UN TECHO MUY ALTO
Galen Firth paseaba de aquí para allí, furioso, y cada paso denotaba su creciente impaciencia. Mascullaba entre dientes, aunque con cuidado de maldecir en tono bajo para no molestar a los enanos que se habían reunido en un gran círculo, cada cual con los brazos echados sobre los hombros de los que tenía a uno y otro lado. Agachadas las cabezas, los barbudos enanos rezaban a Moradin por las almas de Fender y Bonnerbas. Habían puesto tierra de por medio del agujero que habían excavado en el túnel para escapar de la emboscada de los trolls, pero seguían en el exterior, en un bosquecillo de abetos al abrigo del aguacero que estaba cayendo.
Cuando los enanos terminaron —por fin, en opinión de Galen—, el general Dagna no perdió tiempo en discutir con el humano.
—Consideraremos la ruta que debemos seguir esta noche —le informó el enano—. No son pocos los que creen que ya va siendo hora de regresar a los túneles.
—Acabamos de escapar de una persecución por los túneles —le recordó Galen.
—Ya, pero no en esa clase de túneles. Los que buscamos son túneles profundos, de piedra labrada, túneles que den a un enano algo por lo que merezca la pena resistir. No hay trolls en el mundo capaces de echar a enanos Battlehammer de unos túneles de piedra. ¡De eso no te quepa duda!
—Estás olvidando nuestra misión y la razón de que estemos aquí.
—Esos trolls nos pisan los talones —replicó Dagna—. Nos alcanzarán muy pronto, y lo sabes.
—Claro que nos alcanzarán si seguimos haciendo altos para rezar cada vez que… Galen no acabó la frase porque al reparar en la expresión de Dagna comprendió que se estaba pasando de la raya.
—Te lo perdonaré, pero sólo esta vez —advirtió el enano—. Sé que estás angustiado por los tuyos. Todos lo sabemos. Pero el tiempo se nos acaba Si seguimos aquí mucho más, entonces no pienses que encontraremos el camino de vuelta a tu hogar dentro de poco.
—¿Y qué te propones hacer? Dagna se giró lentamente mientras recorría el paisaje con la mirada.
—Nos encaminaremos al oeste, hacia ese serrijón —dijo, señalando una línea de terreno elevado a unos kilómetros de distancia—. Desde allí tendremos mejor vista de lo que nos aguarda. Quizá veamos a tu gente. Y puede ser que no.
—Y si no la vemos, ¿piensas volver a Mithril Hall entonces?
—No tendría otra opción.
—¿Y cuál tendría Galen? —preguntó el humano.
—La que quisiera elegir —respondió Dagna—. Has demostrado tu valía en combate a mí y a mis muchachos. Puedes seguir con nosotros y nadie va a protestar por ello. Pero cabe la posibilidad de que no puedas hacer tal cosa. Puede ser que Galen tenga que quedarse y mirar, y morir si llega el caso. Puede ser que les haga un mejor servicio a los suyos si se dirige a Luna Plateada o alguna otra ciudad que no esté asediada por orcos y que pueda desprenderse de más tropas. La elección es tuya.
Galen se frotó la cara cubierta por lo que ya era más que una barba incipiente. Deseaba gritar y chillarle a Dagna con todas sus fuerzas, pero sabía que el enano le ofrecía todo lo que estaba en su mano en aquellas circunstancias. A saber cómo, los trolls les seguían el rastro y volverían a dar con ellos. ¿Cuántas veces tenían posibilidad de escapar Dagna y su reducido grupo?
—¿Emprendemos la marcha hacia ese serrijón esta misma noche?
—¿Para qué vamos a esperar? —contestó Dagna.
Galen asintió y dejó el tema. Recogió su equipo y se ató bien las botas mientras los enanos formaban para la marcha. Intentó centrarse en el momento presente, en el cometido inmediato, porque sabía que si pensaba en lo que estaba por venir lo más seguro era que su resolución se desmoronara. Lo cierto era que todas las preguntas en ese punto de la vida de Galen Firth parecían empezar con «¿y si…?».
