Capitulo 1

Al levantarme sentí una sacudida por todo el cuerpo, en perfecta sincronía con la mujer que acababa de sucumbir a la muerte. Tenía la respiración acelerada y el pelo apelmazado por el sudor. Me latía el corazón como si acabase de correr una maratón, a pesar de que llevaba varias horas dormida.

Miré el reloj digital de la mesita de noche y maldije al verlo. Aunque todavía me quedaba una hora para levantarme, sabía por experiencia que, cuando tenía ese sueño en concreto, era inútil intentar volver a dormir.

«¡Estupendo! Ahora tendré que echarme una capa extra de base para cubrir las bolsas que van a salirme bajo los ojos. Seguro que nadie más tiene que preocuparse de ver interrumpido un sueño reparador por los recuerdos de sus parientes muertos».

Suspiré y eché hacia atrás la colcha con gran parsimonia, antes de saltar de la cama e ir a tientas hasta el baño. Descorrí la cortina de la ducha y abrí los grifos de la bañera hasta que la habitación se llenó de vapor. Un vistazo rápido en el espejo confirmó mis temores: tenía cara de no haber dormido más de cuatro horas.

Lo que, por otra parte, era cierto. Me había quedado levantada hasta supertarde, poniéndome al día con la gente en Facebook y agregando amigos que lo habían solicitado; para cuando me obligué a meterme en la cama, había aceptado a más de veinticinco amigos nuevos. Mi cuenta ascendía ya a 11 280.

¿Que si conocía a toda mi lista de amigos? No, pero sí que había una gran posibilidad de que ellos me conociesen a mí. Supongo que se puede decir que en mi instituto soy lo que llaman «popular». No quiero parecer una creída, pero la gente parece sentirse atraída por mí. Siempre ha sido así y, la verdad, hace tiempo que dejé de preguntarme por qué. A ver, ¿quién querría cuestionar la popularidad? A no ser que estés en el lado chungo del tema, claro está…

Tiré de las bolsas que tenía bajo los ojos hasta que desaparecieron. Cuando las solté, sin embargo, la hinchazón volvió; ¡parecía mayor de diecisiete años!

—Qué horror —dije entre dientes, y le hice una mueca a mi reflejo.

Sabía lo que tenía que hacer para arreglar aquel desastre, de modo que me concentré en los cercos negros bajo mis ojos y dije:

Delemin barrit.

Parpadeé varias veces y al abrir los ojos la imperfección había desaparecido. Con una sonrisa en la boca, admiré mi piel impecable desde varios ángulos. Luego me metí en la ducha y me relajé bajo el chorro; apoyé las manos en la pared de delante y dejé caer la cabeza para que el agua me recorriera cuello y espalda. Siempre que soñaba con Bridget Bishop me levantaba con un dolor de espalda horrible. Mi parte racional sabía que posiblemente fuese resultado de la tensión, pero mi parte mágica se preguntaba si en realidad no sería porque en el sueño había estado conectada con Bridget justo cuando la ahorcaban.

Una hora después había acabado de asearme y bajaba para desayunar y ver la CNN. Aunque la mayoría de la gente de mi edad no ve las noticias, yo soy de la opinión de que es importante estar al tanto de lo que pasa en el mundo. Detesto no estar informada cuando alguien saca un tema de actualidad; además, creo que es esencial luchar contra el estereotipo de que las chicas guapas no podemos ser listas.

Más de una vez me han dicho que yo soy ambas cosas…

Tras encender el televisor con el mando, cogí la caja de Fruity Pebbles de la despensa y me serví un buen cuenco de cereales, antes de dejarme caer en el sillón justo enfrente de la tele con las piernas colgando por el reposabrazos. Mastiqué con ganas el alimento azucarado. El desayuno es la comida más importante del día y nunca dejo pasar la oportunidad de empezar con buen pie.

