A la mañana siguiente, Valentina observaba a Elspeth, que leía. Le había dejado media docena de viejos libros en rústica, abiertos, en la alfombra del salón. Elspeth leía dos páginas y pasaba al siguiente volumen, y así sucesivamente. Estaba combinando algunos de sus libros favoritos (Middlemarch, Emma, Oración por Owen Meany) con relatos de fantasmas (Otra vuelta de tuerca y relatos de M. R. James y Poe) con la esperanza de encontrar pistas sobre el comportamiento de los espíritus. El efecto resultaba un tanto desconcertante. Cuando terminaba de leer todas las páginas abiertas, volvía al primer libro y, con mucho esfuerzo, pasaba la página. Luego hacía otro tanto con los demás, hasta que había pasado las páginas de todos los volúmenes. Valentina sólo la veía parcialmente; la cabeza, los hombros y los brazos eran visibles, pero el jersey que llevaba se desvanecía a la altura del pecho. Elspeth flotaba cabeza abajo por encima de los libros; si se le hubiera visto todo el cuerpo, habría parecido que colgaba del techo. Si hubiera tenido sangre, se le habría acumulado en la cabeza. Pero el caso era que parecía muy cómoda.
—¿Quieres que te pase las páginas?
Elspeth miró a la muchacha y negó con la cabeza. Levantó un brazo y lo flexionó como un culturista, como diciendo: «Necesito hacer ejercicio».
Valentina estaba tumbada en el sofá rosa, con un viejo ejemplar de Penguin de La dama de blanco. Le costaba concentrarse en el conde Fosco y Marian con Elspeth pasando páginas a escasa distancia. Dejó la novela a un lado y se incorporó.
—¿Dónde está Julia?
Elspeth señaló el techo.
—Ah. —Se levantó y salió del salón.
Regresó con el tablero de ouija y el aro. Se llevó un dedo a los labios. Elspeth la miró inquisitivamente. «No hace falta que me digas que me calle». Se puso al lado de Valentina.
—¿Sabes lo que le pasó a Gatita? —preguntó la muchacha.
Elspeth se apartó. «No quiero hablar de eso». Pero no llegó a deletrearlo.
—¿Podrías hacerlo conmigo? —insistió Valentina—. ¿Sacarme el alma… y devolvérmela?
NO, deletreó Elspeth.
—¿No puedes o no quieres?
NO NO NO. Negó con la cabeza. «¿De dónde has sacado una idea tan descabellada?», habría querido preguntar, pero escribió: POR QUÉ.
—Porque sí. ¿Por qué tienes que saber por qué?
Elspeth se preguntó si tener una hija adolescente consistiría en lidiar continuamente con exigencias irracionales. Y SI LUEGO NO PUEDO DEVOLVÉRTELA, escribió.
—Podrías practicar con la gata.
MUY CRUEL POBRE GATITA.
La joven se sonrojó.
—Pero a ella no le pasó nada. Y no hay ningún motivo para que no funcione conmigo, así que en realidad no hace falta que vuelvas a probarlo.
MUERTE CELULAR DAÑOS CEREBRALES CÓMO SABEMOS QUE GATITA ESTÁ BIEN.
—Vamos, Elspeth. Al menos piénsalo.
El fantasma la miró fijamente; escribió OLVÍDALO y se esfumó.
Ella se quedó pensativa. Una corriente de aire agitó las páginas de los libros abiertos sobre la alfombra. Se preguntó si habría sido Elspeth o sólo el viento. Para fastidiarla, puso todos los libros boca abajo. No esperaba que diera su aprobación inmediata. Pero al menos había lanzado la idea, y sabía que encontraría la manera de salirse con la suya.
Julia estaba nerviosa. Se encontraba sentada en el rellano, con la espalda apoyada en la puerta de Martin, una pierna estirada y la otra doblada. Volvía a llover, y la luz parecía cubrirlo todo con otra capa de polvo. La joven oía a Martin mascullando en su piso. Quería entrar y molestarlo, pero aún esperaría un poco. Cambió de postura y apretó los pies contra los montones de periódicos algo inestables que su vecino tenía en el rellano. Julia imaginó que las pilas se derrumbaban y la enterraban. Se asfixiaría. Martin nunca la encontraría; no podría abrir la puerta del piso. «Sí podría. La puerta se abre hacia dentro». Valentina creería que Julia se había fugado; se arrepentiría. «Seré un fantasma, y entonces volverá a quererme. Se pasará el día aquí sentada, con el tablero de ouija, y nos lo pasaremos bomba». Robert iría a buscarlas y quedaría atrapado bajo una avalancha de periódicos; se golpearía la cabeza y moriría. Julia dio un empujoncito a uno de los montones, que se derrumbó hacia un lado, sobre otra pila de periódicos. Fue muy decepcionante.
