QUEJAS
La cámara de audiencias de Mithril Hall estaba más vacía de lo que lo había estado hacía meses, pero no podía haber más peso en la estancia. Cuatro protagonistas estaban sentados alrededor de una mesa circular, equidistantes entre sí y todos en diagonal con la cámara a fin de que ninguno se encontrara más próximo al estrado y al simbólico trono.
Cuando las puertas se cerraron sonoramente y el último escolta hubo partido, el rey Bruenor dedicó unos instantes a mirar escrutadoramente a sus iguales —o, al menos, a los dos que consideraba sus iguales— y al tercero, sentado justo enfrente de él, a quien comprendía que no le quedaba más remedio que tolerar. A su izquierda había sentado otro enano, el rey Emerus Warcrown, cuyo rostro se arrugaba en un ceño, con la barba pulcramente recortada y arreglada, pero en la que, según se contaba, el gris se había hecho un poco más notorio. Y Bruenor lo comprendía muy bien, ya que Emerus había perdido casi tantos enanos como el Clan Battlehammer, e incluso de un modo más súbito y devastador.
A la derecha de Bruenor estaba sentada otra aliada a la que respetaba profundamente. La dama Alustriel de Luna Plateada había sido amiga de Bruenor y de Mithril Hall durante muchos años. Cuando los elfos oscuros invadieron el hogar de los enanos, Alustriel había aguantado firme junto a Bruenor y su pueblo, con un gran sacrificio en vidas para la gente de su ciudad. Muchos de los guerreros de Alustriel habían muerto luchando contra los drows en el Valle del Guardián. Alustriel seguía siendo tan regia y hermosa como siempre. Lucía un vestido de un intenso color verde y una diadema de plata acentuaba sus rasgos esculpidos y su cabello argénteo. Según todos los cánones, la mujer era bellísima, pero tenía algo mas; irradiaba firmeza y circunspección. Bruenor se preguntó cuántos hombres necios habrían subestimado a Alustriel al pensar que su hermoso rostro era su mayor poder.
Enfrente del rey enano se encontraba sentado Galen Firth, de Nesme. Sucio y desastrado, con varias cicatrices y postillas recientes, era obvio que el hombre acababa de salir del campo de batalla, aunque había expresado reiteradamente su deseo de volver a la lucha de inmediato, Bruenor podía respetar ese deseo, naturalmente, pero aun así al enano no le resultó fácil mostrar mucho respeto por ese hombre. Todavía no había olvidado el trato que sus amigos y él habían recibido en Nesme ni la reacción negativa de Nesme hacia Piedra Alzada, una comunidad del pueblo de Wulfgar y patrocinada por Bruenor.
Sin embargo, ahí estaba Galen, sentado en Mithril Hall como representante de la ciudad y conducido allí por Alustriel como, según sus palabras, un igual.
—¿Queda constancia y se acepta que hablo no sólo en nombre de Luna Plateada, sino también de Everlund y Sundabar? —preguntó la dama.
—¡Ajá! —respondieron los otros tres sin debate previo, porque Alustriel les había informado desde el principio de que le habían pedido que actuara como apoderada de las otras dos ciudades importantes, y ninguno dudaba de la palabra de tan honorable dama.
—Entonces, todos estamos representados —comentó Galen Firth.
—Todos no —acotó Emerus Warcrown con su voz profunda con el retumbo de un peñasco dentro de una cueva en la montaña—, harbromm no tiene representación aquí.
—Hay dos enanos a esta mesa —arguyó Galen Firth—. Dos humanos para cuatro reinos, ¿y dos enanos no son suficientes para representar sólo a tres minas enanas?
Bruenor resopló con desdén.
—Alustriel tiene tres votos, y con todo el derecho, puesto que los otros le han pedido que vote en su nombre. Y que tú tengas un voto en esta mesa es algo que todavía me sorprende.
Galen entrecerró los ojos, y Bruenor volvió a resoplar.
—Ni el rey Bruenor ni yo estamos en posición de hablar en nombre del rey Harbromm de la Ciudadela Adbar —añadió Emerus Warcrown—. Al rey se le ha avisado sobre la situación y comunicará sus decisiones llegado el momento.
