1 abril

Llamé por llamar, por niñez, por pasar el rato, por ver si de una puñetera vez se ponía la Faustina, pero que si quieres. Salió la voz de la vieja y ya, acobardado, pregunté por la vira y ella que sí, y yo que Lorenzo, y que mañana a las 8. Y ella que de acuerdo. Luego se me ha ocurrido que podía darle esquinazo. Tampoco estaría de más que la Faustina se fuera dando cuenta de con quién se gasta los cuartos.

2 abril

A las 6, la parienta se bajó al bingo y yo me quedé solo con la tele, dándole al mando a distancia. Cada quince segundos miraba el reloj. De que pasen las ocho se va a enterar de lo que vale un peine, me decía. Pero, a las menos diez, me levanté, cogí el dos y salí que perdía el culo. Me abrió la puerta en dos piezas la puta de ella. ¡Dichosa Faustina! Parece que no me conoce. Se las arranqué de dos envites y ni tiempo le di de llegar a la cama. Ella me puso a caldo, que era un arrebatoso, que la mujer necesita ponerse a punto, que si tal y que si cual. Me gibó su salida, la verdad. Así es que dejé sobre la camilla los dos billetes, le dije abur y levanté el vuelo.

La parienta había vuelto antes de tiempo y, al darle un beso, arrugó la nariz y salió con que tenía un olor, así, que olía a algo. Arrimaba la nariz y me olisqueaba, y cada vez que lo hacía el corazón se me paraba en el pecho. Y que si se podía saber dónde había andado, que qué olor más raro, y yo que con Melecio, que a ver dónde iba a andar. Pero, aunque lo echaba a barato, ella no cejaba y yo sacudía la cabeza para no pensar en las domingas de la Faustina y no darle una pista aunque sólo fuera por telepatía. En cuanto se largó me pegué una ducha y me mudé hasta de corbata. También gibaría que por una debilidad en treinta y un años, fuese a cagarla ahora.

3 abril

Subí un momento donde Melecio. Como de costumbre andaba dándole a la flauta. El jodio tiene sentimiento y dice cosas con ella. Es su único consuelo pues con la Amparo no se trata desde hace qué sé yo el tiempo y del chico mejor olvidarse. Le pedí sin tapujos que si la Anita le pregunta si estuve con él el día 2, le diga que sí, que por la tarde de 8 en adelante, que era cuestión de vida o muerte. No te habrás enredado con alguna capulina, ¿verdad?, me preguntó con una sonrisa más triste que la música de la flauta. Y yo que qué ideas tenía, y él que por si acaso, que hoy día únicamente los primos pagaban por eso, sin contar el sidazo que se puede uno agarrar si no toma las debidas precauciones.

Ya en la escalera me dijo que en «La maison del mueble», donde trabaja, no parecen ir bien las cosas y el personal anda alborotado.

4 abril

Amaneció lloviendo si Dios tenía qué y nos quedamos en casa. Don Tadeo me preguntó si quería conocer las primicias de su nuevo libro. El tipo éste ya no sabe qué inventar para dar el coñazo. Me encogí de hombros y allí mismo, en el despacho, se puso a leerme una detrás de otra, más de cincuenta poesías. ¡Había que verle despacio! Manoteaba como si le hubiera dado el baile San Vito y hubo un momento en que se acaloró, le subió el flujo a la cabeza y creí que se caía redondo. Pero no. Fue bajando la voz hasta que dejó de oírsele, cerró los ojos y entonces pensé que iba a echarse a llorar. Pero tampoco. Con un poeta leyendo sus versos uno nunca sabe por qué registro va a salir. Pero lo peor es que llega un momento en que uno no escucha, sólo piensa en lo que debe decirle cuando termine. Por eso me giba que el patrón me lea versos a solas. Así que cuando levantó los ojos y me miró pensé decirle que todo estaba en orden, como antaño, pero me dije que ya era demasiado orden y podía cabrearse. Entonces le dije que de su poesía podía decirse cualquier cosa menos que fuera facilona, y él que si de veras lo creía así, y yo que por ese lado podía dormir tranquilo. Y en vista de que me miraba como un perro, como pidiendo un poco más, aparté el visillo y le dije que si quería que bajásemos al quiosco a por el ABC, que había dejado de llover y le iría bien un poco de ejercicio.

