VITALIDAD ENANA
La horda de trolls se retiró colina abajo para escabullirse de vuelta a la ciénaga y a la niebla, y allí lamerse las heridas. Se alzó un resonante vítor a lo largo de la línea de guerreros enanos y humanos. Habían aguantado de nuevo en su posición, sin ceder terreno, por tercera vez en ese día, resistiéndose con obstinación a replegarse hacia los túneles que surgían imponentes en la ladera como negros agujeros, a su espalda.
Torgar Hammerstriker observó la retirada con menos emoción que sus compañeros y, desde luego, con mucho menos entusiasmo que los atolondrados humanos. Galen Firth corría a lo largo de las líneas humanas mientras proclamaba otra victoria en nombre de Nesme.
Torgar suponía que eso era cierto, pero ¿acaso la victoria se podía medir realmente en función de avances y repliegues transitorios? Habían resistido en los tres enfrentamientos porque se habían quitado de encima a los trolls que iban a la cabeza con una descarga de leños encendidos. Una ojeada a las reservas de madera hizo que Torgar esperara tener suficiente para rechazar una cuarta arremetida. ¿Victoria? Estaban rodeados y su única posibilidad de retirada se la ofrecían los túneles. No podrían conseguir más leña para arrojar a los atacantes y no había la más ligera esperanza de abrirse paso entre filas y filas de fuertes trolls.
—Se aferran a un clavo ardiendo para lanzar vítores y agitar los puños al aire —comentó Shingles McRuff, que se acercó para situarse junto a su amigo—. Y los comprendo, ¡ojo!, pero no tengo muy claro cuántos puñetazos victoriosos nos quedan por dar.
—Sin fuego no aguantaremos —convino Torgar en voz baja a fin de que sólo Shingles lo oyera.
—Un puñado de trolls obstinados tenemos aquí —añadió el viejo enano—. Se lo toman con calma. Saben que no tenemos adonde huir excepto a los agujeros.
—¿Ha vuelto algún explorador con leña? —preguntó Torgar, que había enviado a varios corredores por los túneles laterales con la esperanza de encontrar una salida en una zona que no estuviera patrullada por el enemigo, y de conseguir meter algo de leña a escondidas.
—La mayoría ha regresado, pero ninguno con la noticia de que haya árboles que podamos cortar y arrastrar por los túneles. Tenemos lo que tenemos ahora, y nada más.
—Los rechazaremos mientras sea posible —dijo Torgar—, pero si no los quebrantamos en el próximo combate ésa será la última batalla que libremos aquí, al aire libre.
—Los muchachos ya están practicando las formaciones de retirada —le Informó Shingles.
Torgar contempló su línea defensiva, a sus asociados en la lucha. Observó cómo Galen Firth enardecía de nuevo a sus hombres y hacía un derroche de energía, de la que parecía tener reservas inacabables, para lanzar vítores sin descanso.
—No pensaba en nuestros muchachos al plantearme posibles problemas —dijo Torgar.
—Ese Galen es tan tozudo como los trolls —convino Shingles—. Podría resultar un poco más difícil de convencer.
—Como muy bien descubrió Dagna.
Los dos siguieron observando la extravagante exhibición de Galen un poco más.
—Cuando usemos la última hilera de troncos contra los trolls, si no han roto filas entonces, daremos orden de retirada, de vuelta a los túneles. Galen y sus muchachos pueden venir si quieren o pueden quedarse aquí y dejar que los engullan. No habrá discusión al respecto. No estoy dispuesto a entregar a Moradin otro pelotón de guerreros de Bruenor para defender a un humano demasiado obstinado o demasiado necio para darse cuenta de lo que tiene ante sus ojos. O huye con nosotros, o combate solo.
Era una orden seria que, además, Torgar impartió en voz alta. Todos los enanos que había a su alrededor entendieron que no habría concesiones ni arreglos. No se lanzarían a una última, gallarda e inútil lucha en favor de Galen Firth y los nesmianos.
—Le has dicho todo eso a Galen, ¿verdad?
—Tres veces —comfirmó Torgar.
—¿Y te ha oído?
—¡Dumathoin sabrá! —contestó Torgar, que invocaba al dios enano conocido como el Guardián de los Secretos bajo la Montaña—. Y Dumathoin no está para decírnoslo. Pero no confundas ni por un momento nuestra misión aquí. Somos el frente sur de Bruenor y luchamos por Mithril Hall, no por Nesme. Si esa gente quiere venir, los escoltaremos hasta casa o moriremos en el intento. Si prefieren quedarse, morirán solos.
