Se reunieron en la casa de subastas a eso de las cuatro. Leonardo llegó el último debido a una incipiente resaca que lo mantuvo pegado a la cama hasta el mediodía. A pesar de todo, supo alternar las horas de vigilia y el alcohol con el trabajo, y así pudo imprimir el manuscrito de Toledo, por duplicado, y transcribir varias de las anotaciones que recordaba de sus conversaciones con Riera; el tiempo que hablaron del Temple y los masones. Además, trajo consigo el DVD para una nueva exploración, y la carta que encontró junto al resto de la correspondencia. Quería que Cristina la leyera personalmente.
—¿Qué piensas de esto?
Le entregó el folio nada más llegar, tomando asiento frente a la mesa de reuniones.
La criptógrafa, de pie, leyó en silencio la carta sin importarle la presencia incordiante de Nicolás a su espalda. Luego se giró para mirarlo a los ojos, a la espera de un veredicto.
—Creo que intentan contactar con nosotros —dijo el letrado—. Aunque también podría ser una trampa.
—Mi opinión es que se trata de un acertijo utilizado en la masonería como método de captación —añadió Cristina, sentándose donde solía hacerlo Mercedes cuando presidía una reunión plenaria con los jefes de sección. Entonces recordó la llamada del bibliotecario a última hora—. ¿No es por lo que me llamaste anoche?
—Sí —respondió quedamente Leonardo—, pero al final decidí esperar a hoy para que le echaras un vistazo.
Colmenares fue hacia la máquina de café con el fin de sacar tres capuccinos. La tarde se presentaba larga e interesante.
—¿Pudiste ver a la persona que hizo la entrega? —preguntó el abogado desde el otro lado de la habitación.
—Supongo que serían los de correos, ya que estaba en el buzón con el resto de las cartas —respondió Cárdenas—. El remite es de lo más cabalístico. Tan solo un puñado de números.
—¿Has traído el sobre? —Cristina le devolvió el folio, a la vez que le hacía esa pregunta.
Asintió con la cabeza, introduciendo su mano en el bolsillo de la camisa. Se lo dio para que pudiera echarle un vistazo.
—¿Os habéis fijado? —Leonardo señaló la parte baja del escrito—. La misiva está firmada por Balkis… La reina de Saba.
—Sí; y lo que es el texto resulta bastante extraño —repuso Colmenares, trayendo los cafés en una bandeja de plástico para colocarlos luego sobre la mesa de reuniones—. Parece incitarnos a la investigación. Y eso es algo que deberíamos meditar en profundidad antes de hacer cualquier intento de buscarlos. Insisto en que puede ser una trampa.
—He de reconocer que el acertijo que nos ofrecen parte desde el deseo de ayudar, y ello es bastante extraño después de lo ocurrido —opinó Cristina, sin dejar de observar los números escritos en el remite—. Tal vez Nicolás tenga razón y no debamos confiar tan a la ligera en la carta de un desconocido, o desconocida… —Entonces, tras morderse el labio superior, añadió pensativa—: ¿Qué diablos querrán decir estas cifras?
El abogado cogió el sobre que le ofrecía Cristina. Lo observó detenidamente. A continuación, se lo devolvió al bibliotecario.
—¿Un número de teléfono? —inquirió, extrañado.
—Ni idea —reconoció Cárdenas—, aunque tengo la impresión de que alguien trata de ayudarme… ¡No sé! Hay algo en sus palabras que inspira mi confianza.
—Un juego demasiado peligroso, a mi parecer.
La afirmación de Cristina le sentó como un jarro de agua fría. La creyó petulante y engreída por entender que lo sabía todo. La carta, según él, pretendía indicarle algo de gran importancia. Pero el escepticismo de sus compañeros consiguió ponerlo de mal humor.
Guardó el folio en el sobre. Luego lo volvió a meter en el bolsillo de su camisa.
—¡Está bien! —Puso el DVD sobre la mesa—. Comencemos desde el principio.
Desde ese instante, se dedicaron plenamente al estudio de la grabación. Lo primero que hicieron fue trasladar la información a uno de los ordenadores de la empresa. De este modo pudieron reproducir y aumentar las distintas secuencias para ir guardando las imágenes dentro de una carpeta de Word. Su intención era imprimirlas en tamaño folio para estudiarlas posteriormente, cosa que harían en profundidad.
