Los siguientes días se superpusieron: levantarse, comer todos juntos y repasar hechizos del día anterior, un descanso para el almuerzo antes de volver a practicar hechizos nuevos durante varias horas; tras una cena temprana, les daba tiempo libre para que lo dedicasen a ver la televisión, disfrutar de una película, escuchar música, leer o simplemente descansar. Antes de darnos cuenta, nos habíamos acostumbrado a nuestra nueva rutina.
Ni que decir tiene que algunos chicos se quejaban (con Fallon a la cabeza) y comparaban aquel régimen con la cárcel o la escuela. A mí, sin embargo, no me importaba. La cuestión era preparar a todo el mundo para lo que estaba por llegar. Cuando gimoteaban o pedían un descanso les recordaba por qué estábamos allí escondidos, y aquello solía bastar para callarlos, al menos por un rato.
No me pasaba desapercibida la ironía de estar llevando la batuta de unos entrenamientos por los que me había peleado con mi madre. Y cada vez que alguien preguntaba por qué trabajábamos tan duro, evocaba en mi interior un montón de sentimientos de culpabilidad por no haber llegado a reconciliarme con ella antes de su muerte. Aunque sufría cuando la recordaba, también sabía que ese había sido su último deseo y seguía metiendo presión a todo el mundo.
Después la cosa mejoró; hasta Peter aprendía cada vez más rápido que cuando trabajábamos con Jackson. Me había emparejado con él durante los entrenamientos para asegurarme de que lo comprendía todo al momento. Me sorprendió bastante ver lo rápido que captaba las cosas desde que no trabajaba con Fallon. Era como si, sin la distracción de aquel diablo de bolsillo, pudiese por fin concentrarse y dominar sus poderes. Desde luego a mí me estaba resultando todo más fácil sin él por allí rondando.
Después de nuestra gran pelea delante de todo el mundo, Fallon se había negado a entrenar con el resto. Cuando le pedí explicaciones, me dijo que estaba trabajando en otras historias por su cuenta. Como yo tampoco me moría por que volviese al equipo, lo dejé a su aire e ignoré que no participase en las clases.
Pero no todo el mundo permaneció bajo mi batuta; unos cuantos chicos desarrollaron cierto culto por Fallon y sus maneras descarriadas y decidieron que tampoco necesitaban entrenar. Habían cogido la costumbre de seguirlo allá donde iba y preferían vaguear a trabajar con el resto. Al principio me molestó un poco, pero había demasiadas cosas que hacer y no tenía tiempo de pelearme con ellos: debía concentrarme en los que de verdad querían prepararse.
De ese modo, Fallon y su horrible actitud se paseaban todo el día de aquí para allá. No tenía ni idea de qué tramaban pero siempre se iban justo después de desayunar y no volvían hasta la hora de cenar, por lo general con los vaqueros llenos de barro. Por su propio bien, esperaba que fuese por algo más que por echar peleíllas en el barro, porque si no… En fin, no quería ni imaginarme lo que estaban maquinando.
Al quinto día de entrenamiento me disponía a comenzar la sesión cuando Sascha, Jasmine y Jinx se me acercaron con una resolución que nunca les había visto y que me preocupó al instante.
—Oye, Had, ¿tienes un minuto? —me preguntó Jasmine.
Oh, oh… Cuando una conversación empieza así, nunca acaba bien.
—Claro —le respondí sin traicionar mis nervios en la voz—. ¿Qué ocurre?
—Nos preguntábamos si sería posible saltarnos las clases de magia hoy —me dijo Jinx.
Parpadeé incrédula; de Fallon me lo habría esperado pero de ellas no.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —pregunté con cautela.
—Bueno, es que… verás… —titubeó Sascha con los ojos clavados en los pies.
