Capítulo 33

Para el viaje de regreso se dividieron en dos grupos. Cristina, por decisión propia, decidió acompañar a Lilith para que esta no se sintiera sola, y también para interiorizar poco a poco en su carácter con el fin de comprender hasta dónde podía llegar la confianza que había depositado en ella. A Colmenares no le hizo gracia tener que separarse de Cristina, y no solo porque la presencia de la criptógrafa bastaba para incitar su buen humor, también porque creía que era prudente que los tres siguieran juntos para urdir un plan antes de llegar a Madrid. A pesar de todo, Cristina insistió en que no podía dejar sola a la joven. Según ella, podía cometer alguna locura, como ponerse en contacto con la policía al creer que pudieran estar engañándola. Para evitar sorpresas, o problemas innecesarios, finalmente aceptaron la sugerencia de viajar en parejas.

A Cárdenas le daba lo mismo. Lo único que deseaba era recuperar a Claudia cuanto antes; el resto le traía sin cuidado. No obstante, viajar a solas con el abogado le iba a permitir indagar un poco más en la vida de Cristina y averiguar cuál era en realidad su implicación en aquella historia. El que lo hubiera decidido Mercedes no era suficiente motivo para ponerla al frente de la investigación; no, cuando en realidad habían sido ellos —Claudia, Riera, y él mismo— quienes descifraron el enigma del manuscrito y encontraron la cámara secreta bajo la capilla de los Vélez, y quizá también los únicos damnificados hasta el momento; sin contar, claro está, a los fallecidos. El mérito era de ellos. No permitiría que nadie les arrebatase su momento de gloria una vez que lograsen desenmascarar a Los Hijos de la Viuda y llevarlos ante el juez.

Quizá por ello, nada más ponerse en camino sintió la necesidad de mostrarse comunicativo con quien iba a ser su compañero de viaje durante unas cuantas horas.

—Dime, Nicolás… ¿Quién es en realidad Cristina Hiepes, y por qué Mercedes me ocultó que pensaba contratar a una criptógrafa mientras yo arriesgaba el pellejo para salvaguardar la reputación de Balboa?

Fue directo, sin rodeos. Su mejor baza era el factor sorpresa, pues sabía bien que al letrado le costaba reaccionar a las preguntas relámpago. Cuando no le dejaban tiempo para meditar la respuesta, le era imposible mentir.

—¿Qué…? ¡Ah, sí! —vaciló unos segundos—. Veo que te has dado cuenta.

—No soy tan estúpido.

—Bueno, en realidad es culpa mía —reconoció en voz baja—. Cuando supe en el lío en que estabais metidos, tú y Melele, decidí llamar a un amigo que trabaja en el Ministerio del Interior para pedirle un pequeño favor. Se trataba de ponerme en contacto con una eminencia dentro del mundo de la criptografía medieval y las hermandades secretas, aprovechando la buena relación que mantiene con la ministra de Cultura. Me dio las señas de Cristina, gran amiga suya, la cual ha escrito varios libros sobre la historia de la masonería y la alquimia, y ha participado en importantes debates y conferencias en varias ciudades del mundo. Su curriculum es envidiable, te lo aseguro… —Chasqueó la lengua—. Mercedes ya le había pedido el favor a Hijarrubia horas antes de que yo lo hiciese, por lo que no puse objeción cuando la propuso para que fuera tu sustituta a ojos de tus compañeros en…

—¿Su labor en la casa de subastas era en realidad una tapadera? —lo interrumpió para aclarar ese punto.

—En parte —contestó Colmenares—. Se trataba de ocupar tu puesto hasta el día de la subasta, y por otro lado analizar profesionalmente el manuscrito de Toledo. No es que desconfiara del método utilizado por Balboa, o el tuyo propio, que al fin y al cabo debía de ser el mismo. Solo quiso buscarle un sentido coherente a las enigmáticas frases del texto. Ni Cristina ni yo tuvimos tiempo de leerlo. Pero, según nos contó Mercedes, se trataba de un códice absurdo que no tenía ni pies ni cabeza. Su intención era enseñárnoslo, pero la asesinaron antes de que tuviese ocasión de hacerlo.

El bibliotecario seguía sin comprender.

—Entonces, si sus intenciones eran otras… ¿Por qué permitió que llevase a cabo mi plan de buscar bajo la capilla de los Vélez?

