XXX

MARTÍN FIERRO

Mientras suene el encordao,

mientras encuentre el compás,

yo no he de quedarme atrás

sin defender la parada[136]

y he jurado que jamás

me la han de llevar robada[137].

Atiendan, pues, los oyentes

y cállensé los mirones—

a todos pido perdones,

pues a la vista resalta

que no está libre de falta

quien no está de tentaciones.

A un cantor lo llaman bueno,

cuando es mejor que los piores—

y sin ser de los mejores,

encontrándose dos juntos,

es deber de los cantores

el cantar de contrapunto.

El hombre debe mostrarse

cuando la ocasión le llegue—

hace mal el que se niegue

dende que lo sabe hacer—

y muchos suelen tener

vanagloria en que los rueguen.

Cuando mozo fui cantor—

—es una cosa muy dicha—,

mas la suerte se encapricha

y me persigue constante—

de ese tiempo en adelante

canté mis propias desdichas.

Y aquellos años dichosos

trataré de recordar—

veré si puedo olvidar

tan desgraciada mudanza—

y quien se tenga confianza

tiemple y vamos a cantar.

Tiemple y cantaremos juntos,

trasnochadas no acobardan—

los concurrentes aguardan—

y porque el tiempo no pierdan,

haremos gemir las cuerdas

hasta que las velas no ardan.

Y el cantor que se presente,

que tenga o no quien lo ampare,

no espera que yo dispare

aunque su saber sea mucho—

vamos en el mesmo pucho

a prenderle[138] hasta que aclare.

Y seguiremos si gusta

hasta que se vaya el día—

era la costumbre mía

cantar las noches enteras—

había entonces, dondequiera,

cantores de fantasía.

Y sí alguno no se atreve

a seguir la caravana

o si cantando no gana,

se lo digo sin lisonja—

haga sonar una esponja

o ponga cuerdas de lana.

EL MORENO

Yo no soy, señores míos

sinó un pobre guitarrero—

pero doy gracias al cielo

porque puedo, en la ocasión,

toparme con un cantor

que esperimente a este negro.

Yo también tengo algo blanco,

pues tengo blancos los dientes—

sé vivir entre las gentes

sin que me tengan en menos—

quien anda en pagos agenos

debe ser manso y prudente.

Mi madre tuvo diez hijos,

los nueve muy regulares—

yal vez por eso me ampare

la Providencia divina—

en los güevos de gallina

el décimo es el más grande.

El negro es muy amoroso,

aunque de esto no hace gala;

nada a su cariño iguala

ni a su tierna voluntá—

es lo mesmo que el macá[139]:

cría los hijos bajo el ala.

Pero yo he vivido libre

y sin depender de naides—

siempre he cruzado a los aires

como el pájaro sin nido—

cuanto sé lo he aprendido

porque me lo enseñó un flaire.

Y sé como cualquier otro

el porqué retumba el trueno—

porqué son las estaciones

del verano y del invierno—

sé también de donde salen

las aguas que cain del cielo.

Yo sé lo que hay en la tierra

en llegando al mesmo centro

en dónde se encuentra el oro,

en dónde se encuentra el fierro—

y en dónde viven bramando

los volcanes que echan juego.

Yo sé del fondo del mar

donde los pejes nacieron—

yo sé porqué crece el árbol,

y porqué silban los vientos—

cosas que inoran los blancos

las sabe este pobre negro.

Yo tiro cuando me tiran,

cuando me afloja, aflojo;

no se ha de morir de antojo

quien me convide a cantar—

para conocer a un cojo

lo mejor es verlo andar.

Y si una falta cometo

en venir a esta riunión—

echándolá de cantor,

pido perdón en voz alta—

pues nunca se halla una falta

que no esista otra mayor.

De lo que un cantor esplica

no falta qué aprovechar—

y se le debe escuchar

aunque sea negro el que cante—

apriende el que es inorante,

y el que es sabio, apriende más.

Bajo la fuente más negra

hay pensamiento y hay vida—

la gente escuche tranquila,

no me haga ningún reproche—

también es negra la noche

y tiene estrellas que brillan.

Estoy, pues, a su mandao,

empiece a echarme la sonda

si gusta que le responda,

aunque con lenguaje tosco—

en leturas no conozco

la jota por ser redonda.

MARTÍN FIERRO

¡Ah negro! Si sos tan sabio,

no tengás ningún recelo;

pero has tragao el anzuelo,

y, al compás del estrumento—

has de decirme al momento

cuál es el canto del Cielo.

EL MORENO

Cuentan que de mi color

Dios hizo al hombre primero—

mas los blancos altaneros,

los mesmos que lo convidan,

hasta de nombrarlo olvidan

y sólo lo llaman negro.

