Sonó el teléfono. Edie estiró un brazo y se lo acercó al oído, pero no contestó inmediatamente. Estaba acurrucada en su lado de la cama; eran casi las nueve de la mañana. Jack se había ido al trabajo.
—¿Mamá?
Edie se incorporó. Se alisó el cabello con una mano, como si su hija pudiera verla.
—Hola —dijo, y pareció que llevara horas despierta—. ¿Valentina?
—Hola.
—¿Te encuentras bien? ¿Dónde está Julia?
—Arriba, con Martin.
Edie notó que su ansiedad disminuía. «Está bien. Están las dos bien».
—El domingo os echamos de menos. ¿Dónde estabais?
—Ay, lo siento. Es que… no sabíamos qué día era.
—Ah —repuso Edie. Se sintió abandonada—. Bueno, ¿qué pasa?
—Nada… Me apetecía llamarte.
—Ay, eres un cielo. ¿Y qué? ¿Qué hacéis?
—No gran cosa. Aquí llueve y hace frío.
—Pareces un poco desanimada —observó Edie.
—No sé. Estoy bien. —Valentina estaba sentada en el jardín de atrás, temblando bajo la llovizna. No quería que Elspeth escuchara esa conversación, pero de pronto hacía un frío tremendo para ser junio, y tenía que esforzarse para que no le castañetearan los dientes—. ¿Qué hacéis papá y tú?
—Lo de siempre. A papá lo han ascendido, y anoche salimos a celebrarlo. —Edie oyó pájaros por el teléfono—. ¿Dónde estás?
—En el patio.
—Ah. ¿Habéis ido a algún sitio interesante últimamente?
—Julia ya tiene casi toda la ciudad memorizada. Puede ir a todas partes sin consultar el plano.
—Impresionante… —«Hay algo que no me cuenta», pensó Edie. Pero entonces consideró que eso era inevitable: «Se marchan de casa y, al poco tiempo, ya no sabes nada de ellas. Construyen un mundo propio en el que no tienes cabida».
Valentina le estaba preguntando algo sobre un vestido que intentaba hacer; Edie le pidió que le mandara el boceto por correo electrónico, y entonces recordó que las gemelas no tenían escáner.
—Ah, sí. Bueno, da lo mismo —dijo la joven—. No importa.
—¿Seguro que estás bien? —insistió Edie. «Le noto algo raro».
—Sí. Tengo que dejarte, mamá. Te quiero. —«Si sigo al teléfono, me pondré a llorar».
—Vale, cariño. Yo también te quiero.
—Adiós.
—Adiós.
Valentina marcó el número de teléfono del despacho de su padre y saltó el contestador. «Te llamaré más tarde», pensó, y no dejó ningún mensaje.