POR AMOR A MI HIJO
—¡Hemos de ir más de prisa! —comentó el humano por enésima vez esa mañana según les pareció a los más de cuarenta enanos que avanzaban en línea a su alrededor. Alto incluso para ser humano, sacaba hombros y cabeza a los bajos y rechonchos enanos barbudos.
—He mandado por delante a mis exploradores, que trabajan todo lo rápido que pueden —contestó el general Dagna, un venerable guerrero con muchas batallas a su espalda.
El viejo enano enderezó y cuadró los aún anchos hombros y sujetó la punta de la barba amarillenta en el grueso cinturón de cuero antes de estudiar a Galen con unos ojos todavía penetrantes, una mirada escrutadora que había logrado que los enanos del Clan Battlehammer se escabulleran a la defensiva durante muchas, muchas décadas. Dagna había sido un comandante de guerra muy respetado desde que todos tenían memoria, más tiempo de lo que Bruenor llevaba de rey y antes de que Tiniebla Brillante, el dragón de las sombras, y sus secuaces los duergars conquistaran Mithril Hall. Dagna había ascendido al puesto de mando por sus proezas como guerrero y comandante de campo, y nadie cuestionaba su destreza para liderar enanos a través de conflictos difíciles. Muchos habían esperado que fuera Dagna quien dirigiera la defensa del risco que se erguía sobre el Valle del Guardián, por delante incluso del venerable Banak Buenaforja. Como no ocurrió así, se supuso que a Dagna se lo nombraría regidor del reino cuando Bruenor estuvo al borde de la muerte.
De hecho, a Dagna se le habían ofrecido ambas competencias por quienes estaban en disposición de hacer que ocupara cualquiera de las dos, pero él las había rechazado.
—No querrás que ordene a mis exploradores que avancen más de prisa a riesgo de delatar su presencia a trolls y similares, ¿verdad que no?
Galen Firth se echó ligeramente hacia atrás al oír aquello, pero no parpadeó ni reculó.
—Lo que querría es que movieses esta columna lo más rápido posible —repuso—. Mi ciudad está sometida a un terrible hostigamiento, puede ser que la hayan invadido, y al sur, fuera de estos túneles infernales, es posible que mucha gente se encuentre en grave peligro. Había esperado que esa situación fuera un acicate para los enanos que afirman ser nuestros vecinos y amigos.
—Yo no afirmo nada —replicó con presteza Dagna—. Hago lo que el regidor y mi rey me ordenan que haga.
—¿Y no te importan nada los caídos?
La pregunta de Galen, hecha sin rodeos, provocó que los enanos que se encontraban más cerca dieran un respingo, ya que iba dirigida a Dagna, el orgulloso enano que había perdido a su único hijo hacía pocas semanas. El guerrero contempló fija y largamente al hombre mientras enterraba el aguijón que lo impulsaba a dar una respuesta iracunda y se recordaba cuál era su sitio y su deber.
—Vamos tan de prisa como se puede, y si quieres ir más de prisa aún, entonces puedes echar a correr y adelantarte. Les diré a mis exploradores que te dejen pasar sin impedimentos. Es muy posible que continúe la marcha pasando sobre tu cadáver cuando te encontremos medio devorado por los trolls camino adelante. Es muy posible que a tus parientes de Nesme, si es que siguen por allí, se los rescate sin tu ayuda. —Dagna hizo una pausa y mantuvo la mirada fulminante sobre Galen Firth un poco más, en una silenciosa constatación de que no hablaba por hablar—. Y también puede ser que no ocurra así.
Esas palabras le bajaron un tanto los humos a Galen, que resopló mientras se volvía y echó a andar por el túnel que se abría ante ellos pisando fuerte adrede.
Dagna se plantó a su lado en un visto y no visto, y lo agarró firmemente del brazo.
—Haz pucheros y cógete una rabieta si quieres, pero hazlo sin hacer ruido —le increpó.