«Me aburro», decidió. Aburrirse sola no era divertido. Echó un vistazo alrededor, pero no encontró nada que valiera la pena mirar ni sobre lo que valiera la pena pensar. No tenía sentido bajar a su piso, porque Valentina no le dirigía la palabra.
Martin se puso a cantar. Julia sabía que le gustaba cantar. No conocía la canción. Se le ocurrió que tal vez fuera un jingle publicitario. Dio otra patada a los periódicos, pero esta vez la pila no se desmoronó. «Quizá debería buscar trabajo —se dijo—. Seguiría aburriéndome, pero al menos tendría una razón para salir de casa». Le llegó un aroma a tostadas y de pronto se sintió desmesuradamente triste. Dio una fuerte patada, y ahora sí los periódicos la complacieron, cayendo todos de golpe y cubriéndole las piernas y el vientre. Era como estar en la playa enterrada en la arena, sólo que los periódicos no eran tan ligeros; las esquinas se le clavaban. Se quedó unos minutos allí, tratando de disfrutar con la experiencia. «No —pensó—. Es inútil». Salió de allí debajo, pasó por encima de los papeles y abrió la puerta. Fue siguiendo la voz de Martin hasta la cocina, donde él se disponía a comerse… sí, unas tostadas.
A la mañana siguiente, Valentina y Elspeth se sentaron juntas ante el tablero de ouija. El fantasma había estado pensando.
NO LO ENTIENDO, deletreó.
—Quiero dejar a Julia —dijo Valentina. Esa idea había ido creciendo en su interior, y ya no podía pensar en otra cosa.
PUÉS DÉJALA.
—Ella no querrá.
TONTERÍAS.
—Cuando tú y mamá os separasteis…
NO TENÍAMOS ALTERNATIVA.
—¿Por qué no?
Elspeth hizo girar el aro, distraída; luego paró.
—Si Julia cree que he muerto, me dejará en paz.
JULIA SE DERRUMBARÍA SI TE MURIESES EDIE Y JACK TAMBIÉN.
Valentina no había pensado en sus padres.
—Mira, será perfecto —insistió, frunciendo el entrecejo—. Me moriré, Julia no tendrá más remedio que seguir sin mí, lo superará. Y tú me devolverás a mi cuerpo y seremos felices y comeremos perdices, o… no sé, al menos podré llevar mi propia vida. Seré libre.
Elspeth se quedó con los dedos sobre el aro, mirando a Valentina con expresión primero de fastidio, y luego de concentración.
PIENSA EN LA LOGÍSTICA, deletreó. PASARÁS VARIOS DÍAS FUERA DE TU CUERPO. — HABRÁ UN FUNERAL. — EL CUERPO EMPEZARÁ A DESCOMPONERSE. — LUEGO EL CUERPO ESTARÁ EN EL CEMENTERIO. — NOSOTRAS ESTAMOS AQUÍ. — QUIZÁ. — Y SI TU FANTASMA TERMINA EN OTRO SITIO CÓMO VOLVERÍAMOS A JUNTAR CUERPO Y ALMA. — EL CUERPO ESTARÁ FATAL. — RESUMIENDO ESTÁS LOCA.
—Le pediremos a Robert que nos ayude.
NO QUERRÁ.
—Si se lo pides tú, sí.
Elspeth estaba muy nerviosa. «Un desastre, esto es un desastre. La serpiente, la manzana, la mujer: una maldita tentación. Sólo puede acabar mal. Dile que no. Sin ti no podrá hacerlo. Si te niegas, encontrará otra manera más razonable de llevarse bien con Julia. No, no, no». Elspeth vio que Valentina estaba tranquilamente sentada, como una niña buena, esperando su respuesta. «Dile que ni hablar».
Elspeth puso los dedos sobre el aro. DEJA QUE LO PIENSE, deletreó.