1 marzo

Como esperaba, a don Tadeo no le gustó mi traje: las solapas, dijo, esas solaponas, Lorenzo, ya no se ven por el mundo; parecen alas. Yo pienso que un buen terno no depende de las solapas, y así se lo planté. Pero él porfió que un buen traje era todo y que comparase mis solapas con las suyas. Le dije que sí, que de acuerdo, que las suyas eran más chicas que las mías, pero que eso no quería decir que fuesen más elegantes. El señor Piera no quiso seguirme por ese camino pero se mosqueó, se negó a salir de casa y pasamos la mañana en la biblioteca ordenando libros. Al acabar, pedí ir al water a lavarme las manos y doña Cuca me llevó al de la Prisca. De regreso, el patrón y su hermana andaban de cuchicheos, y, al verme, él desapareció y doña Heroína me rogó que no fuera tan testarudo, que si por una americana iba a perder la casa es que la tenía en muy poco aprecio. Le recordé que la ropa no entró en las condiciones y ella que de acuerdo, pero el hecho de que a su hermano le guste que vaya bien arreglado es una deferencia que debería agradecer. En estas andábamos cuando se presentó doña Cuca piando como un pajarito: Lorenzo, Lorenzo, no me diga que por una tontería así nos va usted a dejar. Total que doña Heroína volvió con una americana príncipe de Gales, que, la verdad sea dicha, me caía como un guante, y acabé dejándome convencer. La chavala se quedó embobada al verme, que menuda percha, que menudo porte, que para modelo no tenía precio. Y lo cierto es que más discreta que el abrigo ya es y, después de todo, si siempre me dio por la ropa, ¡a santo de qué hacerle ascos ahora a una americana de buen corte!

2 marzo

Don Tadeo cojeaba un poco esta mañana de la pierna derecha, la buena, y fui y se lo dije. Me contó que tenía la piel demasiado seca y le había salido una grieta en el talón, lo que quiere decir que la gente fina no suda. Bien mirado, no conozco a nadie de cierta categoría que use desodorante. Le pregunté si no trataba la grieta con algún remedio, y él que natural, que con un compuesto de vaselina y ácido salicílico y que, si no me importaba, al llegar a casa, podía hacerle una cura. ¡No te amuela! Esto de andarle en los pies a un prójimo no es un plato de gusto, la verdad. ¡Me gustaría oír a la Sonia ahora! Luego, cuando se descalzó en el gabinete, no me dio tanto reparo, pues nunca en la vida vi un pie más blanco y cuidado, con las uñas bien formadas, y sin una sola dureza. Pies de vuecencia, como yo digo. Al parecer la grieta del talón llega a la carne viva. Natural, por eso le manca. Le llené el hueco con pomada y le puse una tirita. Al terminar me mandó al water de servicio a lavarme las manos.

4 marzo

De regreso del paseo, le hice otra cura. Esto es una pejiguera y me empiezo a cansar. ¿Por qué no le curan sus hermanas? Tres son y, de seguro, ninguna le haría ascos a hurgarle en los pies. No es que a mí me repugne, pero tampoco fui contratado para menesteres tan bajos, las cosas como son.

6 marzo

Dimos por terminadas las curas. En la grieta se le ha formado una costrita y ni la siente. Lo que hace falta ahora es que dure.

