Estrené el Renaúl para llevar a don Tadeo al entierro de un colega. Aunque no dijo ni pío, el bote rodó como una seda, ésta es la verdad. Don Tadeo iba detrás, bien repantigado, y yo, conduciendo, con pantalón gris y cazadora negra, que no se diga que el luto de mi patrón me trae al fresco. Me interesé por el muerto y él, que el pobre hombre no valía ni el papel que manchaba, pero en provincias ya se sabe. A la puerta del camposanto me junté con el grupo de escritores, pero don Tadeo dio el brazo a un señor fuerte con voz de pito, y me dijo que yo no, que me quedara aguardando a la puerta. De regreso le pregunté por el señor fuerte, con voz de pito, y él, que poeta también, un marmolillo que no sabía hacer una O con un canuto. Por seguirle la corriente, le dije que si peor todavía que el muerto y él alzó los hombros y que tal para cual, del mismo paño, pero lo cierto es que, cuando el coche arrancó, se volvía del revés dándole de mano por la ventanilla.
2 diciembre
Mientras aguardaba a don Tadeo en su despacho reparé en una carpeta abierta, como al descuido, sobre la mesa. Estaba llena de recortes de periódicos, noticias, entrevistas y conferencias suyas. No hay quien me quite de la cabeza que el gicho la ha dejado aposta, para que yo me entere de con quién me gasto los cuartos. ¡No te amuela! En un recorte de un periódico de Madrid le ponen por las nubes, ésta es la pura verdad, tal como si don Tadeo fuera Dios. Eminente, le llaman, y, luego, refiriéndose a su conferencia «El vate y su disciplina», dicen que es el breviario del poeta, que nadie podrá escribir en el futuro una poesía sin saberse de carrerilla estas páginas. De que le sentí llegar metí todo en la carpeta y me puse a mirar la fotografía del rey como si nada. Él sólo dijo que había dejado los papeles sin recoger y guardó la carpeta en la librería, delante de mis narices, para que yo sepa dónde está y pueda echarla un vistazo cuando me dé la gana.
4 diciembre
La fetén es que con este zorronglón a cuestas se queda uno como un sorbete. Hoy andaba el termómetro a cinco grados bajo cero pero el patrón ni enterarse. Pasito a paso echamos dieciséis minutos en llegar al quiosco a por el ABC. A la vuelta, le apremié para ganar tiempo, pero, a medio camino, se paró en seco y me preguntó si es que pretendía deshacerme de él. Le contesté que qué cosas, que si le llevaba más agudo era para evitar que cogiera un resfriado, pero él que eso no, que ha pasado media vida en la montaña y le agrada el viento de nieve o, por mejor decir, ni lo siente. Después me preguntó si no sería yo quien lo sentía y, entonces, reconocí que estaba esmorecido. Y ahí me cogió el toro: ¿Es que no tiene usted abrigo?, me dijo. No gasto, le respondí lealmente, y él, pues ahora lo tendrá que gastar puesto que debe caminar al paso de un impedido y, si no lo tomase a mal, con gusto le regalaría uno. No tuve coraje para negarme y, a lo bobo, a lo bobo, me fue liando, que era un gabán de vestir, que se le quedó chico sin usarlo, que es de un paño de Béjar especial… Y, así que regresamos a casa, le preguntó a su hermana Heroína dónde estaba el gabán azul con cuello de terciopelo, y su hermana, en el ropero está, Tadeo, muerto de risa, y antes de que reaccionara, ya tenía el gabán puesto. La fetén es que siempre me dio por la ropa y del abrigo de don Tadeo se podrá decir lo que se quiera menos que no es una prenda bien cortada. De hecho me cae como un guante. Pero lo que yo digo ¿dónde voy con este gabán si, quitando el del uniforme del Centro, no gasté uno en mi puñetera vida? Todavía intenté resistirme, más de boquilla que de otra cosa, pero con doña Heroína no vale de nada llorar con un ojo. Me dijo que me estaba pintado, que me lo llevase puesto y no hiciera tonterías. Luego, en casa, la Anita no se cansaba de mirarme, que qué prenda, qué corte, qué hechuras, que me diera la vuelta, que ahora del otro lado, que parecía un figurín.