—Tenemos que ir a abastecernos —dijo Jasmine sin más rodeos—. Llevamos con la misma ropa una semana y estamos empezando a apestar. Y yo estoy harta de comer fideos chinos todas las noches. Quiero un filete, una hamburguesa, patatas fritas…, vamos, cualquier cosa con sustancia. Ah, y tengo que teñirme el pelo; están empezando a salirme las raíces —me dijo acariciándose el cuello cabelludo—. Tengo que mantener mi aspecto; si no, dentro de poco pareceré una chalada.
—¿Dentro de poco? —bromeó Sascha.
—Habló la Reina de las Raíces.
Un ruido ahogado escapó de los labios de Sascha como reacción al insulto.
—Eso ha sido muy feo, Jasmine, todo un golpe bajo —le dijo con un mohín—. Además, estamos aquí en medio del bosque; no sé a quién quieres impresionar. ¿Qué?, ¿tienes miedo de que aparezcan unos leñadores psicópatas y vean que tu pelo azabache no es natural? He visto mogollón de películas de miedo y te digo que, si aparecen, lo último en que se van a fijar es en tu pelo.
Nos quedamos mirando a Sascha, sin saber muy bien qué contestar.
—De verdad, tendrían que darte tu propio reality show —le respondió Jasmine.
Sascha sonrió con la mirada perdida a lo lejos, como si se lo estuviese imaginando.
—¡Eso mismo me digo yo todo el tiempo!
Sacudí la cabeza y les dije:
—Está bien, podemos ir al pueblo pero solo unos cuantos. Todavía no sabemos dónde están los parricistas o si nos están buscando.
—Pero si supiesen dónde estamos, ¿no habrían venido ya a por nosotros? —preguntó Jinx a nuestras espaldas. Se las había arreglado para no abrir la boca hasta ese momento y casi se me había olvidado su presencia.
—No tienen por qué —le dije mirando a nuestro alrededor. No había sido totalmente sincera con ellas en lo que a la cabaña se refería, no les había contado por qué era el mejor sitio para escondernos; hasta ese momento no lo había creído importante—. La cabaña está medio encantada.
—¿De qué hablas?
No tenía sentido seguir guardando el secreto; además, supongo que tampoco era malo que el resto lo supiese.
—Mi madre me contó hace muchos años que estaba embrujada para ser invisible al mundo exterior.
—¿Invisible? ¿No la ve nadie? —preguntó Sascha con los ojos cada vez más abiertos.
—No, más bien es que, si alguien viene buscándonos, será redirigido para no llegar jamás hasta aquí; no es invisible exactamente pero no podrán vernos si nunca encuentran el sitio —les expliqué.
—¿Lo hicieron por los parricistas?
—No lo sé seguro, ni siquiera sé quién lo hizo —le dije encogiéndome de hombros—. Así que creo que no hay por qué preocuparse por ningún paleto chalado.
—¿Cómo funciona? —quiso saber Jasmine—. Porque, bueno, nosotros la encontramos, así que no será algo imposible.
—Creo que tiene que ver con saber que existe y con las intenciones que tengas, o algo por el estilo. —Yo tampoco había logrado nunca obtener una repuesta clara al respecto, aunque también era cierto que en la época en que veraneábamos allí no me importaban esos detalles—. Lo único que sé es que a mi madre le encantaba que no pudiesen llamar a mi padre del trabajo mientras estábamos aquí, porque no llegaban las llamadas.
—Qué raro —dijo Jinx—. Aunque ahora que lo sé, me siento más segura estando aquí.
Las otras dos chicas asintieron.
—Bueno, ¿por qué no reunís al resto y salimos hacia la ciudad dentro de media hora? —concluí mientras iba hacia la puerta—. Aseguraos de que todo el mundo sepa lo que quiere comprar antes de llegar. No quiero pasarme media vida expuesta, prefiero no correr riesgos.