No podía hablar con más claridad. Pero Torgar y Shingles no creyeron ni por un instante que, aun tratándose de un ultimátum, el mensaje sonara con suficiente claridad en la dura cabeza de Galen Firth.
Los trolls no perdieron tiempo en reagruparse y se lanzaron de nuevo al ataque tan pronto como los fuegos del anterior enfrentamiento se apagaron. Su ansiedad confirmó a Torgar lo que ya sospechaba: no eran un puñado de idiotas. Sabían que los tenían al borde de la derrota y también que las andanadas de leños prendidos no podían continuar indefinidamente.
Cargaron colina arriba. Las largas piernas los impulsaban con rapidez por el terreno en pendiente. Sus líneas eran deslavazadas; un intento evidente de ofrecer menos posibilidades de blanco a los troncos encendidos.
—¡Preparaos para lanzar! —ordenó Shingles, y se encendieron las antorchas a lo largo de la línea de enanos.
—Aún no —le susurró Torgar a su amigo—. Es justo lo que esperan que hagamos.
—Y lo que les vamos a dar.
Pero Torgar sacudió la cabeza.
—Esta vez, no —dijo—. Todavía no.
Los trolls acortaron distancias. En el extremo de la línea defensiva formada por humanos, leña encendida salió volando por el aire.
Torgar, sin embargo, retuvo la andanada. Los trolls se acercaban.
—¡Ataque de formación en cuña! —gritó Torgar, que sorprendió a todos los que tenía alrededor, incluso a Shingles, que había luchado muchas veces al lado de su conciudadano mirabarés.
—¿Formación en cuña? —preguntó.
—¡Que salgan a combatir! ¡Todos! —gritó Torgar mientras enarbolaba el martillo de guerra en lo alto y gritaba—. ¡Conmigo, muchachos!
Torgar saltó por la barricada de piedra, con Shingles a su lado. Sin molestarse en mirar a derecha o izquierda, el enano cargó cuesta abajo, seguro de que sus muchachos no lo dejarían tirado.
Y su seguridad no se vio defraudada. Los enanos salieron en avalancha, tropezando, rodando, reincorporándole sin pausa. En unas pocas zancadas ya se agrupaban en las formaciones en cuña, y para cuando arremetieron contra los primeros trolls, esas formaciones eran cerradas y con buen respaldo.
Torgar fue el primero en enzarzarse en la lucha. Su primer movimiento fue un amplio barrido con el martillo que obligó al troll que tenía delante a saltar hacia atrás para ponerse fuera de su alcance, aunque nada más pasar el martillo volvió a adelantarse con rapidez. Creyendo al parecer que la pequeña y agresiva criatura se encontraba en una posición vulnerable, el troll abrió la bocaza y se abalanzó sobre el enano para morderlo.
Justo lo que Torgar había esperado que hiciera, porque mientras su martillo hendía el aire delante de la bestia, el enano, que ni siquiera había empleado la mitad de su fuerza en aquel golpe, frenó el impulso e invirtió el movimiento del arma, acercándola. Deslizó una de las manos por el mango del martillo a la par que adelantaba un pie, de forma que casi se situó de costado frente al troll, y después impulsó la cabeza del arma directamente contra la boca abierta de la criatura. Los dientes saltaron en añicos, y Torgar oyó el crujido de la mandíbula del troll.
El enano, que no era de los que se dormían en los laureles, retiró el martillo de un tirón y lo giró por encima del hombro derecho para dirigirlo hacia el lado izquierdo. Asió el arma con la mano izquierda cuando el arma pasó girando por encima de su cabeza y, acto seguido, propinó un golpe de arriba abajo con todas sus fuerzas; cada músculo imprimió impulso para hundir la cabeza del martillo en el cerebro del troll.
La criatura se desplomó en el suelo, donde se retorció en medio de convulsiones, y Torgar se limitó a patearle la cara mientras pasaba disparado por encima.
—Enanos listos —comentó Kaer’lic Suun.
Con Tos’un a su lado, la sacerdotisa drow se encontraba en un risco alto cubierto de árboles, a un lado de donde tenía lugar el combate.