Pinta el blanco negro al diablo,

y el negro, blanco lo pinta—

blanca la cara o retinta,

no habla en contra ni a favor—

de los hombres el Criador

no hizo dos clases distintas.

Y después de esta advertencia,

que al presente viene al pelo—

veré, señores, si puedo,

sigún mi escaso saber,

con claridá responder

cuál es el canto del Cielo.

Los cielos lloran y cantan

hasta en el mayor silencio—

lloran al cair el rocío,

cantan al silbar los vientos—

lloran cuando cain las aguas

cantan cuando brama el trueno.

MARTÍN FIERRO

Dios hizo al blanco y al negro

sin declarar los mejores—

les mandó iguales dolores

bajo de una mesma cruz;

mas también hizo la luz

pa distinguir los colores.

Ansí ninguno se agravie;

no se trata de ofender—

a todo se ha de poner

el nombre con que se llama—

y a naides le quita fama

lo que recibió al nacer.

Y ansí me gusta un cantor

que no se turba ni yerra—

y si en tu saber se encierra

el de los sabios projundos—

decime cuán en el mundo

es el canto de la tierra.

EL MORENO

Es pobre mi pensamiento,

es escasa mi razón—

mas pa dar contestación

mi inorancia no me arredra—

también da chispas la piedra

si la golpea el eslabón.

Y le daré una respuesta

sigún mis pocos alcances—

forman un canto en la Tierra

el dolor de tanta madre,

el gemir de los que mueren

y el llorar de los que nacen.

MARTÍN FIERRO

Moreno, alvierto que trais

bien dispuesta la garganta—

sos varón y no me espanta

verte hacer esos primores—

en los pájaros cantores

sólo el macho es el que canta.

Y ya que al mundo vinistes

con el sino de cantar,

no te vayas a turbar,

no te agrandes ni te achiques—

es preciso que me espliques

cuál es el canto del mar.

EL MORENO

A los pájaros cantores

ninguno imitar pretende—

de un don que de otro depende

naides se debe alabar—

pues la urraca apriende a hablar

pero sólo la hembra apriende.

Y ayúdame, ingenio mío

para ganar esta apuesta—

mucho el contestar me cuesta—

pero debo contestar—

voy a decirle en respuesta

cuál es el canto del mar.

Cuando la tormenta brama,

el mar que todo lo encierra

canta de un modo que aterra,

como si el mundo temblara—

parece que se quejara

de que lo estreche la tierra.

MARTÍN FIERRO

Toda tu sabiduría

has de mostrar esta vez—

ganarás sólo que estés

en vaca[140] con algún Santo—

la noche tiene su canto,

y me has de decir cuál es.

EL MORENO

No galope, que hay aujeros,

le dijo a un guapo un prudente—

le contesto humildemente:

la hoche por canto tiene

esos ruidos que uno siente

sin saber de donde vienen.

Son los secretos misterios

que las tinieblas esconden—

son los ecos que responden

a la voz del que dá un grito,

como un lamento infinito

que viene no sé de dónde.

A las sombras sólo el sol

las penetra y las impone—

en distintas direcciones

se oyen rumores inciertos—

son almas de los que han muerto

que nos piden oraciones.

MARTÍN FIERRO

Moreno, por tus respuestas

ya te aplico el cartabón—

pues tenés disposición

y sos estruido de yapa—

ni las sombras se te escapan

para dar esplicación.

Pero cumple su deber

el leal diciendo lo cierto—

y por lo tanto te alvierto

que hemos de cantar los dos—

dejando en la paz de Dios

las almas de los que han muerto.

Y el consuelo del prudente

no hace falta en la partida—

siempre ha de ser comedida

la palabra de un cantor—

y áura quiero que me digas

de dónde nace el amor.

EL MORENO

A pregunta tan escura

trataré de responder—

aunque es mucho pretender

de un pobre negro de Estancia—

mas conocer su inorancia

es principio del saber.

Ama el pájaro en los aires

que cruza por donde quiera—

y si al fin de su carrera

se asienta en alguna rama,

con su alegre canto llama

a su amante compañera.

La fiera ama en su guarida,

de la que es rey y señor—

allí lanza con furor

esos bramidos que espantan—

porque las fieras no cantan:

las fieras braman de amor.

Ama en el fondo del mar

el pez de lindo color—

ama el hombre con ardor,

ama todo cuanto vive—

de Dios vida se recibe

y donde hay vida hay amor.

MARTÍN FIERRO

Me gusta, negro ladino,

lo que acabás de esplicar—

ya te empiezo a respetar,

aunque al principio me rey—

y te quiero preguntar

lo que entendés por la Ley.