5 abril

Estuve con Melecio en lo de Muro a ver parcelas. Al llegar, el hombre se puso de recordatorios, y que hay que ver lo que habíamos furtiveado allí los dos, treinta años atrás. Que todavía se recordaba de la perdiz aquella que tropezó con el cable del tendido y se quebró un ala, y del zarapito que bajó de las nubes el año de la nieve. ¡La madre que le echó! Este Melecio tiene una memoria de elefante.

La parcelilla, con media docena de pinos y cuatro carrascas, se deja ver. Y andábamos así, mirándola, cuando me entró el apuro, tomé el portante y, sin encomendarme a Dios ni al diablo, me llegué a las oficinas, firmé unas letras, aflojé el bolso, y a otra cosa, mariposa. Ya soy propietario. Me quedé más ancho que largo pero Melecio, que es hombre cabal, se hacía de cruces y que compraba parcelas como quien compra cacahuetes. Traté de animarle para que se quedara con la vecina pero, lo que él dijo, para venir ¿con quién? Con la flauta, le dije entonces, por decir algo; aquí sonaría de maravilla. Pero él que la flauta era animal de interiores, que se acatarraba con el sereno. Me dejó parado como siempre que sale con esas peteneras.

6 abril

La parienta que si un día se pierde no la busque en El Sardón. La dije que más despacio, que si sabía la que podíamos armar allí el día de mi cumpleaños con un tocadiscos y un altavoz. Y ella que ése era otro tema, que podía haber empezado por ahí. De que terminó el culebrón me largué al Hogar a echar la partida, pero sólo estaba Melecio. ¡Dichoso Melecio! El vaina de él se puso otra vez de recordatorios y me ha revuelto el sentimiento. ¡Anda y que tampoco la hemos gozado el Melecio y yo con la caza! Ahora te dirán que el mundo ha cambiado. De acuerdo, pero la chicha que le sacábamos entonces a la vida no se la sacamos hoy. ¿Que entonces éramos más jóvenes? ¡Vale! Pero, por mucho que digan, ni el R-ll, ni la tele en color, ni, si me apuran, un pleno de 14, pueden compararse con el pelotazo de una perdiz en la ladera de la Sinova. Deportes del tercer mundo, digo yo ahora. ¡No te amuela! ¿Qué no daría por volver a sentir lo que sentía antaño cuando el domingo de madrugada sonaba el despertador? El bueno de Melecio me ha dejado cachifollado. Porque, en definitiva, lo que yo voy a buscar a la parcela es aquel olor a tomillo y espliego que no he vuelto a sentir desde que colgué la escopeta.

7 abril

Hoy cayeron cuatro gotas, las primeras aguarradillas, y don Tadeo y yo nos metimos en la pajarera del Medellín a tomar el vermú. Se lustró los zapatos y conforme el limpia le hurgaba en los pies a él se le reviraba el ojo derecho. A la tarde subí un rato a la parcela. Llevé una banqueta sólo por el placer de sentarme en ella, mirar alrededor y decirme: Esto es mío.

Con cuatro palos estaqué la chabola: ocho metros cuadrados. Un cacho cocina y dos literas. De momento nada más. Si Melecio me echase una mano para el sábado podría estar lista.

8 abril

Amaneció un día azul y soleado. Me llegué al parque con don Tadeo, a la Fuente de Venus como de costumbre. Los chaveas andaban allí sofocados, enredando, y cada vez que querían hacer pipí se llegaban al seto, orilla del banco. Don Tadeo no les quitaba ojo. Con razón dice en las entrevistas que los niños son la sal de la vida. De regreso, por la forma de amasarme el bíceps, noté que estaba alterado.

9 abril

A veces me pregunto si este diario tendrá algún interés para alguien o sólo va a servir para desahogarme yo. El panoli de Melecio, que fue quien me metió en cantares, ahora recula y que si me vale para pasar el rato ya me puedo dar con un canto en los dientes. Él dice que no cree que el señor Piera sea un sursuncorda y que el hecho de que, de higos a brevas, se descuelgue a verle un profesor de Illinois tampoco quiere decir nada. Le hice ver que he convivido más de veinte años con catedráticos y me consta que por conseguir un buen trabajo serían capaces de vender su alma al diablo. Aguardaremos a ver qué pasa.

Al marchar, me dijo que en la fábrica todavía no han cobrado el mes de marzo. Le pregunté por qué no llevaban a don Eleno al juez de guardia, y él que en estos asuntos hay que andarse con pies de plomo y no se puede matar, así como así, la gallina de los huevos de oro. ¡A mí me podían venir con esas!

