REAGRUPACIÓN
Una nube colgaba suspendida sobre la cámara de audiencias de Mithril Hall. Se había expulsado a los orcos y la entrada occidental parecía estar asegurada. Y debido a su astucia y a las pociones explosivas de Nanfoodle había habido pocas bajas entre los enanos, tanto en el asalto inicial con el que los orcos se habían abierto paso en la cámara como en el contra—ataque que los había sacado al exterior.
Sin embargo, había llegado información del sur que era a la vez esperanzadora y trágica.
Bruenor Battlehammer se situó delante del trono, erguido y seguro, puesta en él la atención de todos los presentes, desde los guardias alineados en la cámara hasta los numerosos ciudadanos y refugiados que aguardaban junto a las puertas, a la espera de que el rey los recibiera en audiencia.
A un lado de Bruenor estaban Cordio y Stumpet, los dos clérigos principales del clan. El monarca les hizo una seña, y Cordio sumergió rápidamente una gran jarra en el barril del agua sagrada enana, un aguamiel dulcísimo. Por toda la cámara, los asistentes se afanaron en repartir la bebida para que todos los presentes, hasta los tres que no eran enanos. —Regis, Wulfgar y Nanfoodle— tuvieran una jarra en la mano cuando Bruenor alzara la suya en un brindis.
—Y es así que el general Dagna Waybeard, de Adbar y Mithril Hall, se reúne con su hijo en los Salones de Moradin —proclamó Bruenor—. ¡Por Dagna y por todos cuantos sirvieron a sus órdenes! Dieron la vida en defensa de vecinas y en combate con apestosos trolls. —Hizo una pausa antes de alzar la voz para terminar con un grito—. ¡Un buen modo de morir!
—¡Un buen modo de morir! —resonó la clamorosa respuesta.
Bruenor vació su jarra de un trago, se la echó a Cordio y se sentó en el trono.
—No todas las noticias son malas —dijo Banak Buenaforja, que estaba sentado a su lado en una silla construida especialmente para acomodar las piernas que ya no lo sostenían.
—¿Y eso? —preguntó Bruenor.
—Se vio a Alustriel en la batalla —contestó Banak—, lo que no es moco de pavo.
Bruenor miró al joven correo que había sido portador de las nuevas del sur. Cuando el rey envió a los enanos mirabareses también había establecido una línea de comunicación que se extendía desde Mithril Hall y que la componía un equipo de corredores de relevo, de forma que las noticias llegaran rápidamente. Con los orcos fuera del reino subterráneo, el rey se esperaba una situación muy incierta y no estaba dispuesto a que lo pillaran por sorpresa desde ninguna dirección.
—¿Alustriel estaba allí —inquirió al correo— o pensamos que estaba allí?
—¡Oh!, la vieron, mi rey —contestó el enano—. ¡Llegó en un carro llameante y descendió del cielo envuelta en una bola de fuego!
—¿Cómo supieron, entonces, que era ella? ¿Cómo la vieron a través de un velo de llamas? —se atrevió a preguntar Nanfoodle, que palideció y se echó hacia atrás. Todo el mundo se dio cuenta de que sólo había pensado en voz alta.
—Sí, ésa era Alustriel —les aseguró Bruenor al gnomo y a los demás—. Sé un par de cosas sobre el carro llameante de la dama de Luna Plateada.
Su comentario provocó risitas en quienes estaban a su alrededor, en especial de Wulfgar —por lo general, reservado y callado—, que había presenciado en directo cómo Bruenor había conducido el carro mágico de Alustriel. Muy lejos, al sur y mar adentro, Bruenor había llevado el carro de fuego mágico y había pasado como un rayo sobre la cubierta de un barco pirata con el resultado de desastre final… para los piratas, desde luego.
—De modo que sabe que hay una lucha en marcha —dijo Bruenor mientras dirigía la vista hacia el emisario de otro reino.
—La Ciudadela Felbarr se lo habrá comunicado, a buen seguro —convino Jackonray Cinto Ancho—. Disponemos de un constante flujo de corredores hasta Luna Plateada y Sundabar. Si se unió al combate en el sur, podemos dar por seguro que Alustriel está enterada de lo que pasa.
