.

Cuando me aparté, apenas tuve tiempo de tomar aliento antes de empujar la silla para ponerla en su sitio ante el umbral. No fui lo suficientemente rápida, sin embargo, y la gente empezó a avanzar.

—Por favor, vete. Consigue ayuda —le rogué procurando poner toda la convicción posible en mis palabras. Me sentía un poco mal por utilizar mi poder de persuasión con un chico que me gustaba, pero no era el momento de preocuparse por cuestiones éticas, sino de mantenerse con vida—. Yo saldré justo después.

Abrió la boca para discutir pero luego miró más allá de mis hombros, vio lo que estaba pasando y cambió de idea.

—Vale, pero prométeme que vendrás de verdad y saldremos juntos de aquí.

—¡Vete! ¡Vete de una vez!

Apenas podía retenerlos y empezaba a temblarme todo el cuerpo del esfuerzo. Aquello no era buena señal, nunca en la vida había sentido mis energías tan consumidas. Se notaba que estaban utilizando magia para contrarrestar la mía y su fuerza me hacía retroceder. Se me deslizaron los pies por el suelo hasta que fui a dar contra el sofá y me caí hacia atrás por encima del brazo.

Oí que la puerta se abría y se cerraba de un portazo y respiré aliviada cuando supe que Asher estaba a salvo. Fue entonces cuando cedí por completo y comprendí que todo había acabado: venían hacia mí más rápido que un apocalipsis zombi, pero no podía ni pensar en moverme. Me había quedado sin combustible y retenerlos el tiempo justo para que Asher escapara había sido mi última aportación en esta vida.

Por lo menos no había defraudado a todo el mundo.

La puerta se abrió con gran estrépito pero, con la de ruido que había, no acerté a saber si se trataba de la frontal o la trasera. No podía mover la cabeza del cojín y no veía nada.

Por favor, que no haya vuelto…

—¡Suéltame, mago chalado! —gritó Asher, que estaba forcejeando con alguien y parecía aterrado—. A nosotros nos dan igual vuestros trucos. ¡Os habéis equivocado de personas!

—¡No! ¡Asher, lárgate! —intenté gritar con fuerza, pero lo único que hice fue chillar en el interior de mi cabeza.

—¿De qué coño habla este? —preguntó alguien.

—Ni idea. ¿Magos? ¿Ahora nos llaman así a los brujos? ¿Magos? —preguntó otra persona.

—Tíos, cortad el rollo y ayudad a Hadley.

Me pareció reconocer aquella voz, aunque bien podía estar alucinando, de modo que intenté no hacerme muchas ilusiones.

Pasaron treinta minutos (o treinta segundos, más bien) y de pronto Sascha estaba a mi lado, inclinándose sobre mí mientras gritaba hechizos contra la gente que avanzaba hacia nosotros. Intenté sonreírle para que viese lo mucho que me alegraba de verla, pero creo que no se me movió la boca. Quería que supiese que me daba igual lo ocurrido antes en la cabaña. A lo hecho, pecho; no había por qué hacer sangre del tema; a fin de cuentas, habían venido a mi rescate.

Cuando los ojos se me acostumbraron a la hermosa vista de la cara de mi amiga y salvadora, de repente desapareció. Mientras me debatía por mantener los ojos abiertos e iba y venía en mi línea de visión, me di cuenta de que un tipo la tenía inmovilizada con una llave. Mi amiga le arañó muñecas y antebrazos y dejó escapar sonidos de ahogo. Luego, tan rápido como había venido, desapareció y Sascha se quedó jadeando.

—¿Está bien?

Emory.

Aunque apenas habíamos hablado un par de veces reconocí su voz al instante. Una oleada de tranquilidad me recorrió. En cierto modo, saber que estaba allí me hacía sentirme más cerca de mi madre. Y como no tenía muy claro lo que iba a pasar, la echaba muchísimo de menos. Hay ciertos momentos en que una necesita a su madre y solo a su madre. Teniendo en cuenta las circunstancias, Emory era lo más parecido.

