Fuimos besándonos mientras andábamos, tropezándonos todo el rato con los pies. Nuestros labios se abrían al tiempo que nos íbamos conociendo mejor; tenía un ligero sabor a regaliz negro, una golosina que no había sabido apreciar hasta ese momento. Conforme avanzamos por la casa, consideré la idea de llevármelo a mi cuarto para tener más intimidad, pero me lo pensé mejor. En primer lugar porque no estaba segura de querer estar a solas con él en un cuarto con cama, teniendo en cuenta que apenas nos conocíamos; por lo que sabía podía ser un estudiante normal de instituto por las mañanas y un asesino en serie por las noches…, un asesino bastante mono, todo sea dicho de paso, pero la gente decía que Ted Bundy era guapo y mirad lo que les pasó a las mujeres a las que se ligó.
Lo segundo que me retenía de subir las escaleras era que en realidad no necesitaba mucha privacidad en una casa que estaba vacía. Porque yo era su única ocupante, y no cabía la posibilidad de que me pillasen pegándome el lote con un chico al que apenas conocía, de modo que no había necesidad de esconderse tras puertas cerradas.
Otras chicas de mi edad habrían matado por tener la oportunidad de una casa entera para ellas donde poder estar con un chico guapo a solas, y ahí estaba yo deseando que mis padres me pillasen… A veces las cosas pueden tener muy poco sentido.
No conseguiría centrarme en lo que teníamos entre manos Asher y yo si seguía pensando en mis padres muertos. Lo que se dice un ánimo de muerte, vamos. Así fue como aparté la mano que estaba subiendo por el pecho de Asher y lo empujé con suavidad hasta que nos quedamos mirándonos el uno al otro.
—¿Qué pasa? ¿Vamos muy rápido? —me preguntó, con el aliento saliéndole en cortos restallidos, como cuando haces ejercicio. Yo parecía tener el mismo problema; a lo mejor no había hecho suficiente actividad física, después de todo.
—No, no es eso —le dije sacudiendo la cabeza.
—Entonces, ¿qué pasa?
No era cuestión de contarle que de repente se me habían quitado las ganas porque me había hecho pensar en mis padres muertos. Y no porque eso fuese a deprimirlo tanto como a mí, sino porque se pondría a preguntarme qué les había pasado y tendría que mentirle e inventarme algo, o bien contarle la verdad y luego intentar explicarle lo que había pasado en mi vida en las últimas semanas. Ninguna de las dos opciones me parecía viable; al menos, no si quería intentar retomar el buen rumbo con Asher…
—Creo que… como que me ha dado dolor de cabeza por la música de la fiesta y… no estoy segura de cuándo vuelven mis padres —dije por fin. Técnicamente no se trataba de una mentira; era verdad que no estaba segura de cuándo volverían mis padres…, si es que volvían. No estaba contándole toda la verdad pero tampoco quería empezar una relación en potencia basada en mentiras. Tecnicismos… eso era otra cosa muy distinta.
—¿Quieres que me vaya? —me preguntó.
Por el sonido de su voz supe que él no quería irse. Le sonreí y lo tranquilicé:
—Qué va.
A continuación lo cogí de la mano y lo llevé hasta el salón, donde le señalé el sofá. Yo necesitaba un minuto para meditar e intentar apartar de mi mente los pensamientos que me habían bloqueado.
—Siéntate y ponte cómodo. Voy a por una aspirina y ahora vuelvo. ¿Quieres algo de beber?
Asher pareció alegrarse de que no le echase de mi casa e hizo lo que le había dicho: se sentó de un salto en medio de los cojines mullidos.
—Claro. Beberé lo mismo que tú.
—Vale. Tienes el mando ahí, por si quieres poner la tele.
Le sonreí con la esperanza de resarcirle por habernos puesto en espera por el momento y luego me fui a la cocina. Las aspirinas estaban en el armario de la esquina y, después de echarme un par en la mano, me las metí en la boca y las bajé con un trago de refresco. Era verdad que la cabeza me estaba palpitando…; bueno, todo el cuerpo en realidad. Pero sabía que la mayoría de mis pesares se curarían con una buena noche de sueño. Aun así, no parecía que fuese a irme a la cama muy pronto; de ahí la necesidad del medicamento. Saqué otra lata de la nevera y me paré para quedarme un minuto mirando por la ventana.
