El campamento de Curt contaba con un refugio mayor, pero no tan bien hecho. El techo era un lío de hojas de palmera…, no un techo de paja bien hecho, sino ramas entrecruzadas y cubriéndose las unas a las otras. Sin duda tenía goteras. Disponía de paredes, pero no de suelo. Dentro había un fuego, encendido y humeante. Y ése era también el aspecto que tenía la gente: encendidos, humeantes, sucios, irritados.
Se agruparon a la entrada del refugio con hachas, machetes y porras, y se enfrentaron al grupo de ooloi. Lilith se dio cuenta de que estaba junto a unos alienígenas, frente a un grupo de hostiles y peligrosos humanos.
Se echó hacia atrás.
—No puedo luchar contra ellos —le dijo a Nikanj—. Contra Curt sí, pero no contra los otros.
—Nosotros tendremos que luchar si nos atacan —le contestó Nikanj—, pero tú mantente apartada. Los vamos a drogar fuertemente…, lucharemos para dominarlos sin que haya muertes, a pesar de sus armas. Es peligroso.
—¡No os acerquéis más! —gritó Curt.
Los oankali se detuvieron.
—¡Éste es un lugar humano! —continuó Curt—. ¡Está prohibido para vosotros y vuestros animales!
Miró a Lilith, con su hacha dispuesta.
Ella le devolvió la mirada, temerosa del hacha, pero deseando ir a por él. Deseando matarle. Deseando arrebatarle el hacha y matarlo con ella, o con sus manos desnudas. Que muriese allí, y se pudriese en aquel lugar extraterrestre en el que él había abandonado a Joseph.
—No hagas nada —le susurró Nikanj a Lilith—. Él ya ha perdido toda esperanza de ir a la Tierra. Y ha perdido a Celene: ella será enviada a la Tierra sin él. Y ha perdido su libertad mental y emocional. Déjanoslo a nosotros.
Al principio ella no lo pudo entender…, literalmente no comprendía las palabras que él pronunciaba. No había nada en su mundo más que un Joseph muerto y un Curt obscenamente vivo.
Nikanj la retuvo hasta que también lo hubo reconocido a él como parte de este mundo. Cuando vio que le miraba a él, que forcejeaba con él en lugar de simplemente tirar tratando de ir hacia Curt, repitió sus palabras hasta que ella las oyó, hasta que penetraron en su interior, hasta que se quedó quieta. No hizo ningún intento por drogarla, pero no la soltó.
Hacia un lado, Kahguyaht estaba hablando con Tate. Ésta se mantenía bien alejada de él, aferrando un machete y situada junto a Gabriel, que blandía un hacha. Era Gabriel quien la había convencido de abandonar a Lilith. Tenía que ser él. ¿Y quién había convencido a Leah? ¿Se había decantado por lo más práctico? ¿O había sido el miedo de ser abandonada, de quedarse sola, de ser otra paria desterrada como Lilith?
Halló a Leah y la miró, preguntándose qué sería. Leah apartó la vista. Luego su atención fue devuelta a Tate.
—¡Iros! —estaba suplicando Tate, con una voz que no sonaba a ella—. ¡No os queremos! ¡Yo no os quiero! ¡Dejadnos en paz!
Sonaba como si fuera a llorar. En realidad, las lágrimas ya caían por su cara.
—Nunca te he mentido —le dijo Kahguyaht—. Si usas tu machete contra alguien, perderás la Tierra. Nunca volverás a ver tu mundo natal. Incluso este lugar te será negado.
Dio un paso hacia ella.
—No lo hagas, Tate. Te vamos a dar lo que más quieres: la libertad y el regreso a casa.
—Eso ya lo tenemos aquí —dijo Gabriel.
Curt se puso a su lado.
—¡No queremos nada más de vosotros! —gritó.
Los otros que había tras él manifestaron ruidosamente su acuerdo.
—Aquí os moriríais de hambre —les dijo Kahguyaht—. Incluso en el poco tiempo que lleváis aquí, ya os ha resultado difícil encontrar comida. No hay bastante, y aún no sabéis cómo usar la que hay.
Kahguyaht alzó la voz, hablándoles a todos:
—Se os permitió que nos dejaseis cuando quisierais, para que así pudierais practicar las habilidades que habíais aprendido y que aprendieseis otras nuevas, unos de los otros y todos de Lilith. Teníamos que saber cómo os comportaríais después de dejarnos. Sabíamos que alguno podía resultar herido, pero jamás pensamos que os mataríais los unos a los otros.