—Vieron que los trolls subían muy separados y de forma gradual para esquivar las maderas encendidas —se mostró de acuerdo Tos’un.
—Y ahora mandan a esos señuelos en cabeza a todo correr y no han arrojado ni una sola madera prendida —dijo Kaer’lic.
El contraste entre la táctica enana y la de los humanos que luchaban a su lado era claro como el cristal. Mientras que los enanos habían salido en una carga salvaje, los humanos defendía la posición y ya habían lanzado muchas de las maderas encendidas contra la primera línea de trolls.
—Proffit arremeterá contra la línea humana, la penetrará y virará hacia el flanco de los enanos —indicó Kaer’lic mientras señalaba hacia allí.
Mas abajo en la ladera, los disciplinados enanos ya se daban medía vuelta tras haber dispersado a los trolls de vanguardia. La formación en cuña retrocedió sin girar, y así los enanos situados a la zaga de la abertura del ángulo fueron los primeros en pasar sobre la barricada de piedra, y esos enanos no perdieron tiempo en avivar los fuegos y prepararse para lanzar la andanada.
Kaer’lic gruñó y se golpeó la palma de una mano con el puño de la otra cuando reparó en que las fuerzas de Proffit intentaban cerrar la retirada de los enanos. Era obvio que a los trolls los había enfurecido la carga descarada de las criaturas barbudas, y subían la cuesta detrás de la apretada punta de cuña en retirada.
Antes incluso de que esos enanos hubieran salvado el parapeto dio comienzo el lanzamiento de docenas y docenas de maderos encendidos, que girando en el aire, pasaron por encima del muro y de los enanos. Al ir en un grupo tan apiñado, los trolls recibieron impacto tras impacto, y cuando las llamas prendieron en uno de ellos, que ardió como una tea, los compañeros que tenía cerca también sintieron su contacto abrasador.
—Necios —gruñó Kaer’lic, y la sacerdotisa empezó a mascullar las palabras de un conjuro.
Un instante después, un pequeño surtidor de agua brotaba entre los trolls y apagaba los fuegos a la par que les daba un respiro de la descarga de los enanos. Kaer’lic terminó el hechizo, masculló entre dientes y empezó a conjurar un poco más de agua. «Cuánto más fácil habría sido —pensó— si Proffit hubiese impedido la persecución y hubiera lanzado el grueso de sus secuaces contra el extremo occidental de la línea defensiva, donde estaban los humanos…».
Incluso con la intervención mágica de un inesperado surtidor de agua, la andanada de fuego resultó muy eficaz al hacer estallar en llamas a un troll tras otro. Pero Torgar supo ver la verdad de la situación a la que se enfrentaban. Habían vuelto a herir a sus enemigos, pero su momento de ventaja había quedado atrás. Se les había acabado el combustible.
Torgar miró más allá de las llamas y de los trolls que ardían, hacia la horda de enemigos que había detrás, al acecho colina abajo, esperando pacientemente a que los fuegos disminuyeran.
—Contenedlos todo el tiempo que sea posible pero ni un segundo más —instruyó Torgar a Shingles.
—¿Y tú adonde vas? —preguntó el viejo enano.
—Galen Firth necesita que le repita lo mismo otra vez, para que no haya error posible. Nos iremos cuando tengamos que irnos, y si no vienen, se quedan solos.
—Díselo y que te mire a los ojos cuando se lo digas —indicó Shingles—. Es un cabezota.
—Será un cabezota muerto, entonces, y que así sea.
Torgar dio unas palmaditas en el hombro a su amigo y trotó hacia el oeste por detrás de sus muchachos, a los que iba animando a cada paso. En seguida llegó a donde estaban los humanos, que disponían sus armas porque los fuegos se estaban apagando en la colina. Al enano no le costó trabajo encontrar a Galen Firth, ya que el hombre se había encaramado a una piedra y lanzaba gritos de ánimo mientras agitaba el puño.
—¡Gran combate! —le dijo a Torgar cuando reparó en el enano que se acercaba—. Una brillante maniobra la de salir al ataque.
—¡Ajá!, y aún más brillante es la que viene a continuación —contestó el enano—, la que nos sitúa de vuelta en los túneles para no volver a salir de ellos.
La sonrisa de Galen se mantuvo mientras asimilaba aquellas palabras y se bajaba de la piedra. Para cuando estuvo de pie delante de Torgar la sonrisa había sido sustituida por un gesto ceñudo.
