EL LLAMADOR DE LA PUERTA DE GERTI
La nieve los azotaba y obligaba a Drizzt y a Innovindil a ir doblados contra el viento para evitar que se los llevara. El drow iba delante y caminaba todo lo de prisa que podía, porque el rastro de los gigantes se veía con claridad, pero sabía que no duraría mucho. Drizzt no dejaba de mover los dedos dentro de la manga; cerraba y abría el puño en un intento fútil de impedir que se le quedara helado. Innovindil le había asegurado que el Brillalbo, el hogar de Gerti, no estaba lejos. El drow esperaba que fuera cierto, porque no estaba seguro de cuánto tiempo más podrían resistir Innovindil y él con semejante ventisca.
A media mañana el rastro dejado por el paso de los gigantes casi había desaparecido, y Drizzt seguía adelante por puro instinto tanto como por su habilidad como rastreador. Seguía adelante todo lo recto que era capaz y sólo se desviaba de su curso cuando se encontraba con piedras caídas o con barrancos que por fuerza habrían obligado a desviarse a la caravana de gigantes.
Rodeaban uno de esos desprendimientos cuando el drow comprobó que sus deducciones eran acertadas, pues allí, en medio de una hondonada poco profunda, había un montón de estiércol cubierto a medias y todavía humeante en la nieve recién caída. Drizzt se dirigió hacia los excrementos y se agachó para examinarlos. Acercó la mano enguantada y separó los trozos, que fue inspeccionando uno por uno.
—No hay sangre en los excrementos —le dijo a Innovindil cuando la elfa se acuclilló a su lado.
—Amanecer está comiendo bien a pesa de que el Invierno ha entrado de lleno —convino ella.
—Gerti lo está tratando como a una mascota valiosa —dijo el drow—. Es buenas señal.
—Salvo por el hecho de que ahora sabemos de cierto que no renunciará al pegaso así como así.
—Eso es algo sobre lo que no ha habido duda en ningún momento —comentó Drizzt—. Hemos venido a luchar por nuestro amigo y así lo haremos. —Alzó la mirada hacia Innovindil mientras pronunciaba aquel compromiso y vio que ella agradecía sus palabras—. Sigamos —propuso, y se puso en camino.
Innovindil dio un tirón a las riendas de Crepúsculo para que el pegaso echara a andar, y siguió al drow con un renovado brío en sus pasos.
No llegaron lejos, sin embargo. La tormenta arreció; la nieve azotaba, con tal furia que los dos amigos casi ni se veían en cuanto se distanciaban uno pocos pasos.
Tuvieron un corto respiro mientras rodeaban un espolón oriental, ya que el viento soplaba del noroeste y de repente esas dos direcciones quedaron tapadas por las paredes montañosas. Drizzt apoyó la espalda en la piedra desnuda y respiró profundamente.
—Si encontramos un saliente apropiado tal vez deberíamos dar por concluida la marcha hoy hasta que amaine la tormenta —sugirió, y se alegró de tener la posibilidad de hablar en voz baja sin que el viento la arrastrara y la disipara.
Volvió a inhalar hondo y echó hacia atrás la capucha helada. Se limpió la nieve de la frente y rió bajito al darse cuenta de que tenía las cejas cubiertas de hielo. Al mirar a su compañera se dio cuenta de que la elfa no le estaba prestando atención.
—¿Innovindil?
—No hace falta —musitó ella—. Acampar, quiero decir.
Volvió los ojos hacia Drizzt y después le hizo un gesto para que mirara al otro lado del camino.
El muro de roca se extendía un trecho hacia el norte y luego se doblaba hacia el este. A lo largo de esa cara, a unos cuantos cientos de metros de distancia, Drizzt avistó un hueco oscuro, la boca de una cueva en la piedra.
—¿El Brillalbo?
—Sí —respondió Innovindil—. Una entrada corriente a un lugar que, según los rumores, es cualquier cosa menos eso.
Se quedaron parados allí un rato mientras recobraban la respiración.
—¿Algún plan? —pregunto finalmente Innovindil.
