A la mañana siguiente, justo después del amanecer, Curt y su gente hallaron el refugio.
Lilith se despertó con un sobresalto, sabiendo que algo no andaba bien. Se sentó tambaleante en la hamaca y puso los pies en el suelo. Cerca de Joseph vio a Victor y Gregory. Se volvió hacia ellos, aliviada. Ahora no habría necesidad de buscar a los otros. Podrían ponerse todos a trabajar, construyendo el bote o la balsa que necesitaban para cruzar el río. Y juntos descubrirían, de una vez por todas, si al otro lado había una selva o una ilusión.
Miró a su alrededor para ver quién más había llegado. Fue entonces cuando vio a Curt.
Un instante después, Curt la golpeó en la sien con el plano de su machete.
Cayó al suelo, atontada. Oyó a Joseph, cerca, gritar su nombre. Y se escuchó el ruido de más golpes.
Oyó a Gregory maldecir y a Allison chillar.
Trató desesperadamente de ponerse en pie, y alguien la golpeó de nuevo. Esta vez perdió el conocimiento.
Se despertó en medio del dolor y la soledad. Estaba sola en el pequeño refugio que había ayudado a construir.
Se alzó, lo mejor que pudo ignorando su dolorida cabeza. Pronto dejaría de dolerle.
¿Dónde estaban todos?
¿Dónde estaba Joseph? Él no la habría abandonado, aunque los demás lo hubieran hecho.
¿Se lo habían llevado a la fuerza? Si era así, ¿por qué? ¿Habría resultado herido y lo habrían abandonado, como a ella?
Salió del refugio y miró a su alrededor. No había nadie. Nada.
Buscó alguna señal de hacia dónde se habrían ido. No sabía nada en especial de seguir pistas, pero el terreno cenagoso mostraba huellas de pisadas humanas. Las siguió, saliendo del campamento. Al final, las perdió.
Miró hacia delante, tratando de adivinar qué camino habían seguido e imaginando lo que haría si los hallaba. En aquel momento, lo único que quería era ver si Joseph estaba bien. Si había visto a Curt golpearla, desde luego habría tratado de intervenir.
Recordó ahora lo que le había dicho Nikanj acerca de que Joseph tenía enemigos. A Curt nunca le había caído bien. Nada había pasado entre los dos en la gran sala o en el poblado, pero…, ¿y si lo había pasado ahora?
Tenía que regresar al campamento y conseguir la ayuda de los oankali. Tenía que hacer que los no humanos la ayudasen en contra de su propio pueblo, en un lugar que podía ser o no la Tierra.
¿Por qué no podían haberle dejado a Joseph? Se habían llevado el machete, el hacha y los cestos de ella…, todo excepto su hamaca y la ropa extra. Por lo menos podían haber dejado a Joseph para que se asegurase de que ella estaba bien. Él se hubiera quedado, si lo hubiesen dejado.
Caminó de regreso al refugio, recogió su ropa y su hamaca, bebió agua de un pequeño y límpido arroyo que iba a dar al río, y comenzó el camino de regreso al poblado.
¡Si Nikanj estuviera allí! Quizás él pudiese espiar el campamento humano sin que los fugitivos lo supiesen, sin luchar. Y, si Joseph estaba allí, podría ser liberado…, si él lo deseaba. ¿Lo desearía? ¿O elegiría quedarse con los otros, que estaban haciendo lo que ella había querido que hiciesen desde el principio? Aprender y huir. Aprender a vivir en aquel lugar, luego perderse en él, yendo más allá del alcance de los oankali. Aprendiendo a tocarse de nuevo, los unos a los otros, como seres humanos.
Si estaban en la Tierra, como ellos creían, podían tener una posibilidad. Si estaban a bordo de una nave, nada de lo que hiciesen serviría para nada.
Si estaban en una nave, seguro que le sería devuelto Joseph. Pero, si estaban en la Tierra…
Caminó con rapidez, aprovechando el sendero que habían limpiado el día anterior.
Hubo un sonido tras ella y se volvió rápidamente. Varios ooloi emergieron del agua y vadearon hasta la orilla, abriéndose luego paso por entre la espesa maleza.
Se volvió y caminó hacia ellos, reconociendo a Nikanj y Kahguyaht entre los demás.
—¿Sabéis a dónde han ido? —le preguntó a Nikanj.
