RESPIRAR HONDO
—Me voy a hartar en seguida de este viaje —le dijo Tos’un Armgo a su compañera drow.
Llevaban días y días en movimiento, y finalmente habían alcanzado a Obould muchos más kilómetros al norte de lo que habían esperado encontrarlo, que era en la puerta oriental de Mithril Hall. La lucha allí tampoco parecía haber ido bien, y el rey orco no estaba de humor para hablar de ello. De inmediato, se hizo evidente para los dos drows que su viaje acababa de empezar si es que querían quedarse con Obould. Por lo visto, el rey orco no pensaba levantar campamento en ningún sitio a pesar de que el tiempo empeoraba cada vez más.
Una mañana radiante, Tos’un y Kaer’lic se encontraban aguardando su llegada en unas piedras lisas, fuera de los cimientos de un fortín, en la cumbre de una empinada colina; era la primera oportunidad real que tendrían para hablar con Obould desde su regreso. Alrededor de los dos drows, los orcos trabajaban de firme cortando los pocos árboles que crecían entre la roca gris y la tierra de las laderas, y despejando los peñascos rodados que podrían ofrecer cobertura a cualquier enemigo que se aproximara.
—Está construyendo su reino —comentó Kaer’lic—. Hacía ya mucho tiempo que las señales apuntaban hacia esto y ninguno de nosotros se tomó la molestia de prestar atención.
—Unos cuantos castillos no constituyen un reino, ni mucho menos —dijo Tos’un—, sobre todo cuando nos referimos a orcos, que en seguida empezarán a lanzar unas guarniciones contra otras.
—Y sin duda, tú disfrutarías con ello —respondió una voz áspera.
Los dos elfos oscuros se volvieron para ver acercarse a Obould y esa enojosa hechicera, Tsinka. Kaer’lic advirtió que la orca no parecía complacida en absoluto.
—Se trata de una predicción basada en el comportamiento previo —comentó Tos’un, que hizo una reverencia—. Sin ánimo de ofenderte, por supuesto.
Obould le asestó una mirada ceñuda.
—Comportamiento previo a la llegada de Obould es Gruumsh —replicó el rey orco—. Os sigue faltando la visión de mi reino, drows, en detrimento vuestro.
Kaer’lic se sorprendió retrocediendo un paso del impresionante e imprevisible orco.
—Había supuesto que los dos habíais seguido a vuestros dos compañeros al lado de vuestra Reina Araña —dijo el orco, que aguardó un momento a que el sentido de sus palabras les llegara.
—¿Donnia y Ad’non? —preguntó Kaer’lic.
—Muertos a manos de otro drow —contestó Obould, y si aquello le incomodaba lo más mínimo lo disimulaba bien.
Kaer’lic miró a Tos’un, y ambos asumieron la pérdida de sus compañeros con un encogimiento de hombros.
—Creo que uno de los chamanes se quedó con la cabeza de Ad’non como trofeo —añadió cruelmente el rey orco—. Puedo hacer que os la entregue, si queréis.
La falta de sinceridad de la oferta hirió más a Kaer’lic de lo que la elfa oscura habría imaginado, pero supo contener su rabia y no dejó que se reflejara en su rostro cuando miró al rey orco.
—Conseguiste mantener unido a tu ejército a pesar de la derrota en Mithril Hall —dijo con la idea de que era mejor cambiar de tema—. Ésa es una buena señal.
—¿Derrota? —chilló Tsinka Shinriil—. ¿Qué sabes tú de eso?
—Sé que no estáis dentro de Mithril Hall.
—No merecía la pena el precio que se debía pagar —explicó Obould—. Luchamos hasta llegar a un punto muerto en las salas exteriores. Podríamos haber presionado más, pero era evidente que nuestros aliados no habían llegado. —Estrechó los ojos, lanzó una mirada fulminante a Kaer’lic, y añadió—: Como habíamos planeado.
—Ya conocemos la naturaleza imprevisible de los trolls y su informalidad… —dijo la sacerdotisa drow al mismo tiempo que se encogía de hombros.