—¡No toleraré una retirada a los túneles hasta que hayamos descubierto la situación de los míos! —gruñó Galen Firth mientras trepaba por el último tramo de roca a lo alto de la cresta azotada por el viento.
Se sacudió la ropa y miró a Dagna esperando alguna reacción a su insistencia, pero se encontró con que el enano parecía distraído, con la vista enfocada hacia el sudoeste.
—¿Qué…? —empezó a preguntar, pero las palabras se le atascaron en la garganta al girarse hacia la dirección en la que miraba el enano y divisar el brillo de lumbres, quizá de hogueras, en la distancia.
—Tal vez acabamos de descubrirlo —respondió Dagna.
Más enanos llegaron a su posición, todos dando brincos y señalando con gestos excitados a las luces distantes.
—Malditos tontos, que encienden fuegos tan brillantes cuando hay trolls por todos lados —comentó un enano, a lo que otros asintieron con la cabeza en un gesto de conformidad, o más bien empezaron a hacerlo hasta que Dagna, al reparar en los movimientos anómalos de las llamas, los atajó.
—¡Son fuegos contra los trolls! —comprendió el general—. ¡Ahí abajo están enzarzados en un combate!
—¡Debemos ir con ellos! —gritó Galen.
—Más de un kilómetro… —comentó un enano.
—De terreno abrupto —añadió otro.
—¡Señalad la posición de las estrellas y a correr, pues! —ordenó el general.
Los enanos alinearon los fuegos con las constantes celestes y empezaron a descender rápidamente por la ladera de la elevación. Galen Firth salió disparado delante de todos, lo que fue una gran imprudencia por su parte, ya que su vista no era buena en la oscuridad. Antes de que hubiese dado media docena de zancadas, tropezó, se dio de bruces contra la rama baja de un árbol y salió rebotado hacia atrás. Se habría ido al suelo si Dagna no hubiera llegado a tiempo con los brazos abiertos para agarrarlo.
—Quédate a mi lado, piernas largas —ordenó el enano—. ¡Te llevaremos allí!
Con sus piernas cortas y musculosas, los enanos no eran los corredores más veloces de los Reinos, pero ninguna raza los igualaba en resistencia y aguante. El grupo fue dejando atrás piedras y troncos, y cuando uno de ellos tropezaba, otros lo ayudaban a levantarse y lo sostenían para que siguiera el rápido ritmo de los demás.
Cruzaron un tramo de terreno nivelado, chapotearon a través de charcos invisibles y se abrieron paso entre una maraña de arbustos y abedules, espesura que en algunos tramos se hizo tan densa que varios enanos sacaron las hachas y se pusieron a cortar con empeño. Cuando salían de aquel último obstáculo y la luz de las hogueras se veía claramente más. Adelante, Galen Firth empezó a oír el ruido de la batalla. Gritos pidiendo ayuda, gritos de dolor y de rabia hendían la noche, y a Galen se le cayó el alma a los pies al comprender que muchos de esos gritos no eran de guerreros, sino de mujeres, de niños y de ancianos.
No sabía con qué se iba a encontrar cuando Dagna y él salvaron bruscamente la última línea de arbustos para entrar en el campo de batalla, aunque en realidad esperaba lo peor, una caótica masacre con su gente atrapada en pequeños grupos que apenas podían ofrecer resistencia. Empezó a instar a Dagna a que formara un cerco defensivo para proteger a los suyos, pero entonces tuvieron a la vista la pelea, y Galen enmudeció, renacidos el ánimo y la esperanza.
Su gente, el valeroso pueblo de Nesme, estaba luchando duro y estaba luchando bien.
—Combaten en formación de doble elipse —informó un enano que llegaba por detrás.