—Pero ¿vendrá al norte con sus fuerzas, como hizo cuando los drows atacaron Mithril Hall? —quiso saber Wulfgar.
—Quizá deberíamos enviar a Panza Redonda para que hablara con ella y se enterara —sugirió Bruenor a la par que hacía un guiño al bárbaro, tras lo cual ambos se volvieron a mirar a Regis.
Saltaba a la vista que el halfling no se había enterado, porque siguió sentado muy quieto y muy callado, gacha la cabeza.
Bruenor lo observó un instante e identificó el origen de su aparente consternación.
—¿A ti qué te parece, Panza Redonda? —bramó—. ¿Crees que deberías utilizar tu rubí con Alustriel para conseguir que Luna Plateada en pleno acudiera en nuestra ayuda?
Regis levantó la vista y se encogió de hombros, aunque abrió mucho los ojos cuando el sentido de la absurda pregunta se adentró en su mente.
—¡Bah!, vuelve a sentarte —dijo Bruenor con una risa—. ¡No vas a ir por ahí usando el colgante mágico con gente como Alustriel!
Todos los que rodeaban al rey se echaron a reír, pero la expresión de Bruenor se tornó más seria tan pronto como se desprendió de la máscara de regocijo.
—Pero vamos a tener que hablar de Luna Plateada, y tú y mi hija sois los que más sabéis de ese sitio. Ve a verla y quédate con ella, Panza Redonda. Yo iré a hablar con vosotros tan pronto como haya acabado aquí.
El alivio de Regis cuando se le permitió marcharse de la multitudinaria reunión fue evidente para todos los que se molestaron en mirar hacia él. El halfling asintió, se levantó de un salto y salió rápidamente de la cámara; incluso echó a correr al llegar a la puerta.
Regis encontró a Cattibrie sentada en la cama con un gran plato rebosante de comida colocado delante. La sonrisa que le dirigió al verlo entrar fue una de las imágenes más dulces que el halfling había visto nunca, porque rebosaba entusiasmo y aceptación. Era una sonrisa que prometía días mejores y otra lucha, algo que Regis había temido que nunca volvería a estar al alcance de Catti-brie.
—Veo que Stumpet y Cordio han trabajado de firme —comentó mientras entraba en la estancia y acercaba una silla pequeña para sentarse junto al lecho de la humana.
—Y Moradin ha tenido a bien escuchar sus plegarias para curar a alguien como yo. ¿No será que…? —Hizo una pausa y cuando volvió a hablar su acento había cambiado—. ¿No será que tengo más de la raza enana en mí de lo que cualquiera de nosotros imagina?
Al halfling le pareció un tanto irónica la pregunta de la joven considerando que ella misma había corregido el acento enano que le había salido al empezar a hablar,
—¿Cuándo crees que saldrás de la habitación?
—Dejaré la cama en menos de una semana —contestó Catti-brie—. Y estaré luchando en un par de semanas o antes si descubro que se me necesita, no lo dudes.
—¿Esa estimación es de Cordio o tuya? —inquirió Regis, que la miraba con escepticismo.
Cattibrie desestimó la pregunta con un ademán y continuó comiendo, por lo que Regis dedujo que los clérigos habían calculado un período de restablecimiento de un mes como poco.
Al acabar una pieza de fruta, la joven se inclinó hacia el otro lado de la cama, donde había un cubo para la basura. El movimiento hizo que la manta se alzara por el costado donde Regis estaba sentado, lo que permitió al halfling ver claramente la cadera y la parte alta de la pierna rota.
Se giró antes de que el halfling pudiera disimular su expresión apenada.
—La roca te atizó bien —dijo Regis, consciente de que no podía arreglarlo.
Cattibrie remetió de nuevo la manta debajo del costado.
—Tengo suerte de que rebotara antes en la cornisa —admitió.
—¿Cuan graves fueron los daños?
El semblante de Cattibrie se tornó inexpresivo. Regis le sostuvo la mirada con igual fijeza.
—¿Te han dicho lo que tardarás en restablecerte? —siguió insistiendo—. La piedra te aplastó la cadera y desgarró los músculos. ¿Volverás a caminar?
—Sí.
—¿Y correrás?
Se produjo un silencio y el rostro de la mujer se puso tenso.