Pese a que intenté prestar toda la atención posible a lo que decían los presentadores en la pantalla, al cabo de unos minutos mi mente volvió al sueño. Ya lo había tenido antes; de hecho, cientos de veces. Pero por muchas veces que se repitiera, siempre me dejaba con una sensación inquietante. Por no hablar de que era una auténtica movida ver a una mujer ahorcada una y otra vez…, y más sabiendo que lo que veía había pasado de verdad.

Para colmo, aquella mujer era pariente mía.

Vale, sí, está varias decenas de «tataratatara» atrás, pero es cierto: soy descendiente de Bridget Bishop. Y aunque es normal que penséis que puede resultar una anécdota divertida para contar en las fiestas, a la gente le entra un escalofrío cuando les cuento que a mi tataratatarabuela la sentenciaron a morir en la horca por brujería durante la famosa caza de brujas de Salem.

Casi nada.

Y por si todo eso no fuese ya lo suficientemente desazonador, sumadle el hecho de tener que verlo repetido una y otra vez… Una auténtica pesadez… por algo las llaman «pesadillas».

Aun así, esa vez me había fijado en algo en lo que no había reparado en anteriores ocasiones, porque era la primera vez que escuchaba la conversación entre Bridget y su hija. Aquel intercambio me había dejado emocionalmente más agotada de lo habitual. No solo por las palabras concretas que habían compartido, sino porque me daba la impresión de que mi madre había heredado mucho más que la belleza de la abuela Bridget. Desde que tengo uso de razón, mi madre siempre ha podido comunicarse conmigo sin usar palabras. La única diferencia entre nuestra situación y la de nuestras antepasadas es que yo aprendí pronto a mantener a raya a mi madre cuando no quería que penetrase en mi cabeza.

Aquel giro de los acontecimientos me había cogido desprevenida, pero también me había dado algo en lo que pensar, de modo que hice una nota mental para hablarlo con mi madre en algún momento.

Volví al presente cuando la cuchara llegó al fondo del cuenco vacío unos minutos después. Dejé el plato sucio en el lavavajillas y miré el reloj de la cocina. Me quedaba solo media hora para terminar de arreglarme para el instituto y, pese al pequeño toque mágico que me había dado en el baño, todavía tenía que decidir qué ponerme, peinarme y maquillarme.

Con una mirada al televisor, que seguía retumbando en la estancia, dije:

Octo alermo.

Mientras me iba, la pantalla se apagó a mis espaldas.

Siempre me ha encantado el sonido de los tacones al andar: clic, clac, clic, clac. Los tacones son una declaración de principios; a cada paso trasmiten poder, sofisticación y sensualidad: clic, poder, clac, sofisticación, clic, sensualidad. Está claro que son un poco incómodos y nada prácticos para andar todo el día por el instituto, pero el mensaje que lanzan a mis semejantes hace que el sufrimiento merezca la pena.

Caminé con la cabeza alta, los hombros hacia atrás y la mirada al frente mientras recorría entre claqueteos el aparcamiento, regodeándome en el hecho de que podía mirar a los que pasaban pero ellos no sabían que los observaba porque llevaba puestas mis supergafas de sol. Otra cosa que aprendí a edad temprana es que cierto halo de misterio siempre resulta beneficioso; una nunca debe revelar todos sus secretos.

Localicé a mi pandilla de amigos antes de que ellos me vieran a mí y los analicé desde un punto de vista crítico. Bethany, Sofia y Trish formaban un corrillo en las escaleras de entrada y, a todas luces, estaban cotilleando, probablemente sobre algún drama acontecido en la fiesta del fin de semana, o quizás incluso sobre mí. Con esas tres nunca se sabía… Como sacadas de un catálogo de Abercrombie & Fitch, tenían un aspecto impecable de pies a cabeza, y tan idéntico que parecían haberse vestido con ropa del mismo armario.

Nuestros homólogos masculinos estaban apoyados en la pared, con las manos en los bolsillos y un aire de lo más James Dean. Sabía de buena tinta que todos y cada uno de ellos se habían tirado más rato que yo arreglándose antes de venir, se notaba a la legua. A la avanzada edad de diecisiete años, habían conseguido perfeccionar el look «acabo de salir de la cama así de ideal, ¿a que te mueres de la envidia?».

