12

ENGÁÑAME UNA VEZ, Y SENTIRÉ VERGÜENZA.

ENGÁÑAME DOS…

—No puedo creer que estés pensando en regresar de nuevo a Nesme —manifestó Rannek con gesto ceñudo después de haber llevado a Galen Firth hacia un extremo del campamento.

Habían huido durante muchas horas después de la heroica intervención del general Dagna y sus enanos, de regreso a las estribaciones del norte, cerca del punto donde los enanos habían encontrado los túneles que los habrían conducido a Mithril Hall.

—¿Vas a hacer que el sacrificio de esos cincuenta enanos sea irrelevante sólo por tu orgullo? —espetó Rannek.

—¿Y eres tú el que habla de orgullo? —replicó Galen Firth, y su oponente se replegó un poco al oír aquello.

Pero sólo fue un momento, y después Rannek cuadró los hombros y sacó el ancho pecho.

—Jamás olvidaré mi error, Galen Firth —admitió—, pero ahora no voy a empeorar ese error al meter a todos nuestros efectivos en las fauces de los trolls y los seres de los pantanos.

—¡Fueron aniquilados! —gritó Galen, y él y Rannek volvieron la vista hacia el grueso del grupo, donde varios los observaban con expresión de curiosidad—. Fueron aniquilados —repitió en voz más baja—. Entre la carga valerosa de los enanos y la tormenta de fuego de Alustriel, las fuerzas enemigas quedaron destrozadas. ¿Acaso han intentado seguirnos? ¿No?

Entonces, ¿no será posible también que los monstruos hayan vuelto a su apestoso pantano? ¿Tan dispuesto a huir estás?

—¿Y tú eres tan necio parta volver a mecerte en la boca del lobo? ¿No te preocupan los que no pueden luchar? ¿Nuestros hijos han de morir porque ni quieras jugártelo a cara ó cruz, Galen Firth?

—Ni siquiera sabemos dónde están las cuevas —arguyó Galen—. No podemos deambular por el campo a ciegas esperando encontrar el agujero correcto en el suelo.

—Vayamos, entonces, a Luna Plateada —sugirió Rannek.

—Luna Plateada vendrá a nosotros —insistió Galen—. ¿Es que no viste a Alustriel?

Rannek se mordió el labio y tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no escupir al hombre.

—¿Tan necio eres? —inquirió—. ¿Un desagradecido necio?

—No soy el necio que nos trajo aquí, lejos de nuestro hogar —replicó Galen sin vacilar y en el mismo tono tranquilo que Rannek acababa de utilizar con él—. Ese hombre está frente a mí, pensando erróneamente que tiene credibilidad para impugnar mis decisiones.

Rannek no parpadeó ni se echó atrás, pero en honor a la verdad, sabía que no tenía respuesta adecuada que darle. No estaba al mando. Los atribulados ciudadanos de Nesme no le harían caso en contra de las órdenes y las garantías del reputado Galen Firth.

Siguió mirando fijamente al hombre un poco más y después sacudió la cabeza, se dio media vuelta y se alejó. No permitió que una mueca frenara el suave movimiento de su partida cuando oyó el resoplido desdeñoso de Galen Firth a su espalda.

El siguiente amanecer refutó a Galen Firth el argumento que Rannek no había sido capaz de rebatir, pues los exploradores del grupo de refugiados regresaron con la nueva de que una cantidad ingente de trolls se aproximaba a buen paso por el sur.

Al ver la expresión de Galen Firth mientras escuchaba aquel informe desalentador, Rannek casi esperaba que el hombre ordenara a los guerreros que cerraran filas y lanzaran un ataque; pero ni siquiera el testarudo y severo Galen era tan insensato.

—Levantad el campamento y preparaos para emprender la marcha cuanto antes —instruyó a los que tenía a su alrededor. Se volvió hacia los exploradores—. Que alguno de vosotros se encargue de seguir la aproximación de nuestros enemigos, y otros que partan de prisa hacia el nordeste. Encontrad a los exploradores que buscan los túneles a Mithril Hall y asegurad nuestra ruta de escapada.