5 diciembre
Se me hace a mí que todo el mundo es a mirarme. Bien mirado, me la trae floja, pero ¿y si un buen día me topo con el Tochano en plena calle Principal? A Melecio y Partenio, por si las moscas, ya les he anticipado que me he colocado de acompañante, con don Tadeo Piera, el poeta, que anda muy torpe, aunque no les dije palabra acerca del uniforme.
6 diciembre
Don Tadeo no mejora; es un madero. Esa cojera suya si no le viene de la terraza es de mala circulación, me juego doble contra sencillo. Porque, a fin de cuentas, el pie es lo de menos. Todo el costado izquierdo lo tiene como entumido y apenas si puede sostener el bastón con la mano de ese lado. A la mucama la veo cada mañana y cada mañana me sonríe y me dice lo mismo: ¿El señor? Recién viene llegando. Y yo le doy las gracias y la llamo Prisca, que también el nombrecito se las trae. Hoy le pregunté, a intención, por la pierna de don Tadeo y ella que el día que le dio el telele anduvo muy enfermo, sin poder abrir los ojos ni nada, y las tres señoritas eran a llorar, que más que hermanas, las tres parecen enamoradas. A la Prisca ésta, o como se llame, no le falta razón: Las tres viejas se miran en el hermano. De ordinario no las veo, pero cuando aparecen todo se las vuelve piropearle, arreglarle el nudo de la corbata o abrocharle el botón de la americana. Y el día que doña Cuca se quedó en casa resfriada, me estuvo enseñando todo el tiempo fotos de su hermano, de tenista, de esquiador, y, sobre todo, de cuando la guerra, que se le caía la baba, que cómo le sentaba el traje de campaña, Lorenzo, que más parecía Gary Cooper que un señor corriente y moliente. Así nos tiramos media hora de reloj, que se dice pronto. Menos mal que, a efectos laborales, el tiempo de espera corre parigual que si estuviera currando.
7 diciembre De mañana me telefoneó el Partenio que habían hospitalizado a Ovejero. El vaina no se aclaraba o no quería aclararse; que si la UVI, que si un lavado de estómago, que si veinte tabletas de barbitúricos, que si tal, que si cual. Estaba como un flan. Total, que Ovejero había decidido cortar por lo sano y se había atizado un tubo de somníferos. Para suerte que hoy entró en la cantina un cliente a primera hora, lo encontró privado, envió razón y los médicos consiguieron volverle. Partenio se empeñó en facilitarme una tarjeta para visitarle, pero lo que yo le dije, que un sobrino del hermano de mi cuñado que gloria haya, estaba en Urgencias, con lo que yo entraba y salía del Hospital como Pedro por su casa. ¡Sólo faltaría!
La señora y la suegra de Ovejero no hacían más que moquitear. Y lo que yo les dije, que la cosa no era para tanto y, visto lo visto, lo prudente era dar el traspaso a la cantina y vivir hoy del paro y mañana de la pensión. Que eso no se lo iba a quitar nadie. Que perder un par de kilitos malo es, pero no como para morir por ello. A última hora parecían tan campantes.
10 diciembre
Hoy solamente quince minutos y veinte segundos en llegar al quiosco a por el ABC. Un récord. De salida ya vi a don Tadeo más espabiladillo que de costumbre y así se lo dije: Esa lesión va pero que mucho mejor, don Tadeo. Le cogí en fuera de juego: ¿Qué lesión? Concho, ¿cuál va a ser?; la de su pierna, la del tenis, le dije. Se quedó quieto parado y durante cinco minutos no dijo esta boca es mía. Entonces fui y le hice un cambio de tercio. Le pregunté por qué ahora los versos no pegaban, que yo tenía entendido que siempre tenían que pegar, que eso era un verso, pero él que no, que la poesía no era la rima, que la poesía estaba en la combinación de las palabras, pegasen o no.