—Amanecer se encuentra allí, ¿no? Pues en iremos —contestó Drizzt,
—¿Así, sin más?'
—Con las espadas desenvainadas, por supuesto. —Se volvió hacia su compañera y sonrió.
Hacía que pareciera tan sencillo…, lo que, por otro lado, era cierto. Habían ido a buscar a Amanecer, y Amanecer estaba dentro del Brillalbo, así que recobraron la calma y echaron a andar, pegados a la pared de la montaña, donde la nieve no se había apilado.
Más o menos a una docena de pasos del lado de la boca de la cueva más próximo, Drizzt hizo una señal a Innovindil para que se quedara donde estaba, y él siguió adelante, sigiloso. Llegó al borde de la boca de la cueva y después, muy despacio, se inclinó y se giró para echar un vistazo al interior.
Se deslizó por el borde y avanzó centímetro a centímetro por un túnel que se ensanchó de golpe a casi seis metros de anchura. El drow se quedó inmóvil al escuchar una respiración profunda y acompasada al otro lado del túnel. Lo cruzó rápidamente y se deslizó a un cubículo que había en el muro de enfrente.
Dentro, un gigante sentado y recostado en la pared, con las manos cruzadas detrás de la nuca, roncaba plácidamente. Dispuesto sobre las piernas extendidas, tenía un enorme martillo cuya cabeza había sido trabajada magníficamente para conseguir la forma de una cabeza de águila. Un afilado y curvo pico conformaba la parte posterior.
Drizzt se deslizó sigilosamente dentro del cubículo. Era obvio que el coloso dormía profundamente, y el drow comprendió que podría degollarlo de oreja a oreja antes de que tuviera tiempo de despertarse. Sin embargo, con gran sorpresa por su parte, se encontró envainando las cimitarras, de vuelta a las fundas. Después, suavemente, pero merced a un gran esfuerzo, alzó el martillo de las piernas del gigante, que resopló y masculló algo mientras bajaba una de las manos y se giraba hacia un lado.
El elfo oscuro salió del hueco en la roca y volvió a la entrada de la cueva, donde Innovindil y Crepúsculo lo esperaban.
—Estupenda arma —susurró, aunque daba la impresión de que sostenía el martillo a duras penas.
—¿Mataste al que lo manejaba? —preguntó la elfa.
—Duerme profundamente y no significa una amenaza para nosotros.
La expresión de curiosidad de Innovindil le recordó a Drizzt su extraña elección. ¿Por qué no se había limitado a matar al gigante? Así habrían tenido un enemigo menos contra el que luchar.
Sin embargo, su única respuesta fue encogerse de hombros. Se llevó un dedo a los labios para pedir a la elfa que lo siguiera en silencio.
Los tres pasaron ante el cubículo situado al otro lado del corredor.
Muchos metros más adelante el túnel trazaba un ángulo a la derecha y también en ese punto el techo ascendía considerablemente. A corta distancia del trío se colaba un rayo de luz natural desde quince metros o más por encima del suelo; era la luz gris del tormentoso día. El suelo estaba resbaladizo y en algunas zonas lo cubría la nieve. En el fondo, un par de puertas grandes se alzaban ante ellos.
—Esperemos que no las tengan cerradas y que estén bien engrasadas —comentó Innovindil en voz queda.
Los tres avanzaron despacio, aunque los cascos de Crepúsculo resonaban a cada paso y levantaban ecos, cosa que ponía bastante nerviosos a los dos compañeros. Tanto el drow como la elfa habían pensado dejar al pegaso fuera, y lo habrían hecho de no ser por la brutal ventisca.
Drizzt pegó la oreja a la puerta y escuchó con atención durante un tiempo antes de asir el tirador…, o de estar a punto de asirlo, porque cuando alzó la mano hacia la argolla, situada a más de medio metro por encima de su cabeza, reparó en que el borde interior no era suave, que tenía un canto particularmente afilado. Retiró la mano con rapidez.
—¿Una trampa? —preguntó Innovindil.