Al cabo de dos horas tenían ante sí veintiocho fotogramas —cuatro paredes por cada una de las siete salas—, además de unas cuantas del monumento escalonado que había en la sala principal. Estuvieron examinando una a una las frases escritas. Ninguna parecía guardar relación con la otra, pero en algunas se repetían las palabras «piedra» y «Dios». También hacía alusión a la música y a los números, a la perfección de las letras y al movimiento de los astros, al pensamiento y a las ecuaciones divinas. Era, como habían pensado, un diario escrito que ponía de manifiesto la sabia virtud de las Artes Liberales.
—¿Qué es eso? —preguntó Cristina, señalando ciertas letras desvaídas por los siglos que, en una esquina de la pantalla, podían verse tras la campana que colgaba sobre el dintel de entrada.
Leonardo se acercó para observar más de cerca la imagen.
—¿Puedes ampliarlo? —le preguntó.
—Creo que sí.
La criptógrafa pinchó en el zoom, aumentando de ese modo la secuencia un cincuenta por ciento.
Entonces, pudieron leer con absoluta claridad:
AVIDITAS
—¿Avaricia…? —Leonardo no daba crédito a lo que veían sus ojos.
Se le había pasado por alto ese detalle.
—Eso parece —afirmó Cristina.
—Prueba con otra sala.
Y así lo hizo el bibliotecario, encontrando un término parecido tras la campana de la séptima sala. En este caso:
SUPERBIA
—Soberbia —tradujo ella del latín al castellano.
—¿Qué tienen que ver los pecados capitales con Los Hijos de la Viuda? —preguntó Colmenares, el cual se perdía por los laberínticos pasajes de la masonería y la alquimia.
Nadie respondió. Sus dos acompañantes estaban pendientes de buscar nuevas indicaciones tras las diversas campanas de aquel santuario.
Efectivamente, una a una fueron surgiendo las deficiencias más características del ser humano:
AVIDITAS, SUPERBIA, PIGRITIA, LASCIVIA, IRA, GULA, INVIDIA
y todas escritas en la parte superior de cada una de las entradas, ocultas tras los distintos címbanos de bronce. Tenían un nuevo dato que venía a entorpecer su labor, por lo que todo era cada vez más confuso y enigmático. Sin embargo, Cristina, muy concentrada, parecía tener respuesta para todo.
—¿No preguntabas antes qué relación pueden tener los pecados capitales con los masonería? —La criptógrafa se quitó las gafas, que se había colocado para ver de cerca, mirando fijamente a Nicolás.
El letrado se atusó el bigote al tiempo que fruncía el ceño con cierto asombro. «¿Pero es que en verdad existe una relación?», parecía pensar.
Cristina contestó su propia pregunta antes de que lo hiciese cualquiera de los dos hombres que la observaban con detenimiento.
—Pues la verdad es que sí, están vinculadas al mundo de la alquimia —dijo con premeditada lentitud—. Según la reconstrucción del universo gnóstico, concebido por los ofitas, cada planeta imprime en la voluntad del hombre un carácter negativo que le somete y esclaviza. El Sol nos aporta gula… la Luna, pereza… Mercurio, avaricia… Venus, lujuria… Marte, ira… Júpiter, envidia… Y Saturno, soberbia. Tras la muerte, el espíritu del hombre debe atravesar las seis primeras esferas y enfrentarse a la última y más peligrosa de todas: Saturno; el dios proscrito, creador del tiempo y el espacio. Quien logre superar su poder, podrá ascender al Universo de Dios y vencer a la serpiente que guarda el Paraíso. Además, por si no lo sabéis, cada día de la semana está representado por cada uno de los planetas conocidos en la Edad Media. Y por qué no, también por las siete notas musicales… —Alzó el mentón y concluyó—: Está probado científicamente que la música provoca en el hombre distintas reacciones. —Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo el silencio en el cielo…
Leonardo y Cristina miraron atónitos al abogado, quien se sentía orgulloso de llamar la atención de los expertos con un pasaje del Apocalipsis, en donde el número siete era de nuevo el protagonista.