Galen dio un tirón para soltar el brazo de los dedos del enano, firmes como tenazas, y sostuvo la mirada iracunda de Dagna con otra igualmente colérica.
Varios enanos que estaban cerca pusieron los ojos en blanco y se preguntaron si Dagna dejaría a ese necio revolcándose en el suelo con la nariz rota. Ese comportamiento de Galen era muy reciente. Unos cincuenta enanos lo habían acompañado fuera de Mithril Hall muchos días antes, con órdenes del regidor Regis de que hicieran todo lo posible para ayudar a los asediados habitantes de Nesme. El viaje había ido bien, sin incidentes, hasta que los atacó un grupo de trolls en los túneles. Aquella lucha los había obligado a huir un buen trecho hacia el sur y salir a la superficie, al borde de una extensa zona anegadiza, los Pantanos de los Trolls, pero muy desviados al este, según los cálculos de Galen Firth. Así pues, se encaminaron hacia el oeste y encontraron más túneles. En contra de las protestas de Galen, Dagna había decidido que el grupo viajaría mejor a cubierto, yendo por los corredores subterráneos que iban en dirección oeste. Más de tierra que de piedra, con raíces de árbol colgando sobre sus cabezas y criaturas que reptaban por doquier entre el polvo negro, los túneles eran muy distintos de los que habían utilizado para dirigirse al sur desde Mithril Hall, lo cual sólo consiguió que Galen se sintiera más desdichado. Los túneles eran más estrechos, más bajos, cosa que a los enanos les parecía estupendo, sobre todo teniendo en cuenta que unos enormes trolls los perseguían; a Galen, sin embargo, lo obligaban a caminar inclinado la mitad del tiempo.
—Estás presionando demasiado al viejo —comentó un enano joven, de nombre Fender Mazofuerte, cuando hicieron el siguiente alto para comer.
Galen y él estaban apartados del grueso del grupo, en una zona más amplia y alta que permitía que Galen estirara las piernas un poco, si bien eso no había servido para mejorar su malhumor.
—Mi empresa…
—Sabemos cuál es y cuenta con nuestro apoyo —le aseguró Fender—. Todos sentimos por Mithril Hall lo mismo que tú sientes por Nesme, no lo dudes.
No obstante, el intento apaciguador de Fender no encontró respuesta en Galen, que hizo un gesto admonitorio con el largo dedo tan cerca del rostro del enano que Fender tuvo que reprimir las ganas de arrancárselo de un mordisco.
—Pero ¿qué sabes tú de mis sentimientos? —gruñó el humano—. ¿Conoces a mi hijo, que tal vez se encuentre hecho un ovillo al frío de la noche, o quizá haya sido asesinado o esté rodeado de trolls? ¿Sabes la suerte corrida por mis vecinos? ¿Estás…?
—El general Dagna acaba de perder a su hijo —lo interrumpió Fender, y sus palabras consiguieron frenar un poco a Galen.
»Se llamaba Dagnabbit —continuó—, un valeroso guerrero y un compañero leal, como lo son todos los suyos. Cayó a manos de la horda orca en Shallows, defendiendo a su rey y a su pueblo hasta su último aliento. Era el único hijo de Dagna, con una carrera tan prometedora como la de su padre. Los bardos enanos entonarán cantos con el nombre de Dagnabbit largo tiempo. Pero supongo que esa idea no aplacará gran cosa el ardiente dolor en la sangre del viejo Dagna ni cerrará la herida de su vetusto corazón. Y ahora vienes tú, cretino de vida efímera, husmeador de nubes, exigiendo esto y aquello, como si tus necesidades fuesen mayores que las que nosotros, los enanos, pudiéramos imaginar. ¡Bah!, he intentado tomarme las cosas con calma contigo. He intentado ver el miedo desde tu perspectiva. Pero ¿sabes una cosa? Eres un prepotente, un avasallador que probablemente acabe pisoteado sobre la piedra sin volver a ver su hogar como no cierres esa bocaza.