El drow hizo un gesto indicando que no lo sabía. Se quitó la capa y se aflojó la camisa encantada y protegida para así estirar de una manga y cubrirse la mano. Volvió a subir la mano hacia la manilla y la aferró suavemente. Drizzt notaba el borde afilado a través de la camisa y, con cautela, cambió el ángulo de la mano para que la trampa, si es que había una, no le diera en la palma al dispararse.
¿Preparada para la lucha?, preguntó a su compañera articulando las palabras en silencio al mismo tiempo que desenvainaba Muerte de Hielo con la mano izquierda. Al responder Innovindil con un cabeceo de asentimiento, Drizzt respiró hondo y abrió la puerta; de inmediato, cruzó la mano derecha por delante del cuerpo, hacia Centella, envainada en su costado izquierdo.
Pero la vista que los recibió hizo que sus manos se relajaran casi inmediatamente. Un cálido brillo irradiaba a través de la puerta. Al otro lado de las puertas, esa luz se reflejaba, fulgente, en una miríada de paredes y divisiones, todas ellas de brillante hielo, en absoluto opaco o blancuzco, sino transparente y extraordinariamente reflectante. Las imágenes del drow, la elfa y el pegaso se reflejaban desde cualquier ángulo imaginable.
Drizzt dio un paso adelante y se encontró perdido en un mar de Drizzt reflejados. Las divisiones apenas eran lo bastante anchas como para que pasara un gigante y la forma laberíntica en la que estaban situadas hizo sonar la alarma en la mente del agotado drow tan pronto como se recobró de la primera impresión. Hizo un gesto a Innovindil para que lo siguiera rápidamente y se adentró a toda prisa.
—¿Qué pasa? —pregunto finalmente la elfa, que alcanzó a Drizzt cuan— do éste hizo un alto en una intersección de cuatro caminos en las relucientes parceles de hielo.
—Esto es una defensa —contestó.
Miró en derredor, y absorbiendo lo que los rodeaba, confirmó sus sospechas. Reparó en el suelo de piedra, el marcado contraste que formaba con las paredes, en apariencia sin el menor rastro de mineral en ellas. Alzó la vista hacia los numerosos agujeros del techo alto, abiertos estratégicamente de este a oeste a lo largo de los límites meridionales de la cámara, a propósito, como comprendió, para captar la luz del sol desde el alba al ocaso. Entonces, escudriñó sus imágenes siguiendo la línea a través del ancho de la inmensa cámara. Un único centinela, situado en cualquier punto a lo largo de la pared, sería suficiente para descubrir la intrusión.
Drizzt sabía que la cámara de espejos era obra de la magia, y con un propósito específico.
—Date prisa —dijo al mismo tiempo que echaba a andar otra vez.
Se fue abriendo paso rápidamente a través del laberinto a la par que intentaba encontrar pasillos laterales que lo reflejaran de forma confusa para cualquier centinela. No le quedaba más remedio que confiar en que los guardias que pudiera haber apostados para vigilar la cámara estuvieran poco o nada alertas, como el del túnel anterior a la sala.
No habían sonado toques de alarma de los cuernos ni se habían oído bramidos a lo lejos. Eso era una buena señal, o al menos tenía que esperar que lo fuera.
Al rodear un pronunciado recodo, el drow se frenó en seco, e Innovindil, que conducía a Crepúsculo por las riendas, estuvo a punto de chocar con él y tirarlo al suelo.
Con todo, Drizzt consiguió evitar adelantarse; absorbió la fuerza del empujón y resbaló hacia un lado en lugar de salir lanzado al frente, porque no quería dar un solo paso más ni salir al borde de seis metros despejados, en el extremo oriental de la caverna. Ese límite era un río, y aunque tenia una capa de hielo en la superficie Drizzt vio claramente cómo al agua corría veloz debajo de la capa helada.
Al otro lado y a su izquierda, el drow divisó otro túnel. Hizo una seña a Innovindil para que lo siguiera con cuidado y, a continuación, avanzó paso a paso orilla abajo, hasta que se detuvo justo enfrente del túnel de salida. Encima de él vio una cuerda grande que colgaba a suficiente altura para que la alcanzara un gigante, y quizá columpiarse en ella para cruzar a la otra orilla.