Se refería a una formación defensiva muy compleja, una que Galen conocía porque los Jinetes de Nesme la empleaban a menudo en el territorio agreste, salpicado de árboles, que había al norte de los Pantanos de los Trolls. En la doble elipse, los guerreros formaban dos círculos alargados que sólo tenían un punto de unión entre ellos. Trabajando armónicamente, la formación ofrecía un apoyo completo en todos los ángulos de la batalla, que presentaban una zona ofensiva a más defensores que atacantes. Pero también era una formación arriesgada porque si fallaba en algún punto, los agresores estarían en condiciones de aislar y destruir totalmente a secciones enteras de la fuerza defensiva.
Hasta el momento parecía que aguantaba, aunque a duras penas y sólo porque los defensores empleaban muchas, muchísimas antorchas llameantes que agitaban violentamente para rechazar a los trolls y a sus aún más estúpidos compinches, los seres de los pantanos de aspecto arbóreo.
—¡Los árboles muertos deben caer! —gritó Galen cuando se dio cuenta de que los aliados comunes de los malditos trolls se hallaban entre los atacantes, ya que los seres de los pantanos parecían ni más ni menos que pequeños y esqueléticos árboles muertos, con los brazos retorcidos a semejanza de ramas.
Mientras hablaba, el humano reparó en que una parte de la línea de Nesme pasaba por un serio apuro, ya que un par de jóvenes, muchachitos en realidad, retrocedían frente a la devastadora carga de un rugiente troll, uno particularmente grande y repulsivo. Galen se apartó de los enanos e hizo un viraje que lo conducía directamente a la espalda del troll, arma en ristre. Golpeó a la bestia en plena carrera y la atravesó con la espada, lo que la hizo adelantarse dando tumbos. En favor de los chicos hay que decir que no rompieron filas y huyeron, sino que esquivaron al troll tambaleante para, de forma inmediata, cerrar el hueco y golpearlo con las antorchas, de manera que las llamas levantaron ampollas en la piel de motas gris verdosas del troll.
Galen extrajo la espada de un tirón y giró sobre sí mismo a tiempo de frenar las garras de un nuevo troll, y de otro que venía con él. Bajo la fuerte presión de esos dos y consciente de que el primero no estaba en absoluto fuera de combate, Calen temió que iba a tener un rápido y brusco final.
Respiró un poco cuando el troll que tenía enfrente, a su izquierda, sufrió una sacudida de repente y cayó al suelo. Entonces, una pesada hacha enana se descargó sobre la cabeza agachada y la hundió más de forma contundente. El enano siguió atacando y pasó junto a Galen para ocuparse de la bestia herida que el humano tenía detrás, en tanto que otro enano aparecía por encima del troll caído, utilizándolo como un trampolín para lanzarse de cabeza contra la criatura que estaba delante de Galen. El salto lo llevó volando directamente contra la cintura, a la que se agarró, y mientras giraba forzó el cuerpo a fin de actuar como una palanca en el cuerpo de la bestia. Los brazos cortos y musculosos del enano tiraron con fuerza mientras el impulso lo propulsaba más allá del sorprendido troll. El impulso del pequeño guerrero barbudo, combinado con la fuerza de los brazos, arrastró a la criatura tras él y la hizo rodar por el suelo.
—¡Dame tu antorcha! —oyó Galen que gritaba el primer enano a alguien de la línea defensiva.
Galen se volvió y echó un vistazo a su espalda para ver qué pasaba, y tuvo que recular a la par que chillaba para esquivar una antorcha que le pasó rozando la cara. Siguió el vuelo del arma llameante, de izquierda a derecha, hacia la mano expectante del enano, que la atrapó ágilmente y le dio la vuelta con rapidez. Mientras el troll que estaba debajo del enano rodaba sobre sí mismo para contraatacar, su adversario le golpeó en los ojos con el extremo llameante y luego se lo hundió en la boca cuando la bestia abrió las fauces para soltar un rugido de dolor. El troll se debatió violentamente y el enano salió volando, pero aterrizó con destreza sobre los firmes pies y enarboló un mazo de guerra en un único y fluido movimiento.
Otros enemigos se aproximaron para cercar a Galen y al enano, pero Dagna y sus muchachos se adelantaron y respaldaron a sus compañeros con ferocidad. Se colocaron en una formación cerrada en forma de rombo a la derecha de Galen, mientras que los restantes enanos hacían otro tanto a su izquierda. Los dos grupos pivotaron a fin de unir sus líneas.