El estupefacto Galen Firth siguió sentado unos instantes al mismo tiempo que balbuceaba.
—¿Me estás amenazando a mí, un Jinete de Nesme? —consiguió finalmente farfullar.
—Lo que te estoy diciendo, como amigo o como enemigo, eso lo decides tú, es que peleándote con Dagna en cada recodo del túnel no te estás ayudando ni a ti ni a los tuyos.
—El túnel… —escupió el testarudo humano—. ¡Deberíamos estar al aire libre, donde podríamos oír las llamadas de mi gente o ver el resplandor de sus fuegos!
—O encontrarnos rodeados por un ejército de trolls. ¿A que eso sería maravilloso?
Galen Firth resopló e hizo un ademán despectivo con la mano. Fender pilló la indirecta y se incorporó, dispuesto a dejar solo al humano, aunque hizo una pausa para hacer un último comentario.
—Sigues comportándote como si estuvieses entre enemigos o seres inferiores. Como todos los habitantes de Nesme sean tan estúpidos como tú, tan necios como para no reconocer a un amigo cuando se presenta dispuesto a ayudar, entonces ¿quién pondría en duda que a lo mejor los trolls están haciéndole un favor al mundo?
Galen Firth tembló y, por un instante, Fender casi esperó que el hombre se le echara encima e intentara estrangularlo.
—¡Acudí a vosotros, a Mithril Hall, como amigo! —arguyó el humano en un tono lo bastante alto como para llamar la atención de los enanos agrupados alrededor de Dagna, en la cámara principal del túnel.
—Viniste a Mithril Hall en un momento de gran necesidad y todo lo que has hecho ha sido protestar y exigir más de lo que podemos darte —le corrigió Fender—. ¡Aun así, el regidor Regis, al igual que todo el clan, asumieron el deber de la amistad, no como una carga, sino con responsabilidad, pedazo de cretino! No estamos aquí porque le debamos a Nesme una mierda, y, a la postre, hasta tú tendrías que ser lo bastante espabilado como para darte cuenta de que todos albergamos la misma esperanza, que es encontrar a tu chico y a todos los vecinos de la ciudad sanos y salvos.
La opinión tajante, sin rodeos, dio que pensar a Galen, y en ese momento, antes de que decidiera si gritar o arrearle un puñetazo, Fender se volvió, soltó un despectivo «¡bah!», y agitó la callosa mano en dirección al humano.
—Podríais intentar meter menos ruido, ¿vale? —llegó una voz del otro lado, la del general Dagna, que les asestaba una mirada iracunda.
—Sigue en tus trece si quieres o piensa en lo que te he dicho —le dijo Fender a Galen a la par que repetía el gesto de la mano—. La decisión es tuya.
Galen Firth se alejó despacio del enano y se desplazó hacia el grupo que estaba en mitad de la cámara del túnel. Sin embargo, caminó más de soslayo que en una dirección concreta, como para protegerse la espalda de la persecución de palabras que sin duda le habían escocido.
A Fender le alegró eso, aunque sólo fuera por bien del propio Galen Firth y de la ciudad de Nesme.
Tos’un Armgo, esbelto y ágil, avanzaba a lo largo del túnel bajo con un dardo sujeto entre los dientes y un cuchillo de filo aserrado en la mano. El elfo oscuro se alegraba de que los enanos hubieran vuelto bajo tierra; al aire libre se sentía vulnerable, expuesto. Un ruido le hizo detenerse y pegarse más al muro rocoso, de manera que su cuerpo elástico se amoldó a las irregularidades y depresiones de la piedra. Se arrebujó un poco más en su piwafwi, la capa drow encantada que lo ocultaría de miradas escrutadoras, y giró la cara hacia el muro, de forma que atisbaba únicamente de reojo.