—¡El momento de hablar es ahora! —replicó Galen Firth—, nesme sigue bajo ataque. Hemos expulsado de la ciudad a los trolls y a los seres de los pantanos, de vuelta a los Pantanos de los Trolls, pero su cabecilla, un enorme bruto llamado Proffit, se nos ha escapado. Mientras siga con vida, Nesme no estará a salvo.
—Bien, pues te mandaré a todos mis guerreros ahora mismo —contestó Bruenor—. Le diré a Obould que contenga a sus decenas de miles de bestias hasta que estemos adecuadamente preparados para darle la bienvenida.
El sarcasmo hizo que Galen Firth estrechara los ojos más aún.
—No conseguiremos resolver nada sobre nuestros enemigos si no somos capaces de llegar a un acuerdo civilizado entre nosotros mismos —intervino la siempre diplomática Alustriel—. Os pido que enterréis viejas rencillas, rey Bruenor y Galen Firth. Nuestros enemigos nos están presionando, a vuestros dos pueblos principalmente, y ése ha de ser nuestro mayor desvelo.
Emerus Warcrown se recostó en su silla de sólida madera y cruzó los fornidos brazos sobre el tronco, grande como un tonel.
Bruenor miró a su igual y le dedicó un guiño afectuoso. Sabía que Emerus era, ante todo, enano. La jerarquía de su lealtad situaba a Bruenor y a Harbromm, y a sus respectivos clanes, en lo más alto de los intereses de Emerus.
Como tenía que ser.
—Está bien, pues, las rencillas quedan enterradas —le contestó Bruenor a Alustriel—. Y que sepáis que he perdido un buen número de magníficos Battlehammer por ayudar a Galen Firth, aquí presente, a salvar su ciudad con problemas, y que no hemos pedido nada a cambio.
Galen empezó a decir algo, de nuevo en aquel tono suyo, malhumorado y negativo, pero Alustriel lo interrumpió brusca y súbitamente.
—¡Basta! —le dijo directamente a él—. Entendemos la situación apremiante de Nesme —prosiguió—. ¿Acaso no se encuentran los Caballeros de Plata batallando en este momento para proteger la región a fin de que los obreros puedan reconstruir las casas y fortificar las murallas? ¿No están mis hechiceros patrullando esas mismas murallas con las palabras del conjuro de bola de fuego listas en los labios?
—Así es, mi señora —admitió Galen, que se arrellanó en la silla.
—Los trolls han emprendido la huida y se los obligará a regresar a los Pantanos de los Trolls —les prometió Alustriel a los tres—. Luna Plateada y Everlund ayudarán a Nesme a lograr esa meta.
—Vale, ¿y qué previsiones tenéis? —preguntó Bruenor—. ¿Los habréis hecho retroceder a los pantanos antes de que el invierno esté muy avanzado?
La pregunta parecía muy acuciante, puesto que la primeras nieves habían empezado a cuajar ese mismo día en el exterior de la puerta oriental de Mithril Hall.
—Eso esperamos, para que la gente de Nesme pueda regresar a sus casas antes de que la nieve se acumule demasiado en los caminos —contestó Alustriel.
—Así pues, ¿vuestros ejércitos estarán dispuestos a luchar junto al mío cuando el invierno levante su fío manto de la tierra? —preguntó Bruenor.
El semblante de Alustriel se puso tenso.
—Si el rey Obould insiste en su ataque a Mithril Hall se encontrará con que el Clan Battlehammer está respaldado por las fuerzas de Luna Plateada, Everlund y Sundabar, sí.
Bruenor dejó que el silencio se prolongara unos instantes un incómodos antes de seguir presionando,
—¿Y si el rey Obould decide que con lo que tiene es suficiente?
—Ya hemos hablado anteriormente de esto —le recordó Alustriel.
—Pues hablemos de ello otra vez —demandó el rey enano.
—Cuando el invierno haya pasado, el ejército de Obould estará sólidamente atrincherado —dijo la dama—. Ese ejército ya era formidable cuando marchaba contra posiciones defendidas. Vuestro propio pueblo lo sabe mejor que nadie.