7 marzo

Estos culebrones son historias de puta madre. ¡Menuda gozada! Al acabar el episodio de hoy, la chavala y yo nos miramos y los dos andábamos con la lágrima a punto. Y es que, a lo bobo, a lo bobo, estas películas, o lo que sean, te cuentan la verdad de la vida, con sus alegrías y sus tristezas. Con don Tadeo, sin embargo, ni me atrevo a comentarlo porque se pone de mala cueva. Un día le animé a verlos y me contestó de malas formas que por quién le había tomado, que la sensibilidad de un poeta no era compatible con esas historias de trazo grueso. Discutimos por lo del trazo, que a mí no me parecía tan grueso, pero entonces salió con lo de facilón, que para él es el insulto más grave. A lo mejor estos hombres de casa fina no pasan por estos trances por más que, ahora que me recuerdo, uno de los culebrones más famosos se titulaba «Los ricos también lloran». Ya en su casa, saqué la conversación con la señorita Cuca y reconoció que ellas también habían llorado la víspera y que su mismo hermano, con lo hombre que es, que es muy entero y así, apenas podía abrir la boca de emoción. Con todo el morro le pregunté entonces si es que don Tadeo veía los culebrones, y ella que faltaría más, que no se perdía uno, que le gustaban tanto que hasta tenían orden de despertarlo si doña Adelaida le sorprendía dando la cabezada. ¡Toma del frasco, Carrasco!

8 marzo

En el color del sol ya se conoce la primavera. Don Tadeo y yo anduvimos en el parque, sentados en un banco, viendo jugar a unas chavalas. Al final, se le acercó una con un cuaderno en la mano, y le preguntó si era el señor Piera y que si le importaba echarle una firma. La criaturita no tendría arriba de ocho años y me hizo gracia la ocurrencia. El señor Piera la sentó en el banco, puso el papel sobre su muslito y con la mano medio impedida la pellizcaba mientras firmaba con la otra. Al acabar dijo que le había salido mal, arrancó la hoja, puso la palma de la mano izquierda sobre el muslo de la niña y repitió la operación. Luego la preguntó cómo se llamaba. La niña dijo que Sonsoles y no hacía más que mirar hacia el banco donde la aguardaba su mamá. Bueno, Sonsoles, dijo el señor Piera, ya somos amigos y espero que cuando me veas por la calle vengas a saludarme. ¿Me das un besito? La niña le besó y él la besó a ella dos veces. Luego le dio unos azotitos en el culo y le dijo que a correr, pero durante un rato estuvo nervioso, babeando y temblándole el labio de abajo. Al levantarnos, quise olvidarme del tema y echarlo a barato pero no pude. Ya en casa, la parienta me salió con que, en estas cosas del sexo, los hombres siempre pensamos mal con lo poco que cuesta pensar bien de un semejante.

12 marzo

Telefoneó el Lorencín invitándonos a Zamora, a una tirada de pichón. Y allá nos fuimos la nana y yo por no desairarle, más que nada por dar un garbeo y ver a los nietos. El jodio sabe presentarse. Con una cazadora de ante, un güito con una pluma de faisán en la cinta y un pantalón de pana de raya ancha, queda un poco culón pero talmente parece un banquero. Claro que banquero es pero ahora me refería al amo del banco. Esto del pichón es lo único que le ha quedado de mi afición a la caza. El dice que lo de subir laderas está bien para los pobres. El vaina coge los puntos rápido y, a última hora, con veintiséis pájaros se llevó la copa y el sobre. ¡Treinta mil del ala, que no está mal!

En casa encontramos la invitación del Partenio para celebrar la apertura de la tienda. Como me había anunciado, será el día 19 en el Don Sebastián. Eso es hacer las cosas bien y lo demás son cuentos.

16 marzo

El jefe andaba de los nervios esta mañana y nos mudamos tres veces de banco. Al fin caímos en uno de la Fuente de Venus donde había una partida de chavales jugando al escondite. Don Tadeo no les quitaba ojo y, de repente, me preguntó si me había fijado en el rubito de la camiseta de Pensilvania, que era tan hermoso que más parecía una muchacha. Le respondí que él siempre con sus cosas, y él que, como poeta, estaba obligado a apreciar la belleza donde quiera que se manifestase. Entonces, por decir algo, le pregunté si es que preparaba otro libro y él me salió con que él escribía poemas sin dejarlo y que los libros se preparaban solos. Luego me preguntó qué me parecía este título: Melodía, mediodía y yo le contesté lealmente que un juego de palabras, y él, entonces, que eso precisamente era la poesía, un juego de palabras. Pero lo dijo con un tonillo como si en lugar de hablar conmigo lo estuviera haciendo con don John.