—No lo sé seguro. Parece que está bien pero algo le pasa —le dijo Sascha mientras se inclinaba sobre mí.

—¡Dejadla en paz! —seguía gritándole Asher a todo el mundo. El pobre no tenía ni idea de que los recién llegados eran miembros de mi aquelarre.

—No queremos hacerle daño —intervino otra persona—, hemos venido a ayudarla.

Por lo que se veía, tampoco mi aquelarre había comprendido que él no era de los malos.

Abrí la boca para decírselo pero no logré articular palabra. Otra ola de cansancio se apoderó de mí y se me empezaron a cerrar los ojos. Intenté resistirme y por unos instantes pasé de ver a Sascha con cara de preocupación a verlo todo negro, para luego abrir de nuevo los ojos y encontrarla arrodillada a mi lado. Cuando ya era incapaz de mantenerlos abiertos, me limité a escuchar lo que acontecía a mi alrededor.

¿Qué era aquello? ¿Así era cómo se sentía la muerte? De ser así, no tenía muy claro por qué la gente se preocupaba tanto. Lo más que sentía era como si me estuviese quedando dormida; y, con lo cansada que estaba, casi lo agradecía. No es que quisiera morir ni nada de eso, pero no me habría importado quedarme así. El vocerío proseguía a mi alrededor. Oía cómo se rompían cosas y noté que algo líquido me caía por la mejilla, probablemente sangre o, en el mejor de los casos, nuestros refrescos derramados.

Cuando empezaba a irme flotando, noté que alguien me cogía de la mano, y entonces ocurrió algo de lo más extraño: empecé a notar la mano caliente, como si me la hubiesen tapado con una manta eléctrica. Tras varios segundos, el calor pasó a ser un hormigueo que se extendió por mi mano y el brazo hasta el cuello. Para cuando me cubrió la cara y la cabeza, había comprendido lo que ocurría: alguien me estaba reiniciando.

Fui recuperando poco a poco la fuerza, hasta que ya pude volver a abrir los ojos. La energía que sentía me recorría el cuerpo, las piernas, haciendo que mis músculos se contrajesen de… no sabía exactamente de qué… ¿De emoción? ¿De fuerza? Fuera lo que fuese, se me habían pasado las ganas de dormir y me sentía totalmente rejuvenecida.

Se me abrieron los ojos como un resorte y me incorporé en el sofá de golpe; tanto fue así que asusté a Emory, quien pegó un brinco como a un metro de mí. Seguía con la mano de Sascha en la mía y vi primero nuestros dedos entrelazados y luego su cara.

No tenía ni idea de lo que había hecho pero le estaba inmensamente agradecida. Me disponía a decírselo cuando apartó su mano de la mía, se echó hacia atrás y se llevó la otra a la cabeza. Me tomé un momento para escrutar su cara y ver que estaba pálida y parecía mareada.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien, Sascha?

—Sí, es solo… un poco de mareo. Siempre que lo hago me pasa —me respondió en voz baja, con la vista clavada en el suelo.

—Pero ¿qué has hecho?

Un cuerpo pasó por encima de nuestras cabezas y fue a estrellarse contra el centro multimedia que había en un rincón de la sala. Saltaron centellas y se fundieron las luces de la lámpara de al lado. Sin embargo, con la de magia que estaba cayendo por todas partes, había luz de sobra.

—Mejor lo hablamos luego —me susurró (o al menos a mí me pareció un murmullo dado el ruido que había formado)—. Tienes que ayudar a los demás.

Tenía razón: aunque no quería dejarla allí, con lo pálida y frágil que se la veía, el resto parecía necesitar mi ayuda. Tal vez ahora fuésemos más, pero los parricistas tenían más experiencia en pelear sucio y estaban tocando todos los palos.

—¡Hadley, estás bien!

Ay, Dios, Asher.