Oyó el ruido de los cascos de Crepúsculo apartándose de él y se volvió y vio a Innovindil montada en el pegaso y situando al animal en línea recta con el túnel de salida. Con una sonrisa, Drizzt retrocedió corriendo y saltó a la grupa del pegaso. La elfa no perdió tiempo e hizo que Crepúsculo iniciara una veloz carrera y diera un corto salto a la par que extendía las alas y las batía con fuerza. Con una gracilidad más acorde con una gacela que con un caballo, Crepúsculo aterrizó al otro lado del río helado, en el túnel, e Innovindil hizo que el animal frenara de inmediato.
Drizzt desmontó en un visto y no visto, seguido por Innovindil.
—¿Crees que saben que estamos aquí? —preguntó la elfa de la luna.
—¿Acaso importa?
A partir de ese punto los corredores eran más convencionales, anchos, altos y serpenteantes, como el camino de un laberinto, con mucho giros y pasajes. La enormidad del Brillalbo sorprendió a Drizzt, y la enormidad de la tarea que los aguardaba se le antojó más que desalentadora.
—Gwenhwyvar olfateará a Amanecer — dijo el drow mientras sacaba la figurilla.
—Es más probable que olfatee tu sangre —dijo una voz que no era la de Innovindil, una voz demasiado profunda y resonante para ser la de una elfa.
Drizzt se giró lentamente, al igual que su compañera, y Crepúsculo pateó la piedra.
A su espalda tenían un par de gigantes de la escarcha, a unos cinco metros; ella, puesta en jarras, y él, con un enorme martillo en la mano derecha con el que se golpeaba la palma de la izquierda.
—Traéis otro pegaso para la dama Gerti —comentó la hembra—. Se sentirá complacida, tal vez lo suficiente como para concederos una muerte rápida.
Drizzt asintió con la cabeza.
—¡Ajá! Hemos venido para complacer a Gerti, por supuesto. Tal es nuestro mayor deseo.
Al acabar de hablar palmeó la grupa de Crepúsculo e Innovindil se montó a lomos del pegaso a la par que éste saltaba al aire.
Drizzt se volvió para seguirlos, dio unos pasos, y entonces, al oír que los gigantes cargaban a su espalda, hizo un brusco quiebro y se lanzó contra ellos al mismo tiempo que aullaba de rabia.
—¡Drizzt! —gritó Innovindil, y el drow comprendió por su tono que pensaba que iba a enzarzarse con los colosos.
Nada más lejos de su intención.
Corrió hacia el que blandía el martillo y, cuando el gigante lo balanceó hacia él, viró a la derecha, en dirección a la giganta.
El primero era demasiado listo para seguir con su ataque, un golpe que seguramente había alcanzado a su compañera. Pero cuando la giganta alargó las manos para aferrarlo, Drizzt giró de nuevo, de vuelca al primero; se movía a una velocidad vertiginosa, que incrementaban las ajorcas mágicas, tan deprisa que su figura era un borrón. Se zambulló al suelo a la vez que giraba sobre sí mismo, se irguió de golpe e hizo un quiebro a la derecha de nuevo para pasar entre los dos colosos como una centella. Ambos se lanzaron sobre él para atraparlo y tal vez la giganta lo habría conseguido de no ser porque su cabeza chocó contra la de su compañero cuando se agachaban al mismo tiempo.
Los dos soltaron un gruñido y se pusieron erguidos, y Drizzt escapó corriendo.
Sin embargo, el drow apenas había dado diez zancadas por el siguiente corredor cuando oyó más voces de gigantes que gritaban y tuvo que girar por otro pasillo perpendicular para no darse de bruces con los colosos.
—Que no sea un corredor sin salida —susurraba el drow en cada giro que hacía, y sus palabras le parecían una plegaria más que otra cosa.
