Capitulo 16

Oí el zumbido del gentío antes incluso de aparcar junto al estadio. Atrapada en el tráfico del partido como un kilómetro y medio antes de poder aparcar, me fui haciendo a la idea de lo que me disponía a hacer. Tenía el cuerpo tembloroso y era incapaz de borrar la sonrisa de la boca por mucho que lo intentase… aunque no era el caso: la sonrisa es el mejor complemento de una animadora (aparte de los pompones, que también los tenía cubiertos).

No me di cuenta de lo mucho que echaba de menos animar en un partido hasta que no me vi a punto de volver a hacerlo. Tal vez fuese negación, o que con todo el drama de los parricistas no hubiese tenido tiempo de pensar en eso. Pero una vez allí no se me ocurría ninguna buena razón para haber estado tanto tiempo apartada del terreno de juego. ¿Cómo iba a pasar nada malo en un partido delante de cientos de hinchas?

Mi sitio habitual cerca de la entrada más retirada —la que me permitía salir en cuanto terminaba el partido— ya estaba cogido por el resto del equipo, que había salido al campo unas dos horas antes del pitido inicial. Tuve que pugnar por el aparcamiento con el resto de hinchas, lo que me suponía tener que lidiar también con la muchedumbre, que se tomaba su tiempo para hacer cola en las taquillas. No parecía preocuparles que la jefa de animadoras llegase tarde y estuviese intentando desesperadamente llegar hasta su equipo, que ya estaría empezando con los cánticos prepartido.

—¡Perdón! Lo siento. ¿Puedo pasar por aquí? —iba diciendo mientras me abría camino por la marabunta de gente en mi intento por no perder mucho más tiempo.

Cuando por fin conseguí llegar a primera línea, una de las madres que trabajaban en la entrada me vio. Se le iluminó la cara en cuanto me reconoció.

—¡Hadley Bishop! Pero ¿dónde te has metido estas semanas? ¿No sabes que este equipo está necesitado de tu espíritu? —me preguntó la madre obesa de uno de los jugadores de primero mientras me hacía señas para que pasase.

—Ay, señora Tuberman, qué amable es usted —le contesté mientras intentaba inventar una excusa para mi ausencia prolongada. No quería contarle lo que le había dicho a la entrenadora para que me dispensase de los entrenamientos, y tampoco podía decirle la verdad, de modo que atajé por la calle de en medio—. Han surgido unas historias familiares que he tenido que atender, cuestiones personales. Espero que lo comprenda. En cualquier caso, aquí estoy, y me muero por salir al campo.

Vi en su cara que se había tragado mi trola y que no pretendía preguntarme nada más. Seguramente le parecía de mal gusto entrometerse, aunque yo sabía que lo más probable era que más tarde fuese a sonsacarle la exclusiva a la madre de otra animadora. De momento, sin embargo, solo tenía que entrar y reunirme con el equipo.

—¿Han entrado ya las chicas? —pregunté para cambiar de tema, pues sabía perfectamente que estaban ya en el campo; las oía entonar nuestro cántico para hacer participar a los hinchas por encima del rugido del gentío.

—Ya están aquí, y animando a los chicos, como siempre —contestó y me guiñó un ojo cómplice. Después se me acercó al pasar a mi lado y me susurró al oído las últimas palabras, como si fuésemos viejas amigas—: No ha sido lo mismo sin ti. Sin ánimo de ofender, esa Trish no lo hace tan bien como tú; no tiene tu chispa.

—Bueno, intentaré trabajarlo con ella —le dije devolviéndole el guiño. En realidad lo único que quería era salir de allí cuanto antes. Ya me había perdido los cánticos prepartido, ¡ni en broma pensaba perderme el partido en sí! Por el sonido que llegaba mi equipo me necesitaba tanto como yo la distracción.

Una vez dentro bajé directa y rodeé la pista hasta el extremo más apartado de la zona de anotación, donde las animadoras terminaban una canción. Me quedé contemplando con admiración cómo mantenían sus poses finales, con tres escorpiones en la línea de fondo. Jenny por fin había conseguido la flexibilidad suficiente para doblar la pierna hasta que la zapatilla quedase justo por encima de la cabeza. Llevaba todo el año intentando sacar el escorpión, pero no había logrado dominarlo hasta ahora. El hecho de que lo hubiese hecho en mi ausencia me dio un bajón momentáneo.