—Sí —contestó luego.
Regis sabía que en la respuesta había más determinación que expectativas. Lo dejó estar así y puso todo su empeño en rechazar la oleada de lástima que pugnaba por desbordarlo. Sabía muy bien que Cattibrie no aguantaría nada por el estilo.
—Han llegado noticias del sur —dijo—. Dama Alustriel se ha unido a la lucha, aunque brevemente.
—Pero Dagna ha caído —replicó Catti-brie, que sorprendió a Regis—. La nueva de algo así se extiende con rapidez por la comunidad enana —le explicó.
El halfling se quedó callado para que ambos elevaran una silenciosa plegaria por el alma del enano caído.
—¿Crees que las cosas volverán a ser iguales? —preguntó después.
—No —contestó Catti-brie, y Regis levantó bruscamente la cabeza porque no era precisamente la respuesta que esperaba y deseaba oír de una mujer normalmente optimista—, como no volvió a ser igual después de que echáramos a los elfos oscuros de vuelta a las profundidades de la tierra. Esta lucha sí dejará huella, amigo mío.
Regis reflexionó sobre aquello unos instantes y después asintió en señal de conformidad.
—Obould hirió fuerte y a fondo —dijo—. Bruenor se alegrará cuando haya clavado en una pica la cabeza de ese orco delante de la puerta occidental.
—No todos estos cambios son malos… —empezó Catti-brie.
—Torgar está aquí con sus muchachos —se apresuró a poner como ejemplo Regis—. ¡Y nos estamos relacionando con Felbarr como no se había hecho hasta ahora!
—¡Ajá! Y a veces la tragedia es el catalizador para los que se han quedado atrás, para cambiar cosas que sabían que debían cambiar pero que nunca tuvieron el valor de hacerlo.
Algo en su tono y en la expresión lejana de su mirada indicó a Regis que muchas cosas rebullían tras los ojos azules de Cattibrie, y no todas encajaban con lo que él y otros esperarían normalmente de la mujer.
—Estamos intentando situar fuera, por los alrededores, algunos exploradores que han salido por las chimeneas —le contó—. Esperamos tener noticias de Drizzt.
Una leve crispación contrajo el rostro de Cattibrie ante la mención del drow. No llegó a ser una mueca, pero el movimiento bastó para que Regis se diera cuenta de que había tocado un asunto delicado.
De nuevo, el halfling cambió de tema con rapidez. Después de todo, ¿de que servía especular sobre Drizzt cuando nadie sabía nada definitivo aunque todos albergaban la misma esperanza? Así pues, Regis habló sobre mejores días venideros, de la inevitable derrota de Obould y sus estúpidos orcos, y de los buenos ratos que pasarían con los enanos de Mirabar, los miembros más recientes del clan. Habló de Tred y de la Ciudadela Felbarr, y de promesas y lealtades de profundo arraigo a ambos extremos de los túneles de la Antípoda Oscura. Habló de Ivan y de Pikel, y también de Espíritu Elevado, la catedral que era su hogar, en las Montañas Copo de Nieve, por encima de la ciudad de Carradoon, en el lago Impresk. «Iré a conocer ese lugar maravilloso», indicó repetidamente, con lo que provocó sonrisas por parte de Cattibrie, hasta que la indujo a hablar también sobre aquel sitio, ya que Drizzt y ella habían visitado a Cadderly y a Danica en una ocasión.
Tras una hora, más o menos, sonó una llamada fuerte en la puerta, y Bruenor entró al momento.
—Tenemos nuevas de Felbarr —anunció antes de haber saludado siquiera—. ¡Los corredores de Jackonray han regresado con la noticia de que Emerus Warcrown se ha puesto en marcha!
—¿Llegarán por los túneles orientales? —preguntó Regis—. Hemos de preparar un festín acorde con la visita de un rey.
—Nada de comilonas esta vez, Panza Redonda —dijo Bruenor—. Y no vienen por los túneles. El rey Emerus ha hecho que sus muchachos se desplieguen por la superficie. Una gran fuerza marcha hacia el río Surbrin. Sus corredores de vanguardia levantan campamento en Filo del Invierno, justo al otro lado del río. ¡Los vecinos de la ciudad jamás habían tenido compañía semejante a la que han visto hoy!