Pasaron unos segundos. Tos’un se relajó al oír que los enanos reanudaban su rutina de comer y charlar. Creía que estaban a salvo por haber vuelto a los túneles, ya que pensaban que habían dejado atrás a los trolls. Después de todo, ¿qué troll les habría seguido el rastro durante los dos últimos días después de la escaramuza?
Ningún troll, eso lo sabía Tos’un, a quien hizo sonreír tal idea. Los enanos no habían contado con el hecho de que sus brutos enemigos de apariencia bestial estuvieran acompañados por un par de ojos de elfo oscuro. Rastrearlos y conducir al troll de dos cabezas, llamado Proffit, y a su apestosa banda hacia esa segunda sección de túneles no había sido una tarea difícil para Tos’un.
El drow echó un vistazo hacia el otro extremo, donde su compañera, la sacerdotisa Kaer’lic Suun Wett, esperaba agazapada encima de una piedra pegada a la pared. Ni siquiera Tos’un la habría visto, oculta bajo la piwafwi, de no haber sido porque se movió cuando él giró la cabeza y levantó un brazo en su dirección.
Derriba al centinela — comunicaron velozmente sus dedos en el intrincado lenguaje drow—. Sería conveniente tener un prisionero.
Tos’un respiró profundamente y, en un gesto instintivo, fue a coger el dardo que sujetaba entre los dientes prietos. La punta estaba untada de veneno drow, un mejunje muy potente que pocos resistían. Cuántas veces había oído esa orden de Kaer’lic y de sus otros dos compañeros drows a lo largo de los últimos cinco años, pues, de todo el grupo, era él quien había resultado más hábil en capturar sujetos para el interrogatorio, sobre todo cuando el blanco formaba parte de un colectivo más grande.
Tos’un hizo una pausa y sacó la mano que tenía libre para que Kaer’lic pudiera verla.
¿Es realmente necesario correr ese riesgo? Están alerta y son muchos, — respondió.
¡Así sabré si éste es un grupo aislado o una avanzadilla de exploradores del ejército de Mithril Hall!, replicaron de inmediato los dedos de Kaer’lic.
La mano de Tos’un volvió al punto hacia el dardo. Tos’un no osaría discutir con ella sobre esos temas. Eran drows, y en el reino de los elfos oscuros, incluso en un grupo que se había apartado tanto de los convencionalismos de las grandes urbes de la Antípoda Oscura, la mujeres ocupaban un rango muy superior al de los varones, y las sacerdotisas de la Reina Araña, Lloth, estaban al más alto nivel.
El explorador se giró y se agazapó más aún antes de empezar a medio andar, medio arrastrarse, hacia su blanco. Hizo un alto cuando oyó que el enano levantaba la voz y discutía con el único humano que viajaba con el grupo. El drow se deslizó hacia un lugar donde disfrutaba de una posición ventajosa e idónea para seguir oculto.
A no tardar, varios de los enanos que se encontraban un poco más allá les dijeron a los dos que se callaran, y el enano que estaba cerca de Tos’un rezongó algo e hizo un gesto al hombre con la mano.
Tos’un miró hacia atrás una sola vez; después se quedó quieto y escuchando, hasta que su fino oído captó el ruido de la partida de guerra de Proffit que se acercaba.
El drow se deslizó hacia adelante. Atacó primero con el brazo izquierdo y clavó el dardo en el hombro del enano, e inmediatamente adelantó la mano derecha, armada con el cuchillo aserrado, con el que cortó un tajo muy preciso en la garganta del enano. Habría sido fácil hacer un corte mortal, pero Tos’un hizo un sesgo con el arma para no cortar las arterias, la misma técnica que había utilizado hacía poco con un enano en un torreón próximo al Surbrin. Finalmente, el corte resultaría letal, pero después de un buen rato, no antes de que Kaer’lic interviniera y, con unos cuantos hechizos de poca monta concedidos por la Reina Araña, salvara la vida de esa desdichada criatura.