—¡Ha estado increíble, chicas! —les grité al tiempo que corría hasta ellas.

Por la forma en que sus caras pasaron del asombro a la felicidad comprendí que no esperaban verme. Bueno, todas salvo Trish, en la que vi asombro, molestia luego, culpabilidad después y por fin felicidad, en una sucesión tan rápida que, de no haberla conocido como la conocía, habría pasado por alto. Pero no tenía tiempo para procesar su reacción y menos aún para enfrentarme con ella; además, tampoco había tenido al tanto a mis amigas de mi desaparición repentina, así que era de esperar un poco de extrañeza.

—¡Hadley! ¿Qué haces aquí? —preguntó Trish al tiempo que corría para darme un abrazo. Al resto podía parecerle una pregunta inocente pero yo la conocía lo suficiente para leer entre líneas.

—Bueno, ya sabes cómo soy —le dije dando a entender que yo también sabía cómo era ella y por tanto captaba lo que había querido decir en realidad—. ¡No puedo pasar sin animar! Además, soy consciente de lo mucho que un equipo necesita a su capitana.

Si bien intenté no ser demasiado descarada, vi en los ojos de Trish, clavados en el suelo, que ya había cedido un poco en nuestra pequeña lucha por el poder. Bien, porque tal vez hubiese estado un poco desaparecida en combate, pero mi intención no era ni mucho menos retirarme para siempre. Al menos mientras pudiese evitarlo…

—Pero ¿no tenías que estar con tu familia? ¿Necesitas algo? —preguntó Sofia.

Se me dibujó una gran sonrisa y fui corriendo a darle un enorme abrazo de oso, levantándola prácticamente en volandas al hacerlo. La había echado tanto de menos… Y no porque siempre me diese la razón y me trajese mi café preferido; la había echado de menos porque era un encanto, una amiga amable y honesta a la que no le iban los dramatismos.

En esos momentos mi vida era un auténtico dramón y estaba realmente harta.

—¡Ay, Sofia, cómo os he echado de menos!

—¡Nosotras también! —me dijo devolviéndome el apretón—. Pero, en serio, ¿cómo estás?

Hice un gesto con la mano, como quitándole importancia, porque no quería entrar en el tema antes del partido.

—Estoy bien.

—¿Cómo está tu madre? Salió tan corriendo de la tienda que no me dio tiempo de ofrecerle mi apoyo para lo que quiera que pasase —me dijo Sofia bajando algo la voz para que esa información quedase entre nosotras.

—Eso digo yo, ¿qué ha pasado? Llevo días intentando averiguarlo pero lo único que me han dicho es que había surgido algo en la familia —intervino Bethany—. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Tu primo Fred ha conseguido ya dispararse en el culo con su escopeta de aire comprimido?

Eran mis mejores amigas, y era normal que me sintiese tentada de contarles la verdad, pero sabía que no podía. No habrían sabido encajarlo…, ni yo misma era capaz. Y estaba claro que no podría soportar ver sus caras de desolación al contarles lo de mi madre. Tampoco habrían entendido por qué se me ocurría estar allí en un partido de fútbol en vez de llorando mi pérdida como una persona normal.

Aunque yo no era normal, ¿verdad?

—Bah, nada con lo que quiera aburriros ahora, chicas… Dejadlo estar. ¡Quiero que me contéis todo lo que ha pasado por aquí en mi ausencia! ¡He visto que a Jenny le ha salido el escorpión! Os veo genial, chicas…; a lo mejor tendría que irme más a menudo. —Reí mi gracia aunque en mi fuero interno esperaba que me cortasen y me dijeran lo equivocada que estaba y que sin mí no eran nadie y me suplicaran que no volviera a desaparecer.

Sé que es un poco dramático pero, dado el estado emocional semifrágil en el que me encontraba (tened en cuenta que había sido un día muy, muy largo y me disponía a animar un partido de más de dos horas), necesitaba realmente un poco de reafirmación personal.

Y gracias a mis amigas, estaba a punto de conseguirla.

—¿Estás de coña? ¡Pero si apenas hemos salido adelante sin ti! —comentó Bethany.