EL MORENO

Hay muchas dotorerías

que yo no puedo alcanzar—

dende que aprendí a inorar

de ningún saber me asombro—

mas no ha de llevarme al hombro

quien me convide a cantar.

Yo no soy cantor ladino

y mi habilidá es muy poca—

mas cuando cantar me toca

me defiendo en el combate—

porque soy como los mates[141]:

sirvo si me abren la boca.

Dende que elige a su gusto

lo más espinoso elige—

pero esto poco me aflige,

y le contesto a mi modo—

la Ley se hace para todos,

mas solo al pobre le rige.

La Ley es tela de araña—

en mi inorancia lo esplico:

no la tema el hombre rico—

nunca la tema el que mande,

pues la ruempe el vicho grande

y sólo enrieda a los chicos.

Es la Ley como la lluvia:

nunca puede ser pareja—

el que la aguanta se queja,

pero el asunto es sencillo—

la Ley es como el cuchillo,

no ofende a quien lo maneja.

Le suelen llamar espada,

y el nombre le viene bien—

los que la gobiernan ven

a donde han de dar el tajo—

le cai al que se halla abajo

y corta si ver a quien.

Hay muchos que son dotores,

y de su cencia no dudo—

mas yo soy un negro rudo,

y aunque de esto poco entiendo,

estoy diariamente viendo

que aplican la del embudo.

MARTÍN FIERRO

Moreno, vuelvo a decirte:

ya conozco tu medida—

has aprovechao la vida

y me alegro de este encuentro—

ya veo que tenés adentro

capital pa esta partida.

Y áura te voy a decir,

porque en mi deber está—

y hace honor a la verdá

quien a la verdá se duebla,

que sos por juera tinieblas

y por dentro claridá.

No ha de decirse jamás

que abusé de tu paciencia—

y en justa correspondencia,

si algo querés preguntar—

podés al punto empezar,

pues ya tenés mi licencia.

EL MORENO

No te trabés, lengua mía,

no te vayas a turbar—

nadie acierta antes de errar—

y, aunque la fama se juega—

el que por gusto navega

no debe temerle al mar.

Voy a hacerle mis preguntas,

ya que a tanto me convida—

y vencerá en la partida

si una esplicación me da—

sobre el tiempo y la medida,

el peso y la cantidá.

Suya será la vitoria

si es que sabe contestar—

se lo debo declarar

con claridá, no se asombre,

pues hasta áura ningún hombre,

me lo ha sabido esplicar.

Quiero saber y lo inoro,

pues en mis libros no está,

y su respuesta vendrá

a servirme de gobierno—

para qué fin el Eterno

ha criado la cantidá.

MARTÍN FIERRO

Moreno te dejás cair

como carancho en su nido;

ya veo que sos prevenido,

mas también estoy dispuesto—

veremos si te contesto

y si te das por vencido.

Uno es el Sol, uno el Mundo,

sola y única es la Luna—

ansí han de saber que Dios

no crio cantidá ninguna—

El Ser de todos los seres

sólo formó la unidá—

Lo demás lo ha criado el hombre

después que aprendió a contar.

EL MORENO

Veremos si a otra pregunta

da una respuesta cumplida—

el Ser que ha criado la vida

lo ha de tener en su archivo—

mas yo inoro qué motivo

tuvo al formar la medida.

MARTÍN FIERRO

Escuchá con atención

lo que en mi inorancia arguyo:

la medida la inventó

el hombre para bien suyo—

y la razón no te asombre,

pues es fácil presumir—

Dios no tenía que medir

sinó la vida del hombre.

EL MORENO

Si no falla su saber

por vencedor lo confieso—

debe aprender todo eso

quien a cantar se dedique—

y aura quiero que me esplique

lo que sinifica el peso.

MARTÍN FIERRO

Dios guarda entre sus secretos

el secreto que eso encierra,

y mandó que todo peso

cayera siempre a la tierra—

y según compriendo yo,

dende que hay bienes y males,

fue el peso para pesar

las culpas de los mortales.

EL MORENO

Si responde a esta pregunta

téngasé por vencedor—

doy la derecha[142] al mejor—

y respóndame al momento—

cuándo formó Dios el tiempo

y por qué lo dividió.

MARTÍN FIERRO

Moreno, voy a decir,

según mi saber alcanza—

el tiempo sólo es tardanza

de lo que está por venir—

no tuvo nunca principio

ni jamás acabará—

porque el tiempo es una rueda,

y rueda es eternidá—

y si el hombre lo divide

sólo lo hace, en mi sentir,

por saber lo que ha vivido

o le resta que vivir.