Era el grupito de los guays, y yo era su reina.

Sofia fue la primera en verme y se apresuró a levantarse mientras yo subía las escaleras. Me tendió un caffè-latte tamaño extra grande y todavía caliente.

—No quedaba vainilla light, así que te lo he pedido con caramelo —se disculpó.

Le di un trago y sonreí cuando el líquido me calentó por dentro.

—Bien pensado. Gracias, Sofe —respondí con total sinceridad.

Aunque lo había dicho de verdad, nada podía compararse con la vainilla, ni siquiera algo tan rico como el caramelo. Susurré entre dientes, removí la taza y le di otro sorbo.

«Humm, vainilla… Justo como a mí me gusta».

—Bueno, ¿qué se cuece hoy por aquí? —pregunté.

En cuanto empecé a avanzar por el patio, todo el mundo me copió el paso.

—Hablábamos de Sarah Forrester —intervino Bethany de buena gana—, que fue a la fiesta de Peter Frock este finde. Todavía no entiendo por qué no te escaqueaste de tus movidas familiares. ¡Fue la fiesta del año!

—Ya me imagino —le dije sonriendo. En realidad para Bethany todas las fiestas eran la juerga del año; para que me entendáis, se podría decir que era una yonqui de las fiestas. Creía que, si faltaba a alguna, moriría en el acto. Aunque precisamente por eso era nuestra cotilla oficial del reino: la mayoría de las veces Bethany superaba a la redacción del Page Six—. Pero ya sabes cómo es mi madre con sus noches familiares. Bueno, ¿y qué pasa con Sarah?

Bethany bajó la voz para impregnar su relato de cierto dramatismo. Le encantaba tener un público atento. Y aunque yo procuraba mantenerme apartada del lado más sensacionalista de nuestro insti, el Astor High, tengo que admitir que me sentía atraída por las actualizaciones de mi amiga. Además, como delegada de la clase de tercero, tenía que estar al tanto de lo que ocurría. Era una cuestión de liderazgo.

—¿Te acuerdas de que Sarah y Josh rompieron la semana pasada? —Asentí—. Pues bien, resulta que cuando Sarah apareció en la fiesta de Peter ella no era consciente de que Josh había pasado página… ¡hasta que se lo encontró enrollándose de mala manera con Kara en una esquina del salón!

—Oh, oh —dije, sintiéndome mal por la chica. Llevaban un año saliendo, no hacía ni cinco minutos que habían cortado… ¿y el colega va y se lía con otra? Nadie se merece eso, sobre todo viniendo de quien en teoría te quería.

«Puaj. Por eso no salgo con chicos de instituto. Y porque ninguno de ellos podría conmigo».

—Oh, oh, exactamente. En cuanto Sarah los vio, se fue hacia ellos y les tiró encima la cerveza, montando el numerito. Fue como en uno de esos programas malos donde los contrincantes no paran de insultarse… ¡Solo les faltó tirarse una silla! —Al ver que empezaba a divagar, le lancé una mirada reprobatoria y al instante sacudió la cabeza y volvió al tema—: Total, que una vez que dejó de gritarle se metió en la cocina y procedió a pillarse el superciego.

—Pobre Sarah —dije sacudiendo la cabeza, apenada—. Con lo poco que pesa… ¿Cuánto?, ¿como un billete?, ¿uno de cinco empapado de líquido? Yo creo que nunca la he visto beber, y menos emborracharse.

—La verdad es que ninguno la habíamos visto nunca como el viernes —comentó Trish con su sarcasmo habitual.

—Oye, que lo estaba contando yo, si no te importa —esgrimió Bethany lanzándole una mirada de advertencia a Trish. Acto seguido se pasó la mano por su melena rubia, recuperó la compostura y prosiguió, pero me fijé en que Trish ponía los ojos en blanco—. Bueno, el caso es que Sarah, borrachísima como ella sola, decide reconquistar a Josh haciendo un striptease encima de la mesa del salón y enrollándose luego con un tío del equipo de béisbol. Por suerte para ella, Josh ya se había largado cuando echó la pota en una maceta.