Me volví para ver que el chico que me gustaba estaba siendo retenido por tres miembros de mi aquelarre. Estaba intentando zafarse pero lo tenían bien cogido por todas las extremidades. Si Asher no hubiese tenido aquella cara de horror, les habría felicitado por un trabajo bien hecho.

—¡Soltadlo, chicos! No pasa nada —les grité poniendo toda la autoridad posible en la frase—. Es de los buenos.

Al parecer pronuncié las palabras mágicas, porque, en cuanto las dije, lo soltaron y Asher a punto estuvo de caerse hacia delante. Segundos después estaba a mi lado y me abrazaba allí mismo, delante de todo el mundo. Lo apreté contra mí, contenta de volver a estar entre sus brazos, sin importarme lo que la gente pensara. Al rato Asher me soltó y me miró.

—Sé que eres fuerte y muy capaz de patearle el culo a cualquiera, y estoy convencido de que sabes cuidar de ti misma. Incluso te respeto por plantar cara en situaciones comprometidas… —me dijo, algo jadeante por el forcejeo anterior—. Pero ¡no vuelvas a decirme que me vaya y te deje sola! Sabes que te diría que sí a casi cualquier cosa que me pidieses, porque me gustas, pero cuando me ha parecido que estabas herida… ha sido espantoso. Así que, a partir de ahora, estamos juntos en esto. Y no intentes discutir porque ya lo he decidido.

Luché contra la sonrisa que amenazaba con brotar en mi cara. Acababa de admitir que le gustaba. Vale, sí, había sido diciéndome lo que tenía que hacer, pero en aquel caso me pareció bastante entrañable. Porque… ¿os he comentado ya que a mí también me gustaba?

No hubo mucho tiempo para celebraciones. Me eché hacia atrás con la fuerza de una goma que sueltan de golpe, aunque no fue una mano lo que me propulsó, sino magia. Antes de saber lo que estaba pasando, me vi empujada contra el techo igual que una mosca atrapada en un papel adhesivo. Forcejeé intentando mover la cabeza, los brazos e incluso los dedos, pero una fuerza invisible me lo impidió. Mientras observaba lo que ocurría debajo de mí, vi a mi adversario.

Iba vestido con pantalones negros, camisa a juego y una chaqueta de cuero marrón que le llegaba por los suelos y estaba bastante gastada; era una prenda vieja, aunque no tenía esa pinta apagada típica de las que venden en las tiendas de segunda mano; debía de tener por lo menos veinte años y daba la impresión de que la habían vivido, más que solo vestido.

Cuando me fijé en su cara, no me sorprendió la negrura que vi en sus ojos. En clase de magia me habían enseñado que cuando los brujos practican hechizos oscuros, el alma de quienes los conjuran se vuelve igual de oscura. Y si los ojos son el espejo del alma, pues…, bueno, os podéis hacer una idea. Pero nunca había visto nada parecido y, cuando te miraban así tan fijamente, el efecto era turbador.

Me recorrió un escalofrío sin que pudiera hacer nada por evitarlo; me sentía realmente sin fuerza.

Me dedicó una sonrisa retorcida, como si me leyese la mente. Pero no podía… ¿verdad? Mi madre lo hacía de vez en cuando pero siempre había creído que se trataba de una cosa de nuestra familia. La idea de que un extraño —y nada menos que uno que me quería ver muerta— pudiese saber lo que estaba pensando era bastante inquietante. Sentí violada mi intimidad de un modo que costaba describir. Sin embargo, en cuanto comprendí lo que estaba haciendo, construí un muro en mi cabeza para intentar impedirle el paso. Teniendo en cuenta que era incapaz de mover el cuerpo, aquello era lo más que podía hacer para pelear con él.

Se le ensanchó la sonrisa cuando logré cerrar las compuertas de mi mente y mis pensamientos quedaron a salvo de sus ojos entrometidos. El hombre rio entre dientes y me guiñó un ojo.

—Vaya, no eres ningún fiasco —me dijo, y a continuación, con un ligero movimiento de muñeca, elevó el hechizo y me dejó caer contra el suelo.