—¡Me parece que la lucha no les es desconocida a tus paisanos! —le comentó a Galen el general Dagna—. Anda, ve, únete a… a ellos. ¡Mis muchachos y yo cubriremos esta zona, no lo dudes!
Galen Firth giró sobre sus talones, golpeo violentamente al troll una vez más y después pasó por encima de la bestia caída para ocupar un lugar en la línea defensiva de los humanos. Sabía que al menos tenía que haber un jinete entre el grupo, porque la coordinación era demasiado eficaz para ser obra de guerreros inexpertos únicamente.
Localizó una figura central en los defensores al mismo tiempo que el hombre joven lo divisaba a él, y la mirada de Calen se hizo más severa. El joven guerrero pareció apocarse bajo aquella mirada feroz. Galen pasó rápidamente entre sus convecinos en dirección al empalme entre las dos formaciones de defensa coordinadas.
—Yo asumo la posición de pivote —le dijo al supuesto líder.
—Lo tengo controlado, capitán Firth —respondió el hombre, un tal Rannek.
—¡Apártate! —demandó Galen, y Rannek retrocedió—. ¡Cerrad las filas! —instruyó a gritos a la posición de Nesme—. ¡Apretadlas para que nuestros aliados enanos puedan facilitarnos la retirada!
—Buena elección —masculló el general Dagna, que había presenciado el curioso intercambio entre los dos humanos.
Incluso con la llegada de casi cincuenta guerreros enanos, el grupo de humanos no estaba en disposición de imponerse a los monstruosos atacantes. En algunos puntos de las líneas las lumbres ardían ya con poca fuerza y dondequiera que ocurría tal cosa, los temibles trolls iban de prisa hacia allí y las garras golpeaban con fuerza e impunidad. Los trolls no temían las armas convencionales. Al fin y a la postre, despedazar a un troll tenía como resultado incrementar el tamaño de su familia.
—¡Formad, muchachos! —ordenó Dagna—. ¡En fila de a dos! ¡Frente de hachas a tres bandas!
Con un bramido colectivo, los disciplinados enanos giraron, saltaron, rodaron y brincaron hasta configurar una formación en triángulo, en cuyos vértices se apiñaban los guerreros más feroces. El Clan Battlehammer denominaba a esta formación la «cuña rompedora» por su capacidad para maniobrar fácilmente contra los puntos débiles en las líneas enemigas al cambiar el eje del empuje ofensivo. Dagna dirigía la formación desde el centro y desplazaba a los enanos como una gran máquina de matar a lo largo del perímetro, en apoyo de la formación humana. Casi completaron una vuelta, rechazando a los trolls con antorchas y partiendo a los seres de los pantanos como si fueran astillas a golpes de hacha. Obedeciendo la repentina orden de Dagna y con sorprendente precisión, una de las puntas de la cuña se separó y pasó velozmente entre la línea humana para dirigirse al norte, de vuelta a terreno más alto, y dio una tunda de palos a los pocos trolls que cerraban esa ruta de escape.
—¡Hacia el norte! —gritó Galen a los que estaban a su cargo cuando vio la maniobra que se desplegaba. Empujó a los que tenía más cerca, apremiándolos a que se movieran.
En el lado opuesto, Rannek hacía otro tanto y, entre los dos, consiguieron que el grueso de la fuerza humana se desplazara con rapidez. Dagna observó los movimientos desordenados y, a pesar de la dificultad procuró acompasar sus propios giros a fin de ofrecer una buena cobertura a la retaguardia de la retirada. Se fijó en los dos hombres que trabajaban frenéticamente, uno de ellos como una versión más joven del otro, pero haciendo gala de una calma propia de un soldado veterano. También reparó en el hecho de que Galen Firth evitaba mirar deliberadamente a su homólogo y no se daba por enterado de los esfuerzos del otro hombre.
