—Ella lo entenderá —le dijo Drizzt a Catti-brie, mientras los dos estaban sentados al borde de su cama una mañana temprano, casi una semana después del regreso del drow a Mithril Hall.
—No, porque no tendrá que entenderlo —arguyó Catti-brie—. Le dijiste que irías, y eso será lo que harás. Diste tu palabra.
—Innovindil lo entenderá… —empezó a discutir Drizzt, pero dejó la frase en el aire ante la intensidad de la mirada de Catti-brie. Ya habían discutido sobre lo mismo varias veces.
—Necesitas cerrar ese capítulo de tu vida —le dijo la mujer en voz queda a la par que tomaba sus manos y se las llevaba a los labios para besarlas—. Tu cimitarra traspasó tu corazón tan profundamente como se hundió en Ellifain. No vuelves a ella por Innovindil. No le debes nada ni a Innovindil ni a su pueblo, de modo que sí, lo entenderá. Es contigo mismo con quien estás en deuda. Necesitas volver. Dejar que Ellifain descanse en paz y devolverle la paz a Drizzt.
—¿Cómo voy a dejarte ahora?
—¿Y por qué no vas a poder? —La mujer sonrió—. Sé que volverás conmigo aunque tu compañera de viaje sea una hermosa elfa.
»Además, de todos modos no voy a estar aquí. Le prometí a Wulfgar que lo acompañaría a Luna Plateada y, si es necesario, más allá.
Drizzt asintió, mostrándose conforme con esa última parte. Según el enano que pilotaba el transbordador, Delly Curtie se había acercado a la embarcación antes de que zarpara hacia la ribera oriental con los refugiados del norte y recordaba haber visto que la mujer entregaba algo, quizá un bebé, a otra mujer humana. No sabría decir quién con certeza, ya que todas le parecía iguales, según él.
Wulfgar no estaba dispuesto a esperar a la llegada de la primavera para ponerse en marcha en pos de Colson, y Cattibrie tampoco estaba dispuesta a dejar que se fuera solo.
—No puedes venir con nosotros. Tu presencia levantaría mucho revuelo en esas ciudades chismosas, lo que pondría sobre aviso a quien tenga a la pequeña de que la estamos buscando. Tú tienes una tarea que llevar a cabo, y yo tengo la mía.
Drizzt ya no discutió más.
—¿Regis se va a quedar con Bruenor? —preguntó el elfo oscuro.
—Alguien tiene que hacerlo. Está alicaído desde que llegó la noticia de que Obould, o un orco que actúa como si fuese él, sigue manteniendo agrupados a nuestros enemigos. Bruenor pensaba que ya habrían iniciado la retirada a estas alturas, pero según todos los informes del norte parece que siguen con su trabajo sin decaer.
—El reino de Flecha Oscura… —musitó Drizzt a la par que sacudía la cabeza—. Y Alustriel y los otros no piensan hacer nada al respecto.
—Encontraremos un modo. —Catti-brie le estrechó la mano con más fuerza.
Sentado tan cerca de ella, el elfo oscuro no podía creer lo contrario, no podía creer que cualquier problema no pudiera solucionarse.
Un poco más tarde, Drizzt encontró a Bruenor en la sala de audiencias, con Regis sentado a su lado, y a los hermanos Rebolludo, preparados para emprender la marcha, delante del rey enano.
—Volveremos a encontrarnos, elfo oscuro —saludó Ivan al drow—. Yo y mi hermano… —Ivan hizo una pausa.
—¡Mi «amano»! —gritó Pikel.
—Eh…, sí, volvemos a casa para ver si Cadderly puede hacer algo respecto al brazo de mi… De Pikel. No habrá mucho jaleo por ahí arriba durante unas cuantas semanas por lo menos. Pensamos volver y matar unos pocos orcos más. —Ivan se volvió hacia Bruenor—. Si queréis aceptarnos, rey Bruenor.
—¿Qué gobernante sería tan necio para rechazar la ayuda de los Rebolludo? —preguntó cortésmente el monarca enano, a pesar de que Drizzt percibió un enojo hirviendo a fuego lento tras las palabras de su amigo.
