Entramos las cuatro a la vez como si estuviésemos rodando un videoclip. Las cabezas de la gente se volvían en nuestra dirección mientras avanzábamos al ritmo de la música, que atronaba desde unos altavoces ocultos al fondo de la casa. Solo nos faltaba un ventilador para removernos el pelo alrededor de la cara y habríamos sido carne de portada de revista de moda.
Fuimos en fila india hasta el jardín de atrás, donde sabíamos que se cocía la auténtica acción. Ninguna casa superaba la de Jaden; lo sabía porque ya había estado varias veces allí. Era uno de los alumnos más ricos del instituto y su familia y él lo hacían todo a lo grande. Por eso las fiestas de su casa eran como una gran puesta en escena. Al contrario que el jardín del adolescente medio, en el que acabábamos de entrar tenía unas dimensiones industriales y no era el típico sitio donde te limitas a ducharte bajo el aspersor en días de verano.
Bajé con cuidado los escalones de mármol hasta que mis stilettos pisaron el suelo de abajo con su clic-clac habitual. Conforme avanzaba armoniosamente por la fiesta, todos se fueron volviendo para mirarme como si el ruido los atrajera hacia mí. Empecé a relajarme: aquel era el tipo de atención al que estaba acostumbrada.
Aunque no pretendía admitirlo en voz alta, sabía que tenía en la palma de la mano a todos los que me miraban, y me recreé en la sensación.
—¿Vamos a por bebida? —preguntó Trish sin realmente esperar una respuesta; era más bien como una declaración de intenciones y su forma de hacernos saber dónde podíamos encontrarla, aunque nos lo podíamos haber imaginado…
—Voy contigo —le dijo Bethany gritando un poco por encima de la música—. ¿Vosotras queréis algo?
—Lo de siempre —contesté.
No tenía necesidad de decirle qué quería; sabía que volvería con una soda con un chorrito de zumo de arándanos y una rodaja de lima en el borde, mi cóctel típico de las fiestas. No es que estuviese en contra del alcohol, pero me gustaba tenerlo todo siempre bajo control y, por mucho que me hubiese venido bien desconectar un poco, la bebida brindaba demasiadas oportunidades de que las cosas se torciesen de un modo para el que no estaba preparada. Había visto lo que le pasaba a algunas chicas que se desinhibían y no me hacía gracia tener que hacer un control de daños al día siguiente. Además, con el zumo de arándanos y la lima la gente daba por sentado que me estaba tomando un vodka con arándanos y nunca ponían en duda que no estuviese pegándome la fiesta con ellos.
Por lo que a mí respectaba, salía ganando en todo.
—Un Red Bull —le pidió Sofia a Bethany cuando esta le preguntó.
—Ay, qué monas sois las dos con vuestras copas «sin» —nos contestó Bethany con las manos en las caderas—. Si seguís bebiendo eso, nunca tendré ninguna buena historia que contar sobre vosotras.
—Esa es la idea —respondí.
Era una broma que llevábamos años compartiendo. Una vez, en octavo, cuando Beth ya se había establecido oficialmente como la reina del cotilleo, me confesó que nunca había oído ningún chisme sobre mí. Yo le contesté que no tenía la intención de hacer nada que requiriese de sus inestimables servicios, y ella juró y perjuró que me pillaría haciendo algo «cotilleable». Lo suyo tenía más que ver con el placer por la caza del chisme que con dejarme a mí en evidencia, claro está. Ambas sabíamos que era bastante improbable que pasase, aunque me hacía cargo de que Bethany no había perdido las esperanzas.
—Ya, ya… Poneos cómodas, que yo voy a por mi copa. —Nos señaló hacia donde Trish estaba ya haciendo cola en la barra de fuera.
Eso era lo que se conseguía con dinero: media docena de barmans tras barras engalanadas para servir alcohol a menores en fiestas de instituto.
—No creo que llegue a acostumbrarme nunca a esto —me dijo Sofia subiendo el volumen para que la oyese.
—¿A qué?, ¿a las fiestas en general o al derroche de esta en concreto? —le pregunté.
—Ambas cosas —me dijo mirando alrededor—. Pero también me refiero al tema de la atención. Tú eres consciente de que la gente deja de hacer lo que quiera que esté haciendo cuando entramos en una habitación, ¿verdad?
—Ajá.
—¿Y eso no te molesta?
La miré sorprendida.