El general al enano sacudió la cabeza y volvió a centrarse en sus propios afanes.
—Condenados humanos —masculló—. ¡Qué pandilla de testarudos!
—La misión de rescate está funcionando —comentó Tos’un Armgo mientras Kaer’lic y él observaban la marcha del combate desde lejos.
—De momento, tal vez —contestó la sacerdotisa.
Tos’un advirtió claramente la despreocupación en su tono, y a decir verdad, ¿por qué les iba a importar a Kaer’lic o a él si un grupo de humanos escapaba de las garras de las fuerzas monstruosas de Proffit?
—Seguramente los enanos volverán a casa ahora —dijo el drow. Al acabar de hablar miró por encima del hombro al atado y amordazado Fender. A la par que esbozaba una sonrisa maliciosa, el drow soltó una fuerte patada al enano en un costado, y Fender se encogió y gimió.
—Ésos no son más que un número reducido de los refugiados desperdigados de Nesme, según los informes —contestó Kaer’lic—. Y esos humanos asustados saben que tienen parientes pasando apuros similares por toda la región. Quizá los enanos se unan con este grupo a fin de ampliar la misión de rescate. ¿No sería la mejor y más dulce ironía que nuestros enemigos se agruparan para su última hora?
—¿Nuestros enemigos?
Saltaba a la vista que la sencilla pregunta le había dado que pensar a Kaer’lic.
—Si me dieran a elegir entre humanos y trolls, incluso entre enanos y trolls, creo que estaría en contra de los trolls —admitió Tos’un—. Aunque ahora, la promesa de encontrar a un humano extraviado y vulnerable es una tentación que me temo que sería incapaz de resistir.
—No deberías resistirte —dijo la sacerdotisa—. Disfruta de los placeres cuando se te presenten, amigo mío, pues, a no tardar, atacar al enemigo seguramente significará cruzar las líneas de enanos alertas y listos para la batalla.
—Tal vez esos placeres incluyen también unos cuantos orcos vulnerables.
Kaer’lic soltó una risita, divertida por la idea.
—¡Ojalá todos ellos, orcos, trolls, enanos, humanos y gigantes por igual, tuvieran una muerte horrible, y así se acabaría de una vez por todas!
—Sería aún mejor, sí —convino Tos’un—. Espero que los enanos decidan seguir por el sur a descubierto y con una fuerza más y más amplia, Su presencia hará fácil persuadir a Proffit de que se quede aquí.
Su reflexión en voz alta acalló a Tos’un y pareció tener un efecto atemperador en Kaer’lic. Y es que ése era el quid de la cuestión, el acuerdo implícito entre los dos elfos oscuros de que en realidad no querían deambular por los túneles que conducían de vuelta al norte y a las principales defensas de Mithril Hall. Obould los había enviado al sur para que guiaran a Proffit por esa ruta y para azuzar a los trolls cuando esos monstruos atacaran a los enanos en los límites meridionales del complejo. Pero la idea de atacar posiciones enanas fortificadas y entrar en el reino subterráneo acompañados por una horda de estúpidos brutos no resultaba atrayente, después de todo.
—Proffit volverá los ojos hacia el norte, como le ordenó Obould —añadió Tos’un al cabo de un momento.
—Entonces, tú y yo tendremos que convencerle de que la situación de aquí es más importante —repuso Kaer’lic sin vacilación.
—A Obould no va a gustarle.
—En tal caso, es posible que Obould mate a Proffit o, lo que es mejor, tal vez se maten el uno al otro.
Tos’un sonrió y dejó el tema, completamente satisfecho con el papel que él y sus tres compañeros drows se habían reservado. Los drows habían azuzado a Obould y a Gerti Orelsdottr para ir a la guerra desde el principio, pero en realidad nunca les había preocupado el resultado. A decir verdad, les traía sin cuidado qué bando salía victorioso, enanos u orcos, mientras que ellos encontraran algo de emoción —y de beneficio— en el proceso. Y si ese proceso infligía terrible dolor y pérdidas espantosas a los seguidores de Obould, Gerti y Bruenor Battlehammer por igual, ¡mejor que mejor!