En seguida llegó a un corredor más ancho que jalonaban a ambos lados estatuas de distintas formas y tamaños. La mayoría eran de hielo, aunque había unas cuantas de piedra. Algunas tenían el tamaño de un gigante, pero muchas representaban la figura de un humano o un elfo. Estaban trabajadas con la minuciosidad y la destreza de una obra enana de piedra, y la elegancia de la talla no le pasó inadvertida al drow; aquellas estatuas no habrían desentonado en Menzoberranzan o en un pueblo elfo. No obstante, no tenía tiempo para pararse a contemplar las obras, ya que oía a los gigantes por detrás y por delante de él, además del toque de cuernos desde una zona más profunda del complejo, en apariencia interminable.
Se quitó la capa y viró hacia un lado, en dirección a un grupo de varias estatuas del tamaño de elfos.
A Innovindil sólo le quedaba confiar en que el suelo fuera de piedra y no tuviera una capa de hielo, ya que no podía dejar que Crepúsculo frenara la carrera estando rodeada de gigantes. Fue de corredor en corredor; a veces tomaba un desvío y otras seguía en línea recta con intención de virar en algún otro que no estuviera bloqueado por un grupo de enemigos, los cuales se acercaban desde todas direcciones… Una carrera a ciegas era todo lo que estaba en su mano hacer. O un vuelo a ciegas, ya que de vez en cuando hacía que el pegaso se elevara en el aire para ganar velocidad.
Con todo, debía tener cuidado, ya que una vez alzado el vuelo, Crepúsculo era incapaz de realiza los bruscos quiebros que requerían los pronunciados virajes de los corredores. Innovindil vigilaba atrás y al frente, y miraba hacia arriba con frecuencia. No perdía la esperanza de que el techo se abriera ante ella para lanzar a Crepúsculo en un vuelo corto que quizá los sacara a ambos por una chimenea o el hueco de una claraboya.
En una esquina, la elfa y su montura casi se estrellaron contra la pared de piedra, pues el ángulo del recodo superaba los noventa grados. Crepúsculo frenó con un resbalón y rozó la pared al mismo tiempo que Innovindil lo hacía virar.
La elfa dio un respingo cuando recuperaron la verticalidad y azuzó al animal para que reemprendiera la marcha; sabía que ese momento de inmovilidad la había dejado en una situación de vulnerabilidad.
Así pues, sólo se sorprendió un poco cuando vio una lanza de hielo gigantesca —un carámbano largo, afilado— que volaba hacia ella desde el corredor anterior. Se agachó instintivamente, y si no lo hubiera hecho la habría ensartado de parte a parte. Aun siendo un tiro fallido estuvo a punto de desmontarla, pues la lanza se partió en la piedra, por encima de la elfa, y cayó sobre ella en una lluvia de fragmentos de hielo.
Aferrándose con tenacidad a su montura, Innovindil taconeó los flancos de Crepúsculo y lo azuzó para que siguiera corriendo. Oyó un grito detrás y hacia un lado, procedente de donde había llegado la lanza. Entendía lo suficiente la lengua de los gigantes de la escarcha, que en cierros aspectos se parecía a la elfa, como para interpretar que una giganta reprendía al que había arrojado la lanza.
—¿Es que quieres hacer daño a la nueva mascota de Gerti?
—¿Te refieres al pegaso o a la elfa? —respondió el gigante, cuya voz atronadora reverberó en la pared de piedra que había detrás de Innovindil.
—¡A los dos, pues! —rió la giganta.
Por alguna razón, su tono hizo que Innovindil pensara que acabar ensartada por la lanza de hielo habría sido preferible.
Dos gigantes corrían pasillo adelante y de vez en cuando miraban a un lado y a otro, hasta que uno soltó un grito de triunfo y giró de repente a su izquierda.
—¡Qué listo! —gritó el otro cuando también él se fijó en la capa de una estatua, una prenda que no estaba tallada en piedra, sino que ondeaba como sólo podía hacerlo la tela.
Con una única zancada lateral, el primer gigante descargo el pesado garrote sobre la capa. La estatua de hielo que había debajo saltó hecha añicos…
—¡Oh, has destrozado la estatua de Mardalade! —gritó el otro.
—¿Y e…el drow? —balbució el primero, que dejó caer el garrote.
—Le parecéis muy divertidos —sonó la respuesta a sus espaldas, y los dos gigantes se giraron con prontitud.
