Me di una vuelta por el camposanto. Llevé unas flores a los viejos y al Tino, y otro ramo para la parte de ella, que no se diga. Recordé a la madre, a la Modes, al Pepe, a don Florián, el cura, al Zacarías, a toda la tropa. ¡Qué tiempos, Dios! Ahora dicen que eran malos pero de joven todos los tiempos son buenos. Entonces no se pensaba tanto en los cuartos, creo yo. Se conformaba uno con lo puesto y punto. A la tarde, por no perder la costumbre, nos fuimos de asilos. Vimos uno apañado en Santobendito, al pie del cerro, junto al arroyo donde de chico pescaba cangrejos con el padre, pero dejará de ser un moritorio como los demás. Ya le digo a la chavala que convencerme no me va a convencer pero si a ella le divierten estas visitas para eso tiene un coche y un mecánico a sus órdenes. ¡Faltaría más!
13 noviembre
Hoy, San Estanislao, mi santo. La vieja, a saber por qué, me puso Estanislao de primero, y es el santo que siempre celebramos en casa. Invité a unos vasos al Melecio y al Partenio donde Ovejero. El bueno de Arcadio hizo unos pinchos de tortilla ex profeso, pues de sobras sabe que allí no entra un alma ni por equivocación. Como de costumbre anda aliquebrado. Esta tarde se sentó con nosotros y salió con la de siempre, que la parroquia no da ni para la contribución y que si FUTESA le llamara mañana volvería al tajo por la mitad del sueldo, aunque fuera el turno de noche. Visto lo visto, el Partenio piensa dedicar el local que tenía apalabrado a despacho de pan. El Partenio, a primera vista, parece un dormido pero saca polvo debajo del agua. Como el pan de la Nueva Panificadora no le mola al personal, ha llegado a un acuerdo con el panadero de Castrillo, que es de los pocos que todavía hornean con ramera, para vender aquí pan de pueblo, lechuguino de cuatro canteros, más metido en harina que el pan industrial. La gente va hoy por la vida de capricho, dice. Y no le falta razón. Melecio callaba la boca, no metía el cuezo ni por cuanto hay. Sigue cuitado este hombre. La fetén es que no ha tenido suerte en la vida. El primer chaval la dobló de niño y al otro más le valiera haber palmado también. Pero no, enganchado a la droga anda, apandando dinero aquí y allá, cuando no robándoselo a su madre. Y luego, cacorro o bisexual, como se diga, de esos que hacen a pelo y a pluma, que eso no hay cristiano que lo entienda. Yo me pienso que Melecio, si no fuera por la flauta, ya se habría pegado un tiro. El panoli se pasa las horas soplando y alguna sustancia debe sacarle cuando no se cansa. Una flauta no es un piano, conforme, pero menos da una piedra. De cuando en cuando yo se lo digo y él que sí, que la flauta le acompaña como me puede acompañar a mí el escribir estas cosas. Pero lo que yo le digo, que todavía, cuando cazábamos, mi cuaderno olía a tomillo y a hierbabuena pero lo que es ahora, metidos ya en los 60, más parece un gorigori. A estas edades, ya se sabe, me dijo él, hasta la música sale rancia. Al caer la tarde, Ovejero trancó la puerta y no sé si por las penas del Melecio, las suyas o para festejar a San Estanislao, ya andábamos todos a medios pelos. Y como siempre que uno se mama, a partir de cierta edad, nos pusimos de recordatorios y nos dio llorona, como yo digo.
15 noviembre
A la parienta no le salen las cuentas. Que si la luz, que si el teléfono, que si la comunidad, que si el plazo de la lavadora; que si el de la enciclopedia… Total, que abres los ojos el día 1 y antes de abrocharte la bragueta ya has fundido treinta mil pelas. Ésta es la fetén. Y eso que no cuenta el bingo, las quinielas y el cuponazo, que, entre unos y otros, suman otro renglón. La pregunté de qué valdría la vida si le quitases cuatro caprichos, pero ella dale, que no nos engañemos, que así no hacemos el mes ni con 150 ni con 300, que estamos comiendo de lo vivo, que con los siete kilitos en reserva nos hemos creído los condes de Romanones y así nos crece el pelo. Salí con la de siempre, que diera tiempo al tiempo, que ya me extrañaría que con mi educación y mi percha no encontrara una encomienda de un par de horas pagadas como Dios manda. Y ya, destrabada la lengua, se lo solté, o sea la dije que tampoco nos íbamos a arruinar si de los siete millones del plazo retirábamos un piquillo para un Renaúl-11, que hay que ver las prestaciones de ese coche y cómo está el Renaúl-6, madre mía, como para dárselo con cinco céntimos a un pobre.