—¡No han abierto brecha en nuestras líneas, ni la abrirán nunca!
—Palabras enérgicas, bien expresadas —dijo Torgar—. Ciertas en cuanto a lo primero y optimistas en cuanto a lo segundo. Pero si esperamos a ver si has acertado o no lo que va a ocurrir y resulta que te has equivocado, todos moriremos.
—Hace mucho que empeñé mi vida en la defensa de Nesme.
—Entonces, aguanta firme si ésa es tu decisión. He venido a decirte que mis muchachos y yo nos dirigimos a los túneles y allí nos quedamos. —Torgar fue consciente de las muchas miradas asustadas que se volvieron hacia él desde todas partes ante su manifestación.
»En tal caso, querrás cerrar tus líneas —siguió el enano—, si es que eres tan obstinado. Mi opinión es que deberíais venir con nosotros a los túneles, con los ancianos y los pequeños delante, y los guerreros a nuestro lado. Tal es mi opinión, Galen Firth. Tómatelo como quieras.
El enano saludó con una reverencia y se volvió para marcharse.
—Te suplico que os quedéis —dijo Galen, sorprendiéndolo—, al igual que el general Dagna decidió combatir por Nesme.
Torgar se giró hacia él bruscamente; tenía fruncidas las pobladas cejas, que arrojaban sombra sobre los oscuros ojos.
—Dagna dio su vida y sus muchachos dieron la suya porque fuiste demasiado cabezota para aceptar que había que huir —le corrigió—. No es ningún error lo que me propongo hacer. Se te ha informado que nos vamos. Se te ha invitado a acompañarnos. La elección es tuya, no mía.
El enano echó a andar sin más pausas, y cuando Gallen lo llamó de nuevo, siguió adelante mientras mascullaba entre dientes «condenado idiota» a cada paso.
—¡Espera! ¡Espera! —sonó una voz detrás, una que hizo que el enano se diera media vuelta.
Vio que otro de los guerreros de Nesme, Rannek, se acercaba corriendo hacia Galen Firth a la vez que señalaba hacia arriba.
—¡Espera, buen enano! ¡Es Alustriel! ¡Alustriel viene de nuevo!
Torgar dirigió la vista hacia donde señalaba con el dedo y allí, en el oscuro cielo, el enano vislumbró la estela del carro de fuego, que se aproximaba a gran velocidad.
Al mismo tiempo, el aire se llenó del toque de tambores que retumbaban por el sudeste, y se unieron las voces de los cuernos.
—¡La Guardia de Plata! —gritó un hombre—. ¡Viene la Guardia de Plata de Luna Plateada!
Torgar miró a Galen Firth, que parecía tan sorprendido como cualquiera a pesar de que había repetido desde el principio que aquella ayuda estaba en camino.
—Nuestra salvación está al alcance, buen enano —le dijo Galen—. ¡Quédate, pues, y únete a nuestra gran victoria de esta noche!
—La reina Lloth ha vuelto —gimió Tos’un cuando vio el revelador destello de fuego que surcaba el cielo nocturno.
—No. Es la peor pesadilla de Obould —le dijo Kaer’lic—. Alustriel de Luna Plateada. Una enemiga formidable, según se ha dicho.
Tos’un echó una mirada a Kaer’lic; el tono de voz de la sacerdotisa dejaba entrever que se había tomado esa reputación como un desafío. Tenía la mirada alzaba, fija en el carro de fuego; los ojos centelleaban mientras los labios pronunciaban las palabras de un conjuro y sus dedos trazaban runas en el aire.
Calculó perfectamente el momento de lanzarlo, justo cuando Alustriel pasaba sobre ellos, a poca distancia. El propio aire pareció distorsionarse y crepitar alrededor del carro volador, y un estampido atronador sacudió el suelo bajo los pies del elfo oscuro. La desorientación de Alustriel se hizo evidente al atento drow por los movimientos anómalos del carro que daba bandazos a derecha e izquierda, atrás y adelante, incluso dio un viraje tan brusco que pareció que acabaría derrapando en el vacio.
Kaer’lic lanzó rápidamente otro hechizo, y un surtidor de agua interceptó el curso inestable de Alustriel.
El carro bajó, alterado su vuelo. Durante un instante, las llamas del mágico tiro de caballos se apagaron, y todos cayeron hacia el suelo.