Drizzt, que se deslizaba en la otra dirección, se detuvo lo suficiente para saludarles y después sonreír mientras señalaba detrás de los colosos.
Ninguno de ellos se volvió…, hasta que oyeron el gruñido bajo de una enorme pantera.
Los dos gigantes giraron y se agacharon cuando trescientos kilos de músculos cubiertos de pelambre negra saltaron sobre ellos y les pasaron tan cerca que ambos se taparon la cabeza con las manos y se agazaparon más aún; uno se fue de bruces al suelo.
Drizzt salió disparado. Aprovechó esos instantes de dilación para intentar descifrar el laberinto de corredores entrecruzados. También escuchó con atención todos los sonidos que había a su alrededor con el objetivo de discernir algo que tuviera sentido. Gritos procedentes de zonas que no estaban relacionadas con su posición le revelaron que Innovindil seguía huyendo y le dieron una idea bastante aproximada de su posición.
Siguió corriendo, de vuelta hacia el oeste, después al norte y de nuevo al oeste. Oyó la trápala de los cascos del pegaso al mismo tiempo que se acercaba a la siguiente encrucijada de corredores, y apretó a correr con la idea de alcanzar a su amiga cuando pasara por la intersección y subir de un salto detrás de ella.
Pero en seguida se frenó al abandonar esa idea. Era mejor que los gigantes tuvieran dos presas a las que perseguir.
Innovindil y Crepúsculo cruzaron delante de él, gachas las cabezas y el pegaso volando de prisa, a varios palmos del suelo. A pesar de que no podo por menos de pararse para admirar la estampa de la elfa aferrada al equino alado, Drizzt oyó claramente que los gigantes le iban a la zaga, no muy lejos.
Reanudó la carrera, y cuando la pareja de gigantes pasó corriendo por la intersección en persecución de la elfa, Drizzt los siguió velozmente y se las arregló para propinar un corte en la parte posterior de la pierna a uno de ellos mientras pasaba a su lado, lo que le arrancó un grito de dolor.
Ése se paró al mismo tiempo que el otro aflojó el paso, y los dos se volvieron para mirar al elfo oscuro lanzado a la carrera.
Entonces, el que estaba herido cayó de bruces cuando una enorme pantera saltó contra su espalda y pasó por encima. Otros tres gigantes aparecieron en la intersección, y los cinco se pusieron a gritar como locos.
—¡Izquierda!
—¡Derecha!
—¡Recto!
—¡La elfa, estúpidos!
—¡El drow!
Y, naturalmente, todo aquello les dio un respiro a Drizzt e Innovindil.
Dieron vueltas y vueltas, y Drizzt cruzó corredores que reconoció. En otra intersección volvió a oír la trápala de los cascos de Crepúsculo y llegó allí primero. De nuevo se le pasó por la cabeza la idea de subir a la grupa del pegaso y también, de nuevo, la desechó porque entonces había más gigantes que perseguían a su compañera.
El drow se quedó en la esquina, un poco inclinado hacia adelante con el fin de que Innovindil lo viera. Señaló enfrente de él, hacia el túnel que se abría a la izquierda de la elfa que se aproximaba. Ella respondió conduciendo a Crepúsculo hacia la derecha, cerca de Drizzt, en un viraje más abierto e inclinado.
—¡Derecha, izquierda, segunda a la derecha y recto hacia el río! —le gritó el drow mientras pasaba a su lado como una exhalación.
Después se escondió tras la esquina. Oyó acercarse a los gigantes que venían persiguiéndolo, así como a los que iban tras Innovindil; echó ojeadas nerviosas hacia una y otra dirección repetidamente con la esperanza de que los perseguidores de la elfa llegaran antes.
Experimentó un inmenso alivio cuando vio que, por suerte, así iba a ser. Todavía centrados en la elfa montada en el pegaso, los gigantes aparecieron corriendo a toda velocidad, y Drizzt los pilló completamente por sorpresa cuando salió de la esquina de un salto detrás de ellos y les gritó.