Luego se interesó por si yo había escrito poesía alguna vez. Y lo que yo le dije, de qué, don Tadeo, por más que en el Centro, donde anduve veinte años, tenía trato con gente culta y algo se pegaba, pero escribir versos, lo que se dice escribir versos, nunca me dio por ahí. Con unas cosas y otras se nos hizo la hora de comer en un verbo. Cuando el tiempo suavice todo será coser y cantar. Hoy se notaba el relente y me subí el cuello del gabán pero don Tadeo me hizo ver que este tipo de abrigos de vestir no se prestaban a usos deportivos y que, si sentía frío en la garganta, él me regalaría un fular. Me bajé el cuello a escape y le dije que nones con tales bríos que no volvió a mentar el fular en toda la mañana. ¡Sólo me faltaba ahora un fular!
13 diciembre
Hoy ganó la chavala 13.000 del ala, con un cartón, en el bingo de la esquina. No cabía en su pellejo. Lo que no cuenta son los billetes y los paseos que le ha costado ganar esa miseria.
14 diciembre
Amaneció Dios con cielo despejado y pasamos el rato en el parque tomando el sol. Don Tadeo había comprado el ABC y estuvo echándole un vistazo. En las primeras páginas venía una foto del Duque, muy puesto, y don Tadeo salió con que este tipo había sabido cambiar de chaqueta a tiempo, y que qué opinaba yo al respecto. Le dije mi verdad, que de política ni pun, o sea que no entendía, pero él dale que te pego, que lo que sí sabría es que ese pájaro había sido un poquito traidor. Le repliqué que yo tenía al señor Suárez por valiente desde la noche del 23 F cuando se quedó sentado en el estrado, como si tal cosa, mientras sonaban los tiros y los demás se metían debajo de la mesa; y que fue el único. Don Tadeo se mosqueó y que único no, que el señor Carrillo hizo lo propio. Y entonces me recordé y le dije que tate, que los dos, sólo que el señor Carrillo estaba sentado de media anqueta echando un pito y más que la chola se le veía el humo del cigarrillo. De todas maneras, añadió él, el Duque dejó a mucho conmilitón en la estacada mientras se afanaba en hacer carrera. ¡Grande de España! ¿Se da usted cuenta de lo que significa hacer grande de España a un botarate semejante?
No sabía dónde quería ir a parar, pero sonreí para que no se alterara, y él entonces se levantó del banco y, sin aguardar respuesta, se puso a caminar. En los veinticinco minutos que tardamos en llegar a casa no me dirigió la palabra. ¡El que se pica, ajos come!
15 diciembre
Prisca, la india, me anunció que don Tadeo estaba escribiendo unas cartas y que demoraría un ratito. Le pregunté para qué quería el despacho y ella que en invierno el gabinete era más abrigado. Le dije que bien y anduve un rato curioseando en la carpeta de las entrevistas. A don Tadeo todo se le vuelve decir que la infancia es un tesoro, pero la vida es un desatino, y los niños no la disfrutan en su afán por hacerse hombres. Está bien traído. Más adelante tropecé con un recorte de cuando le hicieron hijo predilecto de la ciudad y en su discurso dijo que nunca sintió deseos de abandonarla cuando ayer, sin ir más lejos, me decía que su gran error había sido «afincarse de por vida en esta ciudad cochambrosa». ¡Echale hilo a la cometa! Me estuve aprendiendo algunas preguntas para luego hacérselas yo y ganar en su consideración. Así, por ejemplo, le pregunté por qué escribía y aunque en la prensa responde que para comunicarse, a mí me dijo que para no morir del todo, que si el día de mañana alguien recordara un verso suyo, eso significaría que aún seguía en el mundo. Me hice el tolondro y le participé que otros decían que escribían para comunicarse y él rompió a reír, me apretó la bola y que paparruchas, Lorenzo, que comunicarse con quién. En una de estas se quedó quieto parado mirándome y me dijo que, si me lo propusiera, podría llegar a ser un buen reportero.