—¡Por la gloria de Lloth! —exclamó Tos’un con una sonrisa mientras el carro se precipitaba en el vacío.
Los dos esperaban un magnífico siniestro, los divertidos relinchos aterrados de los caballos y los gritos de su auriga por igual, y en efecto, cuando el carruaje tocó el suelo, comprendieron que el desastre sería mayor de lo que habían imaginado.
Pero no de la forma que esperaban.
Las llamas brotaron de nuevo cuando el carro de Alustriel tomó tierra, irradiando del vehículo y de los animales por igual, y saltando en una bola de fuego que se extendió a los lados y se enroscó por encima del carro cuando este siguió adelante.
Los dos drows se quedaron boquiabiertos al ver que Alustriel recuperaba el control, y el carro —rodando en lugar de volar— abría un surco de destrucción y muerte entre las filas de Proffit. Alustriel dobló hacia el sur en un amplio viraje que indicó a los dos drows su intención de dar media vuelta a fin de localizar a los autores de los ataques mágicos.
—Tendría que estar muerta —dijo Kaer’lic, que se lamió los labios repentinamente secos.
—Pero no lo está —apuntó Tos’un.
El carro se elevó en el aire y continuó el viraje hasta completar el circuito. Los elfos oscuros oyeron el ruido de una batalla mayor hacia el este, asó como el sonido de cuernos y tambores.
—Ha traído amigos con ella —comentó Kaer’lic.
—Muchos —dedujo Tos’un—. Deberíamos irnos.
Los elfos oscuros intercambiaron una mirada y asintieron con un cabeceo.
—Trae al prisionero —instruyó Kaer’lic, que ni siquiera esperó mientras Tos’un se dirigía al pequeño agujero donde habían metido al pobre Fender.
Los dos drows y el cautivo se pusieron en camino rápidamente hacia el oeste con la intención de interponer la mayor distancia posible entre ellos y la feroz mujer del carro de fuego.
A juzgar por los gritos alegres procedentes de las líneas enanas y humanas al norte, pasando por el creciente tumulto de una batalla importante al este y siguiendo con el increíble poder y control de la mujer del carro que volaba en lo alto, comprendieron que a Proffit le había llegado su fin.
La dama Alustriel y Luna Plateada habían irrumpido.
La Guardia de Plata de Luna Placeada cargó contra las líneas de trolls en una formación cerrada, con las lanzas en ristre y los arcos disparando flechas llameantes desde detrás de las filas. Observando desde terreno alto, a Torgar sólo se le ocurrió comparar el choque inicial con una ola que rompe en la playa, por la forma en que la Guardia de Plata pareció engullir el extremo oriental de las fuerzas trolls.
Pero entonces aquella ola se rompió contra muchos escollos grandes. Después de todo eran trolls, enormes, fuertes y físicamente más resistentes que cualquier criatura en todo el mundo. El clamor de la carga dio paso a gritos de muerte. La formación cerrada se convirtió en un baile de grupos más pequeños de guerreros aislados que se esforzaban en rechazar a los corpulentos y feos trolls.
Bolas de fuego estallaron más allá del frente de la Guardia de Plata cuando los magos guerreros de Luna Plateada entraron en liza.
Pero los trolls no salieron huyendo. Plantaron cara al ataque con ferocidad y derribando guerreros y pisoteándolos en el suelo, abrieron brecha en las filas humanas.
—¡Ahora, muchachos! —gritó Torgar a sus enanos—. ¡Han venido a ayudarnos y ahora nos toca devolver el favor!
La carga enana descendió por la ladera rocosa y árida. Al oeste, a su derecha, marchaban Galen y los humanos, que se extendieron por detrás de los trolls cuando los monstruos se dirigieron al este para luchar contra el nuevo enemigo.
La sangre corrió; sangre de trolls, de enanos, de humanos. Bramidos trolls, gritos humanos y gruñidos enanos se mezclaban en el aire para crear una sinfonía de horror y dolor. La representación del drama continuó, minuto a minuto, con cientos de luchas individuales dentro del conflicto general.
Ese día fue el final para muchas vidas, interrumpidas en una ladera rocosa, ensangrentada, bajo un cielo en la penumbra de la madrugada. Cuanto más se cerraban las líneas oponentes, menos eficaces resultaban los hechizos de los magos, y el enfrentamiento pasó a ser una contienda de acero contra garra, de ferocidad troll contra tenacidad enana.