—¿Que si me molesta?, ¿por qué iba a molestarme?
—Porque te miran con lupa, como si estuviesen pendientes de cada movimiento que haces a la espera de que la fastidies. ¿Nunca te ha agobiado? ¿No has deseado nunca ser completamente anónima? ¿Entrar en una fiesta y quedarte tú mirando a los demás?
—¿Por qué? Yo creo que es mucho más interesante ver cómo te tratan los demás cuando saben que estás mirándolos. ¿Me chuparán el culo y dirán lo que creen que yo quiero oír, o no serán unos falsos y me dirán lo que piensan de verdad? Fíjate en mí; yo actúo igual, sin importarme quién esté mirándome. ¿Qué más me da lo que piense la gente?
—Ya, pero a veces se me hace raro tener tantas miradas sobre mí. Es demasiada presión, nada más.
—Solamente si lo consientes —le dije encogiéndome de hombros. Al ver que torcía el gesto, me puse a su lado, la sujeté por el brazo y la apreté contra mí—. De todas formas tú no tienes de qué preocuparte: eres la persona más centrada que conozco, aparte de mí, claro. No se me ocurre mejor modelo para nuestros semejantes que tú. Yo prefiero cien veces que la gente te imite a ti que a… no sé… que a ese tío.
Le señalé a un jugador de fútbol bastante conocido en el instituto que estaba haciendo el pino sobre un barril de cerveza a la vez que bebía de él, con la piscina iluminada por velas como telón de fondo. Sus piernas surcaban el aire mientras la espuma le caía por ambos lados de la barbilla a modo de boca de incendios humana. Me daba vergüenza ajena ver lo que mis compañeros de clase consideraban sacarle partido a una noche de viernes.
—Por lo menos tienes algo que aportar —le dije mirándola de nuevo—. A lo mejor es en eso en lo que te equivocas, no lo estás enfocando bien. Piensa en tu popularidad como en una oportunidad de marcar diferencias, y conviértete en el tipo de persona en el que los demás deberían fijarse. Al menos, yo lo veo así. Como sé que me van a seguir y van a imitar lo que hago, procuro tomar las decisiones correctas en mi vida para poder dejar así un legado más positivo.
Sofia se limitó a sacudir la cabeza.
—Nunca había conocido a nadie como tú, Hadley. Antes de hacernos amigas pensaba que eras más como…
—¿Trish? —le pregunté con una sonrisa. No lo dije de mala fe, era solo que me lo habían dicho muchas veces y sabía que era verdad.
—Sí —tuvo que admitir—. Pero me alegro mucho de que no sea así. Eres tan distinta del resto…
—Me lo tomaré como un cumplido —le dije dándole un abrazo, antes de alargar la mano para coger las bebidas que Bethany nos estaba trayendo.
Brindamos las tres y luego Beth empezó a contarnos lo que había oído de otra chica de nuestra clase sobre un supuesto escándalo con un profesor. Me permití desconectar y empecé a observar la fiesta por mi cuenta.
Como veréis, también me las arreglaba para sacar un poco de tiempo para practicar «observación de humanos».
Justo a la izquierda del caminillo habían montado una timba de póquer, con casi una docena de tíos echados sobre una mesa. Solo había una chica, Anna, que, por lo que había oído, se defendía bastante bien jugando a las cartas. Al parecer, cuando era pequeña la mayoría de los fines de semana acompañaba a su padre a los casinos donde este invertía. Si a eso le sumas una curiosidad sana por el dinero, el juego y la competición, Anna había acumulado un inmenso conocimiento sobre el arte de la apuesta. Al ver que los chicos de la mesa soltaban montañas de monedas y cogían las cartas, comprendí que ellos probablemente no la conocían tan bien como yo.
Al volver la vista seguí a un grupo de chicas que iban hacia una panda de tíos, con cócteles rosas en la mano y risitas en la boca. A la que iba más borracha se le torcieron los zapatos de plataforma que llevaba y a punto estuvo de acabar en la piscina; por suerte una de sus amigas no iba tan ciega como ella y pudo rescatarla antes de que se pegara el chapuzón.
Repasé el resto del jardín y vi que más de la mitad de la gente ni siquiera era de nuestro instituto. No era tan poco habitual que se dejasen caer por fiestas así alumnos de los colegios católicos de la zona o incluso algún universitario de la facultad de la ciudad vecina. No importaba lo grande que fuese su círculo de amigos, la gente siempre andaba buscando ganado nuevo.