Obould siguió mirándola con ferocidad, y Kaer’lic comprendió que el orco sospechaba al menos que ella y Tos’un habían tenido algo que ver en el hecho de que los Trolls de Proffit no se incorporaran a la lucha.
—Advenimos a Proffit que los retrasos supondrían problema en el norte —añadió Tos’un—. Pero él y sus condenados trolls olían sangre humana, la sangre de los nesmianos, sus detestados enemigos durante muchos anos. No hubo forma de persuadirlo de que marchara al norte, hacía Mithril Hall.
Obould no parecía convencido en absoluto.
—Y Luna Plateada se lanzó sobre ellos —dijo Kaer’lic, que vio la necesidad de desviar la atención—. No se puede esperar más ayuda de Proffit y su banda; de los pocos que sobrevivieron.
Entre las fauces de Obould salió un gruñido bajo.
—Sabías que la dama Alustriel no se quedaría de brazos cruzados —dijo Kaer’lic—. Anímate pensando que muchos de sus preciados guerreros ahora yacen muertos en aquellas ciénagas meridionales. No se sentirá muy inclinada a volver los ojos hacia el norte.
—Que venga —gruñó Obould—. Nos estamos preparando, en cada cima y en cada paso. Que Luna Plateada marche hacia el reino de Fecha Oscura. Aquí sólo hallará la muerte.
«¿El reino de Flecha Oscura?», pronunció en silencio Tos’un.
Kaer’lic siguió escrutando no sólo a Obould, sino a Tsinka, y reparó en que la orca torcía el gesto ante la mención del supuesto reino.
¿Tal vez el principio de una brecha divisora?
—Entonces, Proffit ha sido derrotado —dijo el rey orco—. ¿Ha muerto?
—Lo ignoramos —admitió Kaer’lic—. Aprovechamos la confusión de la batalla para marcharnos porque era evidente que Proffit y sus tropas tendrían que retroceder hacia los Pantanos de los Trolls y allí no estaba dispuesta a ir.
—¿Que no estabas dispuesta? —repitió Obould—. ¿Acaso no te di instrucciones de que te quedaras con Proffit?
—Allí no voy —insistió Kaer’lic—. Ni con Proffit ni por Obould.
Su actitud descarada provocó otro ceño feroz, pero el rey orco no hizo intención de ir hacia ella.
—Has conseguido mucho, rey Obould —manifestó la sacerdotisa drow—, más de lo que habría imaginado posible en tan poco tiempo. En honor a tus grandes victorias, te he traído un regalo.
Kaer’lic hizo un gesto con la cabeza a Tos’un cuando acabó de hablar, y el elfo oscuro se alejó deslizándose ladera abajo, hasta donde había un peñasco rodado. Desapareció de la vista y volvió a aparecer en un momento, tirando de un enano vapuleado.
—Nuestro regalo —dijo Kaer’lic.
Obould intentó mostrarse sorprendido, pero la drow se dio cuenta de que era pura fachada, que el rey orco tenia espías e informadores en todas parcas y que sabía lo del enano antes incluso de salir al encuentro de los elfos oscuros.
—Lo desollaremos y nos lo comeremos —dijo Tsinka, cuyos ojos tenían de repente una mirada salvaje y hambrienta—. ¡Prepararé el asador!
—Lo que harás será callarte —la corrigió Obould—. ¿Es del Clan Battlehammer?
—Lo es —respondió la sacerdotisa drow.
Obould mostró su aprobación con un cabeceo y luego se volvió hacia Tsinka.
—Ponedlo a buen recaudo en la carreta de provisiones. Que se lo mantenga bajo estrecha vigilancia. ¡Y que no se le haga daño, bajo pena de muerte!
Aquello acentuó el ya profundo ceño de la bruja, un gesto que a Kaer’lic no le pasó inadvertido.
—Quizá nos sea de utilidad —dijo Obould—. Espero estar de negociaciones con los enanos antes de que empiece la primavera.
—¿Negociaciones? —repitió Tsinka, que de nuevo alzó la voz con un timbre estridente.
Obould le asestó una mirada ceñuda que la hizo encogerse.
—Llévatelo ya y enciérralo —le dijo el rey orco con una voz sin inflexiones, amenazadora.