19 marzo

¡Vaya cacho fiesta! Los panaderos no lloraron la munición, ésta es la derecha. Para empezar reservaron dos salas en el Don Sebastián, el sitio donde mejor sirven las bodas y las Primeras Comuniones en cien kilómetros a la redonda. Y, echando por lo bajo, ya nos juntaríamos allí más de doscientas almas, que se dice pronto. Y oído al parche: entre el personal de la capital y los paletos de Castrillo no hubo diferencias. Tras las primeras copas, ya estábamos bailando mezclados tan ricamente. Aquí de racismo nada, como yo digo. Me chocó el recibimiento de una tal Encarna, una tía con unos ojos caídos, de perdiguero de Burgos, más tristes que la luna, que, a su decir, se recordaba de la chavala cuando despachaba churros donde su padre y que qué linda su carita entonces, que talmente parecía de porcelana. Y tan buena boca le echó al discurso que a la Anita la entró por el ojo derecho y por una vez y, sin que sirva de precedente, se puso de palique y le dio cantonada al baile. Yo estuve un rato con Partenio y Ovejero, comentando la cantidad de personal, que el Arcadio decía que de Castrillo había bajado el pueblo entero. Y, a juzgar por los grupos, no debía andar descaminado. Pero, en una de estas, me fijé en una rubia, metida en carnes, que no me quitaba ojo. La asalté al baile siguiente y le hice saber lo que es un tango. Chico, hablas con los pies, me dijo, y yo la ceñía y bajaba un poco la mano por la espalda y ella ni mus. O sea, tragaba. Es lo que pasa hoy con las chavalas. Antaño, yo me recuerdo, la que más y la que menos te salía con aquello de las manos quietas y se acabó la función. O sea, no se dejaban. Pero hoy es otra cosa. La rubia me contó que se llamaba Faustina, nacida y criada en Castrillo, su padre compadre del Justo Redondo, el viejo. Tenía la mirada clara y las carnes macizas, sobre todo la espetera, y se restregaba a modo. Después de cuatro bailes, con dos copas encima, se lo dije, o sea le dije que si, fuera aparte el pan lechuguino y la Faustina Arranz, había algún otro monumento en Castrillo que mereciera la pena, y ella, que la ermita. Al cabo, me dijo que era separada, con dos crías, pero que ya se sabe, que donde entra un hombre deja la puerta abierta. ¿Qué te parece? Nunca se me dio tan fácil una mujer y, ya en plan conquista, le pregunté si el lunar de la mejilla izquierda se comía solo o con mayonesa y ella, con todo el morro, que a gusto del consumidor. Aproveché para llevarla a un rincón, y tirarla un bocado. ¡Ojo, tú, me has lastimado!, me dijo. La pregunté si a estas alturas le asustaban los hombres y ella que ni por pienso, que tenía una relación sentimental con un pívot de baloncesto de dos metros con tres para que me fuera haciendo una idea. Por precaución, miraba de vez en cuando a la parienta que seguía de palique con la dichosa Encarna. Más vale así, porque si me ve en plan conquistador es muy capaz de sacarme los ojos. Ya en el terreno picante, le dije a la Faustina si el pívot cabía en la cama y ella, en chunga, que cuando quería estirarse le ponía un suplemento. Entonces la pregunté si para pasar un rato juntos no había otro remedio que coger el dos y llegarse hasta Castrillo, pero ella entonces, que no lo pusiera tan difícil, que bastaba con retener en la cabeza el número 206060, o sea más fácil imposible. Le pregunté que si llamaba a ese número respondería ella pero la tía se la sabía entera, que tranquilo, que antes preguntara por la vira y, tan pronto le contestasen, añadiera: Lorenzo, y pidiera hora, siempre después de las 8. A lo bobo, a lo bobo, la tía me iba engatusando y cada vez que la bailaba, me metía pierna. Le pregunté si esa vira era ella, y ella que qué tontería, que era la contraseña; una manera de deshacerse de los patosos. Entonces la dije que, si iba a verla, pondría en la cama el suplemento, y ella que dependía, que los había calcillas pero nerviosos que necesitaban más cama que un hombre grande. En estas se presentó la parienta sin previo aviso. De entrada se me encogió el ombligo pero ella no andaba al loro y que si la estaba permitido echar un baile con un jubilado. La ceñí a modo pero es carne enteriza ya la de la Anita; no es la Faustina ni de lejos. Así y todo nos marcamos un tango con tanto sentimiento que nos fueron haciendo corro en la pista y, al final, nos pegaron una ovación que ni Cagancho. El que tuvo, retuvo. Al marchar, la Faustina me dio un beso en cada cachete y me envió una sonrisa que no sé, no sé. La tía tiene un kilo de más en cada dominga pero está como un tren.