A punto estaba de dar media vuelta e ir en busca de mis amigas, cuando mis ojos recalaron en Asher por segunda vez en la noche: estaba en un extremo, sentado en una silla de jardín con una cerveza en la mano, y parecía estar mirándome directamente. Cuando le devolví la mirada, levantó la mano y me saludó. Miré a mi alrededor con toda la discreción que pude, pues en modo alguno iba a devolverle el saludo si se estaba dirigiendo a otra.
Cuando me aseguré de que era a mí, lo miré de nuevo y le vi esbozar una gran sonrisa arrebatadora.
¿Cómo podía ser tan mono un chico de instituto? Simple y llanamente, no era justo.
Abochornada por ponerme tan nerviosa porque un tío al que apenas conocía se fijase en mí, me obligué a tranquilizarme y empecé a andar hacia mi acosador. Me cuidé de dar pasos lentos, en una perfecta imitación de lo que había aprendido en el programa La próxima top model de América. Sabía que toda la fiesta estaba mirándome y, al verle darme un repaso de pies a cabeza, supe que también él me evaluaba. Cuando llegué a su lado, me senté en la silla vacía que tenía enfrente y crucé las piernas con toda la intención.
—No había necesidad de que te colases en una fiesta para verme otra vez.
Se rio entre dientes.
—Ya estás otra vez dando por sentado que todo gira a tu alrededor.
—Ah, ¿y no es así? —coqueteé. ¿Por qué deseaba en mi fuero interno que realmente hubiese venido por mí?
Hizo una pausa para darle un sorbo al botellín.
—He venido solo por la música y la cerveza gratis.
—Ah. —Ya estaba: se me empezaban a encender las mejillas.
—Y porque me imaginé que te vería por aquí.
—¡Ah! —repetí, esa vez con un poco más de interés. Ojalá no se me notase en la voz la alegría que me daba saber aquello. Una cosa era dejarle ver a Asher que estaba interesada en él y otra bien distinta darle a entender que tenía la sartén por el mango—. Bueno, supongo que quien nace acosador muere acosador.
—Lo que tú quieras, bonita —replicó Asher, aunque noté que me estaba siguiendo el juego. Miró alrededor, inspeccionando la fiesta, que estaba en su máximo apogeo—. ¿Has venido sola o te has traído a tu séquito?
—He venido con mis amigas, si te refieres a eso. ¿Te parece mal que tenga amigas?
—No, claro que no. Lo que pasa es que hace más difícil pillarte a solas.
Cuando me dijo aquello sentí una especie de vahído. Recordé de repente la soda que tenía en la mano y me llevé la copa a los labios hasta que se me pasó. Asher acababa de admitir que le gustaba y creo que yo empezaba a comprender que también me gustaba él.
¡Ay, por las brujas de Salem!
Se echó hacia delante y me clavó la mirada como si intentase averiguar qué estaba pensando yo.
—¿Qué? ¿No hay réplica? Vaya, me decepcionas, Hadley. Esperaba mucho más de ti.
—¿Quieres que nos larguemos de aquí?
Aquello pareció dejarle callado y me quedé viéndolo abrir y cerrar la boca por unos segundos, como un pez fuera del agua.
Toma, ¿qué te ha parecido esa réplica?
—¿Ahora quién es el que no dice nada? —le pregunté con mucha más soltura de la que sentía.
Asher se quedó unos segundos aturdido pero luego vació la copa y se levantó. Me ofreció la mano para levantarme y la acepté encantada.
No tenía ni idea de lo que estaba haciendo pero yo nunca me achanto ante un desafío.
Les dije a las chicas que me iba a casa y dejamos atrás el bullicio de la fiesta. Cogimos mi coche porque lo tenía aparcado allí mismo y al parecer Asher había venido con alguien, aunque no tenía muy claro que fuese verdad porque no le había visto hablar con nadie ni tampoco se despidió de ninguna persona antes de desaparecer conmigo.
Una vez dentro del coche, ambos nos quedamos más callados, como si hubiésemos dejado la bravuconería en las sillas del jardín. Encendí la radio para rellenar el silencio y me sequé discretamente las manos contra el asiento, junto a la pierna; me habían empezado a sudar tan de repente… De haber llevado conmigo el desodorante, habría contemplado la posibilidad de echármelo en las palmas, aunque solo fuese para que no me resbalasen las manos en el volante. De todas formas, tampoco creo que a Asher le importase mucho; parecía estar lidiando con su propio problema: moverse más que un saco de ratones.