Al terminar de hablar, se volvió para mirar a Rannek con dureza; el otro hombre asintió con la cabeza en un mudo gesto de aprobación. Eso provocó que el semblante de Galen Firth se pusiera tenso, cual si lo tomara como una lisonja insultante.

—Engatusaremos a nuestros enemigos con el señuelo de una carrera de fondo y los sortearemos para recobrar nuestro hogar —instruyó tercamente Galen a sus soldados, y dejó a Rannek boquiabierto.

Cada vez más experto en correr, el grupo de Nesme se puso en movimiento en cuestión de minutos y en correcta formación para que los más débiles se encontraran bien respaldados en el centro de la marcha. Pocos dijeron algo. Sabían que los trolls los perseguían de cerca y que ese día podía ser el último de su vida.

Llegaron a un terreno más alto y accidentado a media mañana, y desde una posición estratégica, Galen, Rannek y otros cuantos echaron el primer vistazo a la fuerza que los perseguía. Parecía estar formada por trolls únicamente, ya que entre la muchedumbre que se acercaba no se divisaban las extremidades arboriformes de los seres de los pantanos. Con todo, allí abajo había muchos trolls, incluidos varios especímenes enormes y algunos de los que tenían más de una cabeza.

Rannek sabía que había hecho lo correcto al retirarse, como había sugerido muchas horas antes. No obstante, la satisfacción que pudiera haber experimentado por tener razón se diluyó en el temor de la incapacidad del grupo para dejar atrás a aquella fuerza monstruosa.

—Haced que sigan corriendo lo más rápido posible —ordenó Galen Firth con voz grave, que, según Rannek notó, albergaba temores similares a los suyos por mucho que el otro no lo admitiera… ni siquiera para sus adentros—. ¿Aún no habéis dado con esos túneles?

—Hemos encontrado algunos, pero no sabemos qué extensión pueden tener —contestó uno de los hombres.

Galen Firth se pellizcó el labio con el pulgar y el índice.

—Y si nos metemos en ellos sin estar seguros de que son los que buscamos y nos encontramos en un callejón sin salida… —prosiguió el hombre.

—Entonces, daos prisa —ordenó Galen—. Que se extiendan líneas de exploradores por el túnel. Buscamos uno que trace una curva cerrada que nos conduzca detrás del enemigo que nos persigue. Tendremos que pasarlo de largo o meternos dentro, pero ¡no hay tiempo que perder!

El hombre asintió en silencio y salió corriendo.

Galen se volvió para mirar a Rannek.

—Así que piensas que tenías razón —dijo.

—Por si sirve de algo —repuso Rannek—, da igual. —Dirigió la mirada hacia la fuerza enemiga y arrastró la de Galen con la suya—. ¡Era imposible predecir una persecución tan tenaz de unos adversarios tan desorganizados e indisciplinados como son los trolls! En todos mis años de…

—No son tontos —le recordó Galen. Por eso te engañaron esa noche que dirigías la guardia.

—Igual que ahora te han engañado a ti creyendo que la persecución no se daría —replicó Rannek, pero hasta a él las palabras le sonaron endebles, y desde luego, la expresión engreída de Galen no hacía pensar que le hubieran escocido.

—Acojo con agrado la persecución —dijo Galen—. Y si me ha sorprendido, lo ha hecho de una manera grata. Los hemos dejado atrás, más lejos de Nesme. Cuando nos encontremos de nuevo detrás de nuestras murallas, dispondremos del tiempo necesario para fortificar las defensas.

—A no ser que otros trolls nos estén esperando allí.

—Tu fracaso te lleva a sobrestimar a nuestro enemigo, Rannek. Son trolls. Estúpidos y despiadados, pero poco más. Han demostrado una perseverancia mayor de lo que podría esperarse, pero no durará.

Tras soltar un resoplido desdeñoso, Galen echó a andar, pero Rannek lo agarró por el brazo. El Jinete se volvió hacia él, iracundo.

—¿Vas a poner en juego la vida de toda esta gente por esa presunción?