20 marzo

Hice cola donde Partenio para llevarme dos lechuguinos y le felicité por la fiesta. Me confesó que todavía andaba con la resaca. Le dije que a este paso harían quebrar a la Panificadora S. A., y el gicho que ése era su objetivo, que hoy día el personal está de mecanización hasta el gorro y vuelve a los hornos de ramera. La verdad de la buena es que ahora priva el capricho, como yo digo. No se trata solamente de comer de lo bueno, sino de lo bueno, lo mejor. Ya metidos en harina le pregunté por la Faustina, y el cipote que a qué Faustina me refería, y yo que a la de Castrillo, la rubia, con mucho desparpajo ella, y una espetera que se va del mundo; el padre, dije, compadre de Justo Redondo para más señas, ¿es que no caes? Pues no caigo, Lorenzo, majo, lo siento, me dijo. Aguarda a que se me pase la pea y entonces a lo mejor me recuerdo.

21 marzo

Estuvimos en Medina del Alcor viendo una residencia. Es económica pero se puede dar plata por no estar dentro. ¡Jodo, la cochambre! Luego, para quitarme el mal sabor de boca, agarramos el R-l1 y nos llegamos a lo de Muro, a ver parcelas. Hay allí cada cacho chalé que quita el hipo. Ya le advertí a la chavala que lo nuestro, en el mejor de los casos, un terrenito con una chabolilla y se acabó, pero ella se puso borde y que a qué ton ese gasto, que hablara primero con mi sobrino José Antonio, que sabe dónde le aprieta el zapato. Si hace cuarenta años alguien me hubiera dicho que un hijo de mi hermana Modes y del borracho de Serafín iba a ser mi consejero me hubiera caído del susto.

22 marzo

Mi sobrino no ve con buenos ojos lo de la parcela. O sea, si usted, tío, puede pagar la mitad ahora y para junio la otra mitad, vale, me dijo; en tres meses lo liquida y en paz, pero meterse en un crédito largo por capricho, no se lo aconsejo. Bien mirado, tampoco es el acabóse. Comprar una parcela a plazos es, más o menos, como comprar un televisor. No nos vamos a arruinar por eso. A fin de cuentas, todo lo que hay en casa, del piso al microondas, a plazos lo hemos comprado. ¿Qué razón hay para no seguir haciéndolo? Después de marearme en el dichoso sillón articulado, no saqué nada en limpio, de si sí o si no. Este José Antonio será todo lo ocurrente que se quiera, pero es corto de genio, le falta una primavera, como yo digo. A la parienta ni pío, o sea que lo del terreno le había parecido bien, de forma que cualquier día me paso por lo de

Muro, me merco una parcela y al que no le guste que tire de la cadena.