Ver que le temblaba la pierna a mil por hora me hizo sentirme más tranquila y empecé a relajarme. Por extraño que parezca, cuando los demás se ponen nerviosos es cuando yo más me centro. A lo mejor se debe a que alguien tiene que asumir el control y siempre me hace sentir mejor ser yo la que lo toma.
—Gracias por darme una excusa para irme —le dije para romper el silencio—. Pensé que me sentaría bien ir a una fiesta pero al parecer el cerebro sigue dándole vueltas a las cosas aunque tengas un montón de gente a tu alrededor y música a todo trapo.
—Yo creía que era porque querías que tuviésemos la oportunidad de hablar en un sitio un poco más… íntimo. —Noté que había vuelto a su ser al escuchar el tono bromista de sus palabras.
—Anda ya… Más que nada quería que me acompañases a casa. Además, tú tampoco estabas allí muy en tu salsa; ¿me equivoco? —Lo miré de reojo antes de volver la vista a la carretera. No había necesidad de estrellarse en una noche así…, o al menos no hasta que supiese de qué iba todo aquello.
—¿Qué te ha hecho pensar eso? ¿El dinero o los cientos de críos que no saben ni mi nombre y que se paseaban bebiendo priva destilada con oro en copas con diamantes incrustados? —me respondió sin dejar de mirar por la ventanilla.
—Bueno, entonces ¿por qué estabas allí si no aguantas a esa gente? —En otros tiempos eran mi pandilla. Aunque no tenía claro si seguían siéndolo, eran los únicos amigos que conservaba por el momento.
—Ya te lo he dicho: tenía la esperanza de encontrarte allí.
Noté cómo me clavaba los ojos pero me negué a mirarlo a la cara. Tenía la sensación de que si lo hacía no querría volverme hacia la carretera y luego vendrían los frenazos, los choques y las heridas…
Como las que se habían producido esa misma tarde en el centro comercial… y en el supermercado. Me sentí culpable al instante: ¿cómo podía estar allí tonteando con un extraño (por muy buenorro que estuviese) y pensando en besarlo mientras conducía hacia la casa vacía en la que había vivido mi madre?
Sentí que me deslizaba hacia un lugar oscuro, uno que me haría transformarme en una compañía bastante horrible, así que hice lo único que se me ocurrió para distraer mi atención: ser sincera con Asher.
—Yo también esperaba verte por allí.
¡Hala!, lo había dicho, ya no había vuelta atrás. Y tal y como había esperado, mi cabeza se llenó de miedos y nervios, pero todos centrados en cómo iba a responder Asher a mi confesión.
Sin embargo, no dijo nada y se quedó mirando por la ventanilla el resto del viaje. ¿Me había escuchado? ¿Realmente lo había dicho en voz alta o solo lo había pensado y las palabras nunca habían salido de mis labios? No, estaba convencida de que lo había dicho en voz alta. Pero ¿por qué no respondía nada? ¿Por qué no seguía tirándome los tejos o diciéndome, en caso contrario, que había malinterpretado sus intenciones? Uno no puede callarse sin más cuando una chica admite que le gustas. ¡Eso es ser cruel! ¡Di algo, por el amor de Dios!
La cabeza todavía me pegaba gritos cuando aparqué en la entrada de la casa y apagué el motor. Al ver que seguía sin intención de hablar, me bajé del coche y me fui hacia la puerta de la calle.
—Vale, pues nada. Gracias por acompañarme a casa de todas formas.
Era lo más tonto que podía decir, pero estaba tan confundida por lo que acababa de ocurrir que no daba pie con bola. Le oí cerrar la puerta pero seguí avanzando mientras buscaba la llave. Tenía que entrar en casa y subir corriendo hasta la seguridad de mi mantita antes de que las emociones pudiesen conmigo y acabase haciendo algo drástico… como llorar.
—Supongo que ya te veré por el barrio.
Antes de poder meter la llave en la cerradura, noté una mano en el brazo y cómo tiraban de mí. Y después sus labios en los míos, al principio con fervor y luego con más suavidad al fundirse entre sí. Ni siquiera me paré a pensar si era buena idea antes de girar el pomo y tirar de él hacia mí, y hacia el interior de la casa.