Las noches eran mucho más luminosas allí que en la oscuridad del bosque. Lo raro era que me habría sentido más segura en el bosque aislado que en nuestro barrio residencial. Seguro que tenía que ver con el hecho de que en la cabaña estaba siempre rodeada de otros doce chicos y allí solo estábamos Asher y yo. Aunque, ojo, no estaba quejándome, porque, a fin de cuentas, ¿no era aquel el sueño de toda chica?, ¿estar a solas con su amorcito? No, lo que pasaba era que me había acostumbrado a sentirme más a gusto rodeada de gente.
La unión hace la fuerza y todo eso…
Me quedé mirando el jardín trasero y me di cuenta con tristeza de que empezaba a tomar un aspecto un tanto descuidado porque nadie se ocupaba de él. El césped estaba varios centímetros más alto de la cuenta y había adquirido una tonalidad marrón que no le había visto nunca. Junto a la cerca había montoncitos de moras podridas por el suelo, justo donde el arbusto del vecino había superado la división. Me volví para contemplar la otra parte del jardín y, al hacerlo, percibí un fogonazo, como un movimiento, por el rabillo del ojo. Me acerqué a la ventana hasta dar con la frente en el cristal e intenté averiguar qué había podido ser.
Al no ver nada, lo achaqué a mi imaginación siempre hiperactiva y al cansancio. Seguramente había sido una ardilla, un pajarillo o incluso alguna hoja que hubiese caído al jardín; en resumidas cuentas, que probablemente no había sido nada.
—¿Te has perdido o algo? —me gritó Asher desde el salón.
Miré una última vez el jardín antes de apartarme de la ventana y volver adonde me esperaba mi invitado, uno muy mono al que parecía gustarle yo…, al menos lo suficiente para enrollarse conmigo.
Regresé al salón y traté de ocultar mi sonrisa al ver a Asher hecho un ovillo en la mantita de pelo de mi madre. Se la había echado sobre el cuerpo y por encima de la cabeza, en plan Caperucita Roja. Con una mirada inocente en el rostro y la tela rodeándole la cara, tenía una pinta de lo más ridícula.
Y me dieron tantas ganas de volver a besarlo…
—Mira que eres friki… —le dije mientras iba hacia él y dejaba las bebidas en la mesa de centro. Me hundí en el sofá a su lado, doblé las rodillas hacia el pecho y ladeé la cabeza—. ¿Tanto frío tienes o es que te gusta el modelito?
—Bueno, no dudo de que podría quitármela —me contestó y, con una mirada coqueta en la cara, se acercó un poco más a mí—. Pero a lo mejor me entra frío.
—Ah, ¿sí? Eso no podemos permitirlo, ¿verdad?
Me eché hacia delante y le froté los brazos a través de la manta para intentar calentarlo.
—Sigo teniendo frío —me dijo pausadamente—. Eh, tengo otra idea para que me calientes.
—Ah, muy bonito, muy sutil, Asher. Puede que seas bueno besando pero tendremos que salir unas cuantas veces antes de que hagamos eso en lo que tú estás pensando —repliqué con un bufido. Sin embargo, incluso mientras lo decía, noté que me ponía colorada; lo cierto era que yo también lo estaba pensando, tal vez no para esa noche, pero sí como una posibilidad futura.
—¡Yo estaba hablando de besarnos! —exclamó fingiendo sorpresa—. Deja de pensar guarradas.
Resoplé y crucé los brazos por encima del pecho.
—Vale, bueno, hay una cosa que sí que puedes hacer por mí —siguió.
—Eso tampoco pienso hacerlo.
—Puedes contarme qué es lo que ha pasado en el centro comercial hoy —me dijo poniéndose serio de buenas a primeras.
Se me borró la sonrisa de la cara y se me resecó la boca al ver que sacaba el único tema que esperaba que no sacase. Sabía que era una ingenuidad creer que se habría olvidado de todo, pero después de pasar la última hora o así sin mencionar la pelea pensaba que íbamos a correr un tupido velo. Sin embargo, ahora que lo había puesto sobre la mesa, no tenía ni idea de qué responderle.
Así que le dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Bueno, venga, podemos besarnos si quieres —repliqué rápidamente, y me pegué más a él.
Asher se apartó y puso una mano entre los dos.