Naturalmente, ni Kaer’lic ni Tos’un sabían que sus dos compañeros ausentes, Donnia Soldou y Ad’non Kareese habían muerto en el norte, a manos de un drow solitario y peligroso.
Hicieron su primer alto en una cueva poco profunda abierta en la cara rocosa de un peñasco, detrás de un pequeño estanque, más de una hora después. También allí tuvieron la primera oportunidad de vendar heridas y establecer quién seguía indemne en sus cada vez más menguadas filas. Nesme había sido una ciudad importante en la región a lo largo de muchas generaciones, fuerte y resistente tras las murallas fortificadas, vanguardia de la Marca Argéntea contra las intrusiones de los monstruos de los salvajes Pantanos de los Trolls. Aquella dedicación constante a una lucha sin tregua había generado una relación tan estrecha en la comunidad de nesmianos que cada muerte era una dolorosa pérdida.
El día se había cobrado más de una docena de vidas y faltaban varias personas; era un fuerte golpe para un grupo de menos de un centenar de refugiados. Y dada la gravedad de las heridas que sufrían muchos de los que descansaban en aquella cueva poco profunda, parecía inevitable que el número de muertos aumentara en lo que quedaba de noche.
—La luz del día y los trolls no se llevan bien, ni siquiera para rastrear —le dijo Dagna a Galen Firth cuando encontró al humano en la boca de la cueva al cabo de un rato—. Mis muchachos están borrando las huellas y matando a los trolls y los seres de los pantanos que se acercan demasiado, pero no podemos quedarnos aquí sentados mucho tiempo antes de que esas bestias se nos echen encima en gran número.
—Entonces, nos desplazaremos, una y otra vez —dijo Galen.
Dagna analizó el tono del humano, una mezcla de resolución y resignación por igual, a la par que su conformidad.
—Nos moveremos de sombra en sombra —continuó Galen—. Descubriremos hasta su último punto flaco y les daremos duro. Encontraremos a todos los grupos restantes de mis convecinos y los uniremos en una única y devastadora fuerza.
—Encontraremos túneles, rectos y profundos, e iremos de cabeza a Mithril Hall —le corrigió el general Dagna, y los ojos de Galen Firth centellearon de rabia.
—Ahí fuera hay más de los míos. No los abandonaré en esta situación desesperada.
—Bueno, eso eres tú quien tiene que decidirlo —adujo Dagna—. Yo vine para ver cómo podía ayudar, y mis muchachos y yo lo hemos hecho. He dejado a otros seis muertos allí atrás. Es decir, ocho de cincuenta, lo que hace uno de cada seis.
—Y esos esfuerzos han salvado diez veces el número de vuestras bajas. ¿Es que crees que diez nesmesianos no merecen la vida de un solo enano?
—No te pongas trágico —dijo Dagna, que soltó un sonoro resoplido—. Lo que creo es que nos van a matar a todos en un gran combate como no andemos listos o si cometemos un simple error. Más de cuarenta de mis muchachos y casi un centenar de los tuyos.
—En ese caso, no cometamos errores —contestó Galen Firth en un tono bajo e impasible.
Dagna volvió a resoplar y se apartó del humano, consciente de que no llegarían a un arreglo esa noche. Tampoco tenía que hacerlo porque para ser sincero, no tenía ni idea de dónde podían encontrar túneles que los condujeran de vuelta a Mithril Hall. Dagna sabía —como también lo sabía Galen— que el grupo se desplazaría obligado por la necesidad y no por elección en las próximas horas e incluso los próximos días, de modo que discutir por rutas que quizá no llegaran a ser siquiera una posibilidad era una estupidez.
Dagna cruzó entre las gentes de Nesme aceptando sus palabras de agradecimiento y haciéndoles a su vez cumplidos por sus encomiables esfuerzos. También encontró a sus clérigos empleados a fondo en atender a los heridos, y les dio una firme palmada en el hombro conforme pasaba a su lado. Sin embargo, el general estudió sobre todo a los humanos. Realmente eran gente fornida y resistente, según la somera apreciación del general, si bien un tanto «cabezas de orco».