—Ah, muchas gracias, Beth —dijo Trish con sarcasmo.

Se veía que le había fastidiado el comentario de Bethany y que tal vez estuviese hasta un poco molesta por mi regreso. Pero en realidad la entendía: estaba claro que había dado un paso al frente y había hecho que las cosas saliesen adelante para que el equipo no se resintiese por mi ausencia; ahora yo había vuelto y todo el mundo, incluso sus amigas, estaban diciendo que no había dado la talla. A nadie le gusta oír que es un segundón.

Así y todo tenía que admitir que me había sentado de maravilla oír que seguían necesitándome.

Como, por extraño que parezca, entendía a Trish, quise defenderla mientras las demás seguían cantando mis alabanzas. Me acerqué a ella, le pasé el brazo por los hombros y me eché sobre ella como si fuésemos las mejores amigas del mundo.

—¡Venga, vamos, chicas! Se ve que Trish ha llevado el equipo como una profesional en mi ausencia —dije para hacerla sentir mejor—. No sabéis el alivio que supone para mí saber que, si alguna vez tengo que irme, estáis en buenas manos.

—Pero no vas a irte nunca, ¿verdad? —intervino una chica al fondo. No acerté a ver quién era, y Trish tampoco, por suerte para la chica.

—¡Un minuto, chicas! —nos gritó la entrenadora por encima del ruido del gentío. En cuanto me vio, me dedicó una gran sonrisa y vino hacia mí—. ¡Hadley! Perdóname pero ha sido una semana muy larga… ¿Me habías dicho que ibas a venir esta noche? Mecachis, este equipo me está volviendo majareta del todo; es muy probable que me haya vuelto clínicamente loca. Pero no se lo digas a las demás. Entre tú y yo, están todas a un herkie de desmoronar la pirámide. En fin…, dime que no la he fastidiado con esto también.

No pude evitar reírme para mis adentros ante aquel discurso deslavazado que me era tan familiar. De hecho, como capitana, estaba acostumbrada a ser yo la que la ayudaba a organizarse. Era una gran entrenadora pero nunca se le había dado muy bien lo de llevar todos los detalles.

—No ha fastidiado nada, entrenadora —le aseguré—. De hecho, lo que quería era darles una sorpresa. Ni yo misma sabía hace una hora si iba a poder venir. Pero lo echaba tanto de menos que no me he podido resistir.

Señalé las gradas llenas y luego el marcador.

—Bueno, en teoría no debería dejarte animar en el partido si no has venido hoy a clase —me dijo con cara de preocupación. Acto seguido, sin embargo, relajó el gesto y me dio un abrazo—. Pero si calientas rápido, rápido, puedes colarte en la alineación y ya veremos luego.

Sabía que si hubiese sido cualquier otra no le habría dejado, pero estaba claro que me había echado de menos como ayudante; o eso, o Trish también había estado volviéndola loca.

—¡Gracias, entrenadora! —exclamé antes de hacerme a un lado con un pequeño brinco y empezar a estirar.

Aunque me había mantenido activa durante mi ausencia, animar requería un ejercicio totalmente distinto y no las tenía todas conmigo; no sabía si podría volver así sin más.

Al cabo de unos minutos me reuní con las demás en la pista y recuperé mi puesto en la alineación: en el centro de la primera fila, donde podía tener contacto visual con mis compañeras. Tras guiñarles un ojo, me puse seria y llevé los brazos detrás de la espalda, en la postura que adoptábamos cuando no estábamos animando.

Me pasé las siguientes dos horas entonando cánticos por nuestro equipo de fútbol y dejándome llevar por los movimientos, los bailes, los saltos y las acrobacias que había hecho millones de veces. Hasta me inventé un par. Al poco tiempo no pude concentrarme más que en el partido y en mi labor animando al público; logré dejar atrás las preocupaciones y la angustia de los acontecimientos de esos días. Fue la primera vez en varias semanas que me sentí realmente yo misma.

Y no quería que acabase.

Hasta que a mitad del tercer cuarto no me topé con un par de ojos familiares en las gradas no volví a la realidad. Me quedé tan descolocada que se me olvidaron las palabras del «Vamos, azules, vamos» y tuve que balbucear al azar hasta que logré retomar el hilo.