—¡Buuum! —gritó Pikel.
—¡Ajá!, ¡bum! —dijo Ivan—. Vamos, primo barbaverde de la ardilla favorita de Cadderly. Llévame a casa… Pero nada de raíces pequeñas, ¿me has oído?
—Ji, ji, ji…
Drizzt siguió con la mirada la marcha de la sala de los dos hermanos y luego se volvió hacia Bruenor.
—¿Tu reino volverá a ser el mismo alguna vez? —preguntó.
—Buena gente, ese par —dijo Bruenor—, aunque el de la barba verde me asusta.
—¡Buuum! —exclamó Regis.
Bruenor lo miró amenazadoramente.
—Como se te ocurra decir «¡Ji, ji, ji!», te arranco las cejas. —El enano se volvió hacia Drizzt.
»La gente de las ciudades va a dejarles quedarse, elfo. Los muy estúpidos van a permitir que los apestosos orcos se queden con lo que han tomado.
—No ven la manera de evitarlo ni razón para encontrar una.
—Y ése es su error. Obould, o sea cual sea el apestoso cara de cerdo que lo haya suplantado, no va a quedarse ahí sentado a tratar sobre rutas comerciales.
—Pienso lo mismo.
—No podemos dejar que se queden.
—Ni tenemos posibilidad de expulsarlos sin contar con aliados —le recordó Drizzt.
—¡Y por ello debemos encontrarlos! —declaró Bruenor—. ¿Te marchas con Invo…, Inno…, esa condenada elfa?
—Le prometí que la conduciría hasta el cadáver de Ellifain para que sea llevado de vuelta, dignamente, al Bosque de la Luna.
—Está bien, pues.
—Sabes que regresaré contigo.
Bruenor asintió con la cabeza.
—Gauntlgrym —dijo, y pilló por sorpresa tanto a Drizzt como a Regis.
»Gauntlgrym —repitió Bruenor—. Nosotros tres. Y mi muchacha, si está recuperada, y mi muchacho, si ha regresado de buscar a su pequeña. Tenemos que encontrar respuestas en Gauntlgrym.
—¿Cómo sabes eso? —inquirió Regis.
—Sé que Moradin no me permitió regresar para que firmase un tratado con un apestoso orco cara de cerdo —replicó Bruenor—. Sé que no puedo luchar contra él yo solo y que todavía no he convencido a suficientes para que combatan a mi lado.
—¿Y crees que hallarás la respuesta a tu dilema en un reino enano largo tiempo desaparecido? —preguntó Drizzt.
—Sé que es tan buen sitio como cualquier otro para iniciar la búsqueda. Banak está dispuesto a dirigir el reino en mi ausencia. Ya ocupa el puesto. A Gauntlgrym en primavera, elfo.
Drizzt lo miró con curiosidad, sin estar seguro de si Bruenor se traía algo entre manos o si meramente era su típica respuesta a estar tranquilamente sentado, y que era encontrar una forma de volver a la calzada en una aventura. Mientras consideraba ambas posibilidades, sin embargo, Drizzt se dio cuenta de que tampoco importaba mucho si era una u otra, porque él mismo estaba tan decidido como Bruenor a sentir el viento en el rostro.
—Gauntlgrym en primavera —accedió.
—Se van a enterar esos orcos —prometió Bruenor.
A su lado, Regis suspiró profundamente,
Tos’un Armgo no se había sentido tan solo y alicaído desde que desertó del ejército de Menzoberranzan tras la retirada de Mithril Hall. Sus tres compañeros habían muerto y sabía que si se quedaba en el norte Obould lo enviaría a reunirse con ellos a no tardar.
Había encontrado el cadáver de Kaer’lic unas horas antes, por la mañana, pero lo habían despojado de todo lo que podría haberle sido útil. ¿Adonde podía ir?
Pensó en los caminos tortuosos de la Antípoda Oscura y comprendió que no podría regresar a Menzoberranzan, aun en el caso de que hubiese estado en su mano decidirlo. Pero tampoco podía quedarse en la superficie con los orcos.