Pasé por el Hospital a visitar a Ovejero pero el pájaro había volado. Mandamos otras nueve cartas a «El precio justo» pero nos ocurrirá la de siempre. Para mí que estos concursos están conchabados de antemano.
17 diciembre
Telefoneó el Lorencín, que no me habría herniado con las 10.000 del ala, pero lo que su madre le dijo, que qué nos daba él a cambio. El cipote confesó que esperaba un kilito de los siete de la jubilación, pero lo que la parienta le dijo, que el trabajo de toda una vida merecía un respeto. Luego, por hablar de algo, le conté lo de don Tadeo Piera, lo de acompañante, pero él lo tomó por donde quema y que si a mi edad no encontraba nada más digno que ponerme a servir a un viejo loco.
La Sorayita, la nena, anda con las anginas enconadas. Eso ya es peor. Total, que no vendrán para Nochebuena. La yaya se puso murria y que el Lorenzo siquiera llamaba aunque fuera para pedir, pero lo que es la otra ni llama, ni escribe, ni sabemos dónde para; año y medio que se largó y si te he visto no me acuerdo. Lo que yo la dije, una chavala de buen ver, a los 20 años, con un empleo bien retribuido y en una isla turística, ¿para qué necesita telefonear? La parienta se atocinó y que de 20 años nada, monada, que la Sonia no cumplía ya los 25 y en cuanto a lo del empleo no lo diría por las ATS, que sudar sí sudan la gota gorda, pero los ingresos no marchan en proporción. Al cabo salió con la de siempre, que por qué no se casa, que una mujer a esa edad no está bien sola. ¿Sola la Sonia?, pensé para mis adentros, pero candé el pico por no poner peor las cosas.
20 diciembre
Ovejero y Partenio se han asociado para explotar el puesto de pan y fruta. Ovejero aportó los tres kilitos del traspaso del bar y Partenio la diferencia. Los dos van a sueldo y los beneficios a partes proporcionales al capital. Gedeón Baruque, Profesor Mercantil, conocido de un primo de Ovejero, les ha hecho el trato. Así deben hacerse las cosas. Si Ovejero se hubiese buscado un asesor a tiempo, se hubiera ahorrado los dos millones de la cantina. Medio en broma, medio en serio les dije que, llegado el caso, aún podía arrimar yo otro par de kilos para lo que se terciase, pero Partenio, que es un rácano, que nones, que esto es empresa de dos, que para uno quedaba corta pero tres resultaban demasiados.