«No obstante —pensó Tos’un—, el prisionero deseará que le hubieran dejado morir».
El enano se giró velozmente e intentó gritar, pero el drow le había cortado las cuerdas vocales. Entonces el enano intentó asestar puñetazos y arremeter contra él, pero el veneno ya empezaba a actuar. Sangrando por la herida mortal, el enano se desplomó en la piedra y Tos’un reculó sigilosamente.
—¡Bah, sigues siendo un boceras! —dijo alguien en el grupo—. Cállate, Fender, ¿vale?
Tos’un siguió retrocediendo.
—¿Fender? —La llamada sonó más insistente.
Tos’un se aplastó contra el ángulo del muro con el suelo y se volvió Invisible bajo la capa encantada.
—¡Fender! —gritó un enano.
El drow sonrió por su sagacidad, consciente de que los estúpidos enanos creerían que su compañero, afectado por el veneno, estaba muerto.
El grupo se alborotó cuando los enanos se levantaron de un salto y asieron sus armas, y a Tos’un se le pasó por la cabeza la idea de que la decisión de Kaer’lic de tomar a un prisionero podría salirles muy cara a Proffit y a sus trolls. El precio del ataque inicial del drow había sido el elemento sorpresa.
Por supuesto, para el elfo oscuro aquello sólo hacía más apetecible el asalto.
Algunos enanos llamaron a Fender en voz alta, pero la voz que más se alzó fue la de Bonnerbas Ironcap, el que estaba más unido al centinela caído.
—¡Trolls! —chilló, y la palabra todavía se abría paso en la comprensión de sus compañeros cuando les llegó también el olor de los repugnantes brutos.
—¡Retroceded hacia fuego!, gritó el general Dagna.
Bonnerbas vaciló porque estaba a un paso de Pender. Avanzó en lugar de retroceder y agarró a tu amigo por el cuello de la ropa. Fender se desplomó, y Bonnerbas soltó una exclamación ahogada cuando vio claramente la línea de sangre brillante. El enano estaba inerte.
Bonnerbas lo dio por muerto o, si no lo estaba ya, lo estaría en seguida.
Entonces oyó la carga de los trolls, alzó la vista y comprendió que no tardaría en reunirse con Fender en los Salones de Moradin.
Retrocedió un paso, enarboló el hacha y, arremetiendo violentamente, abrió un profundo tajo en los brazos del troll más cercano. Éste reculó dando traspiés y se fue de bruces, pero antes de que tocara el suelo salió rodando cuando lo arrollaron dos trolls que se abalanzaban sobre Bonnerbas.
El enano asestó otro hachazo y luego se volvió para huir, pero una garra de troll lo asió por el hombro. Bonnerbas fue consciente entonces de la enorme fuerza de los brutos porque de repente se encontró volando hacia atrás, dando volteretas y rebotando contra piernas tan duras como troncos de árbol. Finalmente cayó de espaldas con fuerza, pero aun así el furioso enano siguió blandiendo el hacha y consiguió propinar un par de golpes. Sin embargo, los trolls lo rodeaban, se interponían entre él y Dagna y los otros, y el pobre Bonnerbas no tenía adonde huir.
Un troll alargó la mano hacia él, y el enano se las arregló para golpearle el brazo con fuerza suficiente como para seccionarlo por el codo, Ese troll aulló y retrocedió, pero cuando Bonnerbas intentaba rodar sobre sí mismo e incorporarse, el troll más feo y enorme que había visto en su vida apareció a su lado. Era un bruto con dos cabezas que lo miraban sonriendo de oreja a oreja. Mientras el troll se inclinaba para agarrarlo, Bonnerbas ensayó una arremetida.