Les pareció todo bien y desaparecieron para reunir a la tropa. Mientras, aproveché para pasar un rato a solas en el cuarto de baño y arreglarme. Jasmine tenía razón: una cosa era que estuviésemos escondidos en medio del bosque y otra muy distinta vivir en la inmundicia. Había conseguido cuidarme durante aquellos días, es decir, mantener mi rutina de belleza. Y aunque mis modelitos se habían moderado un poco con respecto a lo que solía vestir para ir al instituto, no iba por ahí con pantalones de chándal ni nada por el estilo. De ninguna de las maneras: los tacones seguían siendo mi sello de identidad, aunque fuesen más bajos de lo habitual.
Sin embargo, si íbamos a ir al pueblo, tenía que subir la apuesta. Aunque mi plan era evitar encontrarme con nadie, no era una ingenua y sabía que me vería gente, y una fashionista que se precie tiene que estar siempre preparada para lo que surja.
En cuanto me retoqué el maquillaje y me cepillé el pelo, volví al cuarto de mis padres y encendí el portátil. Entré en un par de mis páginas favoritas de famosos y busqué un atuendo apropiado para una salida de día. Había un centro comercial con tiendas outlet muy cerca de un supermercado, a unos veinte minutos de la cabaña, y me pareció que era la mejor forma de matar dos pájaros de un tiro.
Las chicas tenían razón: todo el mundo estaba hastiado de ponerse lo mismo una y otra vez y, para ser sincera, con la cantidad de ropa estupenda que había en el mundo, era una vergüenza repetir conjunto. Además, como no le había enseñado a nadie mi hechizo de glamour (no veía de qué podía servir en una pelea contra los parricistas), era cuestión de tiempo tener que ir a comprar.
Me llamó la atención un vestido que se había puesto mi actriz favorita para el estreno en Europa de su última película mientras hojeaba los modelitos que estaban in y out en mi página preferida, www.celebinspired.com. Aplaudí excitada: era perfecto, un cuerpo de algodón a rayas blancas y negras con una falda de satén rojo que llegaba justo a mitad del muslo. Estaba claro que era un poco pasarse para ir al centro comercial, pero tenía bolsillos y eso lo hacía más ponible de día que de noche. Cogí uno de los pocos vestidos limpios que me quedaban, recité las palabras mágicas y contemplé cómo se convertía en una réplica exacta del que había en la pantalla. Me quité la ropa que llevaba puesta y me quedé un minuto mirándome en el espejo.
No lo habría dicho en voz alta por miedo a que la gente pensara que era una creída, pero me quedé bastante impresionada. Aunque no había tenido tiempo para hacer mis ejercicios diarios (lo de hacer de animadora estaba claramente descartado mientras siguiésemos escondidos) y estaba comiendo lo primero que pillaba, me alegraba ver que no parecía haber cambiado nada. Y eso no era magia, era pura y llanamente una genética de primera.
Al enfundarme mi última creación, me estremecí al sentir que el tejido se abría camino por mi cuerpo como si fuesen millones de manos diminutas. Cuando estuve cubierta del todo, analicé el resultado final.
Jo, tal vez no fuese Jessica Alba, pero podría haber sido perfectamente su doble de cuerpo. Tenía una carrera por delante si necesitaba encontrar trabajo cuando todo hubiese acabado.
Y tan rápido como me perdí en mi fantasía de moda y fama, volví a la realidad.
Los parricistas, mis padres, asesinato múltiple, una batalla épica entre el bien y el mal… Vale, supongo que ser Jessica Alba no cuadraba con mi vida.
Suspiré… Por lo menos ese día mi vida incluía ir de tiendas.
Me calcé un par de Loubotins blancos con unos lazos negros gigantes que colgaban por detrás y me puse a hacer una lista mental de todo lo que necesitaba comprar en el pueblo. Nada más empezar me di cuenta de que nuestras necesidades iban más allá de un poco de comida y un par de modelitos. Cogí el bolso de la percha de la puerta y fui al salón acompañada por el traqueteo de mis tacones.