—¡Bah, os dais por vencidos! —interrumpió el rey Emerus—. ¡Todos pensáis en dejar que los orcos conserven lo conquistado!
—El precio de desalojarlos sería terrible —explicó Alustriel, sin negar lo dicho por el enano—. Quizá un precio demasiado elevado.
—¡Bah! —gruñó Emerus. Soltó un puñetazo en el grueso tablero de la mesa, y fue una suerte que el mueble estuviera construido con tanta solidez o, en caso contrario, el golpe de Emerus lo habría hecho astillas—. Vais a combatir por Nesme, pero ¿Mithril Hall no merece vuestro sacrificio?
—Me conocéis lo suficientemente bien para que digáis tal cosa, rey Emerus.
El comentario de la dama tranquilizó al enano, que estaba más irritado de lo normal tras la catástrofe del río. Ese mismo día, unas horas antes, el rey Emerus había presidido la consagración del río Surbrin y haba dado el adiós a casi un millar de buenos enanos.
De nuevo se recostó en la silla, cruzado de brazos otra vez, y soltó un sonoro resoplido.
—Rey Bruenor… Bruenor, amigo mío, debéis entender nuestro punto de vista en este asunto —dijo Alustriel—. El deseo de Luna Plateada, Everlund y Sundabar de librar a la comarca de Obould y sus miles de orcos no es menor que el vuestro. Pero he sobrevolado las tierras ocupadas y he visto enjambres de guerreros y sus preparativos. Ir contra ellos sería tanto como ir en busca del desastre, y se trataría de un desastre a una escala desconocida hasta el momento en la Marca Argéntea, Mithril Hall vuelve a estar abierto y tendréis asegundo el paso a través del Surbrin. Ahora sois el reducto solitario, el último bastión de las buenas gentes en la región comprendida entre los Pantanos de los Trolls y la Columna del Mundo, el Surbrin y el Paso Rocoso. No estáis sin amigos y apoyos. Si Obould vuelve a atacaros, encontrará a los Caballeros de Plata plantados hombro con hombro junto al Clan Battlehammer.
—Cintura con hombro, quizá —chanceó Galen Firth, pero los ceños de los dos enanos le dejaron muy claro que su débil intento de bromear no era bien acogido, así que Alustriel continuó sin más interrupciones.
—Este tramo de terreno entre vuestra puerta oriental y el Surbrin no caerá, aunque para ello tenga que quedar cubierto con los muertos de las tres ciudades que represento en esta reunión —dijo—. Todos estamos de acuerdo en esto. Filo del Invierno se ampliará como campamento militar, y los suministros y los soldados saldrán desde Luna Plateada a esa ciudad en un flujo constante. Reemplazaremos a los guerreros del rey Emerus para que puedan regresar a su ocupación de asegurar la ruta por la Antípoda Oscura entre Felbarr y Mithril Hall. Proporcionaremos grandes carretas y conductores al rey Harbromm para que la Ciudadela Adbar pueda acceder fácilmente a la región en conflicto cuando lo crean conveniente. No escatimaremos gastos.
—Pero sí guerreros —comentó Bruenor.
—No lanzaremos a miles de hombres contra montañas defendidas por un territorio casi estéril —repuso Alustriel sin rodeos.
Bruenor, que exhibía el mismo gesto y estaba sentado en la misma postura que su homólogo enano, contestó con un seco asentimiento de cabeza. No le entusiasmaba la decisión de Alustriel; lo que más deseaba era erradicar de su puerta al feo Obould y mandarlo de vuelta a su agujero en la montaña, pero sus enanos y él habían combatido contra el rey orco y sus legiones y, a buen seguro, comprendía el razonamiento.
—Entonces, reforzad Filo del Invierno. Haced que vuestros soldados trabajen conjuntamente. Entrenadlos, que practiquen. ¡Ojalá que el Bosque de la Luna hubiera decidido asistir a esta reunión! Hralien, que habla en su nombre, ha prometido su apoyo, pero de lejos. Sin duda, temen que Obould se revuelva contra sus frondas como ha hecho con Mithril Hall, puesto que decidieron pasar a la lucha. Espero de todos vosotros la misma lealtad para con ellos que la que ofrecéis a Mithril Hall.