«Bueno —pensó—. Cabezas de orco sólo si Galen Firth es un fiel ejemplo de su comunidad».
Esa idea impulsó al general a moverse entre las tropas con aire decidido; buscaba a un hombre cuyas acciones en el campo de batalla habían estado por encima de la media. Lo encontró en el fondo de la cueva, reclinado sobre una piedra redonda y lisa. Al acercarse, Dagna reparó en las numerosas heridas, incluidos tres dedos de la mano izquierda que aparecían torcidos en un ángulo que por fuerza tenían que estar rotos, así como un tajo en la oreja tan espectacular que parecía que el pabellón se le fuera a desprender en cualquier momento.
—Quizá convendría que fueras con los clérigos para que miraran esos dedos y la oreja —dijo el enano, plantado delante del hombre.
Sobresaltado, el guerrero se sentó rápidamente y se arregló la baqueteada malla y la túnica de cuero.
—Me llamo Dagna —se presentó el enano al mismo tiempo que le tendía la mano encallecida—. General Dagna, de Mithril Hall, jefe militar del rey Bruenor Battlehammer…
—Es un placer, general Dagna. Soy Rannek de Nesme —contestó el humano.
—¿Uno de los Jinetes?
El humano afirmó con la cabeza.
—O lo era, al menos —dijo después.
—¡Bah, no tardaréis en recuperar vuestra ciudad!
El enano advirtió que su optimismo no servía para animar la expresión del humano, aunque sospechaba, dado el recibimiento que Galen
Firth le había hecho en el campo de batalla, que el gesto adusto de Rannek no lo provocaba el incierto futuro de la ciudad.
—Lo hiciste bien allí. —El comentario de Dagna no tuvo más eco que un leve encogimiento de hombros.
—Luchamos por sobrevivir, buen enano. No teníamos otra opción. Si fallábamos, perecíamos.
—¿Y no es eso de lo que se trata? —inquirió Dagna—. En los muchos años de vida que tengo he llegado a vislumbrar la verdad que encierra la idea de que la guerra es el momento de determinar el carácter de un enano, o de un humano.
—Ciertamente. Los ojos del general se estrecharon bajo las prominentes cejas.
—Tienes a casi un centenar de los tuyos pendientes de ti, ¿eres consciente de eso? Y aquí estás, con un semblante que refleja derrota, cuando en realidad has conseguido sacar a la mayoría de tu gente de un atolladero que sin duda los trolls pensaban que sería el final del camino para vosotros.
—Ahora que ha vuelto, estarán pendientes de Galen Firth —contestó Rannek.
—¡Bah!, eso no me vale como respuesta.
—Es la única que tengo —repuso el humano.
Se puso de pie, hizo una cortés aunque desganada reverencia, y se alejó.
El general Dagna soltó un suspiro resignado. No tenía tiempo para eso. En ese momento, no. Mientras hubiese trolls persiguiéndolos, no.
—Humanos… —rezongó entre dientes mientras sacudía la cabeza.
—Están indefensos y dispersos —manifestó Kaer’lic al gigantesco troll de dos cabezas, Proffit, poco después de que el grupo de humanos hubiera logrado huir temporalmente de la persecución de los trolls y de los seres de los pantanos—. El momento del dominio completo sobre toda la región está a tu alcance. Si caes sobre ellos ahora, con fuerza e implacablemente, destruirás por completo a todos los supervivientes de Nesme y acabarás con toda esperanza que puedan albergar los humanos de afianzarse en tus tierras.
—El rey Obould quiere que vayamos a los túneles —respondió una de las cabezas de Proffit.
—¡Ya! —añadió con énfasis la otra.
—¿Para qué? ¿Para ayudarle a obtener una victoria en el norte? —inquirió Kaer’lic—. ¿Unas tierras que no significan nada para Proffit y su pueblo?
—Obould nos ayudó —adujo el troll.