Llevó menos tiempo de lo esperado meter a todo el mundo en los coches porque solo habían decidido venir unos cuantos. Cuando oí que rechazaban la propuesta, me cogió por sorpresa: ¿quién desaprovecharía una oportunidad para ir de tiendas? La idea me resultaba tan disparatada que por un momento creí que estaban tomándome el pelo. Luego, en cambio, algunos de los más pequeños confesaron que les hacía ilusión pasar un rato a solas, o todo lo solos que podían estar con la mitad de la casa de compras en el pueblo.
Me encontré con Emory cuando salía por la puerta y me paré a saludarla.
—Todavía puedes venir, si quieres. Hay bastante sitio. Parece que todo el mundo está deseando tener un momento MMC —le dije señalándole hacia donde estaba esperando el resto.
—¿Un momento MMC? —me preguntó confundida.
Era cierto; la tontería de las siglas era algo que compartía con mis amigas del instituto, y allí no había ninguna. Al pensar en ellas me entró la nostalgia, pero luché contra el dolor creciente en la boca del estómago y me concentré en la conversación que estaba teniendo.
—Ay, perdona. Me refería a un momento Mí-Me-Conmigo —le expliqué—. Yo creía que la gente se lo estaba pasando bien, como en una gran fiesta de pijamas y eso, pero al parecer no veían la hora de perderse de vista los unos a los otros.
—Bah, yo no creo que sea por eso, Hadley.
—¿Ah, no? ¿Y entonces?
Emory se miró los zapatos antes de volver a establecer contacto visual conmigo.
—Bueno, pues porque, aunque la gente haya puesto esa excusa, yo creo que lo que les pasa a muchos es que les da cosa volver al exterior, o sea, al mundo no mágico.
—Ah… —dije sin saber muy bien qué responder.
Emory se sintió culpable al instante.
—No es que no se sientan seguros contigo, las sesiones de entrenamiento han hecho que controlen mucho mejor toda esta situación; es solo que no se sienten seguros fuera de aquí. Saben que aquí se les cuida, pero más allá de este bosque las cosas son una… incógnita.
—Pero si ni siquiera sabemos si nos están buscando… —esgrimí.
—Ya, bueno, pero nos estás entrenando como si los parricistas fuesen a aparecer en cualquier momento para atacar al resto de los Cleri. Todos sabemos que se avecina algo y, gracias a ti, estaremos más preparados. Lo que pasa es que algunos todavía no tenemos la sensación de haber llegado a ese punto.
—Entiendo lo que me dices, pero tampoco podemos escondernos aquí para los restos. En algún momento tendremos que volver al mundo exterior y arriesgarnos. Además, ya casi hemos repasado todos los hechizos que nos enseñó Jackson antes de…
No sabía muy bien cómo terminar la frase sin sacar a colación la matanza de nuestros padres, de modo que la dejé sin terminar mientras rezaba para que alguien me interrumpiese y detuviese mi metedura de pata verbal. Por suerte fue la propia Emory la que vino al rescate, carraspeó y retomó la conversación:
—Como te he dicho, el entrenamiento está siendo increíble, pero hay gente que es más asustadiza —me explicó; al ver que se me arrugaba el ceño, se adelantó y me puso la mano en el brazo para mostrarme su comprensión—. No te preocupes, ya lo superarán. Estás haciendo una labor alucinante, Hadley, de verdad. Sabes que todos confiamos en tu capacidad de controlar las cosas y que haremos lo que creas conveniente para superarlo todo, pero tienes que darles un poco más de tiempo.
Eso no era ningún problema. Por suerte, darles tiempo y espacio también suponía poder irme al pueblo a hacer un poco de terapia consumista. Y después de más de una semana rodeada de críos en una cabaña, a mí tampoco me vendría mal un momento MMC. Además, las mejores ideas siempre se me ocurren cuando estoy de compras y, después de mi charla con Emory, tenía bastante en lo que pensar.