Diario, 3 de julio de 1920

Diario personal de Samuel Durango.

Domingo, 3 de julio de 1920

En contra de lo que cabría esperar, cuando el profesor dijo que mañana iniciaríamos el regreso me he sentido decepcionado. Por un lado, me inspira gran curiosidad la ciudadela. Autómatas, faros estelares, seres de otros mundos, máquinas pensantes…, qué ideas más extrañas y perturbadoras. Tengo tantas preguntas que me entristece irme de aquí sin ninguna respuesta.

Por otro lado, soy consciente de que, cuando esta expedición concluya, Kathy y yo nos separaremos. No volveré a verla y sólo pensar en ello basta para que se me rompa el corazón. Además, últimamente está tan fría, tan distante… Es por su padre, lo sé, está triste y desmoralizada; pero ¿por qué me aleja de su lado ahora que más consuelo necesita? Quizá no significo para ella lo mismo que ella significa para mí; puede que lo único que en algún momento nos ha unido hayan sido las circunstancias, así que no debería extrañarme que sean las circunstancias quienes nos separen.

No me apetece pensar en eso. Ahora no.

El profesor quiere que mañana, antes de irnos, fotografíe la ciudadela desde el oeste. Escribo esto en una de las casas abandonadas del poblado danés, bajo la luz de un quinqué de queroseno, aunque el sol se filtra a través de los ventanucos. Mi reloj dice que faltan siete minutos para la medianoche, pero este día eterno hace que mi sentido del tiempo se confunda. Me cuesta conciliar el sueño.

Esta tierra es demasiado extraña.