Cuando el hacha pasó sin dar en nada, el enano se dio cuenta del engaño, y antes de que tuviera ocasión de echar el arma hacia atrás, un pie enorme apareció por encima de él, bajó con violencia y lo aplastó contra el suelo.
Bonnerbas intentó forcejear, pero fue inútil. Quiso respirar, pero la presión era demasiado grande.
Cuando los trolls apartaron a los dos enanos caídos y los dejaron atrás, el general Dagna sólo pudo gruñir y maldecirse en silencio por permitir que sorprendieran a su tropa tan desprevenida. En su mente bulleron maldiciones y preguntas. ¿Cómo podían haberlos seguido hasta los túneles unos trolls apestosos y estúpidos? ¿Cómo habían logrado esos brutos explorar y salvar el difícil acceso hasta la zona que había considerado segura para hacer un alto y comer?
Sin embargo, el revoltijo de pensamientos amainó en la mente del veterano comandante cuando se puso a dar órdenes para que su tropa formara. Su primera idea fue retroceder a los túneles bajos para que los trolls tuvieran que agacharse aún más, pero el instinto le aconsejó que se quedara allí, con un fuego ya encendido a mano; de modo que ordenó a sus muchachos que se situaran en formación defensiva al otro extremo de la lumbre. El propio Dagna, que ocupaba el centro de la formación de columna de a cinco, dirigió el contraataque y se negó a ceder terreno en contra de la presión de los trolls.
—¡Frenadlos! —gritó repetidamente mientras asestaba mazazos a diestro y siniestro—. ¡Machácalos! —bramó al enano que tenía al lado y que blandía una hacha—. ¡No te abras paso entre ellos si eso les da ocasión de avanzar un solo palmo!
El otro enano, que por lo visto se había dado cuenta de que la idea era defender el lado opuesto de la cámara a toda costa, dio un giro al hacha y empezó a aporrear al troll que tenía más cerca con el canto romo de la hoja para mantenerlo a raya.
Los cinco enanos hicieron lo mismo, y Galen Firth se situó detrás de Dagna y empezó a asestar estocadas con la fina espada larga. Pero sabían que no podrían aguantar mucho tiempo, pues más trolls se iban amontonando detrás de las primeras líneas y la mera presión de sus cuerpos hacía avanzar a los de delante.
Creyendo que todos estaban condenados, Dagna gritó de rabia y golpeó con tanta fuerza al troll que intentaba agarrarlo que la maza se quebró y arrancó el brazo por el codo al bruto.
El troll ni siquiera pareció darse cuenta del impacto, y Dagna comprendió su error. Habría sobrepasado la línea y entonces se encontraba en una posición vulnerable.
Pero el troll reculó de repente, y Dagna se agachó y soltó una exclamación de sorpresa cuando la primera antorcha, gentileza de Galen Firth, entró en combate. El humano alargó el brazo por encima del enano agachado y arremetió con la ardiente antorcha contra el troll, que retrocedió de manera frenética para evitar el fuego.
Indudablemente los trolls eran adversarios poderosos, y se decía —y era cierto— que si se despedazaba a uno en cien cachos el resultado era un centenar de trolls nuevos, pues cada trozo se regeneraba en una criatura entera. Sin embargo, tenían un punto débil, uno que todas las razas de los Reinos conocían bien: el fuego detenía ese proceso de regeneración.
A los trolls no les gustaba el fuego.
A Dagna y a los otros cuatro enanos les pasaron más antorchas, y los trolls dieron un paso atrás, pero sólo uno.
—¡Adelante, pues! ¡Por Fender y Bonnerbas! —bramó Dagna, y todos los enanos prorrumpieron en vítores.
Pero entonces sonó un grito justo detrás del general.
—¡Trolls en los túneles!
Todos los túneles estaban bloqueados, y Dagna comprendió al insume que su tropa había sido rodeada y no tenía adonde huir.
—¿A qué profundidad estamos? —preguntó a gritos.
—No mucha. Hay raíces en el techo —respondió un enano.