Ya te he dado mis respuestas,

mas no gana quien despunta[143]:

si tenés otra pregunta

o de algo te has olvidao,

siempre estoy a tu mandao

para sacarte de dudas.

No procedo por soberbia

ni tampoco por jatancia,

mas no ha de faltar constancia

cuando es preciso luchar—

y te convido a cantar

sobre cosas de la Estancia.

Ansí prepará, moreno

cuanto tu saber encierre—

y sin que tu lengua yerre,

me has de decir lo que empriende

el que del tiempo depende,

en los meses que train erre[144].

EL MORENO

De la inorancia de naides

ninguno debe abusar—

y aunque me puede doblar

todo el que tenga más arte,

no voy a ninguna parte

a dejarme machetiar[145].

He reclarao que en leturas

soy redondo como jota—

no avergüence mi redota,

pues con claridá le digo—

no me gusta que conmigo

nadie juegue a la pelota

Es buena ley que el más lerdo

debe perder la carrera—

ansí le pasa a cualquiera,

cuando en competencia se halla

un cantor de media talla

con otro de talla entera.

¿No han visto en medio del campo

al hombre que anda perdido—

dando güeltas afligido

sin saber donde rumbiar?—

Ansí le suele pasar

a un pobre cantor vencido.

También los árboles crujen

si el ventarrón los azota—

y si aquí mi queja brota

con amargura, consiste—

en que es muy larga y muy triste

la noche de la redota.

Y dende hoy en adelante,

pongo de testigo al cielo,

para decir sin recelo

que, si mi pecho se inflama,

no cantaré por la fama

sinó por buscar consuelo.

Vive ya desesperado

quien no tiene que esperar—

a lo que no ha de durar

ningún cariño se cobre—

las alegrías en un pobre

son anuncios de un pesar.

Y este triste desengaño

me durará mientras viva—

aunque un consuelo reciba

jamás he de alzar el vuelo—

quien no nace para el cielo

de balde es que mire arriba.

Y suplico a cuantos me oigan

que me permitan decir,

que al decidirme a venir

no sólo jué por cantar,

sinó porque tengo a más

otro deber que cumplir.

Ya saben que de mi madre

fueron diez los que nacieron—

mas ya no esiste el primero

y más querido de todos—

murió, por injustos modos,

a manos de un pendenciero.

Los nueve hermanos restantes

como güérfanos quedamos—

dende entonces lo lloramos

sin consuelo, creanmeló—

y al hombre que lo mató

nunca jamás lo encontramos.

Y queden en paz los güesos

de aquel hermano querido—

a moverlos no he venido,

mas, si el caso se presenta—

espero en Dios que esta cuenta

se arregle como es debido.

Y si otra ocasión payamos[146]

para que esto se complete,

por mucho que lo respete

cantaremos, si le gusta—

sobre las muertes injustas

que algunos hombres cometen.

Y aquí, pues, señores míos,

diré, como en despedida,

que todavía andan con vida

los hermanos del dijunto—

que recuerdan este asunto

y aquella muerte no olvidan.

Y es misterio tan projundo

lo que está por suceder,

que no me debo meter

a echarla aquí de adivino;

lo que decida el destino

después lo habrán de saber.

MARTÍN FIERRO

Al fin cerrastes el pico

después de tanto charlar;

ya empezaba a maliciar,

al verte tan entonao,

que traías un embuchao

y no lo querías largar.

Y ya que nos conocemos

basta de conversación;

para encontrar la ocasión

no tienen que darse priesa—

ya conozco yo que empieza

otra clase de junción.

Yo no sé lo que vendrá,

tampoco soy adivino—

pero firme en mi camino

hasta el fin he de seguir—

todos tienen que cumplir

con la ley de su destino.

Primero fue la frontera

por persecución de un Juez—

los indios fueron después,

y, para nuevos estrenos—

aura son estos morenos

pa alivio de mi vejez.

La madre echó diez al mundo,

lo que cualquiera no hace—

y tal vez de los diez pase

con iguales condiciones—

la mulita pare nones

todos de la mesma clase.

Al hombre de humilde color

nunca sé facilitar;

cuando se llega a enojar

suele ser de mala entraña—

se vuelve como la araña,

siempre dispuesta a picar.

Yo he conocido a toditos

los negros más peliadores—

había algunos superiores

de cuerpo[147] y de vista—¡ay juna!—

si vivo, les daré una…

historia de las mejores.

Mas cada uno ha de tirar

en el yugo en que se vea;

yo ya no busco peleas,

las contiendas no me gustan—

pero ni sombras me asustan

ni bultos que se menean.

La creía ya desollada,

más todavía falta el rabo—

y por lo visto no acabo

de salir de esta jarana—

pues esto es lo que se llama

remachársele a uno el clavo.