22 diciembre
Con ocasión de las fiestas, don Tadeo me dedicó esta mañana su último libro: El paraíso enigmático: Es un libro ensoñador, me dijo, cosa comprensible puesto que yo, en el fondo, soy un nostálgico. La verdad es que no entendía la dedicatoria, pues don Tadeo tiene una escritura así, más bien enrevesada, pero él, muy amable, me lo tradujo: «A Lorenzo, mis pies y mis manos, con afecto», dijo. Está bien traído, pero quizá sea un poco exagerado, don Tadeo, le comenté; como mucho digamos que soy su bastón. Paseamos un rato por la calle Principal, pero soplaba un regañón tan fino que acabamos sentándonos en la pajarera del Medellín. Me había olvidado ya del abrigo pero con él puesto, el libro en el velador y la cerveza a mano, debía parecer un señor. Y en estas andaba cuando vi venir al Tochano, con un tal Acisclo, también de la UGT y me dije: «Tierra trágame». Pero el Tochano ya me había guipado y, al pasar, se asomó a la puerta de la pajarera y voceó con toda su alma: ¡Usted lo pase bien, don Lorenzo! Le hice señas disimuladamente con la mano para que se largara pero don Tadeo, intrigado, que quién era ese macarra y lo que yo le dije, más que macarra, don Tadeo, un poco cheche. No me entendía y yo le expliqué que ese amigo porfiaba que fue siempre del PSOE pero lo cierto es que se crio a los pechos de la OJE y de Educación y Descanso. Don Tadeo saltó entonces que le dijera qué otra cosa había hecho el Duque, que no se quitó la sahariana blanca desde la Primera Comunión, y lo que yo le dije, otros también la llevaron, don Tadeo, desengáñese, pero el 23 F se metieron debajo de la mesa en cuanto sonó un tiro. Don Tadeo se atufó: Y dale con el 23 F; usted, Lorenzo, confunde al Duque con Supermán. Y lo que yo le dije, mire usted, don Tadeo, en esa circunstancia, el Supermán de seguro no le hubiera echado más valor. Se puso de morros y no volvió a hablarme en toda la santa mañana. ¡Anda y que le den morcilla! Si me ha contratado para que le diga a todo amén, está listo.
23 diciembre
Doña Asunción me recibió hoy con una libreta en la mano, me hizo sentar a la mesa del despacho, arrancó la primera hoja llena de sumas y restas y me la entregó, preguntándome si lo entendía. Y allí había anotado diariamente las horas desde que empecé a trabajar, mi servicio la mañana del funeral, mis esperas en la casa, todo con mucho primor, y, al final, ponía: A entregar: 54.560 pesetas. Se ve que esta señora habla poco pero se fija. Me preguntó si estaba conforme y yo que qué hacer, sí señora, y agradecido. Entonces ella puso sobre la mesa, billete a billete, las cincuenta y cuatro y me dio las quinientas sesenta en calderilla. Antes de que las guardara dijo que estaban contentas conmigo, y su hermano tal cual, de modo y manera que si por mi parte no había queja, seguiríamos lo mismo hasta nueva orden. Ya en casa, la chavala, de que vio el fajo, se echó el abrigo por los hombros y se bajó un rato al bingo. Yo rellenaré mañana unas múltiples para hacer honor a la primera soldada.
24 diciembre
Justo al empezar el culebrón, sonó el timbre de la puerta. Un pobre, dijo la Anita. Conque me levanto, abro, y me topo con la Sonia y un individuo con un pendiente en la oreja y un montón de bolsas y bultos de mano. La Sonia, con mucho remango, me pegó dos besos y que allí estaba ella y aquí el Terry, su hombre, y que, ambos a dos, habían decidido celebrar las fiestas con nosotros. Yo me quedé quieto parado, la verdad, sin saber qué decir, pero la parienta, que había andado al loro, asomó como un cohete y que tan pronto pasaran por la vicaría allí tenía una cama ese señor Terry, faltaría más, pero mientras tanto, puerta. La Sonia siempre tuvo correa y le dijo al tal Terry que ya lo había oído, que se largara y la aguardase en la pensión, pero el otro que ni hablar del peluquín, que o se iban los dos juntos o de hoy en un año, que para tanto como eso no se había venido él desde Palma de Mallorca. La Sonia se puso arrabalera y que si quería aguardar, aguardase, y en caso contrario ya sabía el camino. Y él fue, entonces, agarró tres bolsas y una maleta y se marchó con viento fresco. La Sonia, como si nada, se puso a darme achuchones y yo le pedí una explicación, pero ella sólo dijo que al Terry le había conocido el día de la Virgen en una fiesta y que era un poquito gilipollas pero que tipos de esa calaña los tenía así (y apiñaba los dedos) en la isla, con lo cual el Terry y su pendiente podían irse a tomar por el saco. Le comenté que vaya pico que se gastaba y ella que qué tenía de extraño, que era el signo de los tiempos, que ella no lo había inventado. La Sonia quiso echar una mano a su madre, pero como ésta no abría la boca la otra se plantó y le dijo que si iba a estar así, chiticallando, los tres días de la visita, agarraba el dos y si te he visto no me acuerdo, que ella se había acercado a vernos y no a aguantar caras de guardia. La parienta, que tiene respuestas para todo, le dijo que de acuerdo, que ésta era su casa y tenía la puerta abierta, pero que la próxima vez que viniera a visitarnos dejara los tiburones en la isla.