—¡No hemos matado a un ser humano! —gritó Curt—. ¡Hemos matado a uno de vuestros animales!
—¿Hemos? —dijo con voz átona Kahguyaht—. ¿Quién te ayudó a asesinarlo?
Curt no le contestó.
—Tú le golpeaste —continuó Kahguyaht— y, cuando estaba inconsciente, lo asesinaste con tu hacha. Lo hiciste tú solo y, al hacerlo, tú mismo te exiliaste permanentemente de tu Tierra.
Habló a los otros:
—¿Os uniréis a él? ¿Queréis que se os saque de este terreno de entrenamiento para ser colocados en familias Toaht con las que viviréis el resto de vuestras vidas, a bordo de la nave?
Los rostros de algunos comenzaron a cambiar…, sus dudas empezaban, o se hacían más grandes.
El ooloi de Allison fue hasta ella, y logró ser el primero en tocar al humano al que había venido a recuperar. Le habló en voz muy baja. Lilith no podía escuchar lo que le decía, pero al cabo de un instante Allison suspiró y le ofreció el machete.
El ooloi declinó el cuchillo con un gesto de un brazo sensorial, mientras le colocaba el otro en derredor del cuello. La llevó detrás de la línea de oankali, donde se encontraba Lilith con Nikanj. Lilith la miró, preguntándose cómo Allison había podido ponerse en contra de ella. ¿Había sido sólo por miedo? Si lo deseaba, Curt podía meterle el miedo en el cuerpo a cualquiera. Y se trataba de Curt con un hacha…, un hacha que ya había usado para matar a un hombre…
Allison se topó con su mirada, apartó la vista, luego la miró fijamente:
—Lo siento —susurró—. Pensamos que podríamos evitar un baño de sangre yéndonos con ellos, haciendo lo que nos decían. Pensamos… ¡Oh, cómo lo siento!
Lilith se dio la vuelta, mientras las lágrimas volvían a empañarle la visión. De algún modo había sido capaz de olvidarse de la muerte de Joseph durante unos minutos. Las palabras de Allison se la habían vuelto a recordar.
Kahguyaht tendió un brazo sensorial hacia Tate, pero Gabriel tiró de ella hacia atrás.
—¡No os queremos aquí! —graznó. Y empujó a Tate tras de sí.
Curt gritó…, un alarido sin palabras, lleno de ira; una llamada de ataque. Se abalanzó contra Kahguyaht, y varios de los suyos se unieron al asalto, lanzándose contra los otros ooloi, blandiendo sus armas.
Nikanj empujó a Lilith hacia Allison y se sumergió en la lucha. El ooloi de Allison sólo se detuvo el instante necesario para gritarle, en rápido oankali:
—¡Mantenla fuera de esto!
Y luego también él se unió a la pelea.
Las cosas pasaron casi demasiado deprisa como para poder seguirlas. Tate y los pocos otros seres humanos que no parecían desear otra cosa que escapar se encontraron atrapados en medio. Wray y Leah, sosteniéndose entre sí, huyeron tambaleantes de la lucha, por entre un par de ooloi que parecían estar a punto de ser hechos trizas por tres humanos que blandían machetes. De repente, Lilith se dio cuenta de que Leah estaba sangrando, y corrió a ayudar a sacarla del peligro.
Los humanos gritaban. Los ooloi no producían sonido alguno. Lilith vio a Gabriel lanzarle un mandoble a Nikanj y fallar por un pelo; le vio alzar de nuevo su hacha, en lo que claramente quería ser un golpe mortal. Entonces, Kahguyaht lo drogó por la espalda.
Gabriel emitió un débil sonido jadeante…, como si no le quedase dentro fuerza suficiente para obligar a salir un grito de su pecho.
Se derrumbó.
Tate aulló, lo agarró y trató de arrastrarlo fuera de la lucha. Había dejado caer el machete, y claramente ya no era una amenaza.
Curt no había abandonado su hacha, que le daba un radio de acción amplio y mortífero. La manejaba como si no pesase nada, controlándola con facilidad, y ningún ooloi se arriesgaba a ser golpeado por ella.
En algún otro lugar, un hombre consiguió clavar su hacha en el pecho de un ooloi, causándole una importante herida. Cuando el ooloi cayó, el hombre saltó sobre él para rematarlo, ayudado por una mujer que llevaba un machete.
Un segundo ooloi los aguijoneó a ambos por detrás. Mientras caían, el ooloi herido se alzó. A pesar del corte recibido, caminó hasta donde aguardaba el grupo de Lilith. Se sentó pesadamente en el suelo.
Lilith miró a Allison, Wray y Leah. Todos ellos observaron al ooloi, pero no hicieron gesto de ayudarlo. Lilith fue hasta él, y vio que, a pesar de su herida, enfocaba perfectamente en ella. Sospechaba que esa herida no le impediría aguijonearla, para dejarla inconsciente o incluso muerta, si se sentía amenazado.
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —preguntó. La herida estaba, más o menos, allá donde habría estado su corazón si hubiese sido humano. Supuraba un espeso fluido claro y una sangre tan roja que parecía falsa. Sangre de películas. Sangre de cartel publicitario. Una herida tan terrible debería estar echando fluidos corporales a borbotones, pero el ooloi parecía estar perdiendo muy pocos.
—Me curaré —dijo el ooloi con voz desconcertadoramente calmada—. Esto no es grave.
Hizo una pausa.
—Nunca creí que intentasen matarnos. Ni nunca supe lo duro que sería el no matarlos.
—Deberíais haberlo sabido —murmuró Lilith—. Habéis tenido tiempo suficiente para estudiarnos. ¿Qué os creíais que iba a pasar cuando nos dijisteis que nos ibais a extinguir como especie, a base de trastear genéticamente con nuestros hijos?
El ooloi volvió a enfocar en ella.
—Si tú hubieras usado un arma, seguramente podrías haber matado a alguno de nosotros. Los otros no podrían, pero tú sí.
—Yo no quiero mataros. Yo sólo quiero escapar de vosotros, ya lo sabes.
—Sé que piensas eso.
Apartó su atención de ella y empezó a hacerse algo en la herida con sus brazos sensoriales.
—¡Lilith! —gritó Allison.
Lilith la miró, y luego hacia donde ella señalaba.
Nikanj estaba caído, agitándose en el suelo como ningún otro ooloi lo había hecho antes. Al momento, Kahguyaht dejó de fintar con Curt, se zambulló bajo su hacha, le golpeó y lo drogó. Fue el último humano en caer. Tate seguía aún consciente, agarrada todavía a Gabriel, que estaba inconsciente por el aguijonazo de Kahguyaht. A alguna distancia, Victor estaba aún consciente también, desarmado, y se abría camino hacia el ooloi herido que estaba cerca de Lilith…, el ooloi de Victor, se dio cuenta ella ahora.
A Lilith no le importaba el encuentro que tuviesen, ya se ocuparían ellos de sí mismos. Corrió hacia Nikanj, evitando los brazos sensoriales de otro ooloi que podrían haberla aguijoneado.
Kahguyaht ya estaba arrodillado junto a Nikanj, hablándole en voz baja. Calló cuando ella se arrodilló al otro lado del caído. De inmediato vio la herida: su brazo sensor izquierdo casi había sido cercenado de un golpe. Parecía estar colgando de poco más que un pliegue de la dura piel gris. El fluido claro y la sangre brotaban de la herida.
—¡Dios mío! —exclamó Lilith—. ¿Podrá…, podrá curarse?
—Quizá —contestó Kahguyaht, con su voz tan molestamente tranquila. Ella odiaba las voces de los ooloi—. Pero tú tienes que ayudarle.
—Sí, claro que le ayudaré. ¿Qué debo hacer?
—Échate a su lado. Agárralo, y agárrale el brazo sensorial, sosteniéndolo en su sitio, para que pueda volver a unirlo…, si es que puede.
—¿Volver a unirlo?
—Quítate la ropa. Puede que esté demasiado débil para abrirse camino a través de la ropa.
Lilith se desnudó, negándose a pensar en lo que pensarían de esto los humanos aún conscientes. Ahora estarían seguros de que era una traidora: desnudándose en el campo de batalla para yacer con el enemigo. Incluso los pocos que la habían aceptado se apartarían de ella tras aquello…, pero había perdido a Joseph, y no podía perder también a Nikanj. No podía quedarse, simplemente, esperando a verlo morir.
Se tendió junto a él, y él se tensó en su dirección, en silencio. Ella alzó la vista en busca de más instrucciones, pero Kahguyaht se había alejado, para examinar a Gabriel. Total, aquí no había nada importante…, sólo su hijo, horriblemente herido.
Nikanj la penetró en el cuerpo con cada tentáculo corporal y craneal que podía alcanzarla y, por una vez, lo sintió del modo que siempre había creído que lo sentiría: ¡le hizo daño! Era como ser usada, sin previo aviso, como alfiletero. Se quedó sin aliento, pero consiguió no apartarse. El dolor era soportable, probablemente nada en comparación con el que Nikanj debía de estar sufriendo…, fuera cual fuese la forma en que ellos experimentaban el dolor. Tendió dos veces la mano hacia el casi segado brazo sensorial, antes de poder obligarse a sí misma a tocarlo. Estaba cubierto por pegajosos fluidos corporales y unos tejidos blanco, gris azulado y gris rojizo colgaban de él.
Lo agarró lo mejor que pudo y lo apretó contra el muñón del que casi había sido cortado.
Pero, seguramente, se necesitaría algo más que esto. Seguro que un órgano tan pesado, complejo y muscular no se podía volver a unir con la sola ayuda de la presión de una mano humana.
—Inspira profundamente —le dijo, ronco, Nikanj—. Sigue respirando profundamente. Usa las dos manos para sostener mi brazo.
—Estás conectado a mi brazo izquierdo —jadeó ella.
Nikanj produjo un seco y desagradable sonido.
—No tengo control. Tendré que soltarte completamente, luego empezar de nuevo. Si puedo.
Varios segundos después, decenas de decenas de «agujas» fueron retiradas del cuerpo de Lilith. Ella volvió a colocar a Nikanj lo mejor que pudo, de modo que la cabeza de él estuviese sobre el hombro de ella, y ella pudiera llegar al miembro casi segado con las dos manos. Ahora podía sostenerlo y mantenerlo apretado contra el lugar que le correspondía. Podía descansar uno de sus brazos contra el suelo y el otro a través del cuerpo de Nikanj. Era una posición que podía mantener durante un tiempo, siempre que nadie la molestase.
—Así está bien —dijo, preparándose de nuevo para el efecto alfiletero.
Nikanj no hizo nada.
—¡Nikanj! —siseó ella, asustada.
Él se agitó, y luego penetró sus carnes tan bruscamente, en tantos lugares…, y tan dolorosamente, que ella lanzó un gemido. Pero consiguió no moverse más allá de una sacudida refleja inicial.
—Inspira profundamente —dijo él—. Yo…, trataré de no hacerte más daño.
—No es para tanto. Lo que no veo es cómo te puede ayudar esto.
—Tu cuerpo puede ayudarme. Sigue respirando profundamente.
No dijo nada más, no hizo ningún sonido que indicase su propio dolor. Ella yació junto a él, con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, y dejó que éste pasase; se permitió perder la noción del mismo. De vez en cuando la tocaban manos. La primera vez que sucedió esto, miró para ver lo que estaba pasando, y se dio cuenta de que eran manos oankali, apartando insectos de su cuerpo.
Mucho más tarde, cuando ya había perdido totalmente la noción del tiempo, se sintió sorprendida al abrir los ojos a la oscuridad; notó como alguien le levantaba la cabeza y le deslizaba algo debajo.
Alguien había cubierto su cuerpo con ropa. ¿La ropa extra que ella llevaba? Y alguien había colocado más ropa bajo las partes de su cuerpo que parecían necesitar un soporte.
Oyó hablar, trató de oír voces humanas, y no pudo distinguir ninguna. Partes de su cuerpo se le durmieron, luego sufrieron su propio doloroso despertar, sin ningún esfuerzo por su parte. Sus brazos le dolían, luego se calmaron, a pesar de que no cambió de posición. Alguien le puso agua en los labios, y bebió entre jadeos.
Podía escuchar su propio respirar. Nadie tenía que recordarle que respirase profundamente: su cuerpo se lo pedía. Había empezado a hacerlo por la boca. Quienquiera que estuviese cuidando de ella se fijó en esto, y le dio agua más a menudo. Pequeñas cantidades para humedecerle la garganta. El agua le hizo preguntarse qué sucedería si tenía que ir al lavabo, pero el problema no se produjo.
Trocitos de comida le eran puestos en la boca. No sabía lo que era, no podía saborearla, pero parecía darle fuerzas.
En cierto momento reconoció a Ahajas, la compañera femenina de Nikanj, como la propietaria de las manos que le daban el agua y la comida. Al principio se sintió confundida, y se preguntó si la habrían sacado de la selva y llevado a la vivienda familiar. Pero, cuando hubo luz, pudo volver a ver la cúpula vegetal…, verdaderos árboles cargados de epifitas y lianas. Un nido de termitas, redondeado y del tamaño de un balón, colgaba de una rama, justo encima de ella. Nada como esto existía en las ordenadas y tan cuidadas zonas de vivienda oankali.
De nuevo se perdió. Luego se dio cuenta de que no siempre había estado consciente. Y, sin embargo, jamás le pareció haber dormido. Y nunca soltó a Nikanj. No podía dejarlo: él le había congelado las manos, los músculos, en posición, para formar una especie de entablillado vivo que lo sujetase mientras se curaba.
En ciertas ocasiones su corazón latía deprisa, atronando en sus oídos como si hubiera estado corriendo a tumba abierta.
Dichaan se hizo cargo de la tarea de darle agua y comida y protegerla de los insectos. Los tentáculos de la cabeza y el cuerpo no dejaban de aplanársele cuando miraba a la herida de Nikanj. Lilith logró mirar para ver qué era lo que le complacía tanto.
En principio no parecía haber nada de lo que estar complacido: la herida supuraba fluidos que se tornaban negros y hedían. Lilith tenía miedo de que hubiera cogido algún tipo de infección, pero no podía hacer nada al respecto. Al menos ninguno de los insectos locales parecía atraído por ella. Y probablemente tampoco lo estarían los microorganismos. Lo más posible era que Nikanj hubiera traído con él al terreno de entrenamiento lo que fuese que le estuviera provocando esa infección.
Al cabo, la infección pareció irse curando, aunque continuaba fluyendo de la herida un líquido claro. Y Nikanj no la soltó hasta que dejó de fluir por completo.
Lilith comenzó a desperezarse lentamente, y a darse cuenta de que durante un largo tiempo no había estado del todo consciente. Era como si de nuevo se estuviera Despertando, tras la animación suspendida; sólo que esta vez sin dolor. Los músculos que deberían de haber aullado al moverlos tras estar quieta durante tanto tiempo no protestaban en lo más mínimo.
Se movió lentamente, estirando los brazos, las piernas, arqueando la espalda contra el suelo. Pero le faltaba algo.
Miró en derredor, súbitamente alarmada, y se encontró con Nikanj sentado a su lado, enfocado en ella.
—Estás bien —le dijo, con su normal voz átona—. Al principio te encontrarás un poco mareada, pero estás bien.
Ella miró al brazo sensorial izquierdo del ooloi. La curación aún no era completa, aún se veía lo que parecía una mala herida…, como si alguien le hubiera dado un navajazo al brazo y sólo le hubiese hecho una herida superficial.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Él movió el brazo de un modo casual, normal, y lo usó para acariciarle la cara en un reflejo humano adquirido.
Ella sonrió, se sentó, se agarró un momento para que se le pasase el ligero mareo y luego se puso en pie y miró a su alrededor. No había humanos a la vista, ni oankali a excepción de Nikanj, Ahajas y Dichaan. Éste le entregó una chaqueta y unos pantalones, limpios. Más limpios de lo que ella estaba. Tomó la ropa y se la puso de mala gana. No estaba tan sucia como ella se habría imaginado estar, pero, aun así, deseaba lavarse.
—¿Dónde están los otros? —preguntó—. ¿Están todos bien?
—Los humanos están de vuelta en el campamento —dijo Dichaan—. Pronto serán enviados a la Tierra. Les han sido mostradas las paredes de aquí, así que saben que aún siguen a bordo de una nave.
—Tendríais que haberles mostrado las paredes en su primer día aquí.
—Eso haremos la próxima vez. Ésta era una de las cosas que teníamos que aprender de este grupo.
—Mejor aún, demostradles que están en una nave en el mismo momento en que se Despierten —añadió ella—. La ilusión no los conforta durante mucho tiempo, sólo los confunde, les ayuda a cometer errores peligrosos. Yo misma había empezado a preguntarme dónde estaríamos realmente.
Silencio. Un terco silencio.
Miró al brazo sensor de Nikanj, que aún estaba curándose.
—Escúchame —le dijo—. Déjame que os ayude a aprender acerca de nosotros, o habrá más heridas, más muerte.
—¿Quieres caminar por la selva o vamos por el camino más corto, por debajo de la sala de entrenamiento?
Suspiró: ella era Casandra, advirtiendo y prediciendo para una gente que se tornaba sorda en cuanto empezaba a advertirles, a predecirles.
—Vayamos por la selva —contestó.
Nikanj permanecía inmóvil, muy enfocado en ella.
—¿Qué pasa? —preguntó Lilith.
Él rodeó su cuello con su brazo sensorial herido.
—Nadie había hecho nunca lo que nosotros hemos hecho aquí. Nadie había curado una herida tan grave como la mía, tan rápida y completamente.
—No había razón para que murieses o quedases lisiado —contestó ella—. No pude ayudar a Joseph, pero me alegra haberte podido ayudar a ti…, pese a que no tengo ni la menor idea de cómo lo he hecho.
Nikanj enfocó en Ahajas y Dichaan.
—¿El cuerpo de Joseph? —preguntó con voz suave.
—Congelado —le contestó Dichaan—. Esperando ser enviado a la Tierra.
Nikanj frotó la nuca de ella con el frío y duro extremo de su brazo sensorial.
—Pensé que lo había protegido lo bastante —dijo—. Debería haber sido suficiente.
—¿Está Curt con los otros?
—Está dormido.
—¿En animación suspendida?
—Sí.
—¿Y se quedará aquí? ¿No irá nunca a la Tierra?
—Nunca.
Ella asintió con la cabeza.
—No es bastante, pero es mejor que nada.
—Tiene un talento como el tuyo —le dijo Ahajas—. Los ooloi lo usarán para estudiar y explorar ese talento.
—¿Talento?
—Vosotros no podéis controlarlo —explicó Nikanj—, pero nosotros sí. Vuestros cuerpos saben cómo hacer que algunas de sus células reviertan a un estadio embriónico. Pueden despertar genes que la mayoría de los humanos ya no usan tras el nacimiento. Tenemos genes comparables que se tornan durmientes tras la metamorfosis. Tu cuerpo le enseñó al mío cómo despertarlos, cómo estimular el crecimiento de células que normalmente no se regenerarían. La lección fue compleja y dolorosa, pero valió mucho la pena aprenderla.
—Hablas… —su expresión era de duda— de mi problema familiar con el cáncer, ¿no?
—Ya no es un problema —le corrigió Nikanj, alisando sus tentáculos corporales—. ¡Es un regalo, que me ha devuelto la vida!
—¿Habrías muerto?
Silencio.
Tras un rato, Ahajas dijo:
—Nos hubiera abandonado. Se hubiera convertido en Toaht o Akjai, y dejado la Tierra.
—¿Por qué? —preguntó Lilith.
—Sin tu regalo, no hubiera podido recuperar el uso completo de su brazo sensorial. No hubiera podido concebir hijos. —Ahajas dudó—. Cuando nos enteramos de lo que había pasado, creímos haberlo perdido. ¡Había estado con nosotros tan poco tiempo! Sentimos…, quizá sentimos lo que tú sentiste cuando murió tu compañero. Para nosotros no parecía haber nada que hacer en el futuro, hasta que Ooan Nikanj nos dijo que tú le estabas ayudando, y que se recuperaría totalmente.
—Kahguyaht actuó como si no estuviese ocurriendo nada inusual —comentó Lilith.
—Estaba aterrado por mí —le explicó Nikanj—. Sabe que no le caes bien. Pensó que cualquier instrucción que él te diera, fuera de lo esencial, te irritaría o te harían perder tiempo. Estaba muy, muy asustado.
Lilith rió amargamente.
—Es un buen actor.
Nikanj hizo sonar sus tentáculos. Apartó su brazo sensorial del cuello de ella y llevó al grupo hacia el poblado.
Lilith le siguió, automáticamente, mientras sus pensamientos saltaban de Nikanj a Curt y a Joseph. Curt, cuyo cuerpo sería utilizado para enseñarles a los ooloi más acerca del cáncer. No se atrevió a preguntar si estaría consciente y conocería lo que le hacían mientras se llevaban a cabo esos experimentos. Esperaba que así fuera.