Existe un equilibrio en la vida que ha de encontrarse, un equilibrio entre el yo y la comunidad, entre el presente y el futuro. El mundo ha visto tiranos de sobra a los que interesaba lo primero, hombres y mujeres egoístas que se deleitaban en el presente a expensas del futuro. En teoría, aplaudimos a quien antepone la comunidad y busca el mejoramiento de los tiempos venideros.

Después de mis experiencias en la Antípoda Oscura, solo y tan absorto en la mera supervivencia que el futuro no significaba nada más allá del día siguiente, he intentado inclinarme más hacia ese último y, en apariencia, deseable objetivo. A medida que hacía amigos y aprendía lo que la amistad significaba realmente, llegué a entender y apreciar la fuerza de la comunidad por encima de las necesidades del yo. Y según fui conociendo culturas que habían progresado en fuerza, carácter y comunidad, llegué al punto de intentar contemplar todas las opciones del mismo modo que podría hacerlo un historiador dentro de unos siglos. El objetivo a largo plazo estaba por encima del beneficio a corto plazo, y ese objetivo se basaba siempre en las necesidades de la comunidad antes que en las necesidades del yo.

Después de mis experiencias con Innovindil, después de ver la verdad sobre los amigos perdidos y el amor del que nunca se ha sido consciente, comprendí que sólo había tenido razón a medias.

«Ser elfo significa encontrar tus distancias en el tiempo. Ser elfo significa vivir varios períodos de vida más cortos». He comprendido que esto es cierto, pero que hay algo más. Ser elfo significa estar vivo, experimentar el gozo del momento comprendido en el contexto de los deseos a largo plazo. Para sustentar el gozo por la vida ha de haber algo más que esperanzas lejanas.

Vivir el momento y vivir el día a día. Deleitarse con el gozo y luchar con más empeño contra la desesperanza.

En estos últimos años tuve algo maravilloso en mi vida. Conmigo tuve una mujer a la que amaba y que era mi mejor amiga. Alguien que comprendía todos y cada uno de mis estados de ánimo y que aceptaba tanto los malos como los buenos. Alguien que no me juzgaba excepto para empujarme a encontrar mis propias respuestas. Encontré un lugar seguro para mi rostro en su espesa melena. Encontré un reflejo de mi propia alma en la luz de sus ojos azules. Encontré la última pieza de este rompecabezas que es Drizzt Do’Urden en la cercanía de nuestros cuerpos.

Entonces la perdí, lo perdí todo.

Y con la pérdida de Cattibrie llegué a ver lo absurdo de mi indecisión. Temía el rechazo. Temía estropear lo que teníamos. Temía la reacción de Bruenor y, más adelante, cuándo regresó del Abismo, la de Wulfgar.

Temía, temía, temía, y ese temor refrenó mis actos una y otra vez.

¿Cuán a menudo hacemos esto? ¿Cuán a menudo permitimos que miedos, con frecuencia irracionales, paralicen nuestros movimientos? En lo que a mí respecta, en la batalla no me pasa, pues jamás he rehuido medir mis armas con las de un enemigo. Pero en el amor y en la amistad, donde —lo sé— las heridas pueden llegarte más hondo que la hoja de una espada, si.

Innovindil escapó de la guarida de los gigantes de la escarcha y ahora, también yo, soy libre. La encontraré. La encontraré y me aferraré a esta nueva amistad que hemos forjado, y si se convierte en algo más, no dejaré que el miedo me paralice.

Porque cuando acabe, cuando me encuentre a las puertas de la muerte o cuando me la arrebaten circunstancias o un monstruo, no tendré remordimientos.

Ésa es la lección de Shallows.

Cuando vi caer a Bruenor, cuando supe que había perdido a mis amigos, me refugié dentro del Cazador, en el furor instintivo que anula el dolor, Innovindil y Tarathiel me sacaron de aquel estado destructor y autodestructivo, y ahora comprendo que, para mí, la mayor tragedia de Shallows radica en los años perdidos que precedieron a la caída del torreón.

No volveré a cometer ese error. La comunidad sigue por encima, del yo; el bien del futuro pesa más que los deseos inmediatos. Pero, quizá, no tanto. Hay un equilibrio que debemos encontrar, ahora lo sé, porque la abnegación a ultranza puede ser un yerro tan grande como el egoísmo a ultranza, y una vida de sacrificio absoluto, sin gozo, al final es una existencia solitaria y vacía.

DRIZZT DO'URDEN