—Obould enseñó a Proffit la salida, con todos los trolls detrás de él —agregó la otra cabeza.
Kaer’lic sabía de sobra a qué se refería Proffit. De hecho, había sido Donnia Soldou la que había orquestado el ascenso del troll aprovechando su posición con el rey Obould. Lo que Donnia había esperado conseguir era que Proffit y su fuerza de brutales trolls causaran suficiente distracción cerca de las grandes poblaciones humanas para evitar que los principales participantes en el juego de la región —en especial, la dama Alustriel de Luna Plateada— dirigieran tanto los ojos como sus formidables ejércitos hacia Obould.
Claro que, por aquel entonces, ni Kaer’lic ni los otros elfos oscuros tenían la mas remota idea de lo rápido y lo alto que iba a llegar el rey Obould. La partida había cambiado.
—Y Proffit ayudó a Obould a cerrar la puerta trasera de Mithril Hall —le recordó la drow.
—Toma —dijo una cabeza.
—Y daca —terminó la segunda cabeza con una risita retumbante.
—Pero quedan enanos —dijo la primera.
—A los que… —continuó la otra.
—¡Matar! —gritaron ambas a la par.
—Enanos de Mithril Hall a los que matar, sí —convino Kaer’lic—. Enanos que están atascados en un agujero que no lleva a ninguna parte. Enanos que seguirán allí, esperando a que los maten, cuando Proffit haya acabado su trabajo aquí.
Las cabezas del troll se miraron y luego asintieron al unísono.
—Pero los humanos de Nesme no están atrapados —intervino Tos’un en el momento justo, como Kaer’lic y el habían decidido y practicado previamente—. Huirán lejos, fuera del alcance de Proffit. O quizá vuelvan trayendo a muchos, muchos amigos, y cuando Proffit salga de los túneles a su regreso, tal vez se encuentre con un gran ejército esperándolo.
—Mas…
—A los que…
—¡Matar! —dijo el troll con una sonrisa estúpida en sus dos cabezas.
—Los humanos amigos de Nesme traerán hechiceros con grandes fuegos mágicos —advirtió en tono ominoso la elfa oscura. Sus palabras borraron la necia y anhelante sonrisa de las caras de Proffit.
—¿Qué hacemos? —preguntó una.
—Luchar contra ellos ahora —aconsejó Kaer’lic—. Te ayudaremos a localizar a todos los grupos humanos y a situar a tus tropas para que los destruyas totalmente. No tardaréis mucho tiempo y después podréis entrar en los túneles para luchar con los enanos, seguros de que ninguna fuerza se movilizará contra vosotros y esperará vuestro regreso.
Las cabezas del troll se balanceaban, una de ellas mordiéndose el labio y la otra con la boca abierta, y resultaba obvio que ambas intentaban digerir las palabras altisonantes y los complejos conceptos.
—Matad a los humanos y después matad a los enanos —resumió Kaer’lic con sencillez—. Entonces, la tierra será vuestra. Nadie intentará reconstruir Nesme si todos los habitantes de Nesme han muerto.
—A Proffit le gusta eso.
—Matar humanos —dijo la segunda cabeza.
—Matar enanos —añadió la primera.
—¡Matarlos a todos! —coreó la otra.
—¡Y comerlos! —chilló la primera.
—Comerlos a todos —jaleó Kaer’lic, que animó a Tos’un con un ademán para que participara también.
—¡Saben bien! —añadió el drow.
Tos’un se encogió de hombros al mirar a Kaer’lic para indicar que en realidad no se le había ocurrido qué otra cosa podía añadir en una conversación tan ridícula. De todos modos, daba igual; los dos elfos oscuros se dieron cuenta en seguida de que su pequeña artimaña había dado resultado, y con gran facilidad.
—Recuerdo cuando Obould era casi igual de manipulable que éste —comentó Kaer’lic casi con melancolía mientras Tos’un y ella abandonaban el campamento de Proffit.
El drow coincidía con ella. En realidad, no hacía mucho que el mundo le había parecido un lugar mucho más sencillo.