10 abril

A don Tadeo le gusta el té más oscuro que el chocolate; lo aclara luego con una rodaja de limón y para quitarle aspereza lo endulza con cinco terrones de azúcar. Lo que dice doña Cuca, no es el té lo que le gusta a mi hermano, sino la limonada caliente. Un asunto que le sulfura es que los periódicos hablen sin dejarlo de la generación del 27. Cada vez que lee algo sobre el particular, me suelta la misma copla: Lorenzo, honradamente, ¿cree usted que la poesía se acabó en España con esa generación? Yo me encojo de hombros, a ver, qué voy a saber yo de esas cosas, pero cuando está con Toni se lían a discutir y no lo dejan. Sigue con la pichicharra de que el soneto es la disciplina del poeta y cada vez que vamos a leer poemas donde el Grupo Polifemo lleva alguno. El hombre la goza leyendo pero, al volver a casa, siempre me dice lo mismo, que si no asiste más a menudo a estas reuniones es porque cada poesía que lee, le supone tragarse diez engendros de los colegas. Bien mirado, a don Tadeo no le dice nada la poesía, ni la del 27 ni la del 90. Únicamente le gusta la suya; el resto de los poetas son paniaguados o tienen buena prensa.

11 abril

La chabolilla medra que da gusto verla. El Melecio se pinta solo para estos menesteres. Lo chocante es que unas manos tan trabajadas sean a la vez manos de artista. Al caer el sol cubrimos aguas. A la chimenea, que es alta como un varal, le coloqué un sombrerete elegante para que no humee con las nieblas. Mañana explanaremos la parte trasera para poder mover el esqueleto el próximo día 15.

13 abril

Hubo carta de la Sonia, si no me equivoco la primera desde que se fue. Algo pasa, le dije a la parienta al ver el remite. Luego la abrimos y que se casa, así, sin más explicaciones, con el maromo del pendiente para más señas, el día 23 a las diez de la mañana, en el juzgado de Palma. La parienta se puso brava, que eso era un bodorrio, y que no contásemos con ella, que eso y arrejuntarse era todo uno. Quise convencerla de que cada cual es cada cual, pero fue inútil. Lancé al Lorenzo un S.O.S. pero el muy cabrón reaccionó a la antigua, o sea se puso de la parte de ella y que las cosas se hacen bien o no se hacen y que para arrimarse sobraba el juez. Aquí todo dios tiene algo que decir, pero yo creo que una hija es una hija y, a fin de cuentas, mejor estará emparejada que corriendo calles todo el día de Dios.

14 abril

La parienta lleva dos días atarugada, los ojos rojos de tanto llorar. El señor Piera me preguntó hoy, sin venir a cuento, si no tenía un hijo crecidito para sustituirme en mis ausencias y lo que yo le dije, mi hijo ya es padre, don Tadeo, y tiene sus obligaciones; en cuanto a los nietos son demasiado chicos para aguantarle a usted. ¡No te amuela! ¡Un hijo iba a encomendarle yo a este capullo! Aproveché para decirle que precisamente los días 22, 23 y 24 no contara conmigo porque se me casaba una hija en Palma de Mallorca y no quería hacerle un feo. Él, que tenía suerte porque hoy día los jóvenes ya no se casan. Preferí candar el pico y no darle explicaciones.

A la tarde nos dimos un verde en la parcela. La chavala dijo que la fiesta de cumpleaños mejor de víspera y allá se fueron, recién comidos, Melecio, Partenio, Tochano, Acisclo y Ovejero, todos, excepto Melecio, con las señoras. Instalé el tocadiscos en la ventana con el altavoz en un pino y sonaba de cine. A las cinco nos pusimos de bailoteo pero, como yo era el anfitrión, la Anita sacó a bailar a Melecio y yo me quedé de non. Hacía fresco pero a la hora de la merienda, con la mesa bajo el toldo y el vaso a punto ni se notaba el relente. Al anochecer, ya un poco colocados, empezamos con las bromas y los cuentos verdes y nos dieron las tantas. De despedida, conforme había acordado con la parienta, les solté lo de la Sonia, o sea que se casaba, o sea que si no invitaba era porque la boda se celebraba en la más estricta intimidad por reciente luto del novio. Intenté hacerla ver a la Anita que estas cosas ya no cuelan pero ella dice que, cuelen o no, se queda más a gusto dando una explicación.

