Partenio se salió con la suya. Nada de senos para el pan y vasares para la fruta. Senos para todo. Eso sí, alicatados con baldosín blanco, de modo que cuando uno entra en la tienda no se le ocurre decir que está bonita, sino que está limpia, como debe ser. Con las cosas de comer no se juega. Pasé por allí antes de recoger al señor Piera y me cayó en gracia. La fruta la baja Arcadio del Mercado Central y no llama la atención ni por buena ni por mala, pero los lechuguinos de cuatro canteros son un monumento al trigo castellano. ¡Menudo pan! Le felicité al Partenio aunque no estaba para nada. Los clientes se rifaban el género y, en lo que yo anduve allí, despachó más de docena y media de piezas. Parece ser que Justo Redondo, el panadero de Castrillo, o sea, el hijo, se los baja con la furgoneta antes de que amanezca. El negocio está bien traído y lo cierto es que con ocho kilitos han hecho milagros. Para San José, el santo de Pepita, la señora de Partenio, quieren inaugurarlo en el Don Sebastián con una fiesta por todo lo alto.
13 febrero
Acompañé a misa al señor Piera. El fantasmón de él no mejora. Yo le digo que sí pero no es cierto. Antes que una mentira lo que hago es una obra de caridad. Al quiosco no llegamos nunca en menos de diecisiete minutos. Pero el día que le coge el carro podemos echarle tranquilamente los veinte. Hoy me vino a la cabeza preguntarle por qué no jugaba a las quinielas. Bien mirado, que juegue o que no juegue me la trae floja, pero él me contestó que no creía en el azar, ni le gustaba el fútbol. Dos buenas razones para que le toquen, le dije yo. Pero él que pobre de aquel país cuyas mayores aspiraciones fuesen las quinielas y el cuponazo. ¡Manda cojones! El cipote tira con bala.
16 febrero
El patrón andaba esta mañana de mal café. Dice que no se explica que ayer le salieran bien las cosas y hoy no, cuando en apariencia nada ha cambiado. Le dije que no se fiara, que yo de joven me dejé el bigote y del lado derecho arrancaba recio pero del izquierdo no hacía vida. Él me salió entonces con que qué tenía que ver el culo con las témporas y yo, como si no le hubiera oído, que en invierno el bigote se helaba como un geranio y no me quedó otro remedio que cortarlo. De vuelta a casa me pidió que a las ocho le llevara al Ateneo que un conocido suyo, don Rufo Peralta, daba una conferencia. De modo que, a las menos cuarto, nos cogimos el Renaúl y a las menos cinco en el Ateneo. El tal don Rufo se armó un taco regular, con que si el novelista era un inventor de mentiras, y mientras inventaba vidas de mentira no vivía la suya que era de verdad. Bien mirado, no dijo más. El señor Piera le aplaudió a rabiar, pero cuando se acercó a la tarima a saludarle el tal don Rufo ni le reconoció. El jefe se quedó cortado. Luego, ya en el coche, me dijo que el dichoso conferenciante era un marmolillo, que toda su vida había sido un marmolillo que se creía un clásico y no era más que un buñolero.
17 febrero
Don Tadeo andaba hoy un poco resfriado y le aguardé en el despacho fisgando papeles. A las doce y media se presentó doña Cuca, que no pega ni sello, con un álbum de fotografías. Con su vocecita de pito me confesó que nunca tuvo novio porque siempre estuvo enamorada de su hermano, en plan platónico, desde luego, pero sobre todo le gustaba en traje de campaña. Y para demostrarme lo guapo que estaba vestido de soldado me traía el álbum de la guerra. En estas entró don Tadeo y que qué guerra ni qué ocho cuartos, que durante cuarenta años estuvieron haciéndole creer que ellos habían sido los buenos de la película, y ahora venían a decirle que no, que habían sido los malos y que qué pensaba yo sobre el asunto. Lo que yo le dije, que a saber, que eso nunca se sabe, que para unos serían buenos y para otros malos, que, a fin de cuentas, ésa era la sal de la vida y que aviados estaríamos si todos fuéramos a pensar de la misma manera. De repente terció doña Cuca, me mostró una fotografía del señor Piera y que si yo creía que se podía ser malo con esa cara. A don Tadeo le subió la sangre a la cabeza pero candó el pico por no joder la marrana.
18 febrero
Pasé por el banco a echar un párrafo con José Antonio. Decididamente no me hago a la butaca articulada. Gira tan suavecito que en cuanto da media vuelta se me va la cabeza. Le dije mi verdad, que hoy todo dios habla de los milagros del dinero negro y que si no podríamos oscurecer un poco mis siete kilitos. El guaje la cogió al vuelo, que si iba de broma, o que si hablaba en serio, que el dinero negro, como los hombres negros, nace ya de esa condición, y el mío, todo el mundo lo sabía, procedía de mi jubilación anticipada. Le pregunté, entonces, si no podríamos aumentar una miaja el rédito y me respondió que podía darme por contento si no lo bajaban, que el Estado achucha sin piedad a los establecimientos de crédito y el momento no era bueno. Después me salió con que si tenía algo que ver con el señor Piera, que me había visto por la calle de su brazo y que ya era suerte conocer a un personaje semejante. Me finché como un pavo real y le dije que todos los días dábamos juntos un garbeo, que entre los dos existía una buena amistad. Entonces se puso a hablarme de él, de su categoría como poeta, de sus modales, de su modestia y no lo dejaba. Me recitó un verso de un tirón y, al acabar, dijo: Es del maestro. ¿Lo conocía usted por un casual, tío?