—Fue para partirse —dijo Trish.

¿Corazón roto y humillación? Yo no le veía la gracia.

—No os paséis con Sarah —dije, tamborileando mis uñas y su perfecta manicura en el borde de la taza de café—. Todos hemos hecho tonterías bajo la influencia del amor y del alcohol. ¿O tengo que recordarte lo del verano pasado en el muelle, Trish?

Mi amiga cambió la sonrisa por una boca torcida y fijó la vista en el suelo. Yo sabía que aquello le cerraría el pico bastante rápido. Lo último que quería Trish era que las demás se enterasen de lo más bochornoso que había hecho en su vida.

El silencio empezó a hacerse incómodo pero, antes de poder decir nada, Sofia vino al rescate; era la mejor cambiando de tema. Esa era una de sus mejores bazas y una de las razones por las que la había introducido en la pandilla; por eso y porque quería ser igual que yo. Además, como era la única de segundo, si yo tenía que dejar el instituto en manos de alguien después de la graduación, quería que ese alguien se pareciese a mí. Era justa y con dotes de mando, pero amable con la gente. Sofia lo reunía todo, y eso la convertía en una número dos perfecta.

—¡Uh, Hadley! No me digas que llevas otro vestido nuevo. ¡Es total! —terció Sofia, que me detuvo en medio del pasillo para admirar el modelito que con tanta meticulosidad había escogido esa mañana.

—¿El qué, este trapo? —pregunté como si tal cosa mirando hacia abajo y poniendo los brazos en jarras, igual que si estuviese posando en la alfombra roja.

Llevaba un vestido negro con rajas blancas a los lados, como si hubiesen recortado la tela y hubiesen dejado a la vista el forro interior. La parte de arriba me caía sobre el pecho y mostraba el escote lo justo para dejar algo a la imaginación. Los zapatos me combinaban de maravilla con la chaqueta de cuero rojo sangre, lo que hacía de mi atuendo una perfecta conjunción de niña traviesa y niña buena. Para rematar la jugada, me había pintado los labios con un tono mora que realzaba mi piel de marfil y mis rizos teñidos de color chocolate. Con aquel modelito era imposible que alguien se fijase en mis ojos hinchados.

—Vale, es posible que haya ido de compras durante el finde… —presumí.

En realidad había aprendido un nuevo hechizo de glamour que me permitía hacer ropa copiada de otra gente. Lo que llevaba había salido directamente de la pasarela de Milán. ¿Por qué llevar ropa de hace unas semanas cuando podías llevar la que todavía no estaba disponible en las tiendas?

—Creo que nunca te he visto repetir outfit —comentó Bethany, entornando los ojos con suspicacia—. Y yo me enorgullezco de memorizar ese tipo de cosas. Soy capaz de recordar lo que llevaba puesto quien sea cualquier día.

—¿Ah, sí? ¿Qué llevaba yo puesto el martes? —la retó Trish.

—Una blusa negra abierta por detrás, vaqueros Seven, bailarinas y cazadora bomber —respondió Bethany sin dejar detalle.

Trish puso los ojos como platos.

—Es increíble…, o increíblemente inquietante.

—Yo siempre llevo la misma ropa —tercié antes de volverme y seguir mi camino.

Tal vez Bethany tuviese razón con respecto a mi fondo de armario, pero no pensaba permitir que lo supiese. Salvo los alumnos con padres ricos, nadie de mi edad podía permitirse tantos cambios de look como había hecho yo en el último año. Y contar la verdad no era una opción. ¿Qué iba a decirles?, ¿que tenía ropa nueva todos los días porque le había echado un hechizo a mi armario? ¿Para que luego me preguntasen cómo lo hacía?

Síii, claro…

—En serio, no recuerdo la última vez que te vi repetir modelito —insistió Bethany al tiempo que se esforzaba por seguir mi paso taconeante.

