Esa mañana, Valentina no se encontraba bien, así que Julia fue a Tesco Express a comprar sopa de pollo, galletitas Ritz y Coca Cola, los elementos que, según las gemelas, componían la dieta adecuada cuando uno estaba enfermo. Nada más marcharse Julia, su hermana se levantó con esfuerzo de la cama, vomitó en el váter, volvió a acostarse y se tumbó de lado, con las rodillas encogidas, ardiendo de fiebre. Se quedó contemplando la alfombra, siguiendo con la mirada el trazado de los dibujos azules y dorados. Poco a poco se durmió.
Alguien se inclinó sobre ella y la miró desde muy cerca, sin llegar a tocarla; Valentina sólo tenía la sensación de que había alguien allí, y de que esa persona estaba preocupada por ella. Al abrir los ojos le pareció distinguir un bulto oscuro, impreciso, que se desplazaba hacia los pies de la cama. Oyó que Julia regresaba y despertó del todo. A los pies de la cama no había nada.
Al cabo de un rato, su hermana entró en la habitación con una bandeja. Valentina se incorporó. Julia dejó la bandeja y ofreció un vaso de Coca Cola a la enferma, quien lo agitó haciendo sonar los cubitos de hielo antes de aplicárselo a la mejilla. Dio un sorbito de refresco, y luego otro más grande.
—He notado algo raro en la habitación —comentó.
—¿A qué te refieres?
Valentina trató de describirlo:
—Era como una mancha borrosa en el aire. Y estaba preocupada por mí.
—Qué considerada. Yo también estoy preocupada por ti. ¿Quieres un poco de sopa?
—Sí, creo que sí. ¿Puedo tomarme sólo el caldo, sin fideos ni nada?
—Como quieras. —Julia fue a la cocina.
Valentina echó un vistazo al dormitorio: estaba como todas las mañanas. Hacía un día soleado y los muebles parecían cálidos e inocentes. «Seguro que lo he soñado. Pero qué raro».
Julia entró y le tendió un tazón de sopa. Luego le apoyó una mano en la frente, exactamente como hacía su madre.
—Estás ardiendo, Ratoncita —comentó. Valentina bebió un poco de sopa y ella se sentó a los pies de la cama—. Deberíamos llamar a un médico.
—Sólo es gripe.
—Ratoncita… Sabes que tiene que verte un médico. Si se entera mamá, le da algo. ¿Y si sufres un ataque de asma?
—Ya… ¿Podemos llamar a mamá? —El día anterior habían llamado a casa, pero no había ninguna norma que les impidiera telefonear dos veces en la misma semana.
—En casa son las cuatro de la madrugada —observó Julia—. Ya llamaremos más tarde.
—Vale. —Valentina le devolvió la taza y Julia la puso en la bandeja—. Creo que voy a dormir un poco.
—Muy bien. —La joven corrió las cortinas, cogió la bandeja y se marchó.
Valentina volvió a acurrucarse, satisfecha. Cerró los ojos. Alguien se sentó a su lado y le acarició el cabello. La enferma se durmió con una sonrisa en los labios.