19 febrero
Al marchar a casa, doña Heroína me preguntó si no podría ir un rato por la tarde, que venían a ver a su hermano dos señores extranjeros y habría que servirles alguna bebida y a las 6, con toda seguridad, una tacita de té. Fui sincero y la confesé que me había negado a montar una churrería precisamente por no hacer de camarero pero ella, muy amable, que no comparase, que su casa no era un establecimiento público y que todo lo que hiciera esa tarde sería como amigo de su hermano y no como sirviente. Me doró tan bien la píldora que terminé por aceptar y, luego, no me pesó pues tanto don John como don Richard son dos auténticos señores. Don Tadeo me presentó como su secretario y ellos don Lorenzo por arriba y don Lorenzo por abajo, eso sí, no me apearon del tratamiento. Prisca les hizo un té a las seis y yo se lo serví, muy claro y sin azúcar, aguachirle, como yo digo. El don John está escribiendo un libro sobre el señor Piera y no hacía más que hacerle preguntas que mi patrón contestaba muy despacito, con la mano en la frente, pensando las cosas, como debe ser. Estuvo muy atento con ellos y únicamente me dejó pegado cuando les habló de lo de la lesión de la pierna y que por ese motivo había reducido su actividad a la mitad. Don John le dijo entonces que afortunadamente un poeta no escribía con los pies y había de dar gracias a que la lesión no hubiera afectado a su cerebro. Al final, hablaron de cuando el señor Piera estuvo en América y a las 8 seguían de cháchara pero yo ahuequé el ala. Con unas cosas y otras, mis emolumentos van aumentando y hay gente inteligente, como mi sobrino José Antonio, a quienes no sólo no les parece de mal tono que acompañe al señor Piera, sino que lo consideran un honor.
20 febrero
Si los ingresos siguen subiendo habrá que pensar en la parcelita. Desde chaval tengo metida en la sesera la idea de un chalé, y en El Sardón, el antiguo coto de Muro, venden parcelas a plazos, a precios arreglados.
21 febrero
Enchiqueraron otra vez al Mele. La droga dichosa puede más que él. Hoy arrastró calle abajo a una vieja de tres mil años, todo para quitarle el bolso con cuatrocientas pelas. Melecio no sabe qué determinación tomar; en cuatro años es la tercera vez que le enchironan y siempre sale peor que entró. Y lo que yo digo ¿qué puede hacer un padre en una situación semejante? ¿Le va a arrimar candela al hijo a sus años? Porque el Mele ya no es un niño; los 35 ya no los cumple. Y ¿quién es el guapo que le hace cara y le dice que eso no, que se acabó? Conocí a una chavala española que la trincaron en Francia con dos papelinas, la metieron tres meses en la trena, bien vigilada, y volvió curada, sin mono ni leches; a puro huevo. En cambio, aquí el que no se pincha fuera aprende a pincharse dentro, como yo digo. Melecio y la Amparo andaban esta tarde cada uno por su lado, como de costumbre. ¿Por qué no se juntan para buscar un remedio en vez de andar todo el día de Dios a la greña, echándose las culpas el uno al otro? A Melecio le conté lo del otro día, en casa de don Tadeo, con don John y don Richard, y él que es un mundo interesante ése, que si en mis apuntaciones acierto a dar una imagen íntima del señor Piera, lo mismo el día de mañana, cuando fallezca, le saco cuartos a mi cuaderno.
22 febrero
Doña Asunción me abonó la soldada, bien detallada, en una cuartilla: 65.700 cucas que no está mal. Tres mil pelas me supuso la visita de don John y don Richard, casi seis las misas de don Tadeo y dos, peseta más, peseta menos, la conferencia de don Rufo Peralta. La Sonia puede decir lo que quiera pero pesetas más fáciles de ganar no se encuentran en el mundo. La juventud anda implada de orgullo, pero mira dónde ha ido a parar el Mele con todo su orgullo.
24 febrero
Caí por el Hogar a echar un mus con los amiguetes. Con Partenio ya no hay quien cuente. El gicho está entregado al vil metal y ni sabe por dónde le da el aire. El Tochano la cogió modorra con mi abrigo y no lo dejaba. A media partida me dijo que sabía de uno que quería denunciarme, y yo que a santo de qué, y él que por la sencilla razón de que un jubilado no puede trabajar. Le aclaré que jubilado no estaba, y él que cobrando el paro, más a su favor. Le pregunté el nombre del susodicho y él que se dice el pecado pero no el pecador, y yo, entonces, que qué le iba ni le venía al cipote ese que yo tuviera abrigo o no lo tuviera. El Tochano porfió que la había tomado conmigo y que, a su juicio, la calidad del abrigo ya le hacía sospechar unos ingresos extras. En estas el Acisclo soltó el trapo y gibó la broma, pero, broma o no, el zascandil del
Tochano me ha metido el resuello en el cuerpo.