21 noviembre
El periódico, aparte masajes y criadas, no anuncia ni una colocación por horas. Dos he visto en cuatro días para no mentir: la una para sereno de un almacén, y para limpiar una mercería la otra. ¡Anda y que les den morcilla! Para tanto como eso no me tiré yo veinte años en un centro docente, como yo digo.
22 noviembre
Me llegué donde don Juan Niño para ofrecerme de acomodador, oficio que ya desempeñé de joven. No es que rinda mucho pero menos da una piedra. Don Juan lo echó a barato, que su aspiración era jubilar a los dos que tiene, dividir el cine en tres, y que cada espectador se acomode donde le pete. Le hice ver que siempre hará falta una cabeza organizadora, y él que a ver, que eso es lo que pretende, que únicamente con un hijo en los proyectores y él fiscalizando las entradas se puede comer dos veces al día.
La parienta me salió con que en la tintorería necesitan un chico para la limpieza en seco y lo que yo la dije que gracias por el piropo, pero que lo que yo busco no es un puesto de chico sino un apaño para un tipo que ya anda rondando la tercera edad.
24 noviembre
Hemos leído el anuncio más de diez veces, pero, lo que yo la digo a la parienta, esto es la gata de Juan Ramos, o sea uno de esos reclamos con segundas para entendernos. Ella que por preguntar nada se pierde pero yo ya no me fío ni de mi padre que gloria haya. Así y todo lo recorté y lo metí en la cartera: «Caballero distinguido, necesita acompañante por horas. Bien retribuido. Se exige discreción y buena presencia. Inútil sin informes». Eso dice. Durante la comida, la parienta volvió a la carga pero lo que yo la dije, ¿a santo de qué no dice dónde debo acompañarle? ¿Por qué para hacer de lazarillo necesito buena presencia? Aquí hay gato encerrado. La parienta acabó atufándose y salió con que, si tanto desconfiaba, ella se acercaría un momento para informarse. Tampoco se trata de eso, me parece a mí.
25 noviembre
Pasé más nervios esta tarde que un debutante en plaza. A las siete y media ya andaba paseando la calle y, a las menos cuarto, cogí el ascensor y tiré para arriba con más miedo que vergüenza. La casa es vieja, de techos altos y gruesas alfombras, y, en la sala donde aguardé, había una partida de cuadros de esos oscuros que no les harían ascos en el museo. Doña Heroína, la señora que me atendió, es tan vieja como la casa, pero a la legua se ve que tiene clase. Me habló de su hermano, que había sido muy deportista, pero que ahora, a causa de una lesión, trabucaba el paso y necesitaba un apoyo y que ni ella, ni sus hermanas, por razones de trabajo, podían prestárselo. Sus modales eran tan finos que yo andaba gustoso allí, oyéndola parlar, y, antes de que la preguntara por los cuartos, ya me estaba diciendo que me abonarían a setecientas cincuenta pelas la hora, tanto si salía de paseo como si me quedaba en casa, y que, unos días con otros, me necesitarían un par de horas, unos más y otros menos. Hablaba como pidiendo disculpas y cuando me dijo que, debido a su impedimento, a lo mejor tendría que ayudar a su hermano a calzarse, le dije que tranquila, que no por eso se me iban a caer los anillos. Al cabo de un rato me preguntó si tenía automóvil, y, cuando la dije que sí, aclaró que a su hermano no le daban carné pero, debido a su condición de hombre público, necesitaría que le trasladase de un sitio a otro, abonando el kilómetro al precio convenido. Doña Heroína viste de lila y lleva una gargantilla de terciopelo en el pescuezo, y es tan sencilla de trato que de balde la hubiera servido yo. La dije mi verdad, que para el mes que viene vendería el R-6 y me mercaría un Renaúl-11 que era un coche con más prestaciones y más capaz, pero para mis adentros ya andaba yo calculando que, paseando un par de horas al impedido y haciéndole de taxi de vez en cuando, mal habrían de ir las cosas para no ingresar un mes con otro las cincuenta mil del ala. Un poco acobardada, la vieja me dijo que «le había hecho buena impresión», pero que los tiempos no eran de fiar y le gustaría algún informe, y así que le cité el Centro y FUTESA, veinte años en cada, se le subió el pavo y que disculpase, que eso era más que suficiente. Cuando se puso de pie, a poco agarro una liebre por adelantarme a ella y, ya en la puerta, me dijo que, si no me importaba, volviese el jueves a la misma hora y si, como esperaba, su hermano y sus hermanas lo aprobaban, en seguida podría empezar a trabajar. Me largué de allí con cara de pascua, aunque luego la parienta me bajara los humos con eso de que hoy en día una canguro se saca las mil por hora sólo con mirar y que si para tanto como eso había que comprar un coche, aviados iban los ahorros. Candé el pico por no poner peor las cosas.