—Había que tener en cuenta todas las posibilidades —respondió su interlocutor sin apartar su mirada de la carretera—. Por decirlo de alguna manera, pensaba que no estaba de más otra línea de investigación. Cristina debía ir analizando todas las pruebas que tú aportaras para hacer una valoración científica con credibilidad. No quiero que la juzgues mal, y menos ahora que está muerta. Ella jamás dudó de tu interpretación del texto, pero necesitaba a alguien capaz de explicarle el significado de aquellas palabras… —Entonces giró su cabeza para mirarlo fugazmente a los ojos—. Lo que jamás llegó a saber Mercedes es que ibas por buen camino.

Leonardo fue incapaz de reprocharle nada; aunque se sintió un tanto decepcionado. En todo caso, trató de encajar el golpe restándole importancia.

—De nada ha servido tanta estrategia. Esos bastardos han sido más listos que nosotros.

Dicho esto, guardó silencio mientras observaba frente a él las inmediaciones del Campus Universitario de Espinardo.

Colmenares respiró aliviado. De haber seguido con el interrogatorio, Cárdenas podría haberle sonsacado la verdad: que Cristina trabajaba para el Centro Nacional de Inteligencia. Y eso hubiera sido un desastre.

Unas horas más tarde, después de cenar en una cafetería situada en la estación de servicio que había a las afueras de Tarancón, donde se detuvieron a repostar, llegaron a Madrid sin más contratiempo que una fina lluvia azotando monótonamente los cristales. Como eran casi las once, Cristina decidió que cada uno regresara a su domicilio para descansar hasta el día siguiente. Ella y la joven Lilith se despidieron de los hombres en el paseo de la Castellana, quedando en verse de nuevo en las oficinas de Hiperión, después de comer, aprovechando que el resto de los trabajadores estaban de baja por tiempo indefinido.

Colmenares llevó a Leonardo hasta su domicilio. Sin mucho entusiasmo —ya que estaban cansados debido a las varias horas de viaje—, se dijeron adiós tras haber acordado un nuevo pacto de silencio: mantener a la alemana lo menos informada posible. Para ello tendrían que hablar en privado con Cristina, quien parecía haber encontrado en la joven a una hermana pequeña en apuros a quien cuidar.

Cárdenas alcanzó el portal del edificio sin poder quitarse de la cabeza lo vivido las últimas cuarenta y ocho horas. Todo había transcurrido demasiado deprisa. Aún pensaba en Claudia, y también en Salvador, cuando pulsó el interruptor del vestíbulo y se encendieron las luces de las escaleras. Subió unos cuantos peldaños antes de detenerse frente al ascensor. Distraído, apretó el botón. Mientras esperaba su llegada decidió acercarse al buzón para recoger el correo. Estaba abarrotado de cartas y panfletos publicitarios; no dudó en llevárselo todo sin prestarle demasiada atención. Ya tendría tiempo de echarle un vistazo cuando estuviese arriba, después de una buena ducha y un gin-tonic para entonarse.

Minutos más tarde llegaba a su apartamento. Lo encontró todo tal y como lo había dejado; es decir, desordenado. Los libros que hablaban de la masonería seguían abiertos sobre la mesa de su despacho, al igual que las anotaciones que fue tomando tras consultar diversas páginas en Internet. En la cocina se amontonaban los vasos y platos que olvidó fregar antes de salir de viaje. Había en el ambiente un olor desagradable a cerrado. La casa necesitaba ventilación, por lo que abrió un par de ventanas con el fin de airear las habitaciones. Luego dejó el manojo de cartas sobre la mesa del salón y fue derecho hacia el cuarto de baño para abrir el grifo de la ducha.

El agua caliente le devolvió a la vida e hizo que su mente fuera recobrando el dinamismo que había perdido desde que abandonaran la ciudad de Murcia. Pasó olímpicamente de afeitarse, aunque no dudó en colocarse su pijama, calzarse las zapatillas de ir por casa y servirse una generosa copa. Se dirigió al salón con ánimo de tumbarse en el sofá, y descansar. Entonces se rebajó a hacer lo que tanto odiaba: encender la televisión.

Luchó por no quedarse dormido mientras veía un programa donde los niños resultaban ser más prácticos e inteligentes que los adultos. A pesar de que aquello tenía su gracia, prefirió echarle un vistazo a la correspondencia. Las facturas y los recibos lo traerían de vuelta al mundo real.

Apartó unas cuantas que apenas ofrecían interés, cartas que irían a la basura sin abrir porque eran un incordio, la mayoría propaganda o publicidad comercial. No tardó en descubrir, entre las demás, un sobre de avión con líneas rojas discontinuas perfiladas en los bordes. Le dio la vuelta. No llevaba remite, solo unos cuantos números: (29-58-45) (31-08-03).