—Pues me pongo la misma ropa varias veces. —Sentí que mi poder de persuasión recorría las palabras mientras las decía. No es que lave el cerebro, es solo que sé cómo convencer a la gente de lo que yo quiero que crean. ¿Será por eso por lo que nadie quiere enfrentarse nunca conmigo en clase de oratoria…?—. ¿Hola? Me pongo esta chaqueta casi todos los días.

—Bueno, si tú lo dices… —repuso Bethany abandonando a regañadientes la discusión.

—De prestado o de estreno, el caso es que está cañón —dijo Trish, con un mínimo toque de celos en la voz que me hizo preguntarme si se trataba de un cumplido o de una simple observación.

Se sacó un espejo y se fue mirando mientras andaba. Justo en el lado opuesto a mí en lo que al look se refería, Trish sabía que siempre sería la segundona en la lista de «la tía más buena de Astor High». Aunque actuaba como si no le importase, con los años su cabello había ido volviéndose cada vez más rubio, sus faldas cada vez más cortas y el sujetador de una talla mayor.

Pero eso eran cosas de Trish: a mí me importaba poco lo que pensase de mí la gente de Astor… siempre y cuando siguiese siendo la más influyente del lugar, claro. A fin de cuentas el aspecto no importa tanto, aunque tampoco hace daño estar bien; todo hay que decirlo.

—Venga, tema nuevo. ¿Estamos preparadas para la reunión de después de clase? —pregunté abriéndome camino entre un grupo de chicos que estaban o recreando una escena de una película de acción o bien haciendo una batallita de break en medio del pasillo—. Se supone que tenemos que decidir una temática para el baile de otoño y ver a qué obra benéfica destinamos el dinero de este año. Sofia, ¿puedes asegurarte de que todo el mundo llegue a la hora? A las cinco tengo un compromiso al que no puedo llegar tarde.

—¿Cuando dices compromiso te refieres a una cita? —se burló Bethany, entusiasmada por la posibilidad.

Puse los ojos en blanco.

—Ya sabes que no salgo con chicos de instituto, Be. Y además, ¿de dónde quieres que saque tiempo para una relación con lo ocupada que estoy gestionando este instituto, animando a nuestros deportistas y sacando sobresalientes en todo para ser la primera de la clase y entrar en una de las universidades grandes?

—Ya, pero parte de la gracia de tenerlo todo consiste en tenerlo todo. Y eso incluye a un hombre.

—O a varios —terció Trish con sonrisa de diablillo—. Sabes que podrías tener a cualquier tío que quisieras. Y es probable que a unas cuantas tías, de paso.

Aunque quizá tuviese razón, meterme en una relación era lo último que me pasaba por la cabeza.

—Os tengo a vosotras, y con eso me basta y me sobra para pasarlo bien —bromeé, y choqué la cadera contra la de Sofia, que me devolvió el gesto y rio entre dientes.

Cuando sonó el timbre miré a mi alrededor mientras la gente empezaba a escabullirse para la primera clase. Bethany y Trish se despidieron con la mano y regresaron sobre sus pasos después de prometer que nos veríamos en la comida. Me volví y miré a Sofia antes de continuar de camino a nuestras respectivas clases.

—Me aseguraré de que cale el mensaje respecto a la reunión de hoy —me dijo Sofia, que iba con los libros pegados al pecho—. ¿Te puedo ayudar en algo para tu compromiso de esta tarde? ¿Necesitas compi de compras o copiloto?

Sonreí a mi joven amiga. No cabía duda: era la más auténtica de todo el grupo.

—Qué va, solo tengo que ir a visitar a unos viejos amigos de la familia, poco más. Pero te prometo que, la próxima vez que necesite cobertura, te lo diré.

Me devolvió una sonrisa resplandeciente y pegó un saltito antes de desaparecer por la puerta del aula de informática. No me habría importado llevarme a Sofia conmigo, sobre todo porque tenía que conducir casi una hora para llegar al sitio de encuentro. Pero como ella iba a tener que quedarse fuera de la reunión, no me parecía de recibo dejarla sola hasta que yo acabase solo para tener un poco de compañía durante el camino.

No, no. Tendría que volver a hacer sola mi viaje mensual.