—Ni de coña, de esta no te libras —contestó bromeando—. Venga, ¿qué era toda esa historia de ti haciendo de Barbie Operación Comando y metiéndote de cabeza en esa pelea de hoy? ¿De qué iba todo eso? Parecía una…
—Era una reyerta entre pandillas —me apresuré a responder; la mentira me había salido de la boca antes de poder pensarla dos veces.
Asher parpadeó incrédulo.
—¿Cómo puedes decir que eran pandilleros? No tenían pinta de eso. Había algunos que eran viejos, de más de treinta o así. Y la cosa estaba que echaba chispas —me dijo. Bajó la voz como si estuviese compartiendo conmigo un secreto—. Creo que ahí estaba pasando algo raro, no sé explicarlo bien pero…
—Era una banda de magos. —Nada más decirlo, quise pegarme a mí misma por una respuesta tan increíblemente estúpida. Además, ¿adónde quería llegar con todo eso? ¿Magos que pertenecían a una banda? ¿Pandilleros que hacían magia? ¿Me estás tomando el pelo?—. Lo leí en el periódico hace unas semanas, por lo visto existen bandas que utilizan trucos de magia para distraer a sus enemigos. Probablemente fue eso lo que viste.
Ni en broma se lo iba a tragar, ni en broma.
—¿Ahora hay bandas de todo o qué? —preguntó con incredulidad pero barajando la idea.
Ni en broma.
—Supongo —murmuré.
—Pero eso no explica por qué te metiste en la pelea —replicó volviendo a poner el foco sobre mí, para mi desgracia—. Podrías haber salido herida o algo. Podrían haberte cortado por la mitad. No me digas que eres una especie de superheroína o algo así. Porque, si lo eres, me lo puedes contar. Sé guardar un secreto.
—Hum…, no sé por qué lo hice —le dije mientras me mordisqueaba el labio inferior; paré, sin embargo, en cuanto me di cuenta de que estaba estropeándome el gloss—. Supongo que fue por puro instinto, pensé que alguien podía necesitar mi ayuda.
—¿Y fue así?
Miré al suelo, culpable.
—Sí, la necesitaban. —Al instante me hice una nota mental para llamar al hospital y ver cómo estaban mis amigos en cuanto Asher se fuese.
—Pues se te ve bastante recuperada ya, animando en el partido y todo. —Aunque lo afirmó, yo sabía que en realidad era una pregunta—. Me alegro de que no te haya pasado nada, Hadley.
—Gracias. Tú también pareces estar bien.
Al menos eso no había salido mal. No sabía cómo, pero Asher había conseguido desaparecer durante la pelea y evitar daños similares a los que había sufrido el resto de mi aquelarre. Ahora que me paraba a pensarlo, no recordaba haberlo visto en toda la pelea, cosa bastante extraña, porque estaba justo detrás de mí cuando entré en la explanada. No tenía ni idea de qué había pasado luego con él.
—Por cierto, ¿y tú dónde te metiste? Estaba preocupada de que te hubiesen herido o algo al ver que no te encontraba. Pensé que lo mismo te habían secuestrado —le dije bajando la voz.
—¿Secuestrado por magos malignos? —me preguntó Asher con sonrisa socarrona.
—Sí, tú ríete, pero la pelea fue intensa… Me alegro de que no te haya pasado nada porque hubo mucha gente que resultó herida —le dije con sinceridad—. Menos mal que te fuiste antes de que la emprendiesen también contigo.
—Bueno, parecía que lo tenías todo bajo control.
Estaba claro que no debió de quedarse mucho tiempo, porque no había llegado a tener nada controlado. Era lo que quería que creyese todo el mundo, pero me había limitado a hacer lo que pude para sacarlos a todos con vida de allí, incluida a mí misma. Para alguien acostumbrado a hacerlo casi todo perfecto, haber fallado a la hora de mantener a todo el mundo a salvo resultaba de lo más frustrante y deprimente.
Antes de que me diese el segundo bajón de la noche —del que ya no lograría salir—, intenté cambiar de tema; procuré poner toda la intención que pude en mis siguientes palabras y deseé para mis adentros que Asher se olvidase de lo de aquella tarde y se centrara en el presente.
—¿Por qué no hablamos de algo más… sexi? —le propuse con una sonrisa sugerente.
—¿Como por ejemplo?
—Como por ejemplo sobre lo guapo que estás con esa mantita roja —le dije al tiempo que intentaba no soltar una risa.
Asher puso los ojos en blanco y se apretó la manta contra la cara.
