Diario, 27 de junio de 1920

Diario personal de Samuel Durango.

Domingo, 27 de junio de 1920

Esta tarde, después de positivar las últimas fotografías del templo subterráneo, que eran las que más prisa le corrían al profesor, he salido a cubierta para tomar un poco el aire. Hacía mucho frío, pero me he quedado un buen rato acodado en la barandilla, contemplando el extraño mundo por el que navegamos. El mar tiene una apariencia lechosa porque su superficie está cuajada de cristales de hielo; sobre ella flotan numerosos bloques de agua helada y de vez en cuando se distingue la refulgente mole de algún iceberg. A mi izquierda, en la lejanía, se extiende la banquisa, una infinita planicie blanca en la que no hay absolutamente nada. Tampoco se ven aves surcando el cielo ni peces en el mar. Es la soledad absoluta, un desierto sin vida. Al menos, eso me parecía hasta que vi los blancos lomos de al menos una docena de ballenas emergiendo del agua entre resoplidos similares a surtidores. Le he preguntado más tarde al señor Castro, el piloto, y me ha contado que son ballenas beluga, el cetáceo más abundante en estas aguas.

Según nos ha explicado el capitán, navegamos por el Mar de Barents, que está limitado al sur por las costas de Escandinavia y Rusia, y al norte por los archipiélagos Svalbard (de donde procedemos) y la Tierra de Francisco José (adonde nos dirigimos). Al parecer, la Tierra de Francisco José fue descubierta en 1873 por dos exploradores austrohúngaros, que le dieron ese nombre en honor al emperador Francisco José I. Pero como la expedición estaba financiada con dinero privado, Austria no pudo tomar posesión del archipiélago y por lo visto ahora lo reclaman los noruegos y los rusos.

Resulta extraño que dos países rivalicen por quedarse con un lugar tan inhóspito. ¿Para qué lo querrán? ¿Por su belleza, quizá? Porque aunque desierto y aparentemente sin vida, este lugar es hermoso y desprende una gran pureza, pues apenas hay seres humanos y jamás ha habido guerras o matanzas; una pureza blanca, cristalina y estática, una pureza suspendida en el tiempo. Conforme nos adentramos más y más en el Ártico, noto un cambio en mi interior. Creo que es paz; por primera vez en mucho tiempo me siento tranquilo

Aunque en eso también tiene mucho que ver Kathy. Después de lo que ha ocurrido hoy, me siento extraño. Y estúpido. Kathy me gusta, estoy bien a su lado, la quiero… pero no me atrevo a quererla. Por amor de Dios, pero si es míllonaria y aristócrata, y yo no soy ni tengo nada. ¿Qué puedo ofrecerle? No tiene sentido hacerse ilusiones.

Pero no consigo dejar de pensar en ella.