—Toda nuestra existencia en Nesme ha sido un juego… durante siglos —replicó Galen—. Es lo que hacemos. Es nuestro modo de vivir.

—¿O de morir?

—Si ha de ser así…

Galen se soltó el brazo de un tirón, miró unos instantes más a Rannek, y después se dio media vuelta y empezó a impartir órdenes a voces a quienes estaban a su alrededor. Sin embargo, se interrumpió casi de inmediato, pues alguien entre las filas de refugiados gritó:

—¡El Hacha! ¡El Hacha de Mirabar viene!

—¡Alabada sea Mirabar! —gritó otro, y todos los reunidos se sumaron a la aclamación.

Rannek y Galen Firth se abrieron paso entre la multitud para ver qué causaba tal conmoción.

Enanos, docenas y docenas de ellos, marchaban en su dirección, y muchos lucían en su escudo la enseña del hacha negra de Mirabar. Era una formación cerrada y disciplinada, que avanzaba con determinación por el irregular terreno.

—No son de Mirabar —explicó un explorador a Galen entre jadeos y resoplidos, pues había llegado corriendo sin parar para preceder a la fuerza de enanos—. La mayoría de ellos son del Clan Battlehammer, según afirman.

—Lucen el afamado emblema de Miramar, el hacha negra —adujo Galen.

—Y es que fueron en su momento —explicó el explorador, que se interrumpió y se apartó a un lado para observar, como el resto, a los enanos que se acercaban.

Un par de aguerridos enanos se aproximaba, uno de ellos con una espesa negra, y el otro, anciano y el enano más feo que cualquiera de los hombres libres había visto en su vida. Era más bajo y fornido que su compañero, y le faltaba la mitad de la oscura barba, al igual que un ojo. Su cara rojiza y curtida había visto el nacimiento y el paso de siglos, como supusieron los humanos. El par se acercó adonde estaba Galen, guiado por otro de los exploradores de Nesme. Caminaron hasta encontrarse delante del hombre y el enano más joven dejó caer la cabeza del martillo de guerra en la piedra que había delante y después se recostó pesadamente en el arma.

—Torgar Delzoun Hammerstriker, del Clan Battlehammer, a vuestro servicio —se presentó—. Éste es mi amigo Shingles.

—Llevas el emblema de Mirabar, mi buen Torgar —adujo Galen—. Y nos alegra contar con tu ayuda.

—Éramos de Mirabar —explicó Shingles—. Nos marchamos para servir a un rey más generoso de corazón. Y eso es todo. Por eso estamos aquí, para respaldaros a vosotros y al general Dagna, que os acompaña.

Varios de los humanos que estaban cerca intercambiaron miradas preocupadas y sus expresiones no pasaron inadvertidas a los enanos.

—Os hablaré de la muerte de Dagna cuando el tiempo permita contar un relato que le haga justicia —dijo Galen Firth mientras erguía los hombros—. De momento, el enemigo se acerca de prisa por detrás. Trolls…, muchos trolls.

La mayoría de los enanos intercambiaron comentarios sobre la «muerte de Dagna», pero Torgar y Shingles mantuvieron el gesto estoico.

—Entonces, entremos en los túneles —decidió Torgar—. Mis muchachos y yo nos las apañamos mejor con esos brutos larguiruchos cuando van bien agachados para no golpearse sus feas cabezotas en el techo.

—Luchamos contra ellos en los túneles y los rechazamos —convino Galen—. Quizá podamos abrir brecha y atravesar sus líneas.

—¿Atravesar? —repitió Torgar—. Mithril Hall está en la otra punta de los túneles y allí es adonde nos dirigimos.

—Nos han llegado noticias de que Luna Plateada se unirá pronto a la lucha —explicó Galen, y ninguno de los que se hallaban a su alrededor se atrevió a señalar que estaba estirando mucho la verdad—. ¡Llega el día de la victoria, en que Nesme se reconquistará y la región volverá a encontrarse protegida!

Los dos enanos lo miraron con curiosidad un instante; después se miraron el uno al otro y se encogieron de hombros.