23 marzo

Al ir a arrodillarse durante la Elevación, el patrón agarró hoy una liebre disforme. El capullo llevaba meses con esa pichicharra. No quiere darse cuenta de que, con su impedimenta, bastante hace con aguantar sentado. Pues no señor, de rodillas. Y lo peor es que no avisa. Se dejó resbalar del banco a lo zorro, perdió el equilibrio y se cayó encima de la señora de las pieles. Si no llego a ser zurdo se pega una costalada de película. La tía tenía malas cosquillas, pero, de grado o por fuerza, amortiguó el golpe. Luego, en el atrio, yo no sé qué mosca le picó al patrón, y que por qué no íbamos al polideportivo a ver el partido de balonmano. El tío estaba en sus glorias. Le pregunté que si sabía acaso lo que era el balonmano, y él que cómo no, que era un deporte plástico y que necesitaba metáforas para su nuevo libro. Le pregunté si pensaba encontrarlas en el polideportivo, y él que lo bello siempre fecunda, que un escorzo puede ser tan hermoso como una melodía. Le dije que lo que él mandase, que el coche estaba a la vuelta, pero, al llegar donde él, me habían calcado una multa, por dejarlo en zona azul. Don Tadeo, de que vio el papel, tan caballero, que eso sí que no, que esos imprevistos había que incluirlos en la minuta de fin de mes, que yo no tenía por qué cargar con ellos en las horas de servicio.

En el polideportivo, pasamos el rato. El bueno de don Tadeo, entusiasmado, que me fijase en la línea del cuerpo del número 4 cada vez que brincaba y amagaba, que qué ritmo, que qué cadencia. El tío la cogió modorra y no sabía salir de ahí. Ya, a la tercera vez, le dije lealmente que, más o menos, como en el fútbol, que no creyera que esos brincos fueran nada del otro jueves. Pero él no dio su brazo a torcer y volvió a lo de la línea del cuerpo cada vez que el 4 saltaba y amagaba. Y como a cada minuto el muchacho estaba saltando y amagando, pues don Tadeo feliz: que si me daba cuenta, que me fijase, que una belleza plástica increíble. Yo no sé si este hombre tenía esta tarde una copa de más o está perdiendo la chaveta. Primero el batacazo y luego esto.

24 marzo

Doña Asunción me pagó este mediodía la mensualidad: 63.500 líquidas. A lo bobo, a lo bobo, esto se ha puesto en una cifra de respeto. Hablando en plata, es un chollito de los de aquí te aguardo. Doña Asunción, que es mujer de pocas palabras, me anunció que, por orden de su hermano, me pagaría todos los meses 5.000 cucas para imprevistos. Me miraba todo el tiempo y entonces la aclaré que, en buena parte, los imprevistos eran las multas del coche pero nada dije de que estuviese por pagar la primera. La novedad, me dijo luego, es que este mes cobra usted de la razón social Hijos de don Edmundo Piera y la factura lleva el nombre y el sello de la empresa. Le agradecí el detalle. Imagino que para la Sonia y el Lorenzo ésta será una buena noticia. O, a lo mejor, no. ¿Qui lo sa?

25 marzo

Hoy llegó Toni y don Tadeo no cabía en su pellejo. Le pasó el brazo por los hombros como si se le quisiera apropiar. Toni le dijo que en el País Vasco no se notaba mucho la crisis y que mientras hubiera mujeres habría fornituras. De nuevo me sonó mal esa palabra, con mayor razón referido a las mujeres, pero don Tadeo como si no fuera con él. Toni nos acompañó al parque y yo le cedí el brazo del señor Piera pues se ve a la legua que don Tadeo lo agradece. Al llegar a la Fuente de Venus, el patrón me mandó por el periódico y, de regreso, los encontré embobados mirando jugar al fútbol a los chavales del otro día. Don Tadeo porfió que el rubito de la camiseta de Pensilvania era una medalla, y Toni que sí que verdaderamente. En estas, el chavea se vino orilla del banco, se levantó la pernera, sacó la pilila y se puso a orinar. Tenía el miembro recogido como casi todos los chavales, pero don Tadeo comentó que poca carrera iba a hacer con esa verguita tan chica. Toni miraba embobado al niño y, en vista de que no hablaba, tercié yo que tampoco se fiasen demasiado, que esas cosas son elásticas, que la verga de Tomasito, un amigo mío, que gloria haya, no medía en reposo ni cinco centímetros y, en cambio, metido en faena sobrepasaba con holgura los treinta. Al patrón debió de caerle mal mi comentario porque ni me miró a la cara siquiera.