Así, de pronto, no le dijeron nada aquellas cifras. Se fijó entonces en el matasellos. Llevaba impresas letras árabes, por lo que tampoco supo distinguir el país de origen. Tanteó el sobre como medida de seguridad, ya que tras los atentados de marzo en Madrid las precauciones eran pocas si se trataba de islamistas. Tras asegurarse de que todo estaba bien, decidió abrirlo con delicadeza. Dentro encontró un papel doblado. Lo extendió cuidadosamente, y comenzó a leer.

Lilith estaba en la ducha, por lo que Cristina aprovechó para sentarse frente a la mesa de su despacho con el fin de transcribir a limpio varias de las frases que había visto inscritas en los muros de la cripta, gracias al DVD de Leonardo. Estaban escritas en latín, algo muy propio de la época, pero su significado no resultaba tan coherente. Eran bastante ambiguas, y a la vez inquietantes. Podía decirse que formaban parte de un acertijo iniciático, como el de los antiguos alquimistas.

Copió las tres primeras frases:

«Hic est lapis, qui reprobatus est a vobis aedificantibus, qui factus est in caput anguli… Delictum oris eorum, sermonem labiorum ipsorum: et comprehendantur in supervia sua… Existimabant ut cognoscerem hoc, labor est ante me, donec intrem in Sanctuarium Dei».

Luego escribió debajo la traducción: «Esta es la piedra que vosotros desechasteis al edificar, la cual ha venido a ser la piedra angular… Por el delito de su boca y por las palabras de sus labios, sean víctimas de su propia soberbia… Reflexioné para penetrar este misterio: pero la dificultad fue grande para mí, hasta que entré en el Santuario de Dios».

A continuación, hizo lo mismo con otras dos nuevas frases:

«Sanctum et terribilie nomen ejus, initium sapientiae timor Domini… In excelso throno vidi sedere virum».

O lo que es igual: «Santo y terrible es Su Nombre, el temor del Señor es el principio de la sabiduría… En el excelso trono vi sentarse a un varón». Estuvo repasando lo que había escrito para ver si lograba encontrar algún significado a las palabras. Iba a necesitar una copia del DVD si quería comparar las distintas frases con las marcas de los compañeros, los glifos astronómicos y las figuras geométricas. Estas últimas eran varias y contradictorias. Por un lado, había triángulos dentro de círculos que a su vez encerraban cuadrados perfectos. Luego estaban los círculos unidos formando una cadena, pentágonos con cruces en su interior, y triángulos rectángulos que en ocasiones se superponían formando la estrella de David. Se quedó observando este último signo, el de la reintegración, conocido en la India con el nombre de Shîyantra. El ángulo dirigido hacia arriba representaba el cielo primordial; el que iba en sentido contrario simbolizaba el caos o infierno terrenal. Los principios contrarios se equiparaban en el centro, donde podía verse dibujado el ojo de Dios. Y aunque solo eran los bocetos que tuvo tiempo de realizar, estaba segura de que ver nuevamente las imágenes, y analizarlas una a una en profundidad, le aportaría nuevos datos que podría cotejar con los que ya contaba en su poder.

En ese momento, sonó el teléfono móvil que estaba sobre la mesa. Lo cogió de inmediato.

—¿Sí…?

—Perdona que te despierte, pero es importante. —Cárdenas parecía agitado.

—Descuida, no nos hemos acostado aún —pluralizó—. Lilith se está duchando, y yo estaba pasando a limpio unos apuntes. Dime… ¿Qué ocurre?

—Ahí va un acertijo: «Si deseas conocer la verdad, tendrás que encontrar primero la llave donde se guarda el secreto de nuestra logia, la cual se halla escondida celosamente en el interior de una caja de hueso recubierta de pelo». ¿Conoces la respuesta?

—¿Se trata de una broma? —contestó perpleja. No entendía nada de lo que le estaba diciendo.

Hubo unos segundos de incómodo silencio.

—Puede que tengas razón… —razonó el bibliotecario—. Es demasiado tarde para entablar una lucha con el ingenio. Buenas noches, Cristina. Que duermas bien.

Antes de que pudiera decir nada, colgó sin darle más explicaciones.

La criptógrafa no supo qué pensar. O Leonardo había perdido la razón, o le ocultaba algo realmente trascendental.