Diario, 1 de julio de 1920

Diario personal de Samuel Durango.

Jueves, 1 de julio de 1920

Hoy, cuando hemos regresado al barco, he intentado hablar con Kathy, pero apenas me ha hecho caso; se ha limitado a preguntarme acerca de su padre y de lo que hemos averiguado en la isla, y se ha ido al camarote con su madre. Es lógico; está muy preocupada.

Pese al cansancio, he bajado a la bodega para revelar algunas de las fotografías que tomé desde el Dédalo. En concreto las que hice a la ciudadela que divisamos al pie del volcán. Es un lugar muy extraño; aunque en las imágenes no se distinguen los detalles, la sensación que produce el conjunto es de…, no sé, de locura. Las construcciones están distribuidas de manera aleatoria y se inclinan formando ángulos torcidos. El profesor lo llama «la ciudadela», pero a mí no me parece que eso sean casas ni una ciudad. Además, la cúpula negra que se alza al fondo tiene algo de sobrenatural; no sólo por su tamaño, sino también por su color. O, mejor dicho, por su falta de color. Aunque estaba muy lejos, jamás he visto nada tan oscuro, tan negro. Parece más un agujero en la nada que algo material.

¿Qué es ese lugar? ¿Quién lo construyó y para qué? Puede que mañana encuentre respuestas a esas preguntas, porque el profesor va a organizar una expedición de rescate al norte de la isla y ha ordenado que me sume a ella.

Es raro; sé que más de veinte hombres han ido allí y no han vuelto, pero no siento temor, sino sólo curiosidad.