—Lo sabemos —le contestó éste, y colocó un brazo sensorial alrededor de su cuello.
Ella apoyó una mano sobre aquel brazo, asegurándolo donde estaba, recibiéndolo con agrado, incluso a su pesar.
—¿Está bien Joe?
Él no contestó, y eso la asustó. La soltó y la llevó a través de los árboles, moviéndose con rapidez. Los otros ooloi les siguieron, todos ellos conociendo claramente a dónde iban y, también, conociendo probablemente lo que hallarían allí.
Lilith ya no quería saberlo.
Mantuvo con facilidad su rápido paso, permaneciendo cerca de Nikanj. Casi chocó con él cuando se detuvo, sin previo aviso, junto a un árbol caído.
El árbol había sido un gigante. Aun caído de lado, era alto, y resultaba difícil subirse a él; estaba podrido y cubierto de hongos. Nikanj saltó encima y luego al otro lado, con una agilidad que Lilith no podía esperar igualar.
—Espera —le dijo el ooloi, mientras Lilith empezaba a subirse al tronco—. Quédate ahí.
Luego enfocó en Kahguyaht:
—Seguid —le urgió—. Puede haber más problemas mientras aguardáis aquí conmigo.
Ni Kahguyaht ni ninguno de los otros ooloi se movió. Lilith se fijó en que el ooloi de Curt se hallaba entre ellos, y el de Allison, y el…
—Ven ya, Lilith.
Ella escaló el tronco, saltó al otro lado. Y allí estaba Joseph.
Había sido atacado con un hacha.
Lo miró, sin poder decir palabra, luego corrió hacia él. Le habían herido más de una vez… en la cabeza y el cuello. Su cabeza casi estaba separada del cuerpo. Ya estaba frío.
¡Cuánto odio debía de haber sentido alguien hacia él…!
—¿Curt? —preguntó, con un hilo de voz—. ¿Ha sido Curt?
—Hemos sido nosotros —contestó con mucha suavidad Nikanj.
Al cabo de un tiempo, logró apartar la vista del mutilado cadáver y volverse hacia Nikanj.
—¿Cómo?
—Nosotros —repitió Nikanj—. Tú y yo. Lo queríamos proteger. Cuando se lo llevaron estaba herido e inconsciente, había luchado por ti. Pero sus heridas curaron rápidamente: Curt vio la carne reparándose, y creyó que Joe no era humano.
—¿Por qué no lo ayudaste? —aulló ella. Había empezado a llorar. Se volvió otra vez para contemplar las horribles heridas, y no comprendió cómo podía mirar siquiera al cuerpo de Joseph, tan mutilado, tan muerto. No había escuchado sus últimas palabras, no tenía recuerdos de haber luchado a su lado, no había tenido oportunidad de protegerle. Su último recuerdo era de él echándose atrás ante el contacto, demasiado humano, de ella.
—Yo soy más diferente de lo que él era —susurró—. ¿Por qué no me mató Curt a mí?
—No creo que quisiera matar a nadie —contestó Nikanj—. Estaba irritado, temeroso y dolorido: Joseph le había atacado cuando él te golpeó a ti. Entonces vio a Joseph curándose, vio cómo su carne se soldaba ante sus propios ojos. Aulló. Jamás antes había oído a un humano aullar así. Luego…, usó su hacha.
—¿Por qué no le ayudasteis? —insistió ella—. Si lo pudisteis ver y oír todo, ¿por qué…?
—No tenemos una entrada lo bastante cercana a ese lugar.
Ella lanzó un sonido de ira y desesperación.
—Y no había señal alguna de que Curt fuese a matar. Él te echa a ti la culpa de casi todo y, sin embargo, no te mató. Lo que pasó aquí fue algo… que no había sido planificado.
Ella había dejado de escucharle: las palabras de Nikanj le resultaban totalmente incomprensibles. Joseph estaba muerto…, asesinado a hachazos por Curt. Y todo era una especie de error. ¡Qué locura!
Se sentó en el suelo, junto al cadáver, tratando primero de entender, luego no haciendo nada en absoluto; ni pensar, ni tan siquiera llorar ya. Sentada. Los insectos correteaban sobre ella y Nikanj los ahuyentaba. Ella ni los notaba.
Al cabo de un tiempo, Nikanj la puso en pie, alzando su peso sin problemas. Ella quiso apartarlo, hacer que la dejase sola. No había ayudado a Joseph. Ahora no necesitaba nada de él. Pero no pudo hacer otra cosa que retorcerse entre sus manos.