Tsinka pasó rápidamente delante de él para agarrar al pobre Fender, al que empezó a mover con tirones bruscos.
—¡Y no le hagas ni un rasguño! —ordenó Obould.
—Creía que ibas a seguir presionando a Mithril Hall —dijo Kaer’lic al orco cuando Tsinka se hubo marchado—. A decir verdad, cuando regresamos al Valle del Guardián esperábamos encontrar al ejército orco dispersándose de vuelta a la Columna del Mundo.
—Tu confianza me emociona.
—Esa confianza aumenta, rey Obould —le aseguró Kaer’lic—. Has demostrado gran moderación y sabiduría, a mi entender.
Obould desestimó el agasajo con un resoplido desdeñoso.
—¿Alguna otra cosa? Tengo mucho que hacer hoy —dijo.
—¿Antes de trasladarte a la siguiente construcción?
—Ese es el plan, sí —contestó Obould.
—Adiós, rey de Flecha Oscura —se despidió Kaer’lic, a la par que hacía una profunda reverencia.
El rey orco hizo una breve pausa en la que consideró el título, y después giró sobre sus talones y se alejó.
—Una sorpresa tras otra —comentó Tos’un cuando se hubo ido.
—A mi ya no me sorprende tanto —dijo Kaer’lic—. Cometimos el error de subestimar a Obould. No volverás pasar.
—Volvamos a los túneles de la Antípoda Oscura o busquemos otra región necesitada de nuestra marrullería artera.
La expresión de Kaer’lic no varió lo más mínimo. Con los ojos entrecerrados como si estuviese lanzando dardos al orco que se alejaba, la sacerdotisa drow reflexionó sobre toda la información obtenida. Pensó en sus compañeros muertos, y después los apartó de sus pensamientos, simplemente, como era costumbre de su raza. Sin embargo, consideró la actitud de Obould, tan irrespetuosa hacia los drows muertos y la Reina Araña. No resultaba fácil desprenderse de ciertas costumbres.
—Hablaré con Tsinka antes de marcharnos —comentó luego.
—¿Con Tsinka? —fue la reacción escéptica de Tos’un—. Es estúpida incluso para el nivel medio orco.
—Así es como me gustan los orcos —respondió Kaer’lic—: Previsibles y estúpidos.
Más tarde ese mismo día, después de ejecutar muchos conjuros de creación y de imbuir cierto objeto con un dweomer en particular, Kaer’lic estaba sentada en una piedra, enfrente de la sacerdotisa orca. Tsinka la observaba con desconfianza, cosa que, por supuesto, la elfa oscura había esperado que ocurriera.
—No te gustó la decisión del rey Obould de abandonar Mithril Hall para los enanos —manifestó Kaer’lic sin andarse por las ramas.
—No soy quién para cuestionar a Aquel que es Gruumsh.
—¿Lo es? ¿Es voluntad de Gruumsh dejar en paz a los enanos? Eso me sorprende.
El semblante de Tsinka se crispó con un gesto de callada frustración, y Kaer’lic supo que había puesto el dedo en la llaga.
—A menudo pasa que, cuando un conquistador logra grandes objetivos, se asusta —explicó Kaer’lic—. Al fin y al cabo, de repente es mucho lo que puede perder.
—¡Aquel que es Gruumsh no le teme a nada! —chilló la voluble hechicera.
Kaer’lic concedió que era así con un asentimiento de cabeza.
—Pero probablemente el rey Obould necesitará algo más que el estímulo de Tsinka para cumplir la voluntad de Gruumsh —dijo la drow.
La hechicera orca observó a Kaer’lic con curiosidad.
Sonriendo maliciosamente, la elfa oscura metió la mano en la bolsita del cinturón y sacó un broche pequeño, en forma de araña, y lo sostuvo delante de la orca.
—Para las correas de la armadura de un guerrero —explicó.
Tsinka parecía intrigada y asustada por igual.
—Tómalo —ofreció Kaer’lic—. Abróchate la capa con él. O simplemente apriétalo contra tu piel. Lo entenderás.
La orca tomó el prendedor y se lo acercó. Kaer’lic pronunció en secreto una palabra que desencadenaba los conjuros que había puesto en el objeto en previsión de contingencias.