—Desde luego —contestó Alustriel.
—Me salvaron un millar de enanos —convino Emerus.
Galen Firth permanecía en silencio, pero no tranquilo. Bruenor reparó en que al hombre lo había alterado el hecho de que la conversación se desviara de la suerte de su amada Nesme.
—Tendréis que reconstruir Nesme —le dijo Bruenor—. Hacerla más fuerte que nunca… Enviaré caravanas llenas de las mejores armas que los herreros sepan forjar. Quitadme a los condenados trolls de la espalda y mantenedlos en su apestoso pantano.
El hombre se relajó de forma patente, incluso descruzó los brazos u se echó hacia adelante para contestar.
—Nesme no olvidará la ayuda que Mithril Hall le ofreció aunque en ese momento sufría una tremenda presión.
Bruenor respondió con un asentimiento de cabeza y vio con el rabillo del ojo que Alustriel sonreía con aprobación por su oferta generosa y por sus palabras. El rey de Mithril Hall no se sentía entusiasmado con las decisiones tomadas ese día, sin embargo comprendía que todos debían estar unidos.
Porque si decidían quedarse solos, caerían, uno tras otro, ante las hordas de Obould.
—Eso no lo sabes —dijo Catti-brie en un intento de consolarlo.
—Delly no está, Colson no está, y tampoco está Khazid’hea — contestó Wulfgar, y dio la impresión de que se sostenía de pie a duras penas mientras pronunciaba esas palabras aterradoras.
Cattibrie y él habían hecho correr por todo Mithril Hall la noticia de la desaparición de Khazid’hea y habían dejado muy claro que la espada no se debía empuñar así como así, que era una arma de gran poder y peligrosa.
Era evidente que alguien la había tomado, y había muy pocos enanos, que se pondrían bajo el hechizo de una espada dotada de sensibilidad, lo cual apuntaba a Delly o a otro de los refugiados humanos que habían cruzado el río.
«Tiene que haber sido Delly», convino Cattibrie para sus adentros. Sabía que la mujer ya había entrado en su cuarto antes. Medio dormida, había visto a Delly una o dos veces mirándola desde la puerta, aunque ignoraba si lo hacía por estar preocupada por ella o por celos. ¿Cabría la posibilidad de que Delly hubiese entrado a hablar con ella y que le hubiese salido al paso con sus maquinaciones una aburrida y hambrienta Khazid’hea?
Porque ¿adonde se había ido Delly? ¿Cómo se había atrevido a marcharse de Mithril Hall con Colson sin haber hablado siquiera con Wulfgar?
El misterio había llevado al bárbaro al borde de estallar de indignación. Wulfgar, maltrecho como estaba, debería haber descansado, pero no se había acostado hacía más de un día, desde que les llegó el inquietante informe de Ivan y Pikel Rebolludo de que partían en pos de una figura solitaria que corría hacia el norte. Los enanos se inclinaban más por pensar que era Cottie Cooperson, a quien el dolor había trastornado bastante, pero tanto Cattibrie como Wulfgar tenían la corazonada de que alguien más podía estar perturbado o, al menos, que alguien podría haber dejado que un espíritu maligno se colase en su mente de forma inadvertida.
—¿O tal vez se nos han infiltrado aliados furtivos de Obould? —planteó Wulfgar—. ¿Han entrado espías en Mithril Hall? ¿Han robado tu espada y han raptado a mi esposa y a mi hija?
—Lo investigaremos todo —le aseguró Catti-brie—. Encontraremos el rastro de Delly. Las tormentas han aminorado y el transbordador volverá a funcionar en seguida. Alustriel y el rey Emerus nos ayudarán en la búsqueda. Cuando salgan de la reunión con Bruenor, pídeles que encuentren a los refugiados que cruzaron el Surbrin. Hallarán las respuestas; estoy segura.
La expresión de Wulfgar denotaba que quizá tuviera miedo de tener esas respuestas.
Pero no se podía hacer nada más. Docenas de enanos buscaban por los corredores la espada, a la mujer y a la pequeña. Cordio y algunos de sus compañeros clérigos estaban usando conjuros de adivinación para intentar ayudarlos.