15 abril

Hoy cumplí años: 61, la edad crítica, como yo digo. La parienta, aunque no está de humor, me regaló un chaleco corinto de «Domenico Rocco». Hacía tiempo que le había echado el ojo y ella, aunque parece que no, se fija en todo. A las 11 me telefoneó el Lorenzo, que felicidades, jefe, y se puso la Sorayita, que felicidades yayo y un besito a la nana, y el Lorencín con la misma copla, y, apenas colgué, la Sonia, la que faltaba, que felicidades, tío, y que contaba con nosotros el día 23. Que no pensáramos mal del Terry por lo del pendiente, que era un tío con dos pelotas y muy buen rollo.

A mediodía, las señoritas me recibieron con el «cumpleaños feliz» y yo, acobardado, la verdad, que de dónde habían sacado que era mi día, y doña Asunción, la contable, que las indiscreciones del carné de identidad. Después pasamos al comedor y allí, en medio la mesa, un brazo de gitano con 61 velas y, al lado, tres camisas y tres corbatas a juego, de muy buen gusto. Se mire por donde se mire esta familia tiene detalles. A la legua se ve que es gente fina. Las camisas son también de «Domenico Rocco», azul pálido la una, cruda la otra y la tercera a rayitas menudas, para más vestir como yo digo. Las corbatas van a juego con todas ellas, lo que me hace pensar que no las han comprado al buen tuntún. En casa, la Anita me hizo probar las camisas, una por una, con el chaleco corinto y todas, hasta la azul, van con él que ni pintadas. Habrá que oír al Tochano cuando me vea.

18 abril

Estrené la camisa cruda y don Tadeo que parecía otro hombre. Luego, en el paseo, hizo un elogio de la camisa, una prenda, dijo, que sin ser la que más se ve, es, sin duda, la que más viste. A pesar de su amabilidad yo notaba en la bola que estaba nervioso. La echamos larga hasta el quiosco. El párpado lo tiene ya tan caído que para ver con ese ojo ha de levantar la cabeza.

19 abril

Reservé en Viajes Orbe una plaza para el avión de Mallorca del día 22. ¡Madre, qué precios! Ir hoy a Palma vale lo mismo que a Buenos Aires hace treinta años, que se dice pronto. En la puerta me tropecé con Ovejero, más contento que unas pascuas. Dice que si las cosas siguen como hasta ahora, en unos meses puede salir de pobre. Partenio y él quieren dejar la fruta y quedarse sólo con el pan, que es lo que da la peseta, pero el Justito, que ve crecer la hierba, que nones, que todo ayuda y que lo que urge ahora es subir el precio del pan porque los lechuguinos no los regalan. El tipo, como de costumbre, va a su cuento.

22 abril

No hice mal viaje aunque las alas del avión temblaban como una hoja. ¡Qué cosas! Luego, al tomar tierra, me dio un dolor de oídos que no podía parar. Se lo dije a la azafata, pero ella que no tenía por qué, que el aparato estaba climatizado. Lo que yo la dije, que los oídos no tenían que pedir permiso para doler. Pero cuando apareció la Sonia me olvidé de los oídos y me olvidé hasta de mi nombre. La gachí me pegó un abrazo de película. Después nos fuimos a su apartamento, pues ella y la Vanessa, su amiga, se han juntado en una habitación para dejarme la obra libre. Así, al primer vistazo, se me hace a mí que la Vanessa no es trigo limpio. Todo se la volvía decir que más que padre de la Sonia parecía hermano, que qué joven, y que por qué no nos íbamos los cuatro por ahí a armar «la farra de la víspera». Menos mal que la Sonia, muy en su sitio, se cerró a la banda. De modo que echamos unas siete y media y, al irme a la cama, le largué a la chavala un cheque por 50.000 chuchas, y si no la di cien fue por miedo a la parienta.