Los ojos de Tsinka se abrieron desmesuradamente al sentir insuflada una descarga de valor y fuerza. Cerró los ojos y se solazó con la calidez del objeto. Kaer’lic aprovechó la oportunidad para lanzar otro hechizo sobre la orca, un encantamiento de amistad que dejó a Tsinka totalmente relajada y tranquila.
—Es la bendición de Lloth —explicó la drow—, la que se encargará de poner en fuga a los enanos, fuera de Mithril Hall.
Tsinka retiró el broche y lo contempló con curiosidad.
—¿Esto conducirá a Aquel que es Gruumsh de vuelta a las salas de los enanos para completar la conquista?
—¿Eso solo? Por supuesto que no. Pero tengo muchos iguales. Y tú y yo lo empujaremos, porque sabemos que las mayores hazañas del rey Obould aún están por llegar.
La hechicera orca siguió mirando fijamente el broche durante un rato, con los ojos vidriosos. Después alzó la vista hacia su nueva amiga del alma, sonriendo de oreja a oreja.
Kaer’lic intentó que su sonrisa pareciera recíproca en lugar de un gesto de superioridad. Sin embargo, esto tampoco le importaba demasiado, porque Tsinka la consideraba digna de confianza y pensaba que era su amiga del alma.
La sacerdotisa drow se preguntó cómo se tomaría Obould tal amistad.
Los muros de Mithril Hall parecían aplastarlo como no le había ocurrido nunca. Ivan y Pikel habían regresado esa mañana con las nuevas sobre Delly y sobre Drizzt, y ambas habían despertado un contradictorio torbellino de emociones en el hombretón. Wulfgar estaba sentado a la luz de las velas, con la espalda apoyada en la pared de piedra y los ojos abiertos fijamente, sin parpadear, pero sin ver nada, mientras la mente lo obligaba a revivir los recuerdos de los meses anteriores.
Evocó su última conversación con Delly y se vio a sí mismo y a ella a la luz de la desesperación de la mujer. ¿Como se le habían escapado esos indicios, ese evidente grito pidiendo ayuda?
No pudo evitar torcer el gesto al considerar sus respuestas a la súplica de Delly de ir a Luna Plateada o otra de las grandes ciudades. Había desestimado los sentimientos de la mujer y los había dejado a un lado con una promesa de un período de descanso.
—No puedes culparte de lo ocurrido —dijo Catti-brie desde el otro lado del cuarto, con lo que sacó a Wulfgar de su abstracción.
—No quería vivir aquí —contestó.
Cattibrie se acercó a él y se sentó en la cama a su lado.
—Y tampoco quería huir a territorio agreste ocupado por orcos. Fue la espada, y me considero una estúpida por dejarla a la vista, sabiendo que podía atrapar a cualquiera que pasara por allí.
—Delly se marchaba —insistió Wulfgar—. No soportaba los oscuros túneles de los enanos. Vino aquí llena de esperanzas de una vida mejor y encontró… —No acabó la frase y soltó un profundo suspiro.
—Y por eso decidió cruzar el río con los otros. Y se llevó a tu niña consigo.
—Colson era hija de Delly tanto como mía. No tenía menos derechos que yo. Se llevó a Colson porque pensó que era lo mejor para la pequeña; de eso no tengo la menor duda.
Cattibrie apoyó la mano en el brazo del bárbaro, que agradeció el gesto.
—Y Drizzt está vivo —dijo al mismo tiempo que miraba los ojos de la mujer y se las arreglaba para esbozar una sonrisa—. Hoy también ha habido buenas noticias.
Cattibrie le apretó el brazo y respondió con otra sonrisa.
No sabía qué contestar, y Wulfgar se dio cuenta. No sabía qué decir ni qué hacer. ¡Él había perdido a Delly y ella había encontrado a Drizzt con una única frase de un enano! Pena, compasión, esperanza, alivio… El remolino de emociones giraba dentro de la mujer de forma tan evidente como lo hacía dentro de él, y Cattibrie temía que si ese equilibrio se inclinaba demasiado hacia lo positivo estaría minimizando la pérdida del bárbaro, además de mostrar falta de respeto.