Finalmente la soltó, y ella se tambaleó de vuelta hacia donde estaba Joseph. Curt se había marchado, dejándolo tirado como si fuera un animal muerto. Había que enterrarlo.
Nikanj se acercó de nuevo a ella y pareció leer sus pensamientos.
—¿Quieres que lo recojamos a nuestro regreso y hagamos que lo manden a la Tierra? —preguntó—. Así podrá acabar como parte de su mundo nativo.
¿Enterrarlo en la Tierra? ¿Hacer que su carne formase parte del nuevo inicio en el planeta?
—Sí —susurró.
Él la tocó, experimentalmente, con un brazo sensorial. Ella le lanzó una mirada asesina, deseando desesperadamente que la dejasen sola.
—¡No! —dijo él suavemente—. No. Ya os he dejado solos a los dos en una ocasión, creyendo que podríais cuidar el uno del otro. Ahora no te dejaré sola a ti.
Ella inspiró profundamente, aceptó el familiar lazo de brazo sensorial en torno a su cuello.
—No me drogues —dijo—. Déjame…, al menos déjame lo que siento por él.
—Lo que quiero es compartir, no apagar ni distorsionar.
—¿Compartir? ¿Compartir ahora mis sentimientos?
—Sí.
—¿Por qué?
—Lilith… —Comenzó a caminar, y ella lo hizo a su lado, automáticamente. Los otros ooloi se movían en silencio por delante de ellos—. Lilith, él también era mío. Tú lo trajiste a mí.
—Tú lo trajiste a mí.
—Yo no lo hubiera tocado si tú lo hubieses rechazado.
—¡Ojalá lo hubiese hecho! Estaría vivo…
Nikanj no dijo nada.
—Déjame compartir contigo lo que sientes —dijo ella.
Él tocó su rostro en un gesto asombrosamente humano.
—Mueve el decimosexto dedo de tu mano de fuerza izquierda —le dijo él suavemente. Un caso más de omnisciencia oankali: Comprendemos vuestros sentimientos, nos comemos vuestra comida, manipulamos vuestros genes. Pero somos demasiado complejos para que vosotros nos entendáis.
—¡Haz un esfuerzo de aproximación! —exigió Lilith—. ¡Comercia! ¡Siempre estás hablando de trueques! ¡Pues dame algo de ti!
Los otros ooloi enfocaron hacia atrás, hacia ellos, y los tentáculos del cuerpo y la cabeza de Nikanj se enredaron en los nudos de alguna emoción negativa. ¿Azoramiento? ¿Ira? No le importaba. ¿Por qué debería sentirse él cómodo de parasitar los sentimientos de ella por Joseph…, sus sentimientos por cualquier cosa? Había ayudado a montar un experimento con humanos; uno de los humanos se había perdido… ¿Qué era lo que sentía? ¿Se sentía culpable por no haber sido más cuidadoso con unos sujetos valiosos? Si es que eran valiosos, claro.
Nikanj le apretó la nuca con una mano sensorial…, un apretón de advertencia. Entonces, le daría algo. Por consentimiento mutuo, dejaron de caminar y se miraron el uno al otro.
Le dio… un nuevo color. Una cosa totalmente alienígena, única, sin nombre, medio vista, medio palpada… o saboreada. Un estallido de algo aterrador y, al mismo tiempo, avasallador, imponente.
Extinguido.
Un misterio medio conocido, bello y complejo. Una profunda promesa, imposiblemente sensual.
Rota.
Desaparecida.
Muerta.
La selva regresó a su alrededor, lentamente, y se dio cuenta de que aún estaba de pie con Nikanj, dándole la cara, con la espalda hacia los otros ooloi que aguardaban.
—Esto es todo lo que te puedo dar —dijo Nikanj—. Esto es lo que siento. No sé si hay palabras siquiera en algún lenguaje humano para empezar a hablar de ello.
—Probablemente no —musitó ella. Tras un momento, se permitió darle un abrazo. Había algo reconfortante incluso en la fría carne gris. El dolor era el dolor, pensó. Era dolor y pérdida y desesperación…, un final repentino, allá donde debería haber habido una continuación.
Ahora caminó de más buena gana con Nikanj, y los otros ooloi ya no los aislaron delante o detrás.