—Un momento, ¿me estás diciendo que te pone esto? ¿Seguro que no estás intentando distraerme para ocultar el hecho de que eres una superheroína con poderes especiales…?
Me eché sobre él descaradamente mientras seguía hablando, hasta que mis labios rozaron de nuevo los suyos. Y una vez más volví a sentir mariposas en el estómago y la cabeza empezó a flotarme con una variedad de emociones que nunca había vivido. Al tiempo que nuestro beso iba a más, Asher tiro de mí hasta que estuve tumbada sobre su pecho en el sofá. Mi cerebro se puso a discutir con mi corazón por ver qué era lo más correcto y lo más seguro. ¿Qué estaba haciendo allí, en mi casa vacía, con un chico de instituto, con la de cosas que estaban pasándome? Como era lógico, sabía que empezar a salir con un extraño (del que de momento conocía tan poco) era un peligro en potencia, pero podía ser que eso fuese en parte lo que me atraía de él. ¿Era solo eso lo que avivaba el romance? Tal vez justo lo contrario de lo que debía hacer fuese precisamente la razón por la que lo estaba haciendo.
Pero ¿era inteligente por mi parte? Y no solo por mí, también por él. Al fin y al cabo tenía a todo un aquelarre maligno y centenario intentando acabar con todos los que me rodeaban. Si de verdad me importaba Asher, no debería arrastrarlo a aquella espiral de violencia y muerte: lo que tenía que hacer era animarlo a irse a su casa y a mantenerse lejos de mí.
Pero no quería. Lo que deseaba era estar allí contra su pecho, familiarizándome con sus exclusivas técnicas de besado. Así que seguí besándolo…, al menos un poco más de tiempo.
Una especie de arañazo me sacó de mi sesión de lote e intenté averiguar de dónde procedía sin dejar de besar a Asher. Le pasé los dedos por el pelo de punta, tiré de él un poco y pegué más su cara contra la mía para intentar olvidar el resto de pensamientos que amenazaban con interponerse en nuestro camino.
Ahí estaba otra vez: un rasgueo apenas perceptible pero que claramente no era producto de mi imaginación. En esa ocasión dejé lo que estaba haciendo y pegué la oreja para ver de dónde venía.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —me preguntó preocupado Asher.
—Nada. Chist —le dije, y le puse un dedo en los labios para que no hablase y me dejase oír.
Me hizo caso y ambos nos quedamos en silencio. La casa crujía como suelen hacerlo los edificios antiguos, pero por eso no había que asustarse. Oí el goteo del agua en el fregadero de la cocina y me dieron ganas de ir a hacer pis. Aparte de eso, la casa estaba en silencio, no había nada fuera de lo normal.
—Supongo que no ha sido nada —le dije, y retiré el dedo de los labios de Asher.
Me encogí de hombros y me eché otra vez sobre él para retomar los besos.
—Creo que eres la caña —murmuró.
No pude evitar sonreír al oírle decir aquello porque lo cierto era que yo estaba pensando lo mismo de él. No podía creer que estuviese considerando de verdad salir con un chico de instituto. Estaría yendo en contra de mis normas autoimpuestas si seguía en esa dirección en la que iba con Asher. Pero, una vez más, ¿a quién más, aparte de a mí, le importaba?
Seguía dándole vueltas al asunto cuando de repente el mundo explotó en un estallido de luz y dolor.
Lo siguiente que supe fue que estaba en el suelo frente al sofá y con la cabeza retumbándome. Noté que me resbalaba por la frente algo húmedo y se me colaba en el ojo. Creyendo que era sudor, me llevé la mano para apartármelo, pero, cuando volví a ver la mano, estaba llena de sangre.
Qué c…
Al mirar a mi izquierda vi que Asher también había aterrizado en el suelo, pero él parecía dormido, aunque no se veía que fuese un sueño muy reparador. Por lo general la gente que duerme tiene un aspecto tranquilo y en su caso no parecía nada de eso.
Confundida y preocupada por Asher, miré por la sala en busca de alguna explicación para lo que acababa de pasar.
Y entonces fue cuando los vi.
En el umbral de la puerta había unas cuantas personas con cara de odio y ganas de bronca. Entre tanto, aparecieron otros cuantos por detrás, en la cocina, y se quedaron contemplando la escena. Antes de tener tiempo de gritar, se precipitaron sobre mí entre hechizos voladores.