—Gerti —decidió tras considerar el curso que debía seguir durante gran parte del día, sentado en la misma peña en la que habían combatido Obould y Drizzt. Si conseguía llegar al Brillalbo tal vez encontraría aliados y quizá un refugio.
Pero eso sólo ocurriría si conseguía llegar. Se levantó y empezó a descender por la trocha hacia terreno más bajo, al abrigo del viento y de los ojos de los numerosos espías de Obould. Encontró una vereda en una cota más baja y siguió por ella en dirección norte.
¡No me abandones!, oyó, y se paró.
No, en realidad no lo había oído; más bien lo había sentido en lo más hondo de su mente. Despierta su curiosidad, el drow miró en derredor a la par que sintonizaba sus sentidos con el entorno.
Aquí. A tu izquierda. Cerca de la piedra.
Siguiendo las instrucciones, Tos’un llegó en seguida hasta la fuente de donde procedían y sonrió por primera vez desde hacia muchos días cuando levantó en sus manos una espada fabulosa.
Bien hallado, transmitió Khazid’hea…
—Ya lo creo —dijo Tos’un mientras comprobaba el extraordinario equilibrio del arma y reparaba en la cuchilla increíblemente afilada.
Miró de nuevo el punto donde había encontrado la espada y advirtió que acababa de extraerla de una juntura de la armadura, supuestamente impenetrable, de Obould.
—Ya lo creo… —repitió a la par que pensaba que tal vez toda su aventura no había sido en vano.
Tampoco Khazid’hea tenía motivo para protestar, porque no le costó mucho tiempo a la espada darse cuenta de que por fin no sólo había encontrado a un digno portador, sino a uno de su mismo parecer.
En una mañana clara y fría, Drizzt e Innovindil partieron de Mithril Hall en dirección sudoeste. Planeaban pasar por Nesme para ver cómo progresaba la fortificación de la ciudad y luego cruzar al norte de los Pantanos de los Trolls, a la ciudad de Longsadle, hogar de la afamada familia de hechiceros, los Harpell. Aliados de Bruenor desde hacía mucho tiempo, los Harpell se unirían a la batalla, sin duda, cuando la lucha se reanudara. Y Bruenor estaba tan desesperado por encontrar aliados —cualesquiera aliados— que aceptaría de buen grado incluso la ayuda de los excéntricos hechiceros que se hacían saltar por el aire los unos a los otros con tanta frecuencia como a los enemigos.
Drizzt e Innovindil planeaban seguir una ruta que los llevara más o menos en dirección sudoeste, hacia el mar, esperando que llegaran días en los que pudieran hacer que sus monturas aladas alzaran el vuelo. Entonces virarían al norte, con suerte justo cuando el invierno empezara a aflojar sus garras gélidas, y viajarían hacia el lugar donde estaba enterrada Ellifain.
Esa misma mañana, el transbordador realizó la difícil travesía por el helado Surbrin llevando a Wulfgar y a Cattibrie, dos amigos decididos a encontrar a la hija perdida del bárbaro.
Bruenor y Regis habían salido a despedir a las dos parejas y después habían regresado a los aposentos privados del rey enano para empezar a esbozar planes para el viaje de primavera.
—Gauntlgrym, Panza Redonda —recitaba sin cesar Bruenor.
Regis acabó por comprender que era la letanía del enano contra la desagradable verdad de la invasión de los orcos. La mera idea de que el reino de Flecha Oscura se extendiera hasta la misma puerta de su hogar le ponía muy nervioso a Bruenor.
Regis comprendió que era su forma de escapar de la realidad, su forma de hacer algo, cualquier cosa, para contrarrestarla.
El halfling no había visto a Bruenor tan animado y tan ansioso por ponerse en camino desde el viaje que los había conducido desde el Valle del Viento Helado hasta Mithril Hall hacía tantos años ya.
Y estarían todos, los cinco… Los seis, contando a Gwenhwyvar. A lo mejor Ivan y Pikel regresaban antes de primavera y los acompañaban en la aventura.
Bruenor estaba demasiado ocupado con sus mapas y sus listas de avituallamiento para prestar atención, de modo que no oyó nada cuando Regis masculló:
—Ji, ji, ji…