—¡Entonces, abrámonos paso por él! —ordenó el viejo enano.
Al punto, los enanos próximos al centro del cerco, que se iba estrechando, enriaron en acción. Dos agarraron a un tercero y lo alzaron en vilo, bien alto; con el pico, el enano izado se puso a rebajar la tierra por encima de su cabeza.
—¡Y a la cuenca de tres! —gritó Dagna, y supo que no tenía que decir mas para hacerse entender por sus compañeros.
—¡Al pilón con él! —llegó la coletilla apropiada por parte de más de un enano.
—¡Galen Firth, refuerza el agujero! —bramó Dagna al humano.
—Pero ¿qué hacéis? —demandó el hombre—. ¡Seguid luchando, buen enano, porque no tenemos adonde huir!
Dagna amagó con la antorcha, y el troll que se enfrentaba a él reculó de un salto. El enano se giró rápidamente y empujó a Galen.
—¡Ve allí, necio, y sácalos de aquí!
Un aturdido Galen dio la espalda al combate de mala gana justo cuando la luz del día apareció por encima, a la izquierda de la lumbre. Los dos enanos que aguantaban al que picaba le dieron un tuerte impulso y lo lanzaron hacia arriba, donde él se aferró y gateó hacia la superficie.
—¡Despejado! —informó.
Entonces, Galen entendió el plan, corrió hacia el agujero y de inmediato se puso a levantar enanos a pulso. No obstante, después de aupar a cada uno tenía que hacer un alto, porque los que estaban arriba empezaron a echar más madera para el fuego.
Dagna asintió con la cabeza y animó a su formación a seguir con el combate. Los cinco lucharon con ferocidad, de forma admirable, coordinando los movimientos a fin de que los trolls no pudieran avanzar. Pese a todo, los enanos tampoco ganaban terreno, y el corazón le decía al general que sus dos compañeros, Fender y Bonnerbas, estaban muertos.
El duro enano apartó el desalentador pensamiento de su mente y no dejó que lo arrastrara de vuelta a la pesadumbre por la pérdida de su hijo. Se centró en la rabia, en la situación apurada, y siguió adelante, blandiendo maza y antorcha. Detrás notó que el calor se acrecentaba a medida que sus muchachos alimentaban el fuego. ¡Y vaya si tendrían que hacerlo si lo que intentaban era sacarlos a todos del túnel a la superficie!
—¡Abajo los de ahí delante! —gritó una voz dirigida a Dagna y a su formación.
Como si fueran uno, los cinco enanos arremetieron ferozmente y obligaron a los trolls a dar un paso atrás. Después, de nuevo todos a la vez, retrocedieron de un salto y se echaron al suelo.
Ramas y troncos ardiendo volaron por encima de sus cabezas y rebotaron en los trolls, que se empujaron unos a otros, frenéticos, en un intento de quitarse de en medio.
A Dagna se le cayó el alma a los pies porque, al observar la eficaz descarga, vislumbró más allá de la línea desordenada a dos de los suyos tendidos, y sin duda muertos, en el suelo. Entonces, los otros cuatro y él recularon hacia la zona situada justo debajo del agujero y detrás de Galen, que seguía aupando enanos hacia el boquete abierto en el techo.
El túnel se fue llenando a cada segundo que pasaba más y más de humo, merced a la maleza y las ramas que seguían cayendo por el conducto. Una brigada de enanos acarreaba la leña al fuego. La broza —en su mayoría, ramas finas de pino— ardía con rapidez y fuerza, y tras ser lanzada por el aire, hacía retroceder a los trolls que se encontraban más cerca, mientras que los troncos se echaban al montón para reemplazar los que ardían ya, que se apartaban y se arrojaban contra las filas enemigas. De manera gradual, los enanos iban construyendo muros de fuego y sellaban todos los accesos.