La preocupación sobre sus sentimientos le recordó a Wulfgar qué gran amiga era. Posó la otra mano sobre la de ella y se la apretó, tras lo cual su sonrisa se hizo más sincera. Asintió con la cabeza.
—Drizzt encontrará a Obould y lo matará —dijo, y de nuevo su voz sonó con firmeza—. Y luego volverá con nosotros, donde le corresponde.
—Y nosotros vamos a buscar a Colson —contestó Catti-brie.
Wulfgar respiró profundamente para serenarse antes de venirse abajo sin remedio.
Todo Mithril Hall buscaba a la pequeña con la esperanza de que Delly no se la hubiese llevado. Los enanos habían bajado hasta el Surbrin a pesar de la gélida lluvia, que caía a cántaros, para hacer llegar un mensaje al otro lado, a los pilotos del transbordador, por si alguno de ellos había visto a la niña.
—El tiempo mejorará en seguida —lo animó Catti-brie—. Entonces saldremos y encontraremos a tu hija.
—Y a Drizzt —contestó Wulfgar.
Cattibrie sonrió y se encogió ligeramente de hombros.
—Él nos encontrará antes a nosotros, o es que no conozco a Drizzt.
—Con la cabeza de Obould en la mano —añadió el bárbaro.
Al menos era un rayo de esperanza en el día más aciago y oscuro que Wulfgar, hijo de Beornegar, había vivido jamás.
—¡Cerebro de orco, goblin husmeador hijo de un ogro y una roca! —bramaba Bruenor, encolerizado.
Recorría a zancadas la sala de audiencias y pegaba patadas a todo lo que tenía al alcance.
—¡Ji, ji, ji! —rió Pikel.
Ivan asestó una mirada a su hermano y le instó a callarse con un gesto.
—¡Que alguien me traiga mi armadura! —rugió el enano—. ¡Y mi hacha! ¡Traedme unos cuantos cientos de orcos para matarlos!
—Ji, ji, ji… Iván carraspeó fuerte para disimular la impertinencia de su hermano. Acababan de informar al rey Bruenor de las intenciones de Drizzt, de que el drow había tomado la espada mágica y la ballesta de mano de Ivan y se había ido tras Obould.
Bruenor no se había tomado bien la noticia.
A pesar de la emoción que sentía porque su buen amigo estuviera vivo, Bruenor no soportaba estar inactivo. Fuera, azotaba la tormenta y descargaba una lluvia helada que se convertía en una fuerte nevada a más altura, de modo que era imposible que Bruenor o cualquier otro saliera de Mithril Hall. Aun en el caso de que el tiempo hubiera estado despejado, Bruenor era consciente de que había poco que pudiera hacer para ayudar a Drizzt. El drow iba a lomos de un pegaso, así que ¿cómo iba a alcanzarlo?
—¡Maldito elfo estúpido! —rezongó y dio una patada al borde del estrado de piedra, y entonces gruñó un poco más mientras daba saltos sobre el otro pie.
—¡Ji, ji, ji! —se rió Pikel.
—Eso, rómpete el pie, y así no podrás salir a ver los muros de fortificación —dijo Regis, que había entrado precipitadamente en la sala para ver qué ocurría.
Había corrido la noticia por todo el complejo de que se había encontrado a Drizzt vivo y en buenas condiciones, y que el rey Bruenor estaba fastidiado.
—¿Te has enterado?
Regis asintió con un cabeceo.
—Sabía que estaba vivo. Haría falta más que unos orcos y unos gigantes de la escarcha para acabar con Drizzt.
—Ha ido a por Obould. Solo —gruñó Bruenor.
—Entonces, no querría estar en la piel de Obould —respondió el halfling con una sonrisa.
—¡Bah! —resopló el enano—. ¡Maldito elfo estúpido! ¡Ha vuelto a guardarse toda la diversión para él!
—¡Ji, ji, ji! —rió Pikel, e Ivan le soltó un codazo.
Pikel se giró con gesto feroz hacia su hermano, echando fuego por los ojos y agitando los dedos con aire amenazador, a la par que emitía sonidos como los de un pájaro.