Se detuvieron y tropezaron unos con otros en su afán de atraparlo, en tanto que Drizzt echaba a correr por donde habían venido ellos, de modo que el desconcierto de los gigantes aumentó considerablemente cuando el grupo que antes iba persiguiendo al drow apareció en la intersección y se armaron un gran lío.
La sonrisa de Drizzt se extendió de oreja a oreja; ¡no podía negar que se estaba divirtiendo!
Pero de repente se encontró bajo un fuerte pedrisco, una pequeña nube negra y tormentosa suspendida en el techo que descargaba sobre él granizos del tamaño de puños. La piedra que tenía bajo los pies se volvió resbaladiza casi al instante, y el drow se fue deslizando al mismo tiempo que mantenía el equilibrio a duras penas.
Naturalmente, tan pronto como llegó a terreno seco, los pies se le quedaron frenados de forma brusca, y Drizzt tuvo que tirarse al suelo y rodar sobre sí mismo. Mientras tanto se las ingenió para echar un vistazo hacia atrás y advirtió que una de las gigantas enredada en el lío de la intersección lo estaba mirando y movía los gruesos dedos una vez más.
—¡Oh, estupendo! —murmuró el drow. Se puso de pie y echó a correr lo más de prisa posible sobre el suelo resbaladizo.
Notó el rayo un segundo antes de que descargara, y se zambulló de cabeza al suelo y hacia un lado. Su caída se aceleró cuando el rayo lo rozó, No obstante, tenía que hacer caso omiso del escozor y el entumecimiento en el brazo porque los gigantes —los dos grupos— se habían lanzado en su persecución.
Drizzt corrió como alma que lleva el diablo, a toda velocidad, y confió en que su conjetura de la disposición de los corredores fuera acertada. Había mandado a Innovindil en un trazado en círculo que esperaba los conduciría a una intersección específica al raudo pegaso y a él al mismo tiempo. Con la granizada y el rayo tal cosa no ocurriría, ni siquiera si sus rápidos cálculos habían sido correctos.
Vio a la elfa cruzar la intersección antes que él en una carrera directa hacia el río helado y a los túneles por los que huir. Miró hacia atrás cuando se situó justo detrás de ella, siguiendo su curso.
—¡Corre! —le gritó, porque sabía que no tenía tiempo para pararse y esperarlo.
Los gigantes le pisaban los talones, incluida aquella desagradable hechicera, a la que le encantaría tener a todos los intrusos en línea ante ella en un largo y recto túnel.
—¡Saltadlo! ¡Cruzadlo volando! —le imploró a Innovindil cuando la elfa se aproximaba al río helado.
Ella lo hizo. Lanzó a Crepúsculo en un rápido vuelo que los condujo hasta el suelo firme de la otra orilla. La elfa no tenía un pelo de tonta, de modo que tiró de las riendas, hizo dar media vuelta al pegaso y se desplazó orilla abajo, justo lo suficiente para quedar fuera de la línea visual del túnel.
Drizzt llegó al río instantes después que ella, con los gigantes cada vez más cerca. Sin detenerse, el drow se tiró de cabeza al suelo con la idea de deslizarse sobre el hielo y cruzar el río para reanudar la carrera. Vio a Innovindil cuando ya tocaba el hielo con el vientre, y la elfa lo llamó.
El drow oyó un fuerte gruñido al otro lado del río, a la derecha y encima de él, y rodó sobre sí mismo justo a tiempo de ver una enorme roca que se le venía encima. Había sido arrojada por un gigante que estaba encaramado en una cornisa.
—¡Drizzt! —gritó Innovindil
El drow se encogió, se hizo un ovillo e intentó agarrarse, porque vio que el tiro con la piedra había sido certero. Al frenar su avance había evitado que lo aplastara, pero la roca había impactado en el hielo justo delante de él y lo había partido. El drow, incapaz de pararse en la superficie deslizante, se zambulló en las aguas heladas.
—¡Drizzt! —gritó de nuevo Innovindil.
Agarrado de forma precaria por la punta de los dedos mientras la fría corriente tiraba inexorablemente de él, el elfo oscuro sólo pudo encogerse de hombros mientras la miraba.
Después, desapareció.