El número de combatientes fue disminuyendo conforme los enanos trepaban a la superficie, aupados por el incansable Galen, que los ponía en brazos de los compañeros que los esperaban arriba. La actividad se volvió frenética cuando los efectivos menguaron hasta reducirse a unos pocos.
El enano que estaba junto a Dagna lo instó a marcharse, pero el viejo cascarrabias desestimó la idea con el expeditivo método de apartarlo de un manotazo que lo arrojó en los brazos preparados de Galen Firth. Alzado hacia el agujero, salió al exterior. Uno tras otro, la formación de Dagna disminuyó.
Galen le dio una enorme rama ardiendo a Dagna, y el viejo enano le pasó la maza para cargar el pesado tronco, que sujetó en posición horizontal y hacia adelante; lanzando un bramido, cargó directamente contra los trolls. Las llamas le quemaron las manos, pero más estragos causaron en los brutos, que chocaron unos contra otros en su afán de alejarse del desenfrenado enano. Con un fuerte impulso, Dagna les arrojó el tronco encendido y luego se volvió a todo correr hacia donde Galen lo esperaba. El humano se agachó con las manos entrelazadas entre si, y Dagna salto sobre aquellas manos que aguardaban su llegada. Galen se giró, guiándolo justo hacia el agujero, y lo impulsó bacía arriba,
El general no había acabado de salir al exterior cuando Galen se volvió instintivamente para afrontar la carga troll que sin duda se estaría produciendo, pero varios pares de manos enanas entraron por la abertura y aferraron firmemente los antebrazos de Galen.
El humano fue izado a los gritos de «¡Arriba con él!».
La cabeza y los hombros salieron al exterior y, por un instante, Galen creyó que lo había conseguido.
De pronto sintió unas garras que le sujetaban las piernas.
—¡Tirad, majaderos! —gritó el general Dagna, que corrió hacia el grupo, agarró a Galen por el cuello de la ropa, clavó los calones y tironeó con todas sus fuerzas.
Galen gritó de dolor. Salió un poco por el agujero y en seguida volvió a hundirse un trecho; su cuerpo era como la cuerda del juego de «tira y afloja».
—¡Dadme una antorcha! —bramó Dagna, y cuando vio que un enano corría en su dirección con una rama encendida, soltó a Galen, quien, durante un instante, casi desapareció por el agujero—. ¡Agarradme por los pies! —ordenó el general mientras sorteaba a Galen.
En el mismo momento en que un par de enanos lo sujetaron firmemente por los tobillos, Dagna se zambulló en el agujero por detrás del humano, que forcejeaba y se debatía, y con la antorcha por delante; Galen soltó un chillido cuando pasó junto a él.
El humano gritó con frenesí un poco más al sentir que la antorcha le quemaba las piernas, pero al punto quedó libre. Los enanos sacaron de un tirón tanto a Galen como a Dagna del agujero. El general no cedió terreno y aguantó firme cuando un troll se irguió y alargó las manos hacia la abertura. El viejo enano lo aporreó con la antorcha y lo mantuvo a raya hasta que sus muchachos pudieron llevar madera encendida en cantidad y la arrojaron por el agujero.
Llevaron troncos más gruesos y los metieron a empujones, de manera que obstruyeron el acceso; después, Dagna y los demás se apartaron para recobrar el aliento.
Sin embargo, un grito los hizo ponerse en movimiento de nuevo, porque taponar el agujero con troncos encendidos no había detenido a los trolls. Las garras de las bestias arañaban la tierra para abrir sus propias salidas al exterior.
—¡Poneos en pie y larguémonos de aquí! —rugió Dagna, y los enanos emprendieron la marcha a gran velocidad a través de campo abierto.
A mucho tuvieron que ayudarlos, e incluso cargar a dos de ellos, pero el recuento mostró que sólo habían perdido a dos: Fender y Bonnerbas. No obstante, ninguno quiso calificar el choque como una victoria.