—¿Vais a abriros paso por la puerta oriental? —dijo Catti-brie.
—Cruzaremos el barranco de Garumn con todo lo que tenemos —repuso Bruenor, refiriéndose a la caverna y a la sima que separaba el extremo oriental de Mithril Hall del resto del complejo subterráneo—. ¡Haremos volar la ladera de la montaña ante nosotros y saldremos tan de prisa que esos estúpidos orcos saltarán al río para apartarse de nuestro camino!
—¿Y nos saludaremos con la mano desde una orilla del río a la otra? —comento Regis.
Bruenor le asestó una mirada ceñuda.
—Vamos a presentar resistencia y a mantener el terreno, y haremos que esos orcos regresen al norte. Emerus cruzará el río. Van construyendo los botes al mismo tiempo que marchan. El trecho que hay desde las puertas orientales al río se convertirá en una parte de Mithril Hall, una área amurallada y fuerte, con un puente que salvará la corriente y dará a nuestros aliados, cada vez más numerosos, una ruta despejada para que se unan a la lucha.
El osado plan había dejado al halfling sin salidas chistosas. Cattibrie y Regis permanecieron inmóviles en sus asientos y atentos a las palabras de Bruenor.
—¿Cuándo será eso? —logró preguntar finalmente el halfling.
—Dentro de tres días —contestó Bruenor, y Regis se quedó boquiabierto.
—Estaré lista para emprender la marcha —anunció Catti-brie, y los dos, enano y halfling, se volvieron hacia ella con cara de sorpresa.
—No, de eso nada —dijo su padre—. Ya he hablado con Cordio y con Stumpet. Ésta te la vas a perder, muchacha. Ponte buena y en condiciones de combatir. Te vamos a necesitar, no te quepa duda, cuando hayamos asegurado la zona y nos pongamos a construir el puente. Para mí, tu arco en el torreón vale tanto como una legión de guerreros.
—¡No me vas a dejar fuera de la batalla! —discutió la joven.
Regis estuvo a punto de soltar una risita al ver la gran semejanza que de repente tenía Cattibrie con una enana al ponerse furiosa.
—No, yo no soy —convino Bruenor—; es la herida la que te pone fuera de combate. Ni siquiera te tienes de pie, pequeña gnoma sin barba.
—¡Me sostendré!
—Y cojearás —dijo Bruenor—. ¡Y harás que yo, mi muchacho Wulfgar y Regis, aquí presente, estemos pendientes de ti cada dos por tres en lugar de estar atentos a los malditos orcos!
Cattibrie, sentada tan erguida que se inclinaba hacia Bruenor, empezó a discutir, pero sus palabras se disiparon a la par que ella parecía desparecer entre las almohadas. Sus ojos seguían ardiendo intensamente por las ganas que tenía de luchar, pero resultaba evidente que había funcionado la apelación de Bruenor a su sentido común respecto a las consecuencias que tendría su testarudez en aquellos que la amaban.
—Saldrá bien —le aseguro Bruenor en voz baja—. Te prometo, muchacha, que seguirá habiendo orcos de sobra esperando una de tus flechas cuando estés preparada para unirte a la lucha.
—¿Qué necesitas que haga yo? —inquirió Regis.
—Que te pegues a Jackonray —instruyó el rey enano—. Serás mis ojos y mis oídos en cuanto a las preocupaciones de Felbarr. Y es posible que necesite que estés pendiente de Nanfoodle y también de los hermanos Rebolludo para que me expliques sin las vueltas y revueltas del gnomo ni los «¡buum!», de Pikel cómo progresan realmente en su misión de abrir esa condenada puerta. Los gigantes echaron cientos de toneladas de piedra sobre las puertas cuando las cerramos, y necesitamos abrirnos paso rápidamente y con contundencia para llegar hasta el Surbrin.
Regis asintió con un cabeceo, se levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta. Se frenó de repente y se volvió para mirar a Cattibrie.
—Se avecinan mejores tiempos —le dijo, y la joven sonrió.
Fue una sonrisa de amiga, pero de una que, según comprendió Regis, empezaba a contemplar el mundo con otros ojos.