Diario, 25 de junio de 1920

Diario personal de Samuel Durango.

Viernes, 25 de junio de 1920

Apenas hemos tardado doce horas en llegar a nuestro destino. Kvitoya tiene cuarenta y dos kilómetros de largo por veintidós de ancho; según el profesor, su superficie es de unos 680 kilómetros cuadrados, el noventa por ciento de los cuales está cubierto de glaciares. Supongo que por eso los noruegos la llaman la Isla Blanca.

No hay ni rastro de presencia humana; ni siquiera un miserable campamento ballenero. Tampoco se ven en la costa tantas aves y mamíferos marinos como en Spitsbergen; supongo que eso se debe a que este lugar es mucho más frío. El profesor dice que la Corriente del Golfo ya no pasa por aquí, de modo que al mediodía la temperatura no supera los 2 grados por encima de cero. De hecho, hace tanto frío que el mar está escarchado y lleno de pequeños bloques de hielo que, al chocar contra el casco del Saint Michel, suenan como un tamborileo. El capitán me ha contado que en invierno es imposible la navegación, pues todo está cubierto por una capa de agua congelada.

Hoy hemos visto el primer oso blanco. Estaba sentado en un bloque de hielo a la deriva y se quedó mirándonos fijamente conforme pasábamos por su lado. Era un animal muy hermoso. Lo he fotografiado.

Nada más llegar a Kvitoya, el Saint Michel ha recorrido la costa sur buscando el Britannia, pero no lo hemos encontrado. Sin embargo, es posible que hayamos dado con su rastro. Según el Códice Bowen, la misteriosa ciudad subterránea se encuentra en el extremo occidental de la isla; pues bien, en una playa situada justo al oeste de Kvitoya hay huellas de presencia humana reciente. Adrián Cairo desembarcó en un bote y encontró los restos de un campamento provisional, así como un montón de basura, entre ella latas de Corned Beef y un par de botellas de whisky. No sabemos a ciencia cierta si son rastros de la expedición de Sir Foggart, pero es lo más probable.

El profesor Zarco ha decidido que nos dividamos en grupos y exploremos la zona. Debemos buscar la entrada de una caverna que, como dice el códice, está situada «bajo la sombra del caballo». El profesor cree que, probablemente, ese «caballo» sea una formación geológica semejante al animal, o quizá una talla o una pintura. Acto seguido, Adrián Cairo nos ha informado de los peligros con que podremos encontrarnos. En concreto, un solo peligro: los osos blancos. Al parecer, hay muchos en la isla.

Según Adrián, el oso blanco (thalarctos maritimus, como apuntó el profesor) es el mayor carnívoro terrestre, y puede pesar hasta medía tonelada. Aparte de eso, y a diferencia del resto de los animales, los osos blancos no temen al hombre, porque apenas han estado en contacto con él. Todo ello, señaló, convierte a estos seres en unas bestias terriblemente feroces, razón por la cual Adrián ha insistido en que vayamos armados.

Pero yo odio las armas y no pienso empuñar una. A la hora de asignar los grupos, Zarco dio por descontado que las mujeres permanecerían en el barco, pero Lady Elisabeth protestó con tanta energía que el profesor tiró la toalla sin protestar demasiado, algo muy poco usual en él. Lady Elisabeth irá con Elizagaray, el primer oficial, y con el marinero O’Rourke. Kathy vendrá con Adrián y conmigo. Me alegro de que nos acompañe.