XXVIII

Se me va por donde quiera

esta lengua del demonio—

voy a darles testimonio

de lo que vi en la frontera.

Yo sé que el único modo,

a fin de pasarlo bien,

es decir a todo amén

y jugarle risa a todo.

El que no tiene colchón

en cualquier parte se tiende—

el gato busca el jogón

y ese es mozo que lo entiende.

De aquí comprender se debe,

aunque yo hable de este modo,

que uno busca su acomodo

siempre lo mejor que puede.

Lo pasaba como todos

este pobre penitente—

pero salí de asistente

y mejoré en cierto modo.

Pues aunque esas privaciones

causen desesperación,

siempre es mejor el jogón

de aquel que carga galones.

De entonces en adelante

algo logré mejorar,

pues supe hacerme lugar

al lado del Ayudante.

Él se daba muchos aires;

pasaba siempre leyendo;

decían que estaba aprendiendo

pa recebirse de flaire.

Aunque lo pifiaban[130] tanto,

jamás lo vi dijustao—

tenía los ojos paraos

como los ojos de un Santo.

Muy delicao—dormía en cuja[131]

y no sé por qué sería,

la gente lo aborrecía

y lo llamaban La Bruja.

Jamás hizo otro servicio

ni tuvo más comisiones,

que recebir las raciones

de víveres y de vicios[132].

Yo me pasé a su jogón

al punto que me sacó,

y ya con él me llevó

a cumplir su comisión.

Estos diablos de milicos

de todo sacan partido—

cuando nos vían riunidos

se limpiaban los hocicos[133].

Y decían en los jogones

como por chocarrería—

«Con La Bruja y Picardía

van a andar bien las raciones».

A mi no me jué tan mal,

pues mi oficial se arreglaba;

les diré lo que pasaba

sobre este particular.

Decían que estaban de acuerdo

La Bruja y el proveedor,

y que recebía lo pior—

puede ser, pues no era lerdo.

Que a más en la cantidá

pegaba otro dentellón,

y que por cada ración

le entregaban la mitá.

Y que esto lo hacía del modo

como lo hace un hombre vivo:

firmando luego el recibo,

ya se sabe, por el todo.

Pero esas murmuraciones

no faltan en campamento;

déjenmé seguir mi cuento,

o historia de las raciones.

La Bruja las recebía

como se ha dicho, a su modo—

las cargábamos y todo

se entrega en la Mayoría.

Sacan allí en abundancia

lo que les toca sacar—

y es justo que han de dejar

otro tanto de ganancia.

Van luego a la compañía,

las recibe el Comendante;

el que de un modo abundante

sacaba cuanto quería.

Ansí la cosa liviana

va mermada por supuesto—

luego se le entrega el resto

al oficial de semana.

¿Araña, quién te arañó?

Otra araña como yó.

Este le pasa al sargento

aquello tan reducido—

y como hombre prevenido

saca siempre con aumento.

Esta relación no acabo

si otra menudencia ensarto;

el sargento llama al cabo

para encargarle el reparto.

Él también saca primero

y no se sabe turbar—

naide le va a averiguar

si ha sacado más o menos.

Y sufren tanto bocado

y hacen tantas estaciones,

que ya casi no hay raciones

cuando llegan al soldado.

¡Todo es como pan bendito[134]!

y sucede, de ordinario,

tener que juntarse varios

para hacer un pucherito.

Dicen que las cosas van

con arreglo a la ordenanza—

puede ser, pero no alcanzan,

¡tan poquito es lo que dan!

Algunas veces, yo pienso,

y es muy justo que lo diga,

sólo llegaban las migas

que habían quedao en el lienzo.

Y esplican aquel infierno

en que uno está medio loco,

diciendo que dan tan poco

porque no paga el Gobierno.

Pero eso yo no lo entiendo,

ni a averiguarlo me meto;

soy inorante completo;

nada olvido y nada apriendo.

Tiene uno que soportar

el tratamiento más vil—

a palos en lo civil,

a sable en lo militar.

El vestuario es otro infierno;

si lo dan, llega a sus manos,

en invierno el de verano—

y en el verano el de invierno.

Y yo el motivo no encuentro

ni la razón que esto tiene;

más dicen que eso ya viene

arreglado dende adentro.

Y es necesario aguantar

el rigor de su destino;

el gaucho no es argentino

sino pa hacerlo matar.

Ansí ha de ser, no lo dudo—

y por eso decía un tonto:

«Si los han de matar pronto,

mejor es que estén desnudos».

Pues esa miseria vieja

no se remedia jamás;

todo el que viene detrás

como la encuentra la deja.

Y se hallan hombres tan malos

que dicen de buena gana—

«El gaucho es como la lana,

se limpia y compone a palos».

Y es forzoso el soportar

aunque la copa se enllene;

parece que el gaucho tiene

algún pecao que pagar.