28 noviembre
Doña Heroína me presentó hoy a la familia. Doña Asunción, la segunda, tiene el pelo azul y no es muy parlanchina que digamos, o sea lo contrario que doña Cuca, la tercera, tan flaca y fina de voz que en lugar de hablar parece que gorjea como los pájaros. Pero a la legua se ve que todas ellas son señoritas de cuna. Por el aquel de la educación, agaché la cabeza al darlas la mano como corresponde. Y, al cabo de un rato, doña Asunción salió y volvió con don Tadeo, un viejo alto, flaco, de cara curtida y bigote blanco, pero tan torpe de movimientos que, a pesar del bastón, apenas si se tiene en pie. Y allí anduvimos de palique los cinco, él con el bastón entre las piernas, en la mano un solitario que no se lo salta un torero y una pulsera dorada en la muñeca izquierda para esas cosas de la reuma. Enseguida se nota que tuvo buenos pañales, como las hermanas, pero cuando me dijo que siempre fue buen deportista y lo de la pierna se lo hizo jugando al tenis, me dije para entre mí, a otro perro con ese hueso, porque lo suyo no viene de una lesión sino de arriba, de la azotea, de donde salen las órdenes, como yo digo. Yo no hacía más que mirarle el moreno de la cara, a saber si por el sol, o por los rayos esos que usan ahora, pero cuando dijo que, si no me importaba, el mejor rato para salir era sobre mediodía porque a primera hora de la mañana él escribía, se me hizo la luz y le pregunté si no sería él, por casualidad, don Tadeo Piera, el poeta. Él sonrió complacido, que a nadie le amarga un dulce, que talmente, pero no por casualidad, sino por la gracia de Dios, poeta e hijo predilecto de la ciudad. Le comenté que le había sacado por las fotografías de los periódicos y por la tele autonómica y, a juzgar por el guirigay de doña Cuca y las cabezadas de doña Heroína, les gustó que yo le reconociera más que comer con los dedos. Quedamos citados mañana a las doce para salir un rato y, si el tiempo está alborotado, ejercitar un poco las piernas por el pasillo.
La Anita mandó hoy quince cartas al «Un, dos, tres…», para sufridores. A ver si nos llaman de una puñetera vez.
29 noviembre
La chica me aclaró que era la mucama y su gracia Prisca, y ya por los ojos la había sacado yo que era de allá, colombiana, guatemalteca o de donde sea, india. Me sonrió cuando le dije que también yo había estado un año en Chile. ¿Ahorita no más?, me preguntó. La desengañé, que estuve allá de recién casado y ya tenía dos nietos, de modo que echase cuentas. Me pasó al despacho de don Tadeo. ¡Madre, este hombre debe ser un pozo de ciencia! Los libros no dejan ver las paredes y, entre ellos, mete los cuadros para que abulten más. Detrás de la mesa, en un cacho pared libre, tiene fotografías con gente importante, la última, de más joven, dando la mano al rey. Cuando salimos a la calle me di cuenta de la que me ha caído encima. El señor Piera da unos pasitos tan cortos como los de un niño y se agarra a mi brazo izquierdo como una lapa. Le dije que caminara tranquilo, que no le iba a dejar caer, pero a él todo se le volvía decir que le chocaba que yo fuese zurdo. Por distraerle, le pregunté, con segundas, si se produjo la lesión al cogerle la pelota con los pies cambiados, y él que no, que cayó de espaldas al pegar un «smash» y se golpeó la cabeza. Entonces le pregunté, con las del beri, si la cojera no sería a causa del golpe, y él que nones, que la cabeza nada tenía que ver con el tema. Íbamos tan calmudos que el personal se paraba para vernos pasar y, como don Tadeo es un hombre público, la gente le saludaba. Desde la esquina de su calle hasta el quiosco donde compró el ABC, doscientos metros a todo tirar, la echamos larga, diecisiete minutos de reloj, que se dice pronto. Yo me ponía a mil pero por dentro me decía para calmarme: Paciencia, Lorenzo, hazte a la idea de que son dos billetes; pero ni por esas, siempre he sido un culo de mal asiento y la pachorra me descompone. El paseo no ha llegado a las dos horas pero se me ha hecho una eternidad y el bíceps del brazo izquierdo lo tengo tronzado. Se lo dije a la parienta pero ella se subió a la parra, que a ver si lo iba a dejar ahora después de solicitar un Renaúl-11 nuevo y, lo que yo la dije, que nadie había hablado de dejarlo, pero que si uno ya no puede ni desahogarse en casa, mejor con una querida. Saltó como una pantera, los ojos bizcos. A la parienta nada como mentarla la competencia para sacarla de sus casillas. De novios ya las gastaba así.