Al final, no fueron las armas ni las mejores tácticas las que dieron la victoria a enanos y humanos. Fue el ocuparse los unos de los otros y el convecimiento de que quienes estaban alrededor de un guerrero seguirían allí para ayudar; la confianza en la comunidad y el sacrificio; la voluntad de plantar cara y morir antes que abandonar a un amigo. Los enanos eran los que más lo vivían así, pero lo mismo les pasaba a los humanos de Nesme y de Luna Plateada, mientras que los trolls luchaban en solitario y era el instinto de conservación o el ansia sanguinaria lo que los empujaba a luchar.
Al romper el día, una hora después, se vio el campo de batalla cubierto de sangre y partes de cuerpos de hombres muertos, enanos muertos y trolls quemados. Trozos de cuerpo de troll se retorcían y se agitaban, hasta que los equipos rematadores les prendían fuego con antorchas.
Vapuleado y lacerado, con media cara hecha un guiñapo por las garras de un troll, Torgar Hammerstriker recorría las filas de sus heridos y palmeaba el hombro de cada enano cuando pasaba a su lado. Sus camaradas habían abandonado Mirabar siguiéndolo a él y lo único que habían hecho era participar en una atroz batalla tras otra al cumplirse la primera semana. Sin embargo, ni un solo enano había protestado ni había murmurado nada sobre regresar. Entonces eran Battlehammer, del primero al último, leales a los suyos y a su rey.
Y, para todos ellos, luchar había merecido la pena.
Mientras dejaba atrás las líneas de sus guerreros, Torgar reparó en Shingles, que hablaba muy animadamente con dos componentes de la milicia de Luna Plateada.
—¿Qué te cuentas? —le preguntó cuando se reunió con su viejo amigo.
—Que Alustriel no tiene intención de marchar al norte contra Obould —fue la sorprendente respuesta.
Torgar volvió bruscamente la mirada hacia los dos soldados, que se mostraban circunspectos, impertérritos, y que no parecían tener prisa en explicar la sorprendente noticia.
—¿Está aquí? —preguntó Torgar.
—Dama Alustriel se encuentra con Galen Firth de Nesme —contestó uno de los soldados.
—En tal caso, mejor será que nos lleves allí.
El soldado asintió con la cabeza y los condujo a través del campamento; dejaron atrás el montón de cadáveres de hombres de Luna Plateada, las hileras de hombres heridos terriblemente y a los clérigos que trabajaban de firme para atender las muchas lesiones. En una tienda próxima al centro del campamento encontraron a Alustriel y Galen Firth; el hombre de Nesme parecía gozar de un ánimo excelente, como Torgar no le había visto nunca.
Los dos enanos dejaron que el soldado los anunciara y después se acercaron a la mesa ante la que estaban la dama Alustriel y Galen. Torgar se quedó impresionado al ver a Alustriel, pues todo lo que había oído contar sobre la extraordinaria mujer palidecía en comparación con la realidad de su presencia. Alta y esbelta, mostraba un aire de dignidad y competencia que superaba todo lo conocido por Torgar. Lucía un vestido largo y suelto de los más excelentes tejidos, de color blanco ribeteado con púrpura, y en la cabeza llevaba una diadema de oro y diamantes que no igualaban el brillo de sus ojos. A Torgar le costaba trabajo aceptar la idea, pero tenía la impresión de que, al lado de Alustriel, incluso Shoudra Stargleam habría quedado deslucida.
—S…señora —balbució el enano, que hizo una reverencia tan profunda que la negra barba rozó el suelo.
—Bien hallado, Torgar Hammerstriker —dijo Alustriel con una voz que era como el frío viento del norte—. Esperaba hablar contigo, aquí o en las inevitables reuniones que celebraré con el rey Bruenor Battlehammer de Mithril Hall. Has de saber que tus actos en Mirabar han provocado una onda de inquietud por toda la región.
—Si esa onda golpea en la dura cabeza del Marchion Elastul, entonces ha merecido la pena —contestó el enano al mismo tiempo que recuperaba la compostura y su apariencia taciturna.
—Parece razonable —concedió Alustriel.
—¿Qué es eso que me han dicho, señora? —preguntó Torgar—. ¿Esa tontería de que creéis que la batalla ha terminado?