23 abril

Al parecer el Terry, el maromo de la Sonia, procede de Talavera de la Reina y es uno de esos tipos que se bastan y se sobran para montar un gaudeamus. La ceremonia del juzgado fue más bien sosa, pero cuando parecía que aquello no había quien lo levantara, nos fuimos al Oxford y allí se armó la de Dios. Para empezar, el padre de él, o sea don Perfecto, que es un tipo ocurrente, lanzó el espiche y pasó la bandeja. O sea, el regalo en metálico, montando a ser posible el importe de la comida, que eran cinco billetes, a fin de que «los chicos sacaran algo para empezar». Sin pensarlo dos veces solté siete mil del ala creyéndome un tipo rumboso cuando ni el invitado más cutre dejó menos de dos mil pavos en la bandeja. Me quedé pegado a la pared. Menos mal que, luego, los novios se metieron bajo la mesa, se quitaron las bragas y los calzoncillos, y los subastaron a pedazos. Solté diez mil calas por el primer cacho braga de la Sonia y me pegaron una ovación que ni Cagancho. Aquello, entonces, se empezó a animar, todos aflojaron la mosca y, al final, don Perfecto informó que quedaba en limpio un millón doscientas cuarenta mil pesetas en favor de la pareja. Otra ovación y, entonces, apareció la tarta nupcial en una especie de ovni, que me caigo que no me caigo, por encima de las mesas, y tan pronto se posó, el bueno del Terry, vestido de general, empezó a cortarla con el sable, en tanto la Sonia, de princesa, nos daba de beber champán en su zapato. Fue una juerga. Y para acabar la farra, la Sonia, que andaba puesta, rompió un botijo de un garrotazo y salió corriendo un conejo y todas las solteras tras él, pues es cosa sabida que la que le atrapa se casa antes del año. Fue una buena zambra pero, en cuanto se largaron los novios, me entró la morriña y de no ser por mi consuegro me hubiera retirado a dormir. Pero don Perfecto y su señora, muy atentos, copa aquí, copa allá, que hay que ver los lugares de esparcimiento que tiene esta capital, y que beba usted, compadre, que un día es un día, total que acabamos en su hotel, en un concurso de eructos, y riéndonos las muelas. Si he de decir mi verdad, ni sé dónde dormí, pero me desperté en el Arenal en casa de un tal Bartomeu, un gicho alto, con jeta de estreñido, que me llevó al aeropuerto en un dos por tres sin decir palabra. A pesar de que descabecé una siesta en el avión, al aterrizar seguía con la resaca y una sensación rara como que entre don Perfecto, el Bartomeu ese de los cojones y el desgraciado del Terry me habían birlado a la Sonia.

24 abril

La parienta como si llegara del bingo: Hola. Hola. Empecé a contarle de la boda pero ni caso, como si no fuera con ella. En vista del éxito candé el pico y nos pasamos la tarde mirándonos el uno al otro sin decir palabra. Viendo la cara de acelga de la Anita, cualquiera diría que el responsable de la boda he sido yo.

25 abril

Don Tadeo, muy atento, me preguntó por el viaje. Me había prometido no decir una palabra de la subasta de las bragas, ni de lo del ovni, ni de lo del conejo, pero, como puso cara, se lo conté todo de pe a pa. La fetén es que tenía ganas de hacerlo. Me quedé más ancho que largo aunque a él no parecieron interesarle demasiado estos pormenores.

27 abril

Allá en la isla me hice a la idea de que lo de la Faustina era cosa resuelta, pero la verdad de la buena es que la zorra de ella me lleva en el pico o, por mejor decir, no se me va del pensamiento. Es muy cierto eso de que tiran más dos tetas que dos carretas.

La parienta me preguntó esta noche si la Sonia pensaba tener familia. La dije mi verdad, que no entré en esos detalles, pero ella que para tanto como eso no necesitaba haberme ido tan lejos. Candé el pico por tener la fiesta en paz.

29 abril

A media tarde, como por juego, marqué el 206060. ¿La vira? Contestó la voz de la vieja. La dije que Lorenzo y que mañana a las 8. Después he pasado la tarde de chirinola, dándole al mando a distancia.

30 abril

La Faustina andaba hoy en celo. Hijas no sé las que tendrá pero caliente es un rato largo. El difunto Zacarías, que gloria haya, decía que el temperamento de una mujer dependía del tamaño de las domingas. O sea, a mayores domingas, más temperamento. Y bien mirado, es lógico que así sea. Pero entre que ella es cachonda de natural y yo un prisillas a los tres minutos de llegar la función había terminado. Le pregunté si no tenía un sitio más confortable donde reunimos y ella se echó a reír, que mejorar lo presente pondría la visita a cinco mil duros. La dije que olvidara lo dicho, que mal que bien con lo que había nos arreglábamos.