26 diciembre
¡No te giba! Esta mañana la Sonia se arrancó a llorar en plena calle de que vio a don Tadeo colgado de mi brazo. Luego, en casa, me preguntó si tan apurados andábamos, y lo que yo le dije, que la jubilación anticipada estaba bien sabiéndola administrar, pero si cogías los siete kilos con una mano y los fundías con la otra te habías caído con todo el equipo. La Sonia salió entonces con la del otro, lo jodido que resultaba verme sirviendo a los 60 años, pero lo que su madre le dijo y ¿es que tú no sirves a los enfermos, no les lavas el culo y les quitas inclusive la mierda de los calzones? La Sonia, tan terne, que así era, pero ella no cobraba de los cagados sino del Estado; que era una funcionaría. Me hizo gracia la salida. ¿Es que quieres decir, le dije, que si fuese el Estado el que me pagara no estaría mal visto que yo pasease a un impedido? Tal cual, padre, así es la vida; y, para que te enteres, hoy en día todo lo que no sea servir al Estado es una forma de esclavitud. ¡Toma del frasco!
27 diciembre
Como quien no quiere la cosa, don Tadeo me preguntó hoy si había leído su libro. Le dije mi verdad, que le había empezado pero se me hacía un poco trabalenguas. Él se perdió por el pico y me confesó que, de primeras, escribía clara su poesía pero luego oscurecía los versos porque, de lo contrario, nadie le tomaba en serio. Le pregunté si es que la poesía debía ser enredosa y él que algo parecido a eso, que la poesía que se entiende a la primera es poesía facilona y hoy no hay poeta que se estime que quiera hacer poesía facilona. Tan entretenidos andábamos que don Tadeo pegó un traspiés y no besó el suelo de verdadero milagro.
La Sonia se largó a media tarde. El capullo del pendiente vino a recogerla en un taxi.
28 diciembre
La parienta y yo nos pusimos de tiros largos para la inauguración de la tienda del Partenio. Por la mañana había lavado el bote pero no encontraba dónde aparcar y, para no retrasarnos más, le metí en la acera en la calle La Libertad que la tiene bien ancha. La chavala se había colocado la capota del velo y los zapatos de tacón alto y yo el traje azul y la corbata roja tornasolada. La verdad es que íbamos como dos pinceles y por eso nos gibó más que allí no apareciera un alma. A la parienta todo se le volvía decir que no lo entendía porque Partenio había telefoneado dos veces en la mañana, hasta que caí yo y la dije si se había dado cuenta que era veintiocho de diciembre. El Partenio se pinta solo para estas camamas aunque lo cierto es que ya no estamos en edad de jugar a los despropósitos. Como remate me encontré una multa en el parabrisas que guardé para la colección.
30 diciembre
Los sábados don Tadeo se lustra los zapatos en un limpia del Medellín. Y cada vez que le veo me recuerdo del «Lustre Español» que monté allá, en Chile, hace un montón de años, y las calamidades que pasé a cuenta de los rotos. Pero no sé si porque eran otros tiempos o porque las ideas de uno van cambiando con los años, hoy no veo bien que un hombre se tire a los pies de otro para sacarle brillo a sus zapatos. Don Tadeo, en cambio, se deja querer y cuanto más le soben los pinreles, mejor. Hoy le dije mi verdad, que cada vez que le lustraban parecía que entrara en trance, y él reconoció que así era, porque nada tan agradable como que un quídam nos sobe los pies por cuatro perras gordas.