De momento, sólo había interrogantes.
Wulfgar se recostó pesadamente contra la pared.
—Obould estará muerto dentro de tres días —gruñó el gigante Cantor de Tormenta—. Ésa fue tu promesa, princesa Gerti, pero Obould sigue vivo y más poderoso que nunca, y nuestros trofeos, el pegaso, el elfo oscuro y esa pantera mágica que lo acompaña, han volado de nuestras manos.
—Es mejor tener a Drizzt Do’Urden trabajando en la consecución del mismo objetivo que nosotros —argumentó Gerti, que tuvo que alzar la voz para hacerse oír sobre el tumulto de protestas que retumbaban a su alrededor.
De nuevo, el peso de los acontecimientos ejercía presión sobre la giganta. Todo había parecido tan sencillo hacía sólo unas pocas semanas: prestaría unos cuantos gigantes aquí y otro pocos allá para arrojar pedruscos desde lejos a los asentamientos que los orcos habían cercado para debilitar las defensas a fin de que Obould pudiera invadir las ciudades. Obtendría botines de guerra a cambio de unas pocas piedras.
Eso era lo que había pensado. La explosión en el risco, donde veinte de sus gigantes habían sitio inmolados, había cambiado irrevocablemente todo eso. El ataque al interior de Mithril Hall, donde varios más habían caído en trampas, había cambiado irrevocablemente todo eso. La ceremonia de Gruumsh, donde Obould parecía haber adquirido proporciones divinas, había cambiado irrevocablemente todo eso.
Gerti había intentado salir lo mejor posible del desasne dejando que Obould y los enanos lucharan hasta que no quedara ninguno y situándose —ella y su pueblo— jugando a dos barajas, y así, saliera quien saliera victorioso, la batalla jamás llegaría hasta el Brillalbo.
Los refunfuños le dejaban claro que su pueblo no tenía mucha fe en ella y en sus curiosas decisiones.
¡Si Drizzt Do’Urden hubiese matado a Obould!
—Drizzt es un adversario formidable —dijo Gerti, siguiendo esa línea de pensamiento—. Encontrará el modo de golpear con fuerza a Obould.
—¿Y al Brillalbo?
Gerti estrechó los ojos y miró, ceñuda, al insolente Cantor de Tormenta. Era evidente que el enorme guerrero se estaba situando como alternativa al poder cuando el gran Orel falleciera finalmente. Y también saltaba a la vista que muchos de los otros gigantes empezaban a contemplar favorablemente esa alternativa.
—Drizzt dio su palabra de que no lo haría, y disuadirá a los demás de que nos ataquen en caso de que Bruenor venza a Obould.
—Todo ha sido un desperdicio —se quejó Cantor de Tormenta—. Hemos perdidos amigos, todos nosotros, y ¿a cambio de qué? ¿Tenemos más esclavos para atender nuestras necesidades? ¿Tenemos más riqueza que la que teníamos antes de seguir al rey Obould de los orcos? ¿Tenemos más territorio, ricas minas o ciudades fabulosas? ¿Tenemos siquiera un caballo alado que primero se nos entregó y que ahora hemos entregado?
—Hemos… —empezó a decir Gerti, pero un coro de protestas se alzó en la sala—. Hemos… —reiteró en voz más alta, y lo repitió una y otra vez, hasta que el escándalo cesó—. Hemos ganado categoría —explicó—. No podríamos haber evitado esta guerra. Si no nos hubiésemos unido a Obould al principio, entonces lo habríamos tenido de enemigo dentro de poco, si es que no lo teníamos ya. Ahora eso no pasará porque está en deuda con nosotros. Y ahora, merced a Drizzt Do’Urden, el rey Bruenor y todos sus aliados están en deuda con nosotros, a despecho de que les hemos hecho la guerra. Hemos ganado categoría, ¡y en tiempos de confusión y conflicto como los actuales, eso no es una menudencia!
Habló con convicción y con el peso de su posición regia respaldándola, y la sala se calmó.
Pero Gerti temía que el revuelo se repetiría y Cantor de Tormenta, que no le había replicado esa vez, no dejaría que las cosas se quedaran así.
Ni mucho menos.