—El territorio está lleno de orcos y de gigantes, buen enano. La batalla dista mucho de haber terminado, de eso no me cabe duda.
—Acaban de decirme que no marcháis hacia el norte, a Mithril Hall.
—Y es cierto.
—Pero si ahora mismo habéis dicho…
—No es el momento de enfrentarse al rey Obould —explicó Alustriel—. El invierno se echará encima en seguida. No podemos hacer nada ahora.
—¡Bah! Vuestro ejército podría llegar… ¿Dónde están Everlund y Sundabar? ¡Los tres ejércitos juntos podríais llegar al Valle del Guardián en una semana!
—Las otras ciudades observan; desde lejos —contestó Alustriel—. Me temo que no entiendes el alcance de lo que ha acontecido en la región.
—¿Que no lo entiendo? —dijo Torgar con los ojos muy abiertos—. ¡Llevo una semana metido de lleno en ello y luchando! Estuve en el risco, con Banak Buenaforja, frenando a esas hordas. ¡Fuimos mis muchachos y yo los que recuperamos los túneles para que ese maldito gnomo loco pudiera volar el espolón de la montaña!
—Sí, y estoy deseando escuchar el relato de ese lance, pero en otro momento —dijo Alustriel.
—¿Entonces como podéis decir que no lo entiendo? ¡Lo sé mejor que cualquiera!
—Tú viste las primeras olas de un océano de enemigos —contestó Alustriel—. Decenas de miles de orcos han salido de sus agujeros para acudir a la llamada de Obould. He sobrevolado el campo de batalla de punta a cabo. La combinación de nuestros ejércitos no podría hacer nada para librarse de esas alimañas. No podemos enviar a morir a diez mil guerreros en un esfuerzo inútil cuando es mejor consolidar la línea defensiva que contendrá el avance del océano orco.
—¡Vuestras tropas han salido para ayudar a Galen, aquí presente!
—Sí, contra unas tropas enemigas de dimensiones razonables, y aun así han causado mucho daño a mis filas. Se ha conseguido rechazar a los trolls, y los empujaremos hasta los pantanos, donde pertenecen. Nesme —señaló un punto en el mapa— se reconstruirá y se fortificará porque es nuestra mejor y única defensa contra las criaturas de los Pantanos de los Trolls.
—Así pues, ¿acudís en ayuda de Nesme, pero no de Mithril Hall? —Inquirió Torgar, que no era de los que se guardaban sus pensamientos.
—Ayudamos cuando nos es posible —contestó Alustriel sin perder la calma ni el talante distendido—. Si los orcos empiezan a aflojar su presa, si se presenta la oportunidad, entonces Luna Plateada marchará a Mithril Hall y más allá a combatir con gusto junto al rey Bruenor Battlehammer y su gran clan. Sospecho que Everlund marchará con nosotros, y a buen seguro, la Ciudadela Felbarr y la Ciudadela Adbar no abandonarán a sus parientes Delzoun.
—Pero no ahora, ¿verdad?
Alustriel alzó las manos con los brazos abiertos.
—¿No podéis hacer nada?
—Unos emisarios se pondrán en contacto con el rey Battlehammer —repuso la mujer—. Hacemos cuanto está en nuestra mano.
Torgar notó que estaba temblando, que tenía prietos los puños a los costados, y tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para no lanzarse sobre Alustriel o sobre Galen, plantado junto a ella con aire engreído. El hombre parecía pensar que todo marcharía a pedir de boca en el mundo una vez que Nesme se recobrara.
—Y eso es todo lo que está a nuestro alcance hacer, buen enano —añadió Alustriel—. No puedo mandar a mi ejército, teniendo encima el invierno, contra un enemigo tan formidable como el que está en guerra con Mithril Hall.
—Sólo son orcos —adujo Torgar.
No obtuvo respuesta y comprendió que no la habría.
—¿Marcharéis con nosotros a Nesme? —preguntó Galen Firth, y Torgar sintió que temblaba de nuevo—. ¿Celebraréis la gloria de nuestra victoria al libelar a Nesme?
El enano asestó una mirada durísima al humano.
Después se dio media vuelca y salió de la tienda. Pronto estuvo de vuelta con los suyos, con Shingles a su lado. Antes de que pasara una hora habían partido y marchaban por los túneles a paso redoblado para regresar junto al rey Bruenor.