XXVII

He servido en la frontera

en un cuerpo de milicia;

no por razón de justicia,

como sirve cualesquiera.

La bolilla me tocó

de ir a pasar malos ratos

por la facultá del ñato

que tanto me persiguió.

Y sufrí en aquel infierno

esa dura penitencia,

por una malaquerencia

de un oficial subalterno.

No repetiré las quejas

de lo que se sufre allá—

son cosas muy dichas ya

y hasta olvidadas de viejas.

Siempre el mesmo trabajar,

siempre el mesmo sacrificio,

es siempre el mesmo servicio,

y el mesmo nunca pagar.

Siempre cubiertos de harapos,

siempre desnudos y pobres,

nunca le pagan un cobre

ni le dan jamás un trapo.

Sin sueldo y sin uniforme

lo pasa uno, aunque sucumba;

confórmése con la tumba[126]

y si no…, no se conforme.

Pues si usté se ensoberbece

o no anda muy voluntario,

le aplican un novenario

de estacas—que lo enloquecen.

Andan como pordioseros,

sin que un peso los alumbre—

porque han tomao la costumbre

de deberle años enteros.

Siempre hablan de lo que cuesta,

que allá se gasta un platal—

pues yo no he visto ni un rial

en lo que duró la fiesta.

Es servicio extrordinario

bajo el fusil y la vara—

sin que sepamos qué cara

le ha dao Dios al comisario[127].

Pues si va a hacer la revista,

se vuelve como una bala,

es lo mesmo que luz mala

para perderse de vista.

Y de yapa[128] cuando va,

todo parece estudiao—

va con meses atrasaos

de gente que ya no está.

Pues ni adrede que lo hagan

podrán hacerlo mejor,

cuando cai, cai con la paga

del contingente anterior.

Porque son como sentencia

para buscar al ausente,

y el pobre que está presente

que perezca en la endigencia.

Hasta que tanto aguantar

el rigor con que lo tratan,

o se resierta, o lo matan,

o lo largan sin pagar.

De ese modo es el pastel

porque el gaucho—ya es un hecho,

no tiene ningún derecho,

ni naides vuelve por él.

¡La gente vive marchita!

si viera, cuando echan tropa,

les vuela a todos la ropa

que parecen banderitas.

De todos modos lo cargan,

y al cabo de tanto andar—

cuando lo largan, lo largan

como pa echarse a la mar.

Si alguna prenda le han dao,

se la vuelven a quitar;

pocho, caballo, recao,

todo tiene que dejar.

Y esos pobres infelices,

al volver a su destino—

salen como unos Longinos

sin tener con qué cubrirse.

A mí me daban congojas

el mirarlos de ese modo—

pues el más aviao de todos

es un perejil sin hojas.

Aura poco ha sucedido,

con un invierno tan crudo,

largarlos a pié y desnudos

pa volver a su partido.

Y tan duro es lo que pasa,

que en aquella situación

les niegan un mancurrón

para volver a su casa.

¡Lo tratan como a un infiel!

Completan su sacrificio

no dándole ni un papel

que acredite su servicio.

Y tiene que regresar

más pobre de lo que jue—

por supuesto a la mercé

del que lo quiere agarrar.

Y no averigüe después

de los bienes que dejó—

de hambre, su mujer vendió

por dos—lo que vale diez.

Y como están convenidos

a jugarle manganeta[129],

a reclamar no se meta

porque ese es tiempo perdido.

Y luego, si a alguna Estancia

a pedir carne se arrima—

al punto le cain encima

con la ley de la vagancia.

Y ya es tiempo, pienso yo,

de no dar más contiingente—

si el gobierno quiere gente,

que la pague y se acabó.

Y saco ansí en conclusión,

en medio de mi inorancia,

que aquí el nacer en Estancia

es como una maldición.

Y digo, aunque no me cuadre

decir lo que naides dijo:

la Provincia es una madre

que no defiende a sus hijos.

Mueren en alguna loma

en defensa de la Ley,

o andan lo mesmo que el güey,

arando pa que otros coman.

Y he de decir ansí mismo,

porque de adentro me brota,

que no tiene patriotismo

quien no cuida al compatriota.