—Da igual —le dijo Shingles a Torgar—. Sea cual sea la decisión que tomemos, hemos de tomarla desde los túneles.

—Así que vamos a los túneles —ratificó el otro enano.

—¡Pasadizo lateral abierto! —se transmitió a lo largo de la fila de enanos

—¡Prendedles fuego! —gritó Shingles.

Veinte enanos de la segunda fila se adelantaron con antorchas encendidas en la mano y, todos a la vez, las lanzaron por encima de Shingles y la primera línea de combate, que sostenían una lucha encarnizada con la vanguardia de los trolls.

Habían corrido por un largo túnel que desembocaba en una amplia cámara y habían organizado la resistencia en el acceso en forma de embudo, lo que permitía un frente compuesto por una veintena de enanos mientras que sólo unos pocos trolls podían avanzar para luchar con ellos Los portadores de antorchas apuntaron las teas llameantes a la boca del túnel, más estrecha, donde varios trozos de madera seca, impregnados de aceite, se habían colocado estratégicamente.

El fuego estalló, rugiente.

Pocas cosas asustaban a los trolls, pero el fuego, que superaba sus increíbles poderes regenerativos, encabezaba esa corta lista.

Las antorchas hicieron aflojar la persecución de forma considerable, y Shingles lanzó a su línea y a los que habían llegado detrás en una carga repentina, devastadora, que obligó a retroceder a los pocos trolls que se habían quedado atrapados en el extremo más cercano a la conflagración. Un par de ellos reculó hasta las llamas, en tanto que los demás acabaron atravesados o cortados en pedacitos.

Los enanos corrieron en perfecta formación. El pasadizo lateral estaba abierto y los refugiados llevaban un buen trecho en camino.

Sin embargo, por tercera vez esa tarde, los muchachos de Torgar habían tenido que rechazar la enconada persecución troll.

Todos sabían que los monstruos volverían, así que los enanos que encabezaban la línea de retaguardia en la retirada se afanaban en examinar todas las intersecciones y las cámaras para ver si encontraban una posición adecuada para presentar resistencia la próxima vez, cosa que sería inevitable.

Desde las filas defensivas de retaguardia del contingente humano, Rannek lo observaba todo con admiración y gratitud. Sabía que Galen estaba cociéndose en su propia salsa por todo aquello, pues ya habían renunciado a una ruta que segura mente los habría conducido de vuelta al exterior, por delante de los trolls, y tal vez con terreno abierto hacia Nesme.

Pero era Torgar, no Galen, quien estaba al mando. Rannek y toda la gente de Nesme se daban cuenta de ello. Tras escuchar los pormenores de la muerte de Dagna y su tropa, Torgar había dejado meridianamente claro que los humanos podían separarse de la escolta enana si era su deseo, paro que lo harían bajo su responsabilidad.

—¡Gloria a Dagna y a Mithril Hall! —había dicho Torgar a Galen y a los otros después de escuchar la triste historia—. Va a reunirse con su hijo en los Salones de Moradin, donde le aguarda un lugar de honor.

—Intentó ayudarnos a recuperar nuestro hogar —intervino Galen, cuyas palabras provocaron una mirada de Torgar que los enanos solían reservar exclusivamente para los orcos.

—Lo que hizo fue salvar tu estúpido culo —replicó Torgar—. Y si tu intención es intentar de nuevo esa maniobra, entonces el error fue suyo. Pero entiende esto, Galen Firth de Nesme: Torgar y sus muchachos no cometer la misma equivocación. Cualquier posición que defendamos será teniendo a nuestra espalda los túneles que conducen a Mithril Hall, tenlo por seguro.

Y eso había zanjado la cuestión; ni siquiera el soberbio Galen había discutido más y tampoco había dicho una palabra de refutación a los otros guerreros nesmianos. En consecuencia, Torgar había tomado el mando y los había conducido en la desesperada huida. Corrían hasta que la persecución los obligaba a oponer resistencia, y entonces lo hacían de forma que se tratara de un relampagueante quiebro en lugar de un arranque de batalla.

Y Rannek se alegraba de ello.