Ardillas con forma humana

Martin soñó que iba en metro. Era un tren de la línea Circle, con esos vagones en que todos los asientos forman hileras orientadas hacia el centro, creando un pasillo. Al principio, él era el único pasajero, pero luego empezaba a subir gente, y Martin se encontraba contemplándose las rodillas para evitar mirarle la entrepierna al hombre que iba apretujado contra él. No sabía en qué parada tenía que apearse; como era la línea Circle, el tren pasaría una y otra vez por todas, así que permanecía donde estaba tratando de recordar adónde iba.

Oía unos ruidos raros provenientes de los asientos que tenía justo enfrente: crujidos, rasguños y mordisqueos cuyo volumen aumentaba a medida que el tren avanzaba. Empezaba a angustiarse; aquellos sonidos le roían los nervios como el rechinar de dientes. Algo rodaba por el suelo y chocaba contra su pie. Miraba hacia abajo. Era una nuez.

El tren se detenía en Monument, donde se apeaba bastante gente. El vagón quedaba despejado y Martin veía que delante de él iban sentadas dos mujeres. Llevaban zapatillas de deporte blancas, gastadas, y uniformes de enfermera, y cada una sujetaba una bolsa de la compra en el regazo. Ambas tenían los ojos saltones y la mandíbula superior prominente. Adoptaban una expresión vigilante, como preparadas para defender sus bolsas de probables carteristas. Ambas metían una mano ahuecada en las bolsas y extraían nueces que rompían con sus enormes dientes.

—¿Qué miras? —le preguntaba una de ellas.

Él oía rodar las nueces por el suelo. Nadie parecía advertirlo. Negaba con la cabeza, incapaz de hablar. Horrorizado, veía que las mujeres se levantaban y se sentaban a ambos lados de él. La que le había hablado se inclinaba y le acercaba los labios a la oreja.

—Somos ardillas con forma humana —susurraba—. Y tú también.