—¡Espera un momento! —exclamó la criptógrafa—. Eso que has dicho me ha recordado a Georg von Welling, quien trabajara como alquimista en la corte del margrave de Karlsruhe… —Carraspeó un poco—. Este afirmaba que del Trono de Dios, con los siete grandes espíritus del Apocalipsis a su alrededor, fluía la luz divina creando el mundo espiritual como arquetipo de nuestro universo. ¡A ver, Leo…! Déjame un momento la carta que acabas de enseñarnos. Necesito comprobar algo que puede ser importante.
El aludido no se hizo de rogar. Sacó de nuevo el sobre y se lo entregó, tras esperar una explicación que parecía prolongarse. Sin prestar atención al gesto interrogante del bibliotecario, Cristina leyó de nuevo el texto. Al cabo de unos segundos lo extendió sobre la mesa, señalando una frase con su índice diestro.
—«En el templo de las tres cámaras se halla escondido el Kisé del Testimonio»… —leyó en voz alta.
—¿Le encuentras algún significado? —quiso saber Colmenares, cada vez más metido en aquella apasionante aventura.
—¡Kisé! —exclamó ella con notable énfasis, esperando que fuesen capaces de comprender lo que quería decirles, pero tanto el bibliotecario como el picapleitos desconocían el idioma hebraico. Por eso les refrescó la memoria—: ¿Recordáis la frase escrita en hebreo que logré traducir cuando estábamos en el Hotel Rosa Victoria, en Murcia…? —Al ver que no reaccionaban la buscó entre las fotografías, recuperando la imagen de un muro con signos geométricos y varias frases en hebreo—. ¡Aquí está! Vayomer kisé iad al kes Yahveh; o lo que es igual: «Porque la mano de Dios está sobre su trono». Kisé significa trono… El Trono de Dios… —Luego, añadió satisfecha—: Y eso no es todo, anoche tuve tiempo de traducir algunas de las frases en latín. Y había una que hablaba precisamente de un trono.
—¿Estás segura? —A Leo le resultaba extraño tanta coincidencia.
—Sí, y aguarda un solo instante… —Ella sacó su pequeña libreta del bolso que colgaba del respaldo de la silla. A continuación la abrió por el principio—. Aquí está… «In excelso throno vidi sedere virum».
—«En el excelso trono vi sentarse a un varón». —Leo se adelantó a traducirlo antes de que Cristina le diera una clase de latín que pusiera en evidencia su carrera universitaria.
—¿No os parece extraño? —argumentó la criptógrafa.
—Puede que sea simple casualidad. —Fue la seca opinión del abogado.
—¿Qué dice el esoterismo con respecto al Trono de Dios? —preguntó el bibliotecario, intuyendo que Cristina conocía todas las respuestas.
—Tenemos, por un lado, la función intrínseca de la catedral; es decir, la de albergar el trono desde donde el obispo instruía a los seglares… —Prefirió exponer sus conocimientos desde el principio—. Como sabes, la palabra catedral proviene del latín cathedra, que significa trono. Pero… ¿cuál era realmente la función del obispo? Yo te lo diré: sentarse en el trono para comunicarse con Dios a través de la oración.
—No creo que Dios le hablase a un obispo… —discrepó Colmenares, que después torció el gesto—. Es más, no creo que pueda comunicarse con nadie. Es absurdo pensar algo así.
—Ahora que recuerdo… —Cárdenas se acordó de las copias del manuscrito de Toledo que había traído para ellos. Las sacó del bolsillo interior de su chaqueta, entregándole una a Cristina y otra al abogado—. ¡Leed esto! Sobre todo la parte que dice cómo los constructores de catedrales le escondían al pueblo el modo de contactar con Dios.
Cristina, que se lo sabía de memoria, lo leyó en unos cuantos segundos. Nicolás se perdió antes de terminar el segundo párrafo.
—Tienes razón, pero también Balkis lo menciona… ¿No te acuerdas? —le advirtió ella, recitando de memoria un pasaje de la carta de Leonardo—: «Si deseas hablar con Dios, deberás acudir donde te aguardan los pilares que dividen la ciudad de Henoc».
—Os lo dije, tratan de ayudarnos.
La explicación de Leonardo no satisfizo a la erudita. Para ella significaba algo más.
—Escucha… —le dijo la criptógrafa—. Cuando nos hablaste de Riera dijiste que había pasado parte de su vida buscando el Arca de la Alianza… ¿No es cierto?