Ivan se limitó a sacudir la cabeza.
—¡Bu! —dijo entonces Pikel, y añadió—: ¡Ji, ji, ji!
—¿Quieres callarte de una vez? —le instó Ivan, que sacudió la cabeza de nuevo y se dio media vuelta, cruzado de brazos.
Se encontró con que Regis lo miraba y se reía por lo bajo.
—¿Qué?
El rey Bruenor se paró entonces y también miró a Ivan; luego, de igual modo, se echó a reír por lo bajo.
—Les pareces gracioso —le dijo Ivan a Pikel.
—Ji, ji, ji…
Gacha la cabeza y con la capucha bien calada, Drizzt Do’Urden no se había puesto a resguardo de la tormenta. Al norte de Mithril Hall todo era nieve que arrastraba el viento y que cada vez se hacía más profunda a su alrededor, pero con Amanecer a remolque, el drow se abría camino por el terreno irregular y rocoso llevando más o menos la dirección en la que había visto a Obould por última vez. Cuando la luz del día menguó, el montaraz drow encontró un saliente resguardado y se acomodó allí, tendido contra el lomo del pegaso para compartir algo del calor corporal de la montura.
Por fin, la tormenta paró después del ocaso, pero el viento se puso a soplar con más fuerza que antes. Drizzt salió del refugio y observó cómo las nubes surcaban velozmente el cielo y las estrellas parpadeaban conforme pasaban las nubes. Trepó por encima del irregular saliente que había usado de refugio y recorrió la zona con la mirada. Varios grupos de lumbres de campamento se divisaban desde allí arriba, ya que la región estaba repleta de restos del ejército de Obould. Tomó nota de la ubicación del grupo más nutrido de lumbres, tras lo cual descendió y se obligó a disfrutar del descanso que tanto necesitaba.
Con todo, antes de amanecer ya estaba en pie y listo para seguir. Incluso montó en Amanecer e hizo que el pegaso realizara una serie de vuelos cortos y bajos.
Una sonrisa asomó a la cara del drow cuando éste se aproximó a la zona donde había visto las lumbres de campamento la noche anterior, ya que el estandarte de Obould apareció a la vista en seguida. Era la misma bandera que Drizzt había visto ondear en la caravana personal del rey orco. Encontró una buena posición estratégica y se acomodó. A no tardar, la caravana se pondría en marcha de nuevo.
Drizzt la estudió atentamente. Localizó a Obould entre las filas, bramando órdenes.
El drow asintió con un cabeceo y recorrió el panorama con la mirada para escoger el camino que debía tomar y seguir de cerca a la caravana.
Se lo tomaría con calma y esperaría la ocasión propicia.
Los mataremos a todos, susurró la cruel Khazid’hea dentro de su mente.
Drizzt se centró en su fuerza de voluntad y simplemente dejó fuera la intrusión telepática, tras lo cual envió su propia advertencia a la espada.
Si vuelves a molestarme te entregaré a un dragón. Descansarás entre sus tesoros amontonados durante un millar de años o más.
La espada volvió a sumirse en el silencio.
Drizzt sabía que Khazid’hea lo había buscado a propósito, y sabía también que la espada lo deseaba como portador desde hacía tiempo. Consideró que quizá debería mostrarse un poco más receptivo con la espada, aceptar sus intrusiones e incluso dejar que creyera que estaba, en cierto modo, al mando.
Decidió que no importaba y mantuvo su muro de defensa mental. Khazid’hea podía dominar a la mayoría de la gente, incluso había pillado por sorpresa a Cattibrie al principio y había sometido los actos de la joven a su voluntad.
Pero contra un guerrero experto y disciplinado como Drizzt Do’Urden, un guerrero que conocía bien la naturaleza entremetida de la espada sensitiva, la fuerza de voluntad de Khazid’hea no era más que un pequeño inconveniente. Drizzt consideró todo aquello y se dio cuenta de que no debía correr riesgos. Para enemigo, con Obould tenía bastante.
—Los mataremos a todos —dijo Drizzt, y alzó la cuchilla a la altura de su intensa mirada.
Percibió la aprobación de Khazid’hea.