—¿Estás bien, Had? —me susurró Sofia cuando terminamos y todos tenían la atención puesta en el partido. Íbamos perdiendo por varios touchdowns pero todavía no había nada decidido. Los chicos se abrazaron y luego gritaron algo que podrían haber sido palabrotas. Costaba entenderlos desde donde estábamos, por no hablar de que los jugadores no se parecen precisamente a las animadoras en su capacidad de proyectar.

—¿Cómo? Ah, sí, sí, estoy bien —le dije todavía con la vista puesta en el chico de las gradas. Una vez más sus ojos me hacían pararme en seco y me hipnotizaban. Solo conocía a una persona con una mirada así.

Y era la segunda vez que nos encontrábamos en el mismo día. En distintas ciudades… Qué curioso…

—No me extraña que estés bien con ese tío de ahí mirándote de esa manera —comentó Bethany acercándose a mí—. ¿Quién es ese? ¡Está tremendo!

Trish se unió a la diversión y supe que estaban a la espera de la exclusiva. Sin embargo, por alguna razón yo quería mantener el tema de Asher en secreto. Aún no tenía muy claro qué se proponía, ni tampoco cómo me sentía yo respecto a lo que estaba pasando entre nosotros. Lo último que me hacía falta era que Trish se lo pidiera para ella o que Bethany fuese por ahí intentando averiguar cosas sobre mi chico misterioso; sobre todo porque eso podía llevarla a la refriega de patio de colegio en la que me había visto envuelta esa misma tarde.

No, prefería mentir a remover el asunto.

—Ni idea —les dije, y acto seguido di la espalda a las gradas como si no me importara (cuando en realidad lo único que quería era preguntarle qué estaba haciendo en mi partido).

Mis amigas se quedaron mirando pero poco a poco, una por una, fueron dejando de regalarse la vista. Después de eso me fue casi imposible volver del todo al partido. Para el ojo inexperto podía parecer que estaba concentrada en mi trabajo, liderando los cánticos, animando al equipo y al público, cuando en realidad estaba totalmente en otra órbita. Andaba tan ocupada meditando sobre si Asher había venido por mí, o si estaría alucinando por lo que había pasado esa tarde, que me salté el principio del último coro, cosa que nunca me había ocurrido.

—¡Un partido genial, chicas! —nos dijo la entrenadora, que nos reunió a todas mientras los jugadores abandonaban el campo. Me sentía un poco mal por ellos; de haber tenido cola, se habrían ido con ella entre las piernas. Había ganado el equipo visitante y nosotros habíamos perdido…, y yo había vuelto al estrés en el que se había convertido mi vida.

—¿Vas a ir a la fiesta de Jaden? —me preguntó Bethany mientras recogíamos las cosas.

Conseguí mirar de reojo las gradas y me fijé en que Asher había desaparecido. Si no lo hubiesen visto mis amigas, habría pensado que había sido producto de mi imaginación.

—No sé, estoy bastante reventada. Y creo que tendría que volver a casa. —No porque me estuviese esperando nadie, pero eso no tenían por qué saberlo…

—Venga, Hache…, sabes que sin ti no hay fiesta. Date un respiro, un poco de diversión, mujer —intervino Trish. Por un momento me pregunté si estaría buscando una compañera de copas. Aunque lo de ir a una fiesta no era una idea tan horrible… Trish tenía razón: sí que podía permitirme una noche de diversión pura y dura, sin adulterar. Sería una ocasión para acallar mi cerebro hiperactivo, para variar—. Lo estás deseando. —Estaba consiguiendo tentarme y ambas lo sabíamos.

La idea de alternar con gente cuya máxima preocupación era si no sé quién se había liado con el novio de otra o si beber del barril te hacía engordar un kilo o dos era una distracción de agradecer. Y tampoco tenía otros planes…, al menos ahora que Asher había desaparecido.

Aunque no esperaba salir con él ni nada de eso…

Además, en la cabaña tampoco me aguardaba nadie… Todo apuntaba a que era mi oportunidad. Y si quería ir a una fiesta, iría a una fiesta y no había más que hablar.

—Me apunto.

Por lo visto, me iba de fiesta.