—Es su obsesión —contestó con media sonrisa mordaz—. Y lo peor de todo es que piensa que estuvo escondida en los alrededores de Murcia… —Arqueó las cejas significativamente—. Cuando le hablamos de buscar el escrito del cantero bajo la catedral, se mostró bastante interesado. Incluso llegó a decir que nuestra búsqueda no difería de la suya.
Cristina reflexionó acerca de las palabras que acababa de escuchar. En su cerebro se sucedían, cual secuencias cinematográficas, las hipótesis. Sabía que estaba cerca de encontrar lo que andaba buscando, pero debía seguir interpretando su papel al margen de los descubrimientos y mostrar empatía con los demás, ayudando en lo posible a descifrar el enigma.
—Hay algo que no os he dicho referente al Arca de la Alianza, también llamada del Testimonio… —Trató de ser lo más sincera posible—. Y es que posiblemente fuese algo más que una simple arca.
—¿A qué te refieres? —El licenciado en leyes fue el primer sorprendido.
—Hay quienes afirman que el Arca de la Alianza se manifestaba como un condensador eléctrico, capaz de generar una energía indescriptible y cuyo poder podía matar a una persona, tal y como dice la Biblia. Y también que era un amplificador de sonido en forma de trono, con los dos querubines tocándose en los extremos a modo de respaldo, donde Moisés se sentaba para comunicarse directamente con Dios.
—¡Eso es absurdo! —exclamó Colmenares, que teatralmente alzó los brazos—. Espero que no tomes en serio tales afirmaciones.
—No digo que sea cierto, pero cobra sentido cuando vemos que se reitera su utilidad. Lo hemos leído en el manuscrito del cantero, en la carta de Leo y en las paredes de la cripta… —Cristina no estaba dispuesta a dejar pasar tales coincidencias—. Si es cierto, y existe el Trono de Dios, es posible que encontremos respuesta a las preguntas que nos hemos hecho desde el principio: ¿Por qué asesinaron a Mercedes y a Balboa?
Cárdenas lo supo al instante. Y se permitió el lujo de responder con tono grave:
—Porque el Arca es lo que protegen con tanto empeño Los Hijos de la Viuda, tal y como afirmara Riera.
—¡Exacto! —puntualizó, solemne, la pelirroja, apartándose el cabello que le caía sobre la cara—. Y pretenden mantenerlo en secreto cortando la lengua de todo aquel que pueda delatar su ubicación, como le ocurrió a Iacobus de Cartago.
—Eso quiere decir que el picapedrero sabía dónde encontrar el Arca. —El abogado había reflexionado en voz alta.
—No solo eso —apuntó Leonardo—, sino que debió escribir el lugar exacto donde está escondida entre todo este jeroglífico de números y letras… —Sostuvo un puñado de fotografías en la mano—. Lo hizo para que gente como nosotros nos devanásemos los sesos intentando hallar el tesoro descrito por Nostradamus.
—Cada vez son más los personajes implicados —precisó el abogado—. Además, no entiendo qué relación pudo tener Nostradamus con los constructores de catedrales, ni cómo supo que existía una cripta bajo la capilla de los Vélez.
—Se dice que Michel de Nostredame pertenecía a una hermandad esotérica llamada la Fede Santa, incluso que llegó a ser Maestre de la Gran Logia Blanca —se apresuró a decir Leonardo, quien había estudiado el personaje tras recibir el e-mail de Balboa—. Quizá mantuviese algún tipo de relación con las logias de constructores españoles.
—Eso es cierto —afirmó Cristina—. Sus Centurias son un claro ejemplo del lenguaje utilizado entre los alquimistas. Nostradamus debía conocer el secreto cuando dejó por escrito su ubicación. ¿No os dais cuenta…? Solo es un juego de intelecto para mentes privilegiadas… —Reflexionó unos instantes en silencio, y después se preguntó—: ¿Qué es si no la carta que te han enviado, sino un nuevo mensaje en clave?
La interrogante iba dirigida a Leonardo.
—¡Es como para volverse loco! —gruñó el bibliotecario—. ¿Alguien puede decirme qué estamos buscando en realidad?
—La pregunta del millón es… ¿Qué desean ellos que encontremos?
Cristina lanzó su adivinanza. Los hombres no supieron contestar porque eran demasiadas las incógnitas y pocas las respuestas.