De regreso, don Tadeo rogó al Toni que menudeara sus visitas, y Toni que si ése era su gusto procuraría venir todos los meses, y que si, por un casual, había hablado ya con el joyero De Blas. Don Tadeo que no, aunque estaba en ello, pero que tal vez sería preferible pedir la baja por larga enfermedad, por lo de la úlcera, y quedarse aquí para los restos. Se miraban a los ojos y yo iba como de non, de convoyante como suele decirse. Pero Toni no dijo que sí ni que no, y, al llegar a casa, doña Cuca, que aún no le había visto, le plantó un par de besos, y le dijo que tenía la habitación preparada. Le pregunté si es que el Toni paraba allí y ella que de siempre, que Toni era como un hijo para su hermano y un viejo amigo de toda la familia.

Le conté a la parienta de pe a pa lo ocurrido, y ella, que a santo de qué iba a pensar mal porque Toni parase donde don Tadeo, y yo que peor aún era lo de la pilila del chaval rubio, y ella que, entre hombres, un comentario así no tenía importancia, y yo que lo de quitarle de trabajar al Toni ¿qué?, y ella que natural si le tiene adoptado como hijo, y ya, harto, se lo dije, o sea que don Tadeo era un sarasa como la copa de un pino, que no había peor ciego que el que no quiere ver.

26 marzo

Estuvimos de paseo con Toni, y yo volví a cederle el brazo de don Tadeo. Pero en la Fuente de Venus los chaveas no aparecieron hoy ni vivos ni muertos. Los buscamos por todo el parque, pero no dimos con ellos. El Toni y don Tadeo aludieron varias veces al muchachito rubio, pero yo me hice el soca y ni me di por enterado. Esto de ir de convoyante, con una chaqueta príncipe de Gales y sin una tarea que lo justifique, es un poco desairado, la verdad. Mañana, a Dios gracias, se larga este capullo con sus fornituras. Al decir de don Tadeo, por última vez porque lo de su baja por enfermedad ya está en vías de solución.

27 marzo

Me desperté con los ojos azules de la Faustina clavados en la sesera y con la sensación de sus pechos en el costillar. Para mí que he soñado con ella. Bien mirado, la tía es más puta que las gallinas pero está que lo tira. Bajé por unas quinielas para distraerme pero la dichosa Faustina no se me va del pensamiento.

28 marzo

Sigo obsesionado con la Faustina. Al caer el sol la Anita se bajó al bingo y entonces se me vino a las mientes el número del teléfono, 206060, que verdaderamente no tiene pierde. A las siete, me dije, voy a marcar el número sólo por ver si se pone ella. Le dejé dar tres timbradas y colgué, pero el jodio corazón se me puso al galope. ¡También gibaría que me diese el telele por una chorrada así! A los cinco minutos volví a llamar. Alguien descolgó y, antes de que hablara, dije, como por juego, que si la vira y una voz cascada que sí, y yo que Lorenzo, a las 9, y ella que de acuerdo, y que ya sabía las señas, Morería 11. Salí de casa a escape. La Morería es bocacalle de Ferrocarril y, aparte de sucia, está mal iluminada. Me puse a mirar los números, y precisamente el 11 es una trasera de dos portones, con una puerta pequeña en uno de ellos y un llamador. Pegué dos golpes que tembló el misterio y me abrió una vieja de dos mil años. Me dijo que pasara y volvió a trancar. No era una casa sino el callejón de salida de una serrería, y una vagoneta llena de tablas estaba en los raíles orilla un pequeño muelle. Frente por frente estaba la chabola, una casa molinera, con dos tiestos en la ventana, una puerta y una bombilla encima. La vieja dijo que llamara ahí y ella se largó callejón arriba, siguiendo la vía de la vagoneta. Di una timbrada y apareció la Faustina riendo, que tampoco había esperado mucho, que se alegraba de verme. Tenía puesta una bata azul, cerró la puerta y se volvió de espalda. Reconozco que para estas cosas nunca he sido muy cumplido, así es que le di la vuelta, le abrí la bata y le pegué cuatro achuchones de ordago mientras ella me llamaba arrebatoso, y qué sé yo qué más. Cuando la cogí en brazos los dos melones se cimbreaban a modo y ella se reía y voceaba que se iba a caer, pero yo me la llevé a la cama y a otra cosa, mariposa. Todavía resollando le pregunté que qué tal, y ella, que bien, aunque no muy convencida, y yo que si mejor que con el pívot, y ella que me desengañase que, por mucho que me esmere, un pívot siempre será un hombre y medio. De repente me entró como la pena, o sea me dio por pensar en la parienta; en que en treinta años largos nunca le había faltado y empecé a notar como un remusguillo dentro. De vuelta al saloncito, le confesé a la Faustina que bien creí que me estaba acabando como hombre pero con estos temas del sexo nada como cambiar de jaca.

Ella salió entonces con que eran dos mil duros y la voluntad y lo que yo la dije, ingenuamente, que si cobraba. Ella, que a ver qué iba a hacer, que en casa había dos bocas aguardando y no conocía otro oficio. Así que la di dos billetes y la pregunté si al pívot le llevaba lo mismo, y ella que igual pero le fiaba. En estas se ahuecó la bata, me metió pierna y que si creía que los valía, pero antes de que me encendiera y me calcara otros dos billetes tomé el portante y me largué.

Ya en casa no me atreví a mirar a la parienta. Afortunadamente había ganado unas pelas en el bingo y estaba en otra cosa. Lo malo fue al acostarnos. Me dio por pensar que si apoyaba la cabeza en la almohada lo mismo la transmitía el pensamiento de la Faustina, y fui y la quité y recosté la chola sobre el jergón. A ver si en esta postura no roncas, dijo la chavala esperanzada.

29 marzo

Volví a apartar la almohada para acostarme. Cada vez me da más canguis que la chavala se huela algo. ¿Qué diría si se enterara? Mejor no pensarlo. Desde joven fue muy suya la Anita. Bastaba con que mirase a otra mujer para que se la llevaran los demonios. Así que despacito y buena letra. Con no volver donde la otra, tema resuelto.

30 marzo

Sigo con la pichicharra de la almohada. La idea de que si recuesto la cabeza en ella voy a trasmitirla el pensamiento de la Faustina me acobarda cada vez más. Hoy le dije a la parienta que por qué no poníamos dos almohadas pequeñas en lugar de una grande, y ella que si ahora salía con esas, y yo que prefiero una de lana a medio llenar que ésta de gomaespuma, prieta como una salchicha. Pero ella, que ya andaba traspuesta, que estaba bien, que lo dejara, que mañana sería otro día.

31 marzo

Al fin estrenamos almohadas. Primer día que duermo a pierna suelta desde hace qué sé yo el tiempo. Lo malo es que también la nueva almohada, precisamente por ser nueva, me trae el pensamiento de la Faustina. Razón le sobra al Tochano cuando dice que tiran más dos tetas que dos carretas. Lo mismo llamo mañana a la vieja, aunque